El halcón ha sido, es y será algo más que una simple ave rapaz. En la Edad Media simbolizó la implacable destreza del poder, desde la lejana Asia a la más recóndita Europa. Emperadores y reyes se preciaron de disponer de tan distinguidas rapaces. Tuvieron en sus cortes sabios especialistas en su cuidado, los halconeros, cuyo arte fue muy apreciado, tanto que tipos tan singulares como el emperador Federico II no dudaron en componer un verdadero tratado sobre la cetrería. Si el conde Fernán González apareció en los romances con un halcón azor, a modo de gran señor, el infante don Juan Manuel y el canciller Pero López de Ayala consagraron sendas obras a su cuidado. Recordó don Pero que las aves quedaron sojuzgadas a la voluntad humana por deseo de Dios, de tal manera que el halcón representaba al vasallo perfecto para aquellas gentes. Se debería, para lograrlo plenamente, ser maestro de caza y no solo pretender ser cazador, como atinadamente sostuvo el infante don Juan Manuel.
Emblemas del poder, los halcones fueron muy cotizados entre los poderosos. Sus mudas no se consideraron por ello cuestión baladí y prodigaron mercedes para las mismas a entendidos expertos. Regalar un halcón era uno de los mejores presentes y una de las muestras de respeto más exquisitas de los tiempos medievales.
Tan rapaces criaturas servían, pues, para afianzar las buenas relaciones entre reyes no menos temperamentales. Los de Portugal, Castilla y Aragón habían disputado acremente con frecuencia por territorios, honores, preeminencias y cuestiones familiares, pero en 1342 habían dejado momentáneamente al lado sus peleas. Derrotados los musulmanes en la batalla del Salado (1339), los aliados cristianos asediaron aquel año la Algeciras de los benimerines, una costosísima operación militar que finalizó en 1344 triunfalmente, en la que tomaron parte ballesteros requenenses.
Alfonso XI de Castilla y Alfonso IV de Portugal, ahora aliados, habían sido enemigos años atrás y Pedro IV de Aragón no perdió ocasión, dentro de aquel espíritu conciliador momentáneo, de estrechar la relación con los portugueses para contrapesar a los castellanos. A sus apetencias territoriales sobre tierras como la de Requena, se sumaba el temor al bloque de poder de Castilla, cuya fuerza comprobaría amargamente años más tarde.
Pedro IV mandó como presente al monarca de Portugal tres halcones montarinos mudados, dos soros y un neblí mudado. El obsequio era ciertamente valioso, tanto por el número de rapaces como por su calidad de mudados. Para lograrla, según los cetreros, era necesario que la rapaz cambiara de plumaje en buena casa, sin humos ni ruidos, además de comer buenas carnes de aves. El neblí, además, es una variedad de halcón del Norte de Europa, de plumas pardas azuladas en el lomo. Las otras dos variedades referidas fueron muy del gusto del sucesor de Pedro IV, Juan I el Cazador, que se afanó por conseguir todos los ejemplares posibles en Cerdeña.
El halconero del rey de Aragón, Bernat Oriol, tenía que confiar las rapaces al escudero del rey de Portugal Pelegrín Dayn. El rico presente debería pasar por el puerto seco de Requena u otros de Castilla y Pedro IV se temió lo peor.
El 30 de noviembre de 1342, desde Valencia, se dirigió a los sobredezmeros, dezmeros, portazgueros y demás oficiales del puerto requenense para que no las embargaran, bajo la especie de la exigencia de algún impuesto. De hacerlo, él actuaría de la misma forma con los presentes destinados al rey de Castilla. En este ofrecimiento de halcones, hubo mucho de rapaz y poco de paloma.

Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Real Cancillería. Registro 1058, ff. 185v-186r.