PREMISAS.
Querer aventurarse a desentrañar la complicada madeja de elementos que conforman la llamada revolución burguesa puede ser el camino más corto al fracaso. Si además, lo que se quiere es definir o comenzar a definir los trazos elementales de una determinada evolución histórica en el ámbito local-comarcal, el resultado puede ser el suicidio. Porque tal vez es mejor sobrevolar el ancho espacio de España, repasando las contribuciones historiográficas realizadas por ahora, que empeñarse en descender a lo más concreto del ámbito local. Es lo que tiene la historia local; hay que dejar a un lado los grandes procesos históricos, los grandes reinados, las intrigas palaciegas, las elaboraciones jurídicas nacionales, y pasar al detalle de la verificación de cómo todo eso tuvo lugar en la pequeña escala. Todo un reto.
Afortunadamente nuestro pasado lo conocemos cada día mejor, y precisamente en ese ir perfilando procesos surgen incógnitas, debates, encrucijadas, discusiones, en suma, que nos permiten avanzar en la comprensión. Esto que va en unas breves páginas –quizás demasiado breves, porque no quiero entrar en un tema como este con una ambición de exhaustividad- es una suerte de ensayo sobre cómo pudo verificarse eso que los historiadores llaman –hoy con más matices que ayer- la “revolución burguesa”. Esto es un puro ensayo de teoría, tenuemente apoyado en los conocimientos que poseemos, pero un discurso sumamente teórico que puede facilitarnos un debate y unas controversias posteriores.
De entrada, tengo que admitir que lo que en adelante se puede leer es, principalmente, provisional, resultado de una interpretación. Partimos de la siguiente hipótesis. El proceso revolucionario “burgués” se concibe como una serpiente de largo recorrido que tiene su epicentro en la transformación de los medios de producción y el sistema de propiedad imperante en el Antiguo Régimen. Las investigaciones hasta ahora acumuladas nos muestran que existen varios vectores que es importante subrayar. Primero: estamos ante una meseta de Requena y Utiel (en adelante MRU) de indudable predominio agrario, una tierra en la que, como reflejo de la realidad nacional española, tiene lugar un fenómeno de apropiación de la propiedad de la tierra. Segundo: un proceso de complejización y diversificación de las élites dirigentes de la tierra. Tercero: la disolución casi completa de las posibilidades de confrontación social y política hacia 1850, pues habiendo sido privatizada la tierra de las denominadas “manos muertas”, con todos los perjuicios que esto suponía para las capas bajas del pueblo, no existe confrontación en contra de la oligarquía poderosa; de hecho el moderantismo imperante hasta el Sexenio parece tener las cosas bien atadas. Cuarto: es evidente que el proceso de transformación no conlleva un fenómeno espectacular de desarrollo industrial.
En estas páginas que el lector está viendo, obviamos todo el ingente debate que el tema de la revolución burguesa ha generado en España desde hace medio siglo. Ni soñar, entonces, con meterse en el berenjenal del gran debate europeo al respecto.
MANDAR EN LA REPÚBLICA.
Para los habitantes de la tierra el municipio constituía una suerte de república a la que los miembros de los concejos debían su esfuerzo, tal como se lee reiteradamente en las actas capitulares. Esta realidad política es sumamente distinta a la que se alumbra con las transformaciones que tienen lugar en el siglo XIX. Durante siglos, en particular desde que a partir del siglo XIV fue organizado el sistema del regimiento, los concejos fueron adquiriendo un tono cada vez más oligárquico. A ellos aspiraban las clases más enriquecidas, quizás a veces de baja extracción, pero que gracias a sus capitales adquirían una vía más o menos rápida de acceso al gobierno municipal. Esta era la manera en que, con el correr del tiempo, cuando uno repasa en el archivo las actas municipales, se topa constantemente con una serie de apellidos que resultan familiares a lo largo de décadas y tal vez siglos.
Mucho cuidado con identificar al Antiguo Régimen, a la República de los siglos modernos, con una plataforma anquilosada e incapaz de reflejar el cambio. Es un error delinear aquellos tiempos como algo inmóvil y fijo (Laslett, P., 1988); pero hay que decir que esta petrificación del objeto denominado Antiguo Régimen le viene de perlas a la Revolución burguesa que así puede aparecer como la auténtica transformadora y la que produce la modernización verdadera. En cierta manera las investigaciones recientes sobre la propiedad de la tierra ya ponen sobre aviso lo erróneo que resulta una perspectiva de esta índole (Piqueras, J., 2009; García, A., 2015).
Esta república urbana que son nuestros concejos, en Requena y en Utiel, atraviesa una etapa decisiva durante el siglo XVII, un siglo al que V. Galán ha restituido su relevancia en un reciente trabajo (Galán, V., 2013), más allá de la trasnochada idea de la crisis general y las ideas sobre la transición del feudalismo al capitalismo, tan caras al marxismo más canónico, pero tan apolilladas hoy.
Cuando en el amanecer del 13 de septiembre de 1598 se apagaba la vida de Felipe II, ya existían unas élites formadas en la MRU y dispuestas a monopolizar el poder político y social durante toda la centuria.
Quiénes estaban en la dirección del municipio tuvieron que aceptar la compañía de la clase burguesa. El universo urbano de la MRU era tan reducido que su capacidad de alianza social, económica y, por añadidura, su capacidad para entablar patos matrimoniales se veía permanentemente confrontada con la realidad de tener que pactar con el grupo social ascendente. Así se produjo un consenso básico en las villas.
Este grupo de familias controlaban los concejos de manera oligárquica. En su inmensa mayoría eran hidalgos. Algunos habían conseguido enviar a sus vástagos a estudiar al Colegio de San Bartolomé, cantera esencial para integrarse finalmente en la maquinaria burocrática de la Monarquía. Esto era un premio de quilates para una familia con origen en Requena o en Utiel, al fin y al cabo unos territorios más bien secundarios comparados con las grandes ciudades de España. Estos individuos tenían una mentalidad aristocrática, dispuesta a seguir las pautas de desarrollo propias de la nobleza coetánea.
Traigo a colación aquí el caso de Juan García Dávila, quien había nacido en el seno de una familia de la clase dominante requenense. La familia le condujo a los estudios salmantinos y pudo acabar escalando posiciones en la estructura polisinodial de las Españas de los Austrias. Con Felipe IV era secretario del Consejo de Hacienda. Pudo, además, entroncar con doña María Carrillo, miembro de una familia toledana también con presencia en la cúpula municipal de la Ciudad Imperial. El vástago de los García Dávila no encontró, pensamos, parangón femenino adecuado en los estrechos marcos de la MRU; se fue a buscarlos al centro de la península. Los hijos del matrimonio repitieron la operación, con la salvedad de que uno de ellos se decantó por el ejercicio de la profesión eclesiástica, al fin y al cabo también una opción que las mismas casas aristocráticas ejercitaban cuando les convenía. Los García Dávila ascendieron tanto que los marcos estrechos de la MRU quedaron como un lejano recuerdo en la familia, agitado sólo cuando se investigaba el pasado genealógico de la familia.
Este es un ejemplo. Una familia que sella una alianza con la estructura de gobierno del Estado, que consigue el hábito de la orden de Santiago, y que acumula finalmente una magnífica biblioteca. Pero hay otros casos. No es un currículum especial: es lo que sucedió en tantas poblaciones del país. Una alianza oligarquías-estado: las oligarquías mantuvieron a raya el odio del pueblo a las exigencias fiscales y militares y la corona las premiaba con puestos en la cúpula estatal. Se puede pensar que los hábitos de órdenes militares, que entonces se entregaron a mansalva a quienes podían costearlos, cumplían una función similar. Un ejemplo más, de otro costal. En 1637 el rey solicitó un préstamo de 1000 ducados a cambio de revalidar los títulos de quienes tenían regidurías perpetuas y se crearon oficios nuevos; un mecanismo como otro en una transacción: dinero a cambio de prebendas.
La estructura del poder ciudadano en Requena traduce el dominio de unos pocos que dominan al resto de la población. Pero la realidad es que existen cambios sociales de profundidad. Los dominantes se van transformando y los dominados también. Esto parece algo de Pero Grullo, pero tiene una considerable relevancia.
Quizás un testigo de las transformaciones es el cambio que tiene lugar en el ámbito de lo cultural e ideológico. Me parece que la construcción del mito juliano durante el siglo XVII puede ser un indicio, desde luego que superficial e incompleto, del surgimiento de demasiados problemas sociales en Requena. No quiero traer aquí otros indicios, pero no hay que olvidar el bandolerismo o el asesinato del corregidor. El asunto de san Julián es un tema que se utiliza para reactivar el orgullo de una villa sin duda metida en grandes dificultades, tal vez dividida internamente por conflictos sociales y políticos que hicieron temer a la élite dominante por sus seguros puestos en el gobierno urbano. Se le coloca en un relato lógico, expresión de la voluntad divina, es un brazo de Dios. Este es un lenguaje religioso y muy tradicional. Julián actúa como el brazo ejecutor de una justicia de origen celestial. Es interesante interpretar la imagen del santo en plena actuación terrenal en aquella tierra de la Meseta asolada por la codicia del señor feudal. El recurso al siglo XV para a soldar una sociedad en el siglo XVII es una operación propagandística bastante frecuente.
San Julián se convierte en el emblema de una villa carcomida por el conflicto, una villa en la que la radicalización del elemento popular es cada vez más grande. Hay razones para ello. Las ha analizado V. Galán, y ahora las resumo para tenerlas en cuenta:
– Miedo al desorden y la rabia del pueblo. Esto había que controlarlo y el cauce habitual en una sociedad sacralizada era la misma religión.
– El hecho que aparezca la santidad pone sobre la mesa la gran importancia social y política del símbolo religioso.
– Una sociedad en la que las finanzas locales están en sus peores momentos.
– Una élite política que ha desviado ciertas pulsiones fiscales y militares hacia las aldeas, como se quejará Camporrobles. Una operación bastante insolidaria pero lógica para desviar los esfuerzos del solar requenense en el que viven los poderosos.
Conjurar la revuelta en ciernes con la creación de un foco de emoción religiosa en la Cuesta de las Carnicerías. El poder de mediación está representado por el clero. Utilizan esa naturaleza anfibia que tiene lo eclesiástico, es decir, son un estamento privilegiado por el sistema englobante, pero al propio tiempo son también un elemento que tiene una influencia como guía religioso y moral sobre el pueblo.
En cierta forma, mientras el corregimiento estuvo incluido en el de Chinchilla, la oligarquía dominante lo tuvo relativamente fácil para encabezar protestas y reivindicaciones en un bloque con el pueblo. Existía un enemigo común que tomaba decisiones impopulares, por decirlo de algún modo. La fiscalidad era fuente de revueltas. Violación de exenciones ancestrales, colocación de impuestos nuevos. Lo oneroso de la guerra es un factor de indudable influencia. La fiscalidad es un factor que une a pueblo y burgueses., artesanos. Solución un retorno a la soberanía municipal gravemente lesionada, reducida por el gobierno.
En el XVII se encuentran muchas claves de la trayectoria de la transformación de la Meseta. Tenemos un poder central, el gobierno de la corona, que incrementa sus exigencias sobre los concejos, en forma de impuestos, de hombres para la guerra. El resultado del proceso era una creciente minoración de las capacidades autónomas, especialmente ante las exigencias del reinado de Felipe IV (1621-1665). Las revueltas de la década de 1640 habían colocado a la monarquía en una situación delicadísima y la descomposición de la misma estaba a la vuelta de la esquina y el propio monarca acabó sus días en medio de un aire de fracaso político. Pero lo hecho, hecho estaba. Para las elites dominantes de la MRU estaba claro que su proverbial poder autónomo venía declinando, probablemente desde el mismo siglo XVI -¿es esta declinación un resultado a largo plazo de la revuelta de las Comunidades?-; esto no significa que las élites abandonen sus pertrechos, siguen aferrados a las tradiciones. Pero ante una declinante economía concejil; ante el acecho de la peste, el impuesto, la guerra, ¿había que quedarse cruzado de brazos?
Hay que tener bien presente que en una sociedad tradicional como la del Antiguo Régimen, los elementos novedosos se introducen dentro del sistema tradicional. Hay una continuidad enorme entre las diferentes situaciones históricas vividas en los siglos XVII y XVIII. Son los mismos munícipes de Requena los que se esfuerzan en que no haya ruptura sino continuidad, pues están empeñados en la guarda de los valores de la república. Así, incluso las novedades que se van introduciendo son clandestinas, realizadas al margen de la ley o vulnerando la misma ley, porque sus artífices son la misma clase dirigente de la villa.
En lugar de producirse un cierre de las compuertas del sistema político concejil, como si la clase dominante se atrincherara en sus posiciones adquiridas para no dejar que nadie se las arrebatara, siguieron existiendo oportunidades. La cuestión es que, probablemente, siempre existió una puerta abierta al ascenso social en la MRU. Es improbable que hubiera, como parece haberse producido en otros lugares y también en otros países, un cierre al ascenso de grupos sociales nuevos que deseaban entrar en el círculo del poder. Las actas municipales requenenses del XVII ya tienen apellidos que seguiremos viendo en la centuria siguiente. Y me gustaría subrayar que creo que la política local del tiempo incluía círculos más amplios de los que creemos. Quizás mi argumentario pueda tender a lo contrario, esto es, a aislar una oligarquía de familias dominantes muy bien definidas; pero quiero aprovechar para subrayar esta idea. De alguna manera había una serie de círculo que apacentaban en las instituciones y las riquezas naturales que desde ellas se administraban, como las dehesas, que fueron copadas por los oligarcas.
Pero además la política local no estaba únicamente copada por las oligarquías. Hay que contar también con esos artesanos de bolsillo boyante, con los mercaderes que lucen su lustre; un día estos aspirante a prohombres de la comunidad tendrán a sus vástagos en el poder local o estarán ellos mismos allí; estos personajes también están ahí, hablan en cierta medida por otra gente, la que está algo más abajo de ellos. Así que estamos en una sociedad a la que no es fácil reducir al esquema, escolar y muy parcial, de oligarquía/pueblo.
Durante centurias, la República remite a un mito, a una realidad perfilada por el idealismo. Los concejos de la MRU son comunidades en las que se desarrolla desde el siglo XIII una conciencia comunitaria que permite un cierto nivel de cohesión de clases. A cada reinado que se inaugura los munícipes presentaban la convalidación de los privilegios tradicionales, acumulados a lo largo del tiempo, con el fin de que fueran renovados por el nuevo rey que ascendía al trono. Esto era una realidad ancestral, repetida hasta la saciedad en cada uno de los reinados. ¿Significaba esto que los regidores dirigían su mirada al pasado de manera recurrente como si en el pasado reposaran las esencias de la identidad? En cierta forma, esto era realmente así. Se traen a colación los privilegios y franquezas concedidas desde antiguo como si del pedigrí de un can se tratara; como demostrando el carácter más o menos especial de la tierra. Pero los privilegios han sido llaves, facilidades enormes para el desarrollo de la actividad política y económica de la sociedad de la MRU. Los privilegios se traducían automáticamente en prerrogativas.
No hay más que dirigirse al manuscrito de don Pedro Domínguez de la Coba para comprobar cómo es objeto de reiterado reproche que los miembros del concejo requenense del XVIII no hayan encontrado el momento de llevar a firmar al rey sus privilegios. Don Pedro ataca los munícipes por olvidar algo tan básico para cualquier responsable concejil. Los tiempos estaban cambiando y las necesidades políticas eran ya muy diferentes.
REACOMODACIONES.
Ahora bien, la verdad es que tenemos que preguntarnos cómo fueron los enfrentamientos sociales dentro de la villa. Esto sí que es una cuestión significativa para ir a nuestro objetivo. Sabemos poco de las divisiones políticas de las elites dominantes en la villa de Requena. Tuvo que haber facciones, especialmente en un centuria en la que los problemas se van agolpando en tropel uno detrás de otro. El esfuerzo de distinguir estos enfrentamientos está por hacer; pero hacia 1780-90 se advierten ya líneas muy claras en la evolución de Requena y sobre todo de la gente que manda en ella:
– Por una parte, al observar los miembros del municipio lo que se observa es la presencia de una considerable nómina de personas cuyo pasado vil está claro: antiguos artesanos de la próspera sedería, comerciantes del mismo ramo, han podido hacer fortuna y han conseguido asiento en el ayuntamiento.
– La educación es entonces un factor de primer orden. Me refiero a la educación de las élites gobernantes. Estas familias, que tienen posibles, envían a sus vástagos cada vez con más frecuencia a estudiar a Valencia. Para esas décadas finales de siglo hay una enorme nómina de licenciados en leyes, de abogados, como Jinés Herrero, que no acaban de encontrar acomodo profesional en su villa natal. De hecho, Herrero, miembro de una de estas familias elitistas, educado en Valencia con un destacado miembro de la progresía levantina de la época, tiene que buscarse la vida fuera de su tierra: en Las Pedroñeras, naturalmente echando mano de ciertas afinidades familiares y de amistad.
– Se trata de una sociedad en la que las viejas jerarquías están totalmente quebradas, ya que se vive un proceso en el que tiene lugar el ascenso de familias que basan su poder en una base mercantil y fundiaria cada vez más. No es precisamente secundario que Herrero, así como otros prohombres de esta Requena pre-liberal, proceda del mundo industrial-mercantil, aunque también su familia posea un pasado agropecuario.
Esto es muy importante para nuestra temática. Estamos o al menos parece que focalizamos nuestra óptica en el siglo XIX como diciendo que, ya que se ha visto que las posibilidades de enriquecimiento o de supervivencia económica mediante la industria sedera se han visto arruinadas, pues que entonces esos capitales amasados durante años de actividad con la seda se convierten ahora en dineros que van a parar a la tierra.
La investigación de A. García sobre las desamortizaciones pone de manifiesto que esto se produjo a lo largo del siglo XIX. Pero no significa que antes no existiera un trasvase de inversión de capitales industria-agro. El ejemplo de Herrero, y no me cabe duda que habrá otros casos, es una prueba de ello. Naturalmente estos trasvases primitivos hay que enmarcarlos en atmósferas del Antiguo Régimen, incluso sin percibirse un cambio significativo de los tiempos.
Las denuncias efectuadas en la primera mitad del siglo XVIII por el guarda de montes del concejo de Requena, Francisco García de Cepeda son significativas del nuevo rumbo que estaban tomando las cosas. De nada sirvieron sus llamamientos al gobierno central y la presencia de una fuerza militar para apoyarle. Tenía en su contra a un duro sector de la oligarquía que era el protagonista de las ilegalidades. Quemar, labrar y adueñarse de montes, pastos y tierras concejiles. Así de sencillo. García de Cepeda elevó la voz; quién sabe si tuvo a un sector del pueblo de su lado; de nada sirvió.
Sobre todo porque existía una especie de pacto tácito. La oligarquía depredadora de Requena tuvo las manos libres desde que el mismo gobierno ilustrado estaba propalando el mensaje de la necesidad de transformar la tierra, el sistema jurídico de la propiedad y hacerla productiva y fuente de riqueza. La política del mismo gobierno refrendaba de hecho por pura omisión una práctica que no era nueva a la altura de 1730, sino ancestral; se había probablemente fortalecido en el siglo XVII, cuando estos oligarcas tuvieron que afrontar dificultades económicas supremas.
Y claro aquí nos topamos inmediatamente con otro problema que es de los gordos. ¿Es la élite concejil la que manda auténticamente sobre la república? ¿Hay otras élites que pueden hacerle sombra en ese poder? Porque lo que está claro es que en 1600 como en 1700 existe una propiedad libre. Lo que sucede es que desconocemos su alcance, su extensión, la cantidad de gente a la que implica, no sabemos la envergadura de la gran propiedad.
Esta gran propiedad es muy interesante. Porque de su detentación se deriva poder sobre gentes y familias. De esto no sabemos nada. O casi nada. Sí que sabemos quiénes eran esos que estaban acaparando propiedades rústicas. Eran los que fueron objeto de las denuncias del guarda de montes. Su poder tuvo que ser enorme en una tierra esencialmente agro-ganadera; a medida que acapararon más y más tierra, fueron teniendo más ascendencia sobre familias que trabajaban para ellos como arrendatarios o simplemente como jornaleros. Estos terratenientes son un poder por sí mismos, ya que ofrecen trabajo a la gente del pueblo. Esto es un poder importante, fuerte. Además, como son gente que está dentro de la estructura política de la tierra, tienen un factor añadido al poder puramente económico.
Para esta gente, la tierra y el cargo en el concejo son la fuente del poder y de la riqueza. Para las familias que estaban prosperando en el siglo XVIII con la sedería y todos los negocios que crecían a su alrededor, la tierra podía ser el punto de llegada de una fortuna de tono industrial o/y comercial. Es, al fin y al cabo, la diferencia que existe entre la fortuna de la aristocracia tradicional y las fortunas nuevas de la burguesía.
Estos sederos, comerciantes y artesanos de diferente pelaje, el siglo les dio oportunidades de negocio. Y muchos lo consiguieron hacer; algunos pronto eran prohombres del municipio y se sentaban junto al hidalgo y a los antiguos camaradas de la oligarquía tradicional.
Pero cuando hablamos de ellos suele llenársenos la boca de rasgos y comportamientos que hemos leído en libros sobre la burguesía decimonónica. Nuestro inconsciente parece dotarles de todas las claves del progreso, como si ellos fueran la encarnación misma del futuro. Nos los imaginamos, y no quiero decir que esto n fuera así, como gente segura de sí misma, dispuesta a ejercer sus habilidades en los negocios, gente activa y práctica, dispuestos a predominar en la vida y a triunfar. Naturalmente, el contrapunto: ¿los oligarcas y el resto de la población no habían acrisolado esta especie de talentos?
La verdad es que tenemos tantos interrogantes sin respuesta que da vértigo sólo de pensarlo. ¿Aquellos artesanos textiles, aquellos comerciantes que traficaban alrededor de la industria de la seda se consideraban, eran conscientes de que portaban en sí mismos, como individuos y como colectividad una serie de valores que van a conducir a una revolución? ¿No les estamos atribuyendo una serie de instancias a las que son ajenos? Pienso que huir de la teleología y del nocivo determinismo economicista es lo que hay que hacer de inmediato, porque si no vamos a crear una serie de simplificaciones tan esquemáticas que resultarán ridículas para explicar procesos de elevada complejidad.
Para nuestra historia el siglo XVIII es muy importante. Siguiendo con el razonamiento anterior habría que huir de esa pancarta que queda tan bien en los manuales:
“El largo camino emprendido por los burgueses desde el siglo XII rinde sus frutos en esta hora, en la que la burguesía parece afirmarse como grupo social preeminente” [Enciso Recio, L.M., 2001, p. 111)
DE LAS ESCARAPELAS REVOLUCIONARIAS AL SORDO COMBATE DE DAVID CONTRA GOLIAT.
El comienzo del siglo XIX supuso en la MRU la apertura de un nuevo período histórico. En esto no se innovaba nada, porque sucedía exactamente lo mismo que a nivel de toda España. El régimen político absolutista, construido a lo largo de una prolongada evolución secular, pero decididamente impulsado por el ascenso al trono de la dinastía borbónica, estaba llegando a sus últimos instantes de vida.
Todos se integran en un nuevo discurso. En 1808 los ecos de Bayona produjeron un terremoto. La vieja élite gobernante cargó sus pilas con nuevos componente. Durante décadas la nueva ideología liberal, mal que bien, era conocida por los prohombres y la elite económica de la MRU, como afirmaban claramente los familiares de la Inquisición en sus comunicaciones al Tribunal de Cuenca. Las nuevas ideas circulaban y hacían mella en determinados sectores sociales. Se conocía, aunque fuera superficialmente, el pensamiento de los grandes filósofos del tiempo.
Pero la realidad es que el viejo sistema social salta por los aires en 1808. Y es entonces cuando las élites se dan de bruces con la realidad. Muchos se colocaron la escarapela revolucionaria para salvar pellejo y bienes, otros quizás asumieron los nuevos principios con cierta convicción y confianza en el futuro. El caso del señor Cros, que encabezó los cambios en la Junta formada al final de la primavera de 1808 en Requena es un ejemplo notabilísimo. Procede de una familia de la élite económica de la villa que ha escalado posiciones hasta tender sus tentáculos al municipio. Por convicción y conveniencia ha encabezado la revolución, la ruptura con el pasado. Todo un personaje, casi un mito. La vieja oligarquía, pues, se reconvierte y encabeza ella misma el cambio. Hay tanto de lampedusiano en esto que uno parece poder explicar por qué los cambios posteriores sólo habrían de beneficiar a unos pocos.
No cabe duda que la ideología liberal se acomodaba bien como discurso a una práctica social y económica ya ancestral. Ahora la privatización de la tierra, que se había producido por las bravas, hallaría con las nuevas leyes y la nueva mentalidad social el refrendo legal y social que precisaba, y que no había tenido antes de 1800.
No cabe duda que lo que se iniciaba en 1800 ofrecería oportunidades sobradas para las expectativas de quienes estuviesen en disposición de ascender social y económicamente:
– La desamortización, la gran parrilla donde se quemaría la propiedad eclesiástica y los restos de la propiedad comunitaria municipal. El asado lo consumieron los grandes inversores.
– La nueva maquinaria burocrática del estado centralista ofrecería puestos a unas élites que siempre, como vimos en otros tiempos, habían aspirado a colocar a sus criaturas en puestos políticos destacados.
– Los nuevos negocios de la viticultura abrieron oportunidades que ni podían soñar. El ferrocarril fue un logro considerable para determinados negocios de los poderosos, a costa de una inversión ingente sobre una sociedad que no demandaba siquiera un medio de transporte como este.
– Un aspecto interesante es la opción política de estos grupos sociales. La cuestión la planteamos en un artículo anterior a propósito de la investigación de la desamortización realizada por A. García, pero quizás vale la pena traerla aquí para tenerla presente. La mayoría, quizás mayoría aplastante, liberal necesita ser completada por su antagonista. No conocemos los perfiles del carlismo comarcano y sus opciones sociales.
Así, ¿no encaja a la perfección la agregación a la provincia de Valencia, en 1851, con una oligarquía a la búsqueda de su reproducción en las condiciones más provechosas?
Existen, sin embargo, otros elementos que no conviene descuidar. Antes del XIX apenas tenemos idea de los perfiles y alcance de la pequeña propiedad campesina. Este tipo de propiedad existió siempre; pero desconocemos antes de 1800 su importancia. El pósito, que entre otras cosas se dedicaba a prestar grano a los campesinos y propietarios, es también un testigo de la presencia campesina. El factor campesino, con todo el desconocimiento que acumulamos sobre él, es un factor importante y quizás decisivo.
Precisamente uno de los grandes hallazgos de la investigación reciente es la existencia de estos pequeños propietarios. Los trabajos de J. Piqueras inciden en el proceso de la destrucción de la propiedad colectiva del ayuntamiento de Requena por la acción combinada de agricultores e inversores en tierra. Durante décadas el expolio selló una alianza circunstancial entre los agricultores y los grandes inversores-propietarios.
Esta alianza tenía al sistema de arrendamiento como piedra de toque. Los grandes propietarios, ajenos al trabajo cotidiano de la tierra, utilizaron el contrato de arrendamiento como el mecanismo para explotar sus tierras. David y Goliat convivieron y colaboraron durante décadas. Tiendo a pensar que todos los arrendatarios, las familias desperdigadas por todos los rincones de la MRU, en un proceso de colonización de la tierra probablemente desconocido desde hacía siglos, aspiraban a tomar la titularidad de la propiedad. La propiedad es una ancestral aspiración del campesino, auténtico trabajador de la tierra.
La alianza de David y Goliat empieza a disolverse cuando la rentabilidad del capitalismo hace su aparición. El mercado del vino disuelve la alianza. El mecanismo: el sistema de plantación de viña que suponía la entrega de una parte de la tierra como propiedad al campesino plantador. La gran propiedad estaba creando la plataforma de su aniquilación. La segunda fase del proceso vino dada por la construcción de un Estado centralista.
El proceso político liberal, que se asienta, aunque con flujos y reflujos, a lo largo del siglo XIX, abre canales de bienestar inusitados para su clientela política local. Direcciones generales en los ministerios, gobernadores, secretarías ministeriales, son oportunidades de hacer carrera en la nueva estructura estatal que se está montando. Esta es la clave explicativa del desarraigo de una parte de los grandes propietarios, atraídos ahora por la nueva tierra prometida que se abre en el Madrid del Estado centralista.
El correlato más o menos inmediato es la venta en lotes de las grandes fincas a lo largo de la primera mitad del siglo XX. La ocasión de los arrendatarios y de los pequeños campesinos con ahorros para afrontar el pago de esos lotes. Esta es, desde mi perspectiva absolutamente personal, la esencia de la revolución. La revolución que transforma el viejo sistema social tradicional es la reasunción de la propiedad por el pequeño campesinado.
Esto no significa desconocer la realidad del jornalero, más frecuente en las ciudades y aldeas de lo que aparentemente nos parece. Muchas familias vivían del trabajo en las grandes fincas y en las propiedades de los pequeños. Ellos emigraron los primeros en los sesenta.
Halcones y palomas fueron los protagonistas de la revolución. Es la larga duración un componente que estira nuestra revolución en el tiempo. Los halcones no pudieron vivir sin las palomas. David no pudo hacer la guerra sin Goliat.
David era débil en 1800. Lo seguiría siendo durante décadas. Pero estaba preparado para aprovechar la coyuntura y explotar las debilidades del Goliat terrateniente que se ve impelido a vender cuando el desarraigo prende en sus vástagos. David compra la tierra y se convierte en propietario. Aún durante las décadas del franquismo el terrateniente y la burguesía conservadora de las dos ciudades seguirán dominando la MRU, en una atmósfera global donde la gran novedad es la consolidación del pequeño campesinado propietario, nervio del sector comercial que crece tanto en Requena como en Utiel. Un pequeño campesino resignado a la incultura y la miseria hasta entrados los años setenta.
BIBLIOGRAFÍA CITADA.
Enciso, L.M., La Europa del siglo XVIII, Barcelona, Península, 2001.
Galán, V., “Requena ante la crisis del siglo XVII”, Oleana, 27, CER, Requena, 2013, págs. 89-129.
García, A., Propiedad y territorio. Las desamortizaciones del siglo XIX en Requena, CER, Requena, 2015.
Laslett, P., El mundo que hemos perdido, Madrid, Alianza, 1988.
Piqueras, J., “Colonización rural y expolio del patrimonio municipal en Requena durante el siglo XVIII”, Oleana, Actas del IV Congreso de Historia Comarcal, El alfoz en la época del auge y declive del absolutismo monárquico, CER, Requena, 2009, págs. 613-665.
