Cuando evocamos la España del Siglo de Oro, nos vienen a la mente imágenes de ventas llenas de variopintos viajeros, avezados a recorrer polvorosos caminos, no siempre a lomos de algún fiel Rocinante. Inconscientemente, nos distanciamos mentalmente de nuestras actuales autopistas y carreteras, hormigueantes en los venturosos días anteriores a la dichosa pandemia, cuando la Dirección General de Tráfico se ponía especialmente seria con las conductas imprudentes.
Aquella España quijotesca (y sanchopancesca) de comunicaciones lentas a nuestros ojos, las del imperio en el que no se ponía el sol en lucha con las distancias, se nos vuelve a antojar alejada de ciertas tentaciones, por la adrenalina causada por el gusto de la competición y de la velocidad. Tal antojo, no obstante, es erróneo.
La transitada y comercial Requena de 1622 tuvo que poner coto a más de una infracción circulatoria. Desde hacía tiempo, los carreteros conducían sus vehículos montados en sus mulas, en los bríos, irrumpiendo con peligro en las calles y la plaza del Arrabal. A veces competían para ver quién era el más veloz o el más diestro.
Además de imponer, en las ordenanzas municipales, la sanción de 600 maravedíes, las autoridades requenenses recordaron la manera idónea de conducir los carros. Mientras el carretero principal se abstendría de ir en los bríos, un ayudante llevaría las mulas por los ramales. Quizá no todos los carreteros tendrían un ayudante, al ser a veces labradores que deseaban ganar algunos dineros de más.
Los problemas de los carreteros no concluían con la forma de conducir, sino que proseguían con los puntos de entrega, algo que presenta más de un paralelismo con los actuales mensajeros y repartidores. En 1622 se insistió en el cumplimiento de la ordenanza antigua, no muy respetada, que vedaba que cualquier carretero u otros pudieran entrar en el cercado de la villa con sus vehículos, vacíos o cargados, pues se temía el daño que ocasionaran a las casas de las angostas calles. Las cuevas de tales casas, por donde podían entrar los vehículos, correspondían además a aquellas calles, amenazando con hundirse.
Cosas de la configuración física de los terrenos de la villa, pero los negocios también imponían ciertas excepciones. Se toleraba alguna subida a trechos de los vehículos con la licencia de la justicia o del regidor diputado al efecto, previa demanda por escrito.
Estas cuestiones las motivaban vehículos de tracción animal como los carros y los chirriones o carruajes de un solo eje, lo suficientemente activos de las manos de sus conductores para animar la vida de una Requena nada somnolienta.
Fuentes.
COLECCIÓN HERRERO Y MORAL, I.
