Un alto dignatario de la Iglesia de Castilla.
A comienzos del siglo XIII, bajo el enérgico Inocencio III, el Pontificado hizo sentir su autoridad sobre los poderes civiles de la Cristiandad y desplegó una intensa actividad cruzada contra sus rivales y disidentes. Los reyes de Castilla, como el entonces joven Fernando III, tuvieron que acomodarse a ello en un momento político especialmente delicado tras la muerte en 1217, con apenas trece años, de Enrique I, tío del anterior. No obstante, la cooperación de los prelados era de singular importancia para el poder real al ofrecer consejeros y administradores experimentados e importantes aportaciones económicas, nada desdeñables en las campañas contra los musulmanes.
Los prelados eran generalmente de extracción aristocrática, como don Gonzalo Ibáñez, que fue obispo de Cuenca entre 1236 y 1246. Su presencia se hizo visible en la vida pública castellana. En 1236 se encontró en la solemne consagración como catedral de la gran mezquita de Córdoba, encabezada por el canciller mayor, el obispo de Osma. No en vano, don Gonzalo, de origen toledano, procedía de uno de los linajes más destacados de la ciudad de Toledo, el de los Palomeques, que algunos autores suponen de raigambre mozárabe.
Un obispo con gusto por la administración.
Su actuación al frente de la sede conquense no se puede tachar precisamente de ociosa. Confirmó en 1239 la concordia entre el concejo de la entonces poderosa y expansiva Segovia y la más modesta villa de Madrid, rivales por cuestiones de términos en aquel tiempo. En calidad de servidor del monarca, actuó en la confirmación del privilegio de otorgamiento a Baeza de ciertas aldeas en 1243.
Junto a su cabildo, otorgó diezmos en 1244 al convento de Uclés de la orden de Santiago. Supo deslindar las atribuciones del tesorero y del obrero de la catedral de Cuenca, beneficiada con la mitad de las tercias reales de Cuenca y su tierra por diez años.
Fernando III lo premió por sus servicios con la suculenta donación de cuatro ruedas de aceña en el Guadalquivir, extensible a sus sucesores. Indiscutiblemente, le tuvo aprecio al prelado, que no solo destacó en las tareas de la repoblación y organización del territorio.
La guerra contra los musulmanes.
Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), el potente imperio almohade comenzó a evidenciar signos de crisis. Este importante fracaso militar desacreditó un régimen que había exigido un intenso esfuerzo tributario de los andalusíes. Las luchas por el poder dentro de la dinastía y las ambiciones de los poderosos locales le dieron la puntilla.
Antes de sus grandes conquistas béticas, Fernando III dirigió sus ambiciones hacia tierras valencianas. En 1223 ordenó a las huestes de Cuenca, Huete, Alarcón y Moya emprender una cabalgada contra territorio valenciano, del que salieron triunfantes con gran botín tras talar varios campos, actividad muy propia de la frontera.
En Valencia y su área de influencia gobernaba Zayd Abu Zayd, que se había apartado de la obediencia al califa almohade. El monarca castellano quiso aprovecharse de la situación y en 1224 volvió a proyectar una nueva expedición, de la que tuvo noticia el musulmán. Su primo Al-Bayyasi le recomendó que rindiera pleitesía al castellano.
Esta actitud no pasó desapercibida a los aragoneses, que por el tratado de Cazorla de 1179 tenían derecho a conquistar el territorio valenciano. Enviaron sus embajadores por Soria y al final Zayd entró en el vasallaje de Jaime I en 1229. Lo auxilió en sus campañas valencianas y en 1236 se convirtió al cristianismo con una destacada posición.
La conquista de Requena.
El susodicho tratado no aclaraba los límites occidentales exactos de la Valencia a conquistar por los aragoneses, lo que permitió que en 1238 se ganara Requena por Castilla, si damos por válida la noticia de los jueces de Cuenca de tiempos de Domingo Juanes de Embit.
Como es bien sabido, en 1219 el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada intentó conquistarla sin éxito, prueba de la fortaleza de la Requena islámica. Con frecuencia se ha supuesto la intervención del obispo Gonzalo Ibáñez por parte de historiadores como Mateo López o Trifón Muñoz, lo que no es imposible pero no del todo seguro, pese a la fama del obispo como martillo de musulmanes. Al fin y al cabo, tanto el obispado de Cuenca como la Orden de Santiago, en estrechas relaciones con la mitra conquense, manifestaron un gran interés por la suerte de las tierras valencianas, de tanta importancia para su proyección geográfica, humana y económica.
Entre 1238 y 1257, año en que se concedió la carta puebla, Requena viviría una situación de transición que no conocemos apenas en sus detalles. Del análisis de la citada carta se desprende que los musulmanes conservaron sus heredamientos tras la rendición y que no tuvieron que convivir con una nutrida población cristiana, reducida a una guarnición durante aquellos años. Ello nos indicaría que Requena se rindió por pleitesía o pacto a los castellanos, coincidiendo con el hundimiento del poder islámico en la ciudad de Valencia y sus alrededores. De participar, el señor obispo haría gala de sus dotes diplomáticas, bien probadas en la vida cortesana.
Don Gonzalo Ibáñez murió en Cuenca en 1246 y se le sepultó en medio del coro antiguo de la catedral. Hoy a los requenenses nos complace pensar, con todas las reservas, que la figura episcopal representada en las recuperadas pinturas del templo de San Nicolás es la suya, al menos para intentar poner imagen y nombre a algunos de los que protagonizaron aquel extraordinario momento histórico.
Bibliografía.
DE AYALA, Carlos, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV), Marcial Pons, Madrid, 2007.
LÓPEZ, Mateo, Historia de Cuenca. Ejemplar manuscrito, con correcciones, conservado en la Biblioteca Nacional, datado en 1841, de cuya copia disponemos gracias a la gentileza de don Miguel Ángel Vellisco Bueno.
MUÑOZ, Trifón, Noticias de los ilustrísimos señores obispos que han regido la diócesis de Cuenca, aumentadas con los sucesos más notables acaecidos en sus pontificados y con muchas curiosidades referentes a la iglesia catedral y su cabildo y a esta ciudad y su provincia, Cuenca, Imprenta de Francisco Gómez e hijos, 1860.
