IMAGINERÍA DE LA VERA CRUZ REQUENENSE (I). LOS CRISTOS
Por César Jordá Sánchez, hermano de la Vera Cruz
La cofradía de la Vera Cruz o de la Sangre de Cristo de Requena protagonizó durante siglos las procesiones que conmemoraban la Pasión de Cristo en esta antigua villa castellana. Para ello reunió un notable conjunto de pasos procesionales que recorrían sus calles durante el Jueves y el Viernes Santo. Casi todas esas imágenes, realizadas fruto del esfuerzo y la devoción de nuestros antepasados, fueron pasto de las llamas en el aciago verano de 1936.
De ellas no hemos conservado ni siquiera imágenes fotográficas, pero sí que existe una huella documental que nos acerca a lo que fueron. Es la que seguiremos para intentar valorar su importancia y entender su significado.
Primeras referencias documentales
Las primeras referencias a las imágenes de la cofradía las encontramos en el llamado Libro Viexo de la Vera Cruz. En el acta del Domingo de Ramos de 1617 se establece que “la procesión salga en la forma que está acordada y que se lleven en ella los pasos de Cristo crucificado, la Cruz a Cuestas y la Virgen, y que no se dé hachas a ninguno que no traiga hábito decente”.
Ese mismo año de 1617 se acuerda hacer “un Cristo de madera, que quitado de la cruz se caigan los brazos y se pueda poner en las andas a vista de todos”.
Con fecha de 10 de mayo de 1620 se recoge un inventario de los bienes que poseía la cofradía. Entre ellos se hace referencia al Cristo grande del altar, al Cristo de los entierros, al Cristo grande que se utiliza para el entierro, seis cabezas de cristóbales, el paso de Cristo con la Cruz a Cuestas, una toca de la Virgen, una columna, cinco manos y dos andas.
Estas son las tres primeras referencias que poseemos sobre las imágenes de la cofradía. Cronológicamente nos sitúan en los inicios del siglo XVII, en plena eclosión del periodo barroco. La cultura y el arte barroco fueron reflejo de la actitud vital y espiritual de la sociedad en la que se desarrollaron, en este caso una sociedad marcada por la gran reforma católica (Contrarreforma) que nació del Concilio de Trento (1545-1563). Allí, la Iglesia reafirmó la necesidad de utilizar “la demostración visual para la edificación y ejemplo de los hechos de la historia”. El arte barroco se convertirá, pues, en un instrumento de transmisión del mensaje cristiano a través de las imágenes.
Y es en este contexto donde debemos situar y entender el nacimiento de la Vera Cruz de Requena. Los actos y procesiones que rodean la Semana Santa serán el medio para hacer llegar la pasión de Cristo al pueblo de una forma didáctica y cercana. Utilizaron para ello pasos procesionales realizados con un impactante realismo naturalista, que se mezclaban con el pueblo por las calles del Arrabal y de la Villa, transmitiendo así, de una forma casi vivencial, el relato evangélico.
Las primitivas imágenes de la cofradía conformaban el eje central de ese relato: el sufrimiento que encarnaban el Cristo atado a la Columna o el de la Cruz a Cuestas; la muerte salvífica que se visualizaba mediante el crucifijo o el sepulcro, y el dolor humano e íntimo de la madre recogido en el rostro de la Soledad. Todas ellas fueron un instrumento para mover la más profunda espiritualidad cristiana.
Es difícil hacernos una idea exacta de las características artísticas de cada una de esas imágenes, por lo que intentaremos acercarnos a ellas a través de lo que los documentos y la tradición nos han legado.
Los Cristos de la Vera Cruz
Gracias a las tres actas a las que hemos hecho referencia comprobamos la existencia a comienzos del siglo XVII de cuatro Cristos entre las imágenes de la cofradía. Se ubicaban en una de las dos capillas que la Vera Cruz poseía en el templo del Carmen, en concreto en la llamada de los Cristos, situada debajo del coro, en el lado del evangelio. En dicha capilla existía un altar que según el erudito sacerdote José Antonio Díaz de Martínez ofrecía “en su talla el gusto artístico propio del siglo XVI”.
Presidiendo el retablo estaba el Santísimo Cristo Enarbolado, que debió ser el “Cristo grande del altar” que se menciona en el inventario de 1620 y el mismo que participaba en la procesión de 1617. Si seguimos a los historiadores de la cofradía, “su antigüedad se remontaba al origen de la Sangre”. Parece lógico que fuera así, pues la propia fundación de la Vera Cruz debió traer aparejada la adquisición de una talla de Cristo crucificado, ya que era la imagen con la que debía identificarse la propia hermandad. Se trataría, pues, de una talla del último tercio del siglo XVI, época en que el estilo manierista definía aún la imaginería española.
Su advocación como Cristo Enarbolado es poco frecuente, aunque hemos encontrado algún Cristo homónimo en cofradías de Castilla la Vieja, tratándose de tallas de la segunda mitad del siglo XVI. Cabría pensar que el nombre derivó de la antigua costumbre de alzar y portar la imagen a brazo por uno de los mayordomos de la cofradía. A este respecto sabemos – también por el inventario de 1620- de la existencia de unas “correas para llevar al Cristo”.
En la procesión del Jueves Santo marchaba detrás del Cristo de la Cruz a Cuestas y antes de la Soledad (desde comienzos del siglo XIX precedería a la Virgen de las Angustias). En la del Viernes Santo era el paso que encabezaba la procesión.
En la referida procesión de 1617 se menciona en segundo lugar al paso de la Cruz a Cuestas. En el acta del Domingo de Ramos de 1619 se señalaba el derecho que tenían a portarlo en la procesión del Jueves Santo “los limosneros o plateros de la hermandad” (Bernabéu). Figura también esta talla en el inventario de propiedades de la cofradía hecho en 1620.
La representación de Jesús Nazareno cargando la cruz está documentada en España desde la Edad Media, aunque se popularizó especialmente desde el siglo XVI con el auge de las cofradías penitenciales. Sabemos que la iconografía más frecuente hasta ese siglo fue la de Cristo con la “cruz al revés” es decir, recibiendo la cruz. Desde finales del siglo XVI y sobre todo en el siglo XVII, conforme se extendía el espíritu barroco, se generalizaron las imágenes del Nazareno erguido y cargando la cruz sobre su hombro y las que lo mostraban en una de sus caídas, con un carácter más dramático y naturalista que en etapas anteriores.
Si nos guiamos por la descripción que hace Díaz de Martínez en 1850, el paso de Requena representaba una “de las caídas que dio el Señor bajo el madero de la cruz”. Se trataba de una imagen de vestir, aunque no era de candelero (estructura de tablones de madera a la que se añadían manos y rostro) sino de talla, como así nos lo indica el mismo autor. Lucía una túnica de terciopelo morado, orlada con galones de oro y “demás adornos preciosos”. De las características de esta prenda tenemos una interesante referencia en el llamado Libro Nuevo de la Vera Cruz, pues en las cuentas correspondientes al año 1803 se dan los datos de una túnica nueva, que sustituiría a su centenaria antecesora. Para confeccionarla utilizaron siete varas de terciopelo con un coste de 612 reales, a lo que se añadirían otras siete varas de tafetán para el forro de la túnica y tres palmos de galón. El resto de galón de oro que bordeaba la túnica suponemos que sería aprovechado de la que fue retirada.
El paso salía en procesión la noche del Jueves Santo. Durante el siglo XVII y buena parte del XVIII ocupaba el puesto inmediato al de Cristo de la Columna. En el último tercio de ese siglo, pasaron a precederle el Ecce-Homo, de la cofradía de San Antonio Abad, y el de la Verónica. Tras él marchaba el Cristo Enarbolado.
Volviendo de nuevo al inventario de 1620, en él aparece mencionada “una columna”, que evidentemente asociamos con el paso de Cristo atado a la Columna. En 1617, en el acta donde se organiza el orden de las imágenes en la procesión del Jueves Santo, aún no existe ninguna referencia a este paso, lo cual nos indica que debió realizarse durante esos años.
El hecho de que en 1620 se nombre simplemente “una columna” nos puede hacer pensar que en esa fecha el paso aún no estaba completo y que la hermandad disponía solamente de esta pieza. Pero lo cierto es que en algún acta posterior, cuando sin duda la imagen del Cristo ya existía, se sigue hablando de “la columna”. Incluso Díaz de Martínez, al hablar del paso se refiere a él de la misma manera.
Dicho sacerdote e historiador hace la siguiente descripción: “representa al Señor en el acto de la flagelación, de escultura al natural, formada con la más acabada maestría, según el aprecio que han hecho siempre de ella los inteligentes en el arte”.
Aunque tal descripción no entra en el detalle, podemos imaginarnos ya, por su cronología, una talla barroca, plena de crudo naturalismo. Es muy probable que la columna a la que estaba amarrada la figura de Cristo fuera una columna corta, pues ese tipo de pieza es la que se generaliza en el siglo XVII, sustituyendo a las columnas altas características del siglo anterior. Ese menor tamaño obligaba a la contorsión del cuerpo, dando así mayor dramatismo a la escena.
El paso del Cristo de la Columna salía en procesión el Jueves Santo, situándose antes del Cristo con la Cruz a Cuestas.
La cuarta de las imágenes de Cristo con las que contaba la Vera Cruz tenía un carácter muy especial. Se trataba del Santísimo Cristo Desenclavado o Cristo del Sepulcro, una talla articulada.
En el año de 1617 la hermandad había acordado, como ya vimos, hacer “un Cristo de madera, que quitado de la cruz se caigan los brazos y se pueda poner en las andas a vista de todos”. Esta talla se menciona en el acta de 1620 como “el Cristo grande que se utiliza para el entierro”. Su descripción la tenemos, de nuevo, gracias a Díaz de Martínez, quien lo denomina como paso del Sepulcro. Dice de él que era una “efigie de talla dispuesta con goznes, circunstancia acomodada a la ceremonia del descendimiento de la cruz, que se celebraba desde antiguo”. Indica, además, que en el 1619 ya se llevaba en andas, remitiéndonos para corroborar este dato al acta del 19 de marzo de ese año. Bernabéu, en su Historia de la cofradía, dice que la talla fue realizada en Valencia por Luis de Villanueva y entregada a la cofradía en 1621, dato este último que debió ser un error de imprenta, pues no concuerda con lo que vemos en las actas.
Este tipo de Cristo articulado tiene un origen muy antiguo, que se remonta a la Edad Media, pero su máxima difusión se produce desde la segunda mitad del siglo XVI, tras el Concilio de Trento, en relación con la representación del descendimiento de la cruz que se realizaba en la tarde del Viernes Santo, antes de la procesión del Entierro.
Su antecedente se encuentra en los autos sacramentales sobre la pasión que se celebraban en la Edad Media, cuya función didáctica fue siendo sustituida por las imágenes procesionales que se generalizan desde el siglo XVI. Pero la representación del descendimiento se mantuvo, pues mediante su teatralización se pretendía preparar emocionalmente al público para la posterior procesión del Entierro.
Para tal ceremonia se hacía imprescindible contar con una talla de Cristo crucificado que permitiera desclavarla de la cruz y colocarla posteriormente en una urna a modo de sepulcro. Para ello era necesario que al menos los brazos fueran articulados. En el caso de la talla que poseyó la Vera Cruz requenense, esa articulación se conseguía mediante goznes metálicos colocados en los hombros.
Por lo que sabemos de otros lugares, el acto se representaba en un lugar principal de la iglesia, normalmente en el crucero, delante del altar mayor (en el caso requenense quizá pudo desarrollarse debajo del coro, en el espacio existente entre las dos capillas que poseía la Vera Cruz, según una hipótesis que más adelante desarrollaremos). Se colocaba en el centro de la escena el crucifijo y, tras él, las escaleras desde las que dos personas –en algunos conventos eran los propios frailes y en otros casos suponemos que podrían ser hermanos de la cofradía- procedían a desclavar y descender al Cristo, ayudados por grandes lienzos denominados sábanas o toallas. A este respecto, en los libros de la cofradía se conservan algunos datos curiosos: en 1716 se hicieron “tres toallas para el descendimiento” a cargo de los licenciados Nicolás Ortiz y José Ibarra, a condición de guardarlas en sus casas, lo que quizás demuestra que el protagonismo en la ejecución de la ceremonia ya no lo tenían los frailes; en 1793 se hizo también con tal fin “una toalla grande”. Tras el descendimiento, la figura de Cristo muerto se mostraba a su madre, representada por la talla de la Soledad, para posteriormente colocarla solemnemente en el sepulcro.
Finalizada esta ceremonia daría comienzo la procesión. Durante el siglo XVI, en Requena, participaban los pasos del Cristo Enarbolado, el Sepulcro y la Soledad. A comienzos del siglo XIX se incluyó también a la Virgen de la Angustias o Descendimiento (quizás cuando la representación del “desenclavamiento” había entrado en desuso).
Durante el resto del año el Cristo se ubicaba en un nicho situado bajo el retablo. Esto lo diferenciaba de la mayoría de los Cristos de este tipo, que solían colocarse en su posición de crucificado.
Con esta talla se completaba el conjunto de pasos procesionales centrados en la figura de Cristo con los que contó la Vera Cruz durante su etapa barroca.

Cuadro del desenclavo de Cristo. Convento de las Agustinas (Medina del Campo)
Fuentes documentales
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Viejo de la Vera Cruz.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.
Bibliografía
DÍAZ DE MARTÍNEZ, José Antonio, Historia de la Venerable Cofradía de la Vera-Cruz o Sangre de Cristo Señor Nuestro, fundada en el templo del Carmen de la Ciudad de Requena, Requena, 1850.
BERNABÉU LÓPEZ, Rafael. La Vera Cruz requenense, Requena, 1955.
BELDA, Cristóbal y otros, Los siglos del barroco, AKAL, Madrid, 1997.
ALFÉREZ MOLINA, Candelaria, De la narrativa manierista a la teatralidad barroca en la escultura devocional de Priego de Córdoba, Religiosidad popular: Cofradías de penitencia, San Lorenzo del Escorial, 2017.
FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Ruth, Sistemas de articulación en Cristos del Descendimiento, Master en conservación y restauración de bienes culturales, UPV.