IMAGINERÍA DE LA VERA CRUZ REQUENESE (II). LA VIRGEN DE LA SOLEDAD O DE LOS DOLORES.
Por César Jordá Sánchez, hermano de la Vera Cruz.
Tras la Contrarreforma la Virgen María adquirió un especial protagonismo dentro de la imaginería española, debido a la defensa que de ella se hizo en el Concilio de Trento frente a los postulados antimarianos del protestantismo. La figura de la Virgen se convirtió así en un estandarte del catolicismo, con especial fuerza bajo advocaciones como la del Rosario, la Inmaculada o la Soledad. Esta última, por tener un especial protagonismo en el relato evangélico de la Pasión, estuvo casi siempre presente en las cofradías de la Vera Cruz, como así sucedería en la de Requena.
Sobre la Virgen de la Soledad requenense escribe en 1850 el sacerdote e historiador José Antonio Díaz de Martínez, diciendo que era una “imagen singular en su clase, cuyo carácter y expresión hace la admiración de los artistas” e indica que había presidido “las procesiones del Jueves y Viernes Santo desde el origen de la Sangre”.
La imagen que conoció el erudito sacerdote a mediados del siglo XIX – a la que también denomina Dolorosa en otra parte de su libro- era la de la Virgen de los Dolores que hoy conservamos; la única que se pudo salvar de la hoguera en1936. Su historia es enigmática y sugestiva, por todas las interpretaciones que hay tras ella. Para su completo conocimiento sería necesario un trabajo exhaustivo, que cohesione lo que sabemos a través de la documentación, con los aspectos artísticos y los referentes a su autoría que aún están por desentrañar.
Por lo que a este trabaja atañe nos centraremos en lo que los libros de la cofradía y la bibliografía histórica nos han legado, para acercarnos al posible origen y al vínculo de la imagen con la cofradía de la Vera Cruz.
Lo que nos dicen los documentos de la cofradía.
La referencia más antigua que conservamos de esta imagen data de 1617, gracias a la mención que de ella se hace en el acta de la reunión del Domingo de Ramos de ese año, en la que se establece la participación del paso de la Virgen en la procesión del Jueves Santo, tras los de “la Cruz a Cuestas” y el Cristo crucificado. Sería, sin lugar a dudas, la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, como se comprueba en actas posteriores.
En el inventario de propiedades de la cofradía de 1620 se recoge la existencia de “una toca de la Virgen”. De este pequeño apunte podemos deducir, en primer lugar, que esa imagen utilizada por la hermandad para las procesiones no era de su propiedad, pues no figura como tal en el inventario. Ello nos hace pensar que pertenecería a los carmelitas, quienes, como promotores de la cofradía, pudieron cederla para su uso. Por otro lado, entendemos que se trataba de una talla de vestir, como nos indica el hecho de que dispusiera de una “toca”, término que podría hacer referencia a un pequeño manto con el que se cubría la imagen desde la cabeza.
Este tipo de imágenes “vestideras” comenzaron a generalizarse en la segunda mitad del siglo XVI, vinculadas a la nueva visión del arte religioso que se impulsa con la Contrarreforma. La primera referencia que tenemos de una Soledad de este tipo data de 1565. Fue la que realizó Gaspar Becerra para el convento de la Victoria de Madrid. Se trataba de una imagen que tenía talladas únicamente la cabeza y las manos, las cuales se unían a una estructura de madera (candelero) que se revestía con ropas. Esta Soledad madrileña lucía las prendas características de las viudas ricas de la época, entre las que destacaba el manto negro que las cubría. Dicha iconografía se difundiría rápidamente por toda la Corona de Castilla.
La imagen a la que se hace referencia en el inventario, que respondería a esta tipología, quedó vinculada a la hermandad y participó en las procesiones del Jueves y el Viernes Santo, tal y como se refleja en las actas del Libro Viejo de la Vera Cruz durante el siglo XVII.
En el acta del 24 de marzo de 1720, a propuesta del arcipreste don Pedro Domínguez de la Coba, la Vera Cruz aprueba hacer un nuevo retablo en la antigua capilla de San Sebastián, para colocar en él a Nuestra Señora de la Soledad. En el documento se establece, además, que la cofradía “tenga obligación de cuidar de ella y sea dueño de ella”. Firmaron el acta el prior del convento del Carmen fray Gil Muñoz, el corregidor y justicia mayor de la villa y tierra de Requena Manuel Rodríguez de Valderrabuena y los cargos de la Vera Cruz, dando fe de ello el notario apostólico don Joseph Jordí Fernández.
El documento es importante pues en él se reafirma el vínculo de la imagen con la Vera Cruz y se refuerza el semblante mariológico que cada vez estaba cobrando más importancia en la cofradía.
La explicación de estos cambios pudo ser diversa. Es muy probable que desde finales del siglo XVII, de forma paralela a un descenso de la devoción popular hacia la Virgen de la Soterraña (cuya capilla había pasado a la propiedad de la familia Ferrer de Plegamans) se hubiera ido produciendo un incremento del fervor hacia la Soledad, advocación que se acercaba más a la visión religiosa que traían los nuevos tiempos, cada vez más alejados de las tradiciones medievales. Tampoco hay que olvidar que don Pedro Domínguez de la Coba, promotor de estos cambios, pudo tener vínculos con dicha imagen, por estar emparentado con fray Antonio Heredia Ferrer, quien habría traído la talla a Requena -según una tradición que más adelante comentaremos-. Ambos factores pudieron explicar que se le quisiera dar más realce a la Soledad colocándola en una capilla propia y vinculándola de una forma más sólida con la cofradía.
Es interesante a este respecto, también, la interpretación planteada en conversación particular por el profesor Víctor Manuel Galán, en relación al sentido escenográfico que esa nueva ubicación de la imagen en la capilla que confrontaba con la de los Cristos podía tener en el desarrollo de la ceremonia del “desencalvamiento” de la cruz, que se realizaba antes de la procesión del Viernes Santo. De esta manera la Soledad, ya colocada en el anda, permanecería a los pies de su capilla, contemplando cómo su hijo era bajado de la cruz para ser colocado en el sepulcro, y quedaría preparada, además, para participar en la inmediata procesión del Entierro.

Por otro lado, la nueva responsabilidad que la Vera Cruz adquiere desde ese momento sobre la Soledad, explica que solo un año después, en 1721 (acta del 6 de abril), la cofradía decida restaurar la talla, lo que nos habla también de su antigüedad.
El aumento de la devoción hacia ella a partir de ese momento se aprecia a través de distintos aspectos, como la confección en 1735 a expensas de doña Francisca Montés de “un palio de terciopelo negro para Nuestra Señora de la Soledad de esta cofradía”, con el que se solemnizaba su salida procesional; o la pugna por la defensa del derecho que algunas familias tenían para portar el anda de la Virgen, como se desprende del memorial presentado a la cofradía el 2 de abril de 1786, en el que se menciona otro memorial “más de centenario” en el que ya se recogía ese mismo derecho.
A comienzos del siglo XIX en la documentación de la cofradía comienza a aparecer la denominación de Virgen de los Dolores para referirse a esta imagen, aunque alternando con la advocación tradicional de la Soledad. Un ejemplo de ello lo tenemos en las actas del 17 y 18 de enero de 1814, donde se refleja, además, el vínculo que la unía a la cofradía. En ellas se recogen los acuerdos tomados para recuperar la normalidad en el funcionamiento de la hermandad, tras la expulsión de las tropas francesas que habían ocupado Requena. En la junta del 17 de enero “se hizo presente cómo la imagen de Nuestra Señora de los Dolores se depositó en la iglesia de San Salvador”. Así había ocurrido, durante el periodo de ocupación la Virgen fue trasladada al Salvador, ante el temor a posibles acciones de saqueo de las tropas francesas, dado que los frailes carmelitas habían sido exclaustrados. Acabada la guerra, la junta comisionó al alférez de la Vera Cruz, don Joaquín Ferrer y al escribano don Pedro Clemente de Mena, para que solicitasen al arcipreste su devolución.
En la segunda mitad del XIX y a comienzos del siglo XX la denominación de Virgen de los Dolores se ha consolidado ya en la documentación, aunque puntualmente siga utilizándose el nombre tradicional de Soledad, como vemos en las “Constituciones reformadas para el gobierno de la Vera Cruz o Sangre de Cristo” (aprobadas por el obispado de Cuenca en 1850), donde se establece, en su constitución 73, que “las imágenes propias de esta corporación son según su antigüedad: la Soledad, el Crucifijo enarbolado…; o en el acta de la junta del domingo de Ramos de 1909, en la que se hace referencia a la subasta de “una vara de la Soledad”.
La Virgen de los Dolores se salvó de la quema de imágenes producida al inicio de la Guerra Civil (1936-39), gracias a que fue ocultada en la casa de don Francisco Fagoaga y doña Dolores Monsalve, hermana de la entonces camarera de la Virgen doña Teresa Monsalve. Tras la guerra la imagen volvió a la iglesia del Carmen, donde se le construyó un nuevo retablo (1942) que sustituyó al destruido durante la contienda.
En 1943 se reorganiza la cofradía de la Vera Cruz, que retoma sus acciones en pro del culto a la Dolorosa. Así, en 1953 se “comisiona al hermano Francisco García Cruz para que realice las gestiones que conduzcan a la proclamación canónica de la Virgen de los Dolores como patrona de la ciudad” (acta del 2 de enero). En 1956 se encargó al escultor Antonio Gómez la realización de una nueva talla “que sustituya a la titular en las frecuentes ceremonias al aire libre, dadas las huellas de deterioro que se vienen observando en su divino rostro”.
De la documentación de la cofradía se desprende, por tanto, no solo la relación histórica de ésta con la Virgen de la Soledad o de los Dolores, sino también una permanencia de la talla a lo largo del tiempo, sin que se constate en ningún momento su posible sustitución.
El origen de la imagen a través de los historiadores de la Vera Cruz.
Durante los siglos XIX y XX varios historiadores vinculados a la cofradía escribieron sobre su historia e intentaron desentrañar el origen de la talla de la Virgen de la Soledad o de los Dolores.
La versión que la mayoría de nosotros hemos conocido es la que recoge don Rafael Bernabéu en dos de sus obras: la” Historia de Requena” (1945) y “La Vera Cruz requenense” (1955). Este último libro es un riguroso trabajo de investigación sobre la historia de la cofradía en el que maneja fuentes documentales y orales. La importancia de esta obra fue enorme para la hermandad, pues permitió la recuperación y difusión de su historia, casi olvidada tras la prolongada crisis que vivió desde las últimas décadas del siglo XIX y que culminó en 1936 con la destrucción de casi todas sus imágenes. En 1943, tras la contienda civil, la cofradía solo tenía tres hermanos, y sus pasos procesionales, ritos y tradiciones formaban parte de una memoria casi perdida.
En esta obra Bernabéu distingue entre la Virgen de la Soledad y la de los Dolores. Habla de la quema de la imagen de la Soledad al inicio de la guerra, diferenciándola de la Virgen de los Dolores, que pudo ser salvada de las llamas. Al tratar sobre sobre el origen de esta talla, establece que don Joaquín María Ferrer, en 1773, compró en Valencia una imagen de “una Dolorosa” (rostro y manos), atribuida al escultor valenciano Ignacio Vergara. La familia Ferrer, según dicho autor, confió la imagen a los carmelitas, pasando finalmente su custodia a la Vera Cruz. Esta imagen acabaría sustituyendo a la antigua talla de la Soledad.
Lo cierto es que a este respecto no hemos encontrado ninguna confirmación documental en los libros de actas y demás fondos del archivo de la Vera Cruz. El mismo autor, en un trabajo inédito escrito en 1946 titulado “Historia del culto a la Virgen Santísima de los Dolores”, al referirse al escultor de la imagen, indica que “el archivo particular de la familia Ferrer, copioso en curiosidades administrativas de sus ascendentes los Domínguez de la Coba, tampoco proyecta luz sobre el problema, al igual que los registros de las producciones de Vergara, que figuran en la Real Academia de San Carlos de Valencia, ni los concienzudos trabajos sobre artistas valencianos publicados por Ruiz de Lihorry, Sanchis Sivera, Elías Tormo y otros”. Aun así, don Rafael Bernabéu se reafirma en la autoría de Vergara, basándose posiblemente en referencias orales transmitidas por los herederos de la familia Ferrer.
De 1909 y 1926, según nos refiere Fermín Pardo, se conservan sendos inventarios de bienes de la iglesia del Carmen, en los que se hace referencia a una imagen de la Virgen de los Dolores conservada en el trasagrario. El primero la describe como “una imagen de talla vestida de Ntra. Sra. de los Dolores” y el segundo como “una imagen pequeña de la Virgen de los Dolores para las procesiones”. Se pregunta el cronista de Requena si esta imagen pudiera ser la antigua de la cofradía, aunque reconoce que no hay ningún documento que lo confirme.
Las versiones que sobre el origen de la imagen nos transmiten los dos historiadores de la cofradía del siglo XIX son distintas a la que acabamos de ver.
En 1850, el sacerdote don José Antonio Díaz de Martínez, en su “Historia de la Venerable Cofradía de la Vera Cruz”, al tratar sobre las imágenes de la hermandad realiza una breve pero elocuente descripción de la talla, de la que destaca su valor artístico, añadiendo que “ su antigüedad es tan remota que no la he podido descubrir, así como tampoco el modo originario o derivado con que la adquirió la Vera Cruz”, e indica, como ya vimos, que había presidido “desde el origen de la Vera Cruz las procesiones de Jueves y Viernes Santo”.
Si pensamos que Díaz de Martínez nació en 1797, sólo veinticuatro años después de la supuesta realización de la Virgen de los Dolores por Vergara, y dado el talante de historiador minucioso del erudito sacerdote, llama la atención que no obtuviera ninguna referencia oral o documental de la llegada a Requena de una obra de tal importancia ni de la posterior sustitución de la antigua Soledad.
De lo que no cabe duda es que la imagen que él conoció y describió era la de la actual Virgen de los Dolores. De hecho, en su obra, la denomina tanto Soledad como Dolorosa.
Cuarenta años después, el abogado e historiador don Enrique Herrero y Moral, en su “Historia de Requena” (1890), al tratar sobre las imágenes de la cofradía de la Vera Cruz hace referencia a “María Santísima de la Soledad, o como la llamamos generalmente, la Virgen de los Dolores…” y sobre ella recoge una antigua tradición familiar, según la cual la talla fue un regalo del carmelita requenense fray Antonio de Heredia Ferrer (confesor de Santa Teresa y primer prior de la orden de los carmelitas descalzos) a la comunidad del Carmen de Requena. Sobre este destacado personaje sabemos que después de un largo periplo por distintos conventos castellanos y andaluces, murió en 1601en Vélez- Málaga. Allí había fundado en 1591 el convento de San José de la Soledad.
Herrero rescató esta historia por boca de su tía doña Teresa Herrero de la Cárcel, viuda de don Joaquín Ferrer y Penén. Doña Teresa era en ese momento camarera de la Virgen, privilegio al cual había accedido por pertenecer a la familia Ferrer, en la cual recaía históricamente el derecho de vestir a la imagen y atender al cuidado de sus pertenecías, según lo que habría dispuesto el propio fray Antonio.
Estas dos versiones del siglo XIX remontarían, pues, el origen de la imagen de la Soledad o Dolorosa a finales del siglo XVI, coincidiendo con lo que se desprende de la documentación de la cofradía. Frente a ellas estaría la interpretación de Bernabéu, en la que se habla de la existencia de dos imágenes distintas, siendo la que actualmente se conserva, la de la Virgen de los Dolores, una talla del último tercio del siglo XVIII.
Para completar nuestro conocimiento sobre el origen de la Virgen de los Dolores o Soledad será importante recopilar la opinión de historiadores del arte que sepan analizar con certeza los aspectos formales y estilísticos de la talla y añadir a ello nuevas investigaciones que pudieran llevarnos a establecer con certeza la autoría.
Pero conviene hacer hincapié en que fuera de este interés meramente histórico, el valor real de la Virgen de los Dolores es otro, el espiritual. Lo realmente importante es que nuestra Dolorosa o Soledad ha proporcionado consuelo y esperanza a generaciones de requenenses, cumpliendo ese objetivo que se planteaba en Trento de que las imágenes religiosas no fueran en sí un objeto de idolatría, sino un instrumento para acercarnos a lo trascendente, al mensaje de la salvación.

Fuentes documentales.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Viejo de la Vera Cruz.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.
Libro de actas de la Vera Cruz 1943-1968.
Bibliografía.
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