Tiempos de guerra.
A mediados del siglo XVII la monarquía española se encontraba asediada por demasiados costados. Proseguía la guerra con los franceses por la hegemonía de Europa Occidental, y persistía la resistencia en Cataluña y Portugal.
La derrota de la rebelión napolitana, la paz con las Provincias Unidas de los Países Bajos y el estallido de la Fronda en Francia permitieron a los españoles recuperar posiciones con gran esfuerzo. Terminada en el centro de Europa la guerra de los Treinta Años, la que enfrentaba a España y Francia se encontraba en tablas. La irrupción a fines de 1654 de la Inglaterra de Cromwell contra España inclinaría la situación a favor de Francia.
Tiempos de penurias.
Las arcas de la monarquía española se encontraban exhaustas. Los futuros ingresos de demasiados impuestos se encontraban ya hipotecados para conseguir préstamo en condiciones muy severas. El tesoro indiano cada vez se mostraba menos pródigo ante el aumento del comercio ilegal. La bancarrota ya había sido declarada en varias ocasiones, mientras la alteración de la moneda ocasionaba temibles problemas de inflación.
En tan grave situación se prefirió ignorar a las Cortes en Castilla para evitar reclamaciones o protestas, y las autoridades reales prefirieron entenderse directamente con los prohombres de los distintos municipios, cuyas gentes padecían una combinación de penuria y enfermedad empeorada por los impuestos. La contribución de las milicias fue otro motivo de pesadumbre.
La sufrida Requena.
Nuestra localidad padecía por todo ello con agudeza, abusándose de sus bienes de propios y arbitrios cuando muchas artigas mermaban los pinares de su tierra y los ganados empezaban a carecer de buenos albergues.
En 1654 el pago del donativo de quinientos ducados obligó a adehesar la Hoya de la Carrasca, cuyo arrendamiento no rindió los beneficios esperados en tan apurado momento. Así que para completar la cantidad se tuvo que pedir un préstamo al 8%, respaldado a todos los efectos con los fondos del Pósito, encargado de proporcionar grano a los labradores en apuros y harina a los panaderos para que el precio del pan no alcanzara precios inalcanzables.
Las cosas no mejoraron en los años siguientes. El arrendamiento por un sexenio de la dehesa de Campo Arcís por 2.600 reales anuales no compensó. Los panaderos desdeñaron el Pósito, necesitado de rehacer pérdidas. Los arbitrios gravaron los productos en el mercado, y la baratura del vino de Utiel resultó lesiva para el requenense en 1655. El alojamiento de unidades de caballería en 1657 añadió amargura.
El mercado crediticio en la ciudad de Valencia.
La crisis también golpeaba al vecino reino de Valencia, especialmente tras la expulsión de los moriscos en 1609. En aquel momento la circulación de la mala moneda de cobre intoxicaba su economía.
Se intentó acabar con el problema cambiando el cobre por plata castellana. Entre Valencia y Castilla existían estrechísimas relaciones comerciales desde la Baja Edad Media, y los mercaderes valencianos habían frecuentado con asiduidad las ferias de Medina del Campo, donde lograron pingües beneficios. Allí dirigieron no pocas de sus letras de cambio.
En 1608 las ferias de Medina del Campo fenecieron, pero los hombres de negocios de la ciudad de Valencia mantuvieron la ficción que todavía trataban allí. Les resultó de gran utilidad.
Cuando concedían un préstamo a cobrar en Medina del Campo (en Castilla) lo hacían en cobre. Su valor e intereses correspondientes se satisfacían en la codiciada plata. Este hábil sistema financiero, bien estudiado por Felipe Ruiz Martín, se organizó a través de la Casa de Feria de la ciudad de Valencia. Casas similares llegaron a funcionar en Alicante y Játiva.
En busca del préstamo.
El angustiado municipio de Requena no tuvo más remedio que acudir a la Casa de Feria valenciana, cuyos intereses y derechos llegaban a ascender al 15% anual.
En enero de 1657 se tomó tal disposición con disgusto. Para negociar las condiciones menos onerosas posibles se nombraron comisarios, que tuvieron que dar fianzas como garantía de cumplimiento de su mandato.
La obtención de la ansiada letra de vellón para Castilla de Valencia no era tarea sencilla, pues apenas se encontraban doblones y plata doble. El premio o compensación por las cantidades cada vez mayores de cobre en las teóricas monedas argénteas se había disparado. El problema acuciaba a Requena y al marquesado de Moya, en estrecho contacto con la Corona de Aragón.
En Sevilla, sede de la Casa de la Contratación y punto de llegada de la plata americana, los signos de depresión eran más que evidentes, alcanzando las malas noticias todos los rincones de Castilla.
El duro afronte del pago.
Las condiciones resultaron duras, y los medios de pago desagradables. Se consideró enajenar parte del patrimonio concejil, como algún pinar que valiera al menos unos doscientos reales.
Como semejante recurso ya se encontraba a la sazón muy quebrantado, se apostó por imponer un arbitrio sobre el consumo, anunciando la plaga que caería sobre los contribuyentes requenenses hasta fecha relativamente reciente. Cada azumbre de vino se gravó con 4 maravedíes.
Como tal carga recaía inevitablemente en las espaldas más modestas, no rendía lo suficiente en tiempos de apretura, y al final se echaba mano de los fondos del Pósito para pagar, perjudicando doblemente a la hacienda municipal y a sus contribuyentes.
La carga del imperio se tradujo para nosotros en un enojoso endeudamiento.

Fuentes.
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA, Libro de actas municipales de enero de 1650 a noviembre de 1659, nº. 2740.