El episodio del Bienio Progresista.
La Historia de la España del siglo XIX es pródiga en incidencias. Entre julio de 1854 y julio de 1856 se desarrolló el llamado Bienio Progresista, que rompió puntualmente el predominio de gabinetes moderados o cercanos a sus posturas de gran parte del reinado de Isabel II.
Aunque desde febrero de 1854 tuvieron lugar distintas protestas a lo largo de la geografía española, a causa del descontento social y político, no fue hasta julio del mismo año cuando el general Leopoldo O´Donnell cuando conseguiría imponerse no sin dificultades. Este movimiento ha sido considerado de manera dispar como la réplica española de la gran revolución europea de 1848 o como un simple juego de generales políticos prestos a pronunciarse. Con todas sus limitaciones, que condujeron a su finalización en julio de 1856, hemos de reconocer que se trató de una etapa intensa en la que se aprobó una nueva Constitución (la fugacísima de 1855) y se impulsó la desamortización de los bienes municipales y el tendido de la red ferroviaria.
Por marzo de 1854 Requena tenía 6.232 almas en el casco urbano (distribuidos entre la villa, con 1.847; el arrabal, con 2.670; y las Peñas, con 1.715) y en los caseríos 3.290. La crisis de la industria sedera le golpeó por aquel entonces, lo que dio pie a numerosos problemas de asistencia social. La invasión del cólera morbo asiático, la temible enfermedad que atacó el mundo del siglo XIX desde Bengala a Estados Unidos, complicó sobremanera aquella penosa situación. Los medios de asistencia locales, bajo la dirección de la junta de beneficencia, fueron puestos a prueba, así como el nuevo emplazamiento del hospital de pobres en el antiguo convento de San Francisco.
El nuevo poder municipal.
Antes del triunfo de la Vicalvarada, un hombre de clara significación progresista como Norberto Piñango se alzó con la alcaldía constitucional, concretamente desde el 22 de enero del 54, en sustitución de Mariano Peinado.
El éxito final del poco progresista O´Donnell condujo a los liberales progresistas al poder por razones de conveniencia práctica de aquel general. Frente a unos moderados partidarios de asumir desde la administración central los poderes de la nación, los progresistas defendieron una cierta descentralización desde los municipios. El restablecimiento pleno de la alcaldía constitucional electiva la entendieron como el medio de restablecer la autonomía local, fundamento de una España más libre y menos sujeta a la arbitrariedad del poder.
El municipio, cada vez más llamado el ayuntamiento, representaba al pueblo de Requena, siempre heroico y virtuoso, que nunca abandonaba a sus familiares como otros a causa del temido cólera. El padre ayuntamiento dividió Requena el 25 de mayo de 1854 en dos distritos médicos que englobaban las escuadras correspondientes a sus calles según un uso muy anterior aplicado a la defensa o a la recaudación de contribuciones. La cooperación de los vecinos, especialmente de los más prominentes, se consideró tan benéfica como caritativa con independencia de la existencia de la junta de beneficencia. Esta clase de colaboración fue altamente valorada por el liberalismo decimonónico español, nacido en medio de una insurrección generalizada contra Napoleón conducida por juntas atentas a mantener el orden público.
Este espíritu no evitó la fuerte intervención en los asuntos locales del gobernador civil de Valencia, que el 28 de abril de 1854 nombró como facultativos del hospital a personas tan experimentadas como Nicolás de Zanón. La quiebra de los mecanismos de asistencia del Antiguo Régimen tampoco ayudó al ideal progresista de autosuficiencia local en provecho del vecindario. Desde el gobierno civil se elevó una sentida queja el 29 de junio del 54, en medio de fuertes dificultades de abastecimiento, por las incobrables deudas del difunto pósito desde 1837. El deslinde de los montes Blancos y las solicitudes de agua de riego no beneficiaron al común de los requenenses. En 1854 el síndico de la junta de riegos era el propietario Luis Moliní. Tras el reparto de las tandas de riego de la fuente de Reinas en 1852 entre los grandes hacendados especialmente, se acordó el 12 de marzo del 54 que no se pasara agua de ninguna tanda y un aprovechamiento más equitativo del regadío.
Insuficiencias fiscales y necesidades de asistencia.
El cólera amenazaba con invadir Requena y el 8 de febrero de 1854 se celebró una sesión extraordinaria del ayuntamiento para conseguir fondos para atajarlo. Se pensó lograr unos 20.000 reales en parte sobre los recargos de los artículos de consumo como la carne (3.000), la carne de porcino (2.370), el aceite (2.100), el aguardiente (1.506) y el jabón (1.030), lo que perjudicaba a las clases populares. La acción de los especuladores forasteros complicó este medio de recaudación, el de los viejos arbitrios en el fondo, a 18 de mayo de aquel año en el pago de la contribución general, que también salió de los denostados consumos.
La reforma fiscal fue en la España del XIX un problema casi tan insoluble como el del déficit municipal y el más general del Estado. El 10 de junio se recibió un mandato del gobernador del 29 de mayo anterior por el que se impuso un arbitrio sobre los consumos para cubrir el déficit según la real instrucción del 8 de junio de 1847. En este ambiente tuvo lugar la Vicalvarada.
Si el 23 de julio de 1854 el gobernador encargó el cobro de las contribuciones directas a los ayuntamientos en lugar de a la Casa de Gabriel Campo e hijo, el 30 del mismo mes se declaró de forma rimbombante el cese del cobro de los consumos, que de todos modos prosiguieron percibiéndose a pesar que se declararan incobrables a 12 de octubre. Sobre las tres de la tarde del primero de enero de 1855 grupos de personas se reunieron en la plaza de la villa para protestar contra su cobranza, lo que obligó al alcalde segundo Manuel García Pedrón a presentar su dimisión al día siguiente para aquietar las aguas.
El cólera ataca Requena.
Bajo los progresistas se volvió a animar la Milicia Nacional Voluntaria, salvaguardia ciudadana frente a los excesos del poder militar. A 17 de agosto de 1854, en plena efervescencia revolucionaria, la junta de armamento y defensa de Requena procedió al alistamiento general para la misma. Pensó poner en pie un batallón de ocho compañías de 115 a 110 hombres cada una frente a los enemigos de la causa, pero el más feroz enemigo de los requenenses en los próximos meses fue el cólera, contra el que se emplearon medios ya probados contra la peste.
Entre el 23 y el 29 de agosto del 54 el cólera atacó con enorme virulencia la ciudad de Alicante, donde llegaron a morir en un día hasta 140 personas. A 2 de septiembre se temió, ante los calores excesivos, la propagación de la epidemia alicantina en Requena y se suspendió la celebración anual de la feria. Las prevenciones fundadas no impidieron los brotes coléricos del 3 de octubre en nuestra localidad. La enfermedad hizo sus mayores estragos entre el 13 y el 24 de julio de 1855. Ignacio Latorre ha contabilizado 788 muertos en el ataque colérico de 1854-55, lo que supone un elevado 8% de mortalidad por habitante.
Polémicas alrededor de la asistencia a los enfermos.
Los progresistas se declararon católicos a nivel general, al igual que muchos liberales decimonónicos, pero fueron firmes partidarios de subordinar la Iglesia al Estado. Durante el Bienio se mostraron conformes con la tolerancia de cultos y atacaron la actuación de algunos eclesiásticos durante la epidemia de cólera.
El gobernador de Alicante González de Quijano, fallecido por su actividad contra la epidemia, se convirtió en un símbolo del prohombre sacrificado en pro del bien común, y en Requena la dedicación de los facultativos se contrapuso al abandono del clero. Se ensalzó a médicos como Felipe Mislata y Rafael Tortosa, a los diputados José Trinidad Herrero y Luis Moliní y a prohombres como Florentino Monsalve.
El arcipreste Pedro González, por el contrario, se convirtió en el blanco de duras críticas, al que se acusó de no aportar nada al ayuntamiento pese a las promesas de reintegro, algo propio de un especulador y un traficante. A las agustinas que no atendieron a los pobres se les invitó a marcharse a Valencia dada su escasa utilidad espiritual y material.
La lucha contra el cólera, pues, se inscribió en las polémicas de la época, como la de la filantropía liberal frente a la antigua caridad. Los progresistas requenenses acusaron a ciertos sacerdotes de olvidar sus deberes de padres de alma y los humanitarios del hombre en sociedad, máximas evangélicas según su visión que alejaba toda acusación que se les hacía de herejía, cuando ellos verdaderamente comprendían y profesaban la religión. La junta de beneficencia se inscribió en ese ambiente de fuerte apelación moral.
El imperio de la Ley.
Una de las tareas más importantes de la junta fue la de la gestión y mantenimiento del hospital de pobres. Conscientes de la importancia de la primera, sus integrantes insistieron el 17 de febrero del 54 en el necesario rigor documental.
Al día siguiente se aprobó el comienzo de las labores de redacción del reglamento del régimen interior del hospital. El 3 de diciembre de 1856, tras los zarpazos del cólera, se alcanzó un primer esbozo del mismo, que se concluyó finalmente en 1861. Se definieron con precisión las figuras del depositario, el contador, el secretario, el médico director, los profesores de medicina, la hospitalera y el ayudante, de tal manera que podemos considerarlo el núcleo funcional del reglamento de 1881.
Junto a la preocupación por las normas, se insistió asimismo en la máxima corrección de la gestión contable del hospital, dado su precario estado económico. El 17 de abril de 1855 se obligó a que el administrador José Martínez Gimilio presentara cuentas.
El mantenimiento de las instalaciones hospitalarias.
Las condiciones materiales de la atención hospitalaria, antes de la liquidación del 2 de abril de 1859, eran precarias, para variar. Los edificios de los que se hizo cargo la junta de beneficencia requerían no pocos dispendios. Al imponente conjunto monumental de San Francisco, necesitado de reformas de habilitación, se sumaron las atenciones dedicadas a la casa en la calle del Carmen, local del antiguo hospital.
El 19 de mayo de 1854 se hizo imperativa la reparación de edificios y el 7 de octubre de 1855 se acordó la composición del trullo en el callejón del Pregonero. Por si fuera poco, el 2 de octubre de 1855 la misma junta se hizo cargo de poner barrotes de madera en la casa cuartel de la Guardia Civil.
La sempiterna falta de fondos.
El dinero continuó siendo difícil de conseguir, así que el 19 de mayo de 1854 se prefirió la subasta de terrenos del hospital a su arrendamiento, lo que rompía un comportamiento que databa del siglo XVIII al menos.
Consciente del problema, el 7 de noviembre del 54 el comisario de guerra de Valencia se dirigió al intendente general militar para que nombrara en las juntas de beneficencia a una persona encargada de la liquidación de las cuentas de los hospitales civiles. En nuestro caso sería el valenciano Francisco Aparicio y Collado, que concluyó su carrera a fines del XIX en Gracia y Justicia. Su tarea fue ardua, al igual que la de los encargados de la beneficencia municipal en un tiempo de grandes esperanzas y no menores desilusiones, de epidemia y revolución.
Bibliografía.
LATORRE, Ignacio, “Requena en los tiempos del cólera: una sociedad frente a la enfermedad”, Oleana, nº 28, 2014, pp. 91-122.
KIERNAN, Victor Gordon, La revolución de 1854 en España, Madrid, 1970.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DE POBRES DE REQUENA.
Actas de la junta de beneficencia de 1838 a 1880.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas de la junta de regantes, nº. 1281.
Libro de actas municipales de 1854-55, nº. 2778.
