El final de los buenos tiempos.
Cuando murió Carlos III y le sucedió su hijo Carlos IV los observadores más superficiales auguraron una España reformista y respetada por las otras grandes Monarquías europeas. La Revolución iniciada en la Francia de 1789 lo trastocó todo, amenazando la seguridad de las instituciones y la mentalidad del Antiguo Régimen. Se temió el contagio revolucionario en un continente atenazado por severas contradicciones sociales.
España no escapó precisamente de ellas. El crecimiento demográfico a lo largo del siglo XVIII había aumentado las bocas a alimentar y el número de pobres. La tierra se distribuía desigualmente a lo largo de sus territorios y los vínculos y las manos muertas frenaban ciertos ímpetus empresariales. El comercio con las Indias se había vivificado, pero su seguridad dependía fuertemente de la paz en el Atlántico. Los impuestos distaban de haberse reformado satisfactoriamente y el erario público ya arrastraba una importante deuda, que no haría más que acrecentarse con los años, mientras las instituciones crediticias se encontraban en un estado muy precario. La guerra pondría cruelmente de manifiesto la ruinosa planta del edificio.
La Requena de 1790 era muy distinta de la de 1690. La antigua dedicación ganadera y mercantil había dado paso a la sedería y a una agricultura más próspera, con indudable proyección comercial. Sin embargo, las debilidades del sector sedero en lo técnico y financiero se hicieron más que evidentes cuando el mercado se contrajo y la monarquía pidió cada vez más.
La pobreza se agudizó entre nosotros, llegando a convertirse en un problema de orden público ante el temor de las autoridades a los desheredados. El Hospital de Pobres de Requena, con unos fondos discretos, tuvo que hacer honor a sus compromisos, tan acrecidos como para conducirlo a la ruina. Su hundimiento planteó un problema asistencial de primer orden al municipio, muy atento a la protesta social, y se inmiscuyó en su gestión, provocando roces con el estamento eclesiástico encargado de su patronato.
En 1790-91 se mantuvo todavía la tónica del período anterior de difícil cuadratura de las cuentas, expresadas en reales, dejando ver ya su fragilidad.
INGRESO DISPENDIO ALCANCE
1790 8.089 2.888 5.201
1791 8.785 7.352 1.433
Bajo el impacto de la guerra contra la Francia revolucionaria.
Todavía se seguía el uso de ingresar en el ejercicio anual los alcances del anterior.
1792 4.819 3.067 1.752
La viuda del doctor Salvador de Arcas, por otra parte, realizó un importante legado en aquel año de 1792. En enero de 1793 España declaró la guerra a los regicidas franceses, lo que contribuyó a empeorar la situación.
1793 5.120 3.462 2.053
1794 5.042 3.646 1.396
1795 4.801 3.545 1.256
La contienda, desfavorable para los españoles, coincidió con importantes acontecimientos en Requena. El 24 de diciembre de 1793 cambió el sistema de elección de los regidores, más abierto a la nueva oligarquía surgida al calor de la expansión secular. La guerra pasó su onerosa factura, pues además de rogarse en sus templos por la victoria de las armas del rey, Requena se esforzó en el envío de voluntarios con destino a la armada en el verano de 1794. Desde abril del año anterior el mantenimiento de cada uno de los diez soldados enviados por Requena costaba tres reales diarios.
La intensificación del paso de las tropas se añadió al habitual de los arrieros y repercutió en las reservas de grano para el panadeo del Pósito, todavía no bien repuesto de una etapa de cosechas escasas entre 1779 y 1789.
Se subieron las contribuciones reales en consonancia. De 1792 a 1793 se pasó a exigir por las alcabalas de 17.681 a 31.518 reales y por la alcabala del viento de 28.800 a 45.200.
El colapso.
En 1795 se tuvo que concertar la paz con Francia, ya desembarazada de los jacobinos, y en 1796 se pasó a estar en guerra en alianza con los franceses contra Gran Bretaña, la gran rival en el Atlántico y en las Américas. Los resultados volvieron a ser desastrosos. Agotado por el esfuerzo y sin fondos procedentes de liquidaciones anteriores que paliaran la gravedad de la situación, el Hospital quebró:
1796 y 1797 7.193 7.442 -249
1798 1.248 6.080 -7.328
El fallecimiento en 1798 del mayordomo, el prudente don Juan de Alarcón, resultó un severo inconveniente, encargándose de la gestión directa temporalmente el presbítero de San Nicolás.
Para colmo de males en marzo de 1798 la sequía golpeó con fuerza Requena. La venta libre del pan no mejoró el aprovisionamiento precisamente. Las enfermedades y la falta de ocupación de los tejedores de seda y de los jornaleros obligaron a recurrir a la limosna de los más pudientes.
La situación ciertamente era grave para el Hospital, ya que el alquiler de las casas sólo rindió 165 reales. El impago de los censos resultó monstruoso, arrastrándose los atrasos desde 1792. El 12 de junio de 1798 el Consejo de Castilla tuvo que instar a la declaración de los censos de 1797. No resulta nada extraño que en 1799 no se consignara nada de nada.
Ante semejante panorama se postularon las corridas, hoy tan denostadas por algunos, como solución. A fines del XVIII era costumbre que un grupo de emprendedores pidiera autorización al Consejo de Castilla autorización para correr toros, vacas o novillos, que no se podían matar ni hacer correr enmaromados por las calles. En 1793 el Consejo denegó la corrida de la Soterraña ante la esterilidad de los tiempos, que desaconsejaban el sacrificio de reses.
Del 14 al 15 de septiembre de 1798 sí que se celebraron a beneficio del Hospital fiestas municipales de vacas y novillos, según decisión del Consejo de Castilla del 17 de agosto. Se ingresaron 10.042 reales por los puestos de la plaza, 367 por la limosna popular, 200 por otra limosna de cuatro fanegas, 2.552 por la venta de las carnes, 510 por la venta de un novillo y 570 por la venta de las pieles. Por el contrario se gastaron 5.780 por la compra de nueve reses, 4.500 por la paga de los carpinteros que cerraron la plaza, 656 por la guarda de las reses, 230 por la contrata de los danzarines de Chiva, 180 por las gestiones de compra, 100 por los músicos, 97 por el fuego de la cuerda y por 1.235 el resto de elementos necesarios. Finalmente sólo se obtuvieron unos 1.463 reales, magro resultado para tan magna celebración.
Una controversia amarga.
La quiebra financiera del Hospital desató una agria polémica, cuando el municipio asumió su patronato desposeyendo al cura párroco de San Nicolás. El problema se planteó en términos legales vidriosos al desconocerse los estatutos fundacionales de la institución. La ubicación de las armas del concejo sobre la puerta de su capilla dio pábulo a la reclamación. Se ignoraba que en el juicio de residencia del corregidor Lorenzo de San Pedro en 1583 se hacía expresa referencia a la potestad corregimental de nombrar mayordomo y de visitar las cuentas, lo que equivalía al patronato. La incorporación de Requena y Utiel al corregimiento de Chinchilla en 1586 quizá motivara que el patronato pasara a manos eclesiásticas, pero todo ello distaba de estar claro.
El 28 de marzo de 1798 cayó Godoy, asumiendo la secretaría de Estado el ilustrado Francisco de Saavedra. Su sucesor Mariano Luis de Urquijo, cuyo secretario de Hacienda fue Miguel Cayetano Soler, anunciaría el 29 de diciembre de 1799 la enajenación de los bienes de los hospitales, hospicios y obras pías a cambio del 3% de su valor. El momento parecía propicio para el cambio de titularidad del patronazgo.
El municipio comisionó a Basilio Sáez y a Juan Antonio Gimilio para gestionar el Hospital. El procurador síndico personero Guillermo Mata aparece como el gran impulsor de la municipalización ante el corregidor Ignacio Campero. Aduciría aquél la falta de humanidad del cura de San Nicolás, don Benito Cuevas de la Fuente, ante la afluencia de muchos pobres, transeúntes y forasteros, atendiendo sólo a los feligreses de su parroquia y despidiendo a los demás con acre despotismo. Ya asomaba entre algunos requenenses el liberalismo, pero disimulado bajo la apariencia de respeto a la Iglesia: no todos los sacerdotes se comportaban igual. Además, algún pobre infeliz podía morir sin confesarse. El 16 de noviembre de 1798 el procurador síndico personero se dirigió al fiscal del Consejo de Castilla Felipe Ignacio Canga Argüelles, de renombrado prestigio.
El 17 de diciembre el procurador Pedro Manuel de Rueda respondió en nombre del párroco de San Nicolás, acogiéndose a la real cédula de 19 de noviembre de 1771. La autoridad legal del Provisor del Obispado de Cuenca había sido menoscabada por el corregidor.
Del 26 de febrero al 13 de abril de 1799 se sustanció el litigio. El cura de San Nicolás cuestionó abiertamente que las armas municipales sobre la puerta de la capilla indicaran patronato, pues al fin y al cabo también el Carmen y los templos de Santa María y San Nicolás también las tenían. Se quejó de agresión a la armonía de la sociedad humana, argumento de tono aristotélico que se contrapuso a la filantropía ilustrada del procurador síndico.
El primero de julio de 1799 el Consejo de Castilla dictó providencia a favor de la facultad del cura párroco don Benito Cuevas de la Fuente para nombrar mayordomo, quizá por la carencia de documentos legales que avalaran el patronato municipal. De todos modos la decisión tuvo que ser notificada a los munícipes. El 9 de julio de 1800 se exigió la entrega de los bienes de la institución a don Benito.
Tras el litigio del despojo las aguas se serenaron. El 5 de agosto los comisarios presentaron cuentas, recibiendo las gracias y dirigiendo un oficio al cura párroco de San Nicolás. El 11 del mismo mes los comisarios y el cura párroco establecieron los capítulos para una mejora del gobierno y la administración del Hospital, especialmente de la limosna. Finalmente el cura nombró mayordomo a don Francisco Antonio Herrero.
Los problemas continúan.
La controversia en el fondo sólo sirvió para ocultar muy parcialmente la gravedad de la situación.
INGRESO DISPENDIO ALCANCE
1800-01 6.094 6.365 -271
1801-02 7.288 1.394 5.894
Comenzó el ejercicio en julio a partir de 1800. Las limosnas significaron entonces el 69% de los ingresos de 1800-01. Se encargó Juan Antonio Martínez Gimilio de atender a los enfermos. El panorama distó de mejorar en los siguientes años:
1802-03 6.813 8.248 –1.435
1803-04 10.988 13.697 -2.709
1804-05 5.452 8.400 -2.948
En 1802-03 el patrono fue don Dionisio Enríquez de Navarra y el mayordomo o administrador don Francisco Antonio Herrero (regidor por el estado llano en 1802). Precisamente su familiar José Antonio Herrero fue nombrado regidor comisionado en 1804 para el socorro de los pobres, formándose Juntas de Socorro y Beneficencia ante la epidemia de tercianas en Castilla. En 1798 don José Antonio había desempeñado la regencia de la real jurisdicción ordinaria ante la enfermedad del corregidor.
Se ingresaron en 1802-03 por limosnas 2.959 reales (el 43´4% del total). La limosna pretendía evitar que se avanzara la contribución al rey de los más pudientes, rodeándolos de un halo de caridad ante los menesterosos. Asimismo se lograron por censos y arrendamientos 2.562 (37´6%) y por las estancias de veinte soldados hospitalizados los comisarios pagaron 1.288 (19%).
La situación resultó muy dura. En el invierno de 1802 las lluvias fueron muy copiosas y en el de 1803 los temporales de hielo y nieve descargaron con gran rigor, imposibilitando el plantío de árboles según el plan de montes de 1799. En el verano de 1802 el pedrisco hizo la vida imposible a los labradores, especialmente a los de Caudete. En mayo de 1803 la helada mató las viñas y el trigo acusó la falta de aguas. La Pequeña Edad de Hielo todavía lanzaba sus zarpazos contra las poblaciones campesinas.
El Pósito se encontraba en apuros ante las maniobras de algunos comerciantes y cosecheros al por menor. Los precios del trigo se acrecentaron notablemente. En enero de 1802 la variedad de rubión se vendía a 66 reales la fanega y la de pontegí a 71. Si el 12 de octubre el rubión llegó a 85 y la variedad de gefa a 80, en enero de 1803 el primero alcanzó los 90 y la segunda los 97. Se tuvo que retener la quinta parte de los diezmos para socorrer a los labradores pobres el 19 de septiembre de 1803.
Las cargas militares no eran menores. La intendencia obligó a Requena desde noviembre de 1802 a suministrar camas y utensilios (raciones de pan, cebada, etc.) para las tropas de bandera de la villa, cuyos reclutas se destinaban especialmente a las reales guardias, la artillería de marina y al regimiento de caballería de Alcántara. Al núcleo inicial de veinticuatro militares con sus jefes se incorporaron nuevos reclutas. Los gastos ascendieron en noviembre de 1805 a 1.500 reales. En febrero de 1806 los cincuenta y un soldados de las cuatro banderas de recluta incrementaron su dispendio hasta 6.000 reales, muy difíciles de conseguir.
En el invierno de 1804-05 los contribuyentes más pudientes volvieron a ofrecer limosnas para quinientos pobres y combatir las calenturas. En septiembre de 1802 la epidemia de tercianas se había cebado con Fuenterrobles en especial. La Junta de Sanidad Municipal no contó con los fondos suficientes ante las fiebres que azotaban Murcia, Valencia y Aragón en septiembre de 1805.
Vistas las cosas en 1803-04 se tomaron diversas medidas tanto desde el municipio como desde el Hospital. Se estableció que los beneficios de la plaza de toros fueran a beneficio del Hospital. El municipio estableció el precio de la entrada en 4 reales por persona los días 6 y 7 de junio, y en 5 en el mes de septiembre de 1803.
Se adoptaron, pues, en consonancia con la autoridad municipal una serie de medidas ante la gravedad de la situación. Se extremaron las prevenciones contra los transeúntes que se pasaban toda la jornada por la calle. El 8 de abril de 1805 se dictó la salida de todos los forasteros en veinticuatro horas bajo pena, se prohibió pedir limosna tras las oraciones y se ordenó el desalojo de todas las casillas, pagos de viña y corrales de los temidos forasteros.
Por otra parte, no se permitió la acogida de los criados en el Hospital descargando de sus deberes y responsabilidades a sus señores. Se supervisó con mayor atención el número de criados en la jurisdicción requenense, componiéndose a 4 de mayo de 1803 planos de los caseríos de la jurisdicción para la más exacta contribución de los criados. Se intensificó la precaución ante las epidemias y se mandó cerrar las puertas del Hospital de las 20.00 a las 22.00 horas según la estación.
Los soldados suizos asistidos a veces se sintieron agradecidos, y uno de ellos ofreció una limosna de más de 10 reales. Gesto especialmente grato cuando el 4 de mayo de 1803 el administrador Francisco Antonio Herrero solicitara de las autoridades los importes de las altas de los soldados enfermos.
Ante la avalancha de dificultades no se careció precisamente de buena voluntad. Tanto en el Hospital como en el concejo encontramos personas preocupadas y sensibles al sufrimiento ajeno. La sede episcopal conquense fue ocupada en 1800-02 por don Antonio Palafox y Croy, el hijo de los marqueses de Ariza que fuera arcediano de Cuenca. Hombre ilustrado preocupado por alentar la sedería y por la educación de las niñas, pasa entre algunos autores por jansenista. El empeño de algunos individuos ante la adversidad anuncia un nuevo tiempo, el de la Era de los Enríquez de Navarra.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DE POBRES DE REQUENA.
Libro de cuenta y razón de 1770-1801 (segundo libro) y de 1802-03 a 1838 (tercer libro).
Libro de escrituras de manifestación de la herencia de doña María del Moral (primer libro).
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1792-94 (3334), 1798-1802 (2735) y 1803-07 (2734).
Libro de las cuentas del Pósito de 1802-05 (3559).
