España ha cambiado mucho desde 1959 en lo económico y en lo social, entre otros campos. La activa vida de demasiados pueblos, con sus vecinos y tradiciones queridas, ha ido disminuyendo hasta unos niveles más que preocupantes, a punto de la extinción o incluso ya agotada. Movidos por la legítima ilusión de los años mozos, una parte considerable de la juventud de las localidades del interior probó fortuna en la gran ciudad, donde llegó a formar una familia y a iniciar una nueva vida más allá del terrazgo de sus mayores. Una de aquellas personas fue Mª Carmen Martínez Hernández, que del Instituto de Requena pasó a la Universidad de Valencia.
Pasado el tiempo, con una brillante trayectoria profesional como archivera en la Diputación Provincial de Córdoba e historiadora insobornable, Mª Carmen ha emprendido el mismo camino que el Salvatore de Cinema Paradiso. Por mucho tiempo pasado en Roma y de tratar de no echar la vista atrás, por consejo del entrañable Alfredo, retorna un día a su pueblecito de Giancaldo, donde vuelve a encontrarse con las verdades como puños de la infancia, las que siempre están ahí. En su magnífico Mi infancia son recuerdos de… Requena demuestra que las experiencias catárticas son buenas, en este caso sin las aristas de Volverás a Región de Juan Benet.
Con un estilo preciosista que mima el lenguaje, en el que toda palabra corriente se corona como reina de la escritura, Mª Carmen nos deleita sobre un sinfín de temas, de rincones de la vida requenense de una generación, que nos llevan desde la alegría de los días de mona, con sus juegos y meriendas, al placer del aprendizaje en las aulas del Instituto, sin olvidar aquellos peliculones del Hollywood clásico, con Charlton Heston en plenitud de facultades como Moisés (¡casi nada!). Los gustos de Mª Carmen son exquisitos, y esta requenense llegada a orillas del Guadalquivir nos regala un gran patio cordobés en forma de libro, de flores de intenso cromatismo y espaciosos aires libres.
Para todas las personas gustosas de recrearse en la vida de la Requena de fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta, con ojos infantiles carentes de puerilidad bobalicona, Mi infancia… resulta ser una obra ideal. Constituye la vertiente más sentimental, y quizá sentida, de la obra de una historiadora de raza que nos ha contado los entresijos del personal rector de la Diputación Provincial de Córdoba, los orígenes de la Fiesta de la Vendimia o la trayectoria de figuras de la talla de Pascual Carrión. Su ilusión juvenil no decae, y de ella esperamos nuevos artículos y libros.
En cierta ocasión me comentó que el Instituto de Requena, por el que siente predilección, había servido para que muchos jóvenes de la localidad la abandonaran al final. Su promoción profesional dio la espalda a Requena, y otras localidades pudieron disfrutar de la cosecha de su juventud. Triste paradoja para un Instituto que fue creado e impulsado por la ilusión local. Otras personas han coincidido con su opinión en sus conversaciones conmigo. Lo cierto es que actualmente uno de los retos de la España interior es captar a los jóvenes y evitar su marcha. Requenense ausente durante un tiempo, Mª Carmen nos demuestra que nunca ha dejado de ser joven y de querer con toda su alma a Requena, que jamás ha abandonado. Mi infancia son recuerdos de… Requena es un homenaje digno del montaje de los retazos de películas que el Alfredo de Cinema Paradiso guardó para Salvatore, una emotiva declaración de amor por lo que se lleva adentro, por lo que más se quiere.
Víctor Manuel Galán Tendero.