A comienzos de nuestro siglo la Unión Europea no es una de las grandes potencias político-militares del mundo, al modo de los Estados Unidos, pero tampoco es una simple agrupación comercial de países. Todavía queda mucho por hacer en estos tiempos de cierto abatimiento, cuando Gran Bretaña negocia su salida de la misma, aunque también se ha avanzado considerablemente. Hace trescientos años los europeos todavía vivían bajo la amenaza de las hambrunas, hace doscientos no tenían asegurados sus derechos civiles y políticos, y hace cien aplicaban los logros de la tecnología para desgarrarse en una horrible guerra. A cincuenta años vista, cuando se pedía la imaginación al poder, nadie hubiera imaginado el final incruento de la Guerra Fría. Las jóvenes generaciones tienen muchos retos por delante, algo que no es nuevo, que al menos pueden afrontar con mayor conciencia ecológica y humana.
Aquí reside el futuro, en la formación de la juventud, pues Europa no tiene que convertirse en el parque temático de antiguallas que algunos critican. El maestro Félix Rodríguez de la Fuente, todo un grande, nos deleitó con su formidable El hombre y la tierra, la serie que contaba a los televidentes algo más que la existencia de los seres vivos, pues la humanidad y la naturaleza son compañeras indisociables, algo más que obvio en Europa. Los afanosos arqueólogos, pertrechados de ganas y teorías cada vez más elaboradas, han ido desenterrando los mundos de sus pasadas civilizaciones desde el Paleolítico Inferior, nada menos. Experto reconocido en los celtíberos, Francisco Burillo ha indagado en nuestro pasado común y ha podido constatar el retroceso antrópico de las tierras que le son familiares. Cuando uno recuerda la juventud de la vieja Europa, su lozanía capaz de plantar cara a la misma Roma y al lucero del alba, se emociona y no deja de indignarse (valga la expresión) por el abandono actual, la de la lacerante despoblación.
Lo que ha tenido que luchar don Francisco para sacar adelante su proyecto Serranía Celtibérica, acompañado por Pilar Burillo, lo sabe él mejor que nadie. Dice el saber popular que el que la sigue la consigue. Sus propuestas, desgranadas en trabajos y en informadas conferencias, han suscitado admiración e interés. Un buen resultado ha sido la constitución el 26 de julio de 2018 del Consorcio Europeo de las Áreas muy Escasamente Pobladas o VSPA del Territorio del Sudoeste de Europa, con el apoyo de la Diputación provincial de Valencia. Se inscribe en los Proyectos transnacionales a través del Fondo FEDER, el encargado del fomento del desarrollo de zonas rurales.
La iniciativa se ha marcado como objetivos la investigación y la innovación, la competitividad de la pequeña y mediana empresa, la economía baja en carbono, la lucha contra el cambio climático y la eficiencia de los recursos. La Asociación Instituto de Investigación y Desarrollo Rural Serranía Celtibérica y la Red de Universidades de la Serranía Celtibérica han aportado un enorme volumen y calidad de datos para enfocar mejor la cuestión.
La posible y deseable reversión de los procesos de despoblación del área de la Serranía Celtibérica se encuadra a efectos de la UE en la zona del Sudoeste, la de Portugal, España y parte de la Francia meridional, con rasgos en común. Desde el Acta Única del 1 de julio de 1987 se han coordinado mejor los distintos fondos para corregir los desequilibrios de la integración europea.
Sostuvo Voltaire en El siglo de Luis XIV que los europeos formaban una gran familia, con costumbres comunes, más allá de sus divisiones en reinos y parcialidades. La realidad física, los antecedentes culturales y los ritmos históricos (la estructura y la coyuntura invocada hace años) ha alejado a los pobladores del Sur de los del Norte del continente durante tiempo, pero todos han participado en un mismo juego, el de la dialéctica del centro y la periferia si seguimos los postulados de la economía-mundo que enunciara Wallerstein. En toda división del trabajo y de las funciones entre territorios subyacen lacerantes vínculos de desigualdad y subordinación. La especialización productiva propugnada por el liberalismo clásico no siempre ha deparado el feliz resultado de la opulenta Dinamarca rural.
Varios pensadores han sostenido que la Historia avanza en el carro de los vencedores a costa de los cadáveres de los derrotados. Hubo un tiempo en el que el poder de las naciones europeas se medía en toneladas de acero producidas, totémico equivalente de su poder militar, y no en el número de plazas hospitalarias o escolares. El siglo XX arruinó viejos imperios y la idea filosófica del progreso inmaculado, triunfante línea ascendente capaz de superar obstáculos. A día de hoy sabemos que crecimiento y desarrollo no son sinónimos. El gran Miguel Delibes pidió bajarse de un mundo semejante a un coche sin frenos, que atropellaba brutalmente a las personas y a su medio natural, como el de su querida Castilla, que ha cargado con tantos tópicos.
Los españoles de después del Gran Trauma, si seguimos a Sergio del Molino, somos mayoritariamente gentes de pueblo atrapadas en la gran ciudad, de la que nos liberamos muy de tanto en tanto escapando de vacaciones al lugar de la niñez. Semejante aseveración tiene su parte subjetiva, pero también se apoya sobre elementos menos pasionales. En las grandes urbes una parte de la ciudadanía padece problemas de vivienda, dotación, contaminación y comunicación derivados de su saturación. El fenómeno va más allá de España o Europa al asociarse a los procesos de los tiempos postindustriales. Quienes pueden se establecen en uniformadas viviendas unifamiliares de urbanizaciones de las afueras, donde el automóvil se convierte en una necesidad imperiosa incluso para comprar la barrita de pan en algunos casos. Más allá de sus sufridas áreas suburbiales, crecen en los anillos exteriores de las saturninas ciudades pueblas de estilo norteamericano, en las que el centro comercial ha arrebatado el trono a las tiendas de toda la vida al modo de la Europa mediterránea.
Tales trayectorias nos indican que el centro no siempre es idílico, que los ricos también lloran, y que quizá la periferia tenga más oportunidades de las que se han supuesto. La misma Pilar Burillo ha distinguido entre área con baja densidad y despoblada con agudeza. No se trata de un juego de palabras. Los amantes de la historia medieval apreciarán que una cosa es la colonización u ocupación humana y otra la repoblación u organización territorial. Laponia se encontraría en la situación de baja densidad, pero la Serranía Celtibérica, de la que es antesala nuestra comarca, en la más problemática condición segunda.
¿Qué hacer? Resignarse a la aniquilación es estúpido y nada tiene que ver con el espíritu de superación de la Humanidad desde sus comienzos. Por de pronto, un territorio despoblado ofrece grandes oportunidades de uso, y el nuestro dispone de importantísimos recursos de tierra, agua y aire limpio al no padecer una actividad industrial como otras áreas del continente.
La experiencia del carbón o del petróleo, por poner dos ejemplos clásicos, nos muestra que el bienestar no se consigue con su mera explotación, sino con una sociedad capaz de aprovechar las oportunidades y de distribuirlas de la manera más juiciosa. La formación educativa es clave, así como el retorno o la captación de profesionales cualificados. La ayuda económica de las instituciones es muy necesaria para fomentar las condiciones de desarrollo.
Desde Teruel se ha propuesto el trazado del mapa de los niveles de riesgo de despoblación para compensar el mantenimiento de los servicios básicos del Estado del Bienestar. Para acertar en el diagnóstico es prioritario contar con datos lo más precisos posibles, más allá de lo consignado en el padrón municipal, en el que no figuran habitantes empadronados en otra localidad. Sería oportuno que las administraciones avanzaran en documentos de declaración oficial de despoblado, que comportaran una serie de coberturas económicas y legales en favor del territorio afectado para restablecerlo. Bajo los Reyes Católicos, se consideraba despoblado a un lugar con la iglesia derruida, algo lógico si tenemos presente que la falta de actividad de su pila bautismal entrañaba algo realmente grave. Hoy tenemos ante nosotros el desafío de una población envejecida y decreciente en nuestro medio rural, pero también la posibilidad de hacer algo, de romper una dinámica. Iniciativas como la de Serranía Celtibérica y la del Consorcio que nos ocupa tienen valor tanto por los fondos como por la actitud, en el fondo el mejor tesoro de las personas.
Víctor Manuel Galán Tendero.