El cobijo de los árboles.
El 11 de mayo de 1518 Carlos I ordenó el plantío de árboles ante el encarecimiento de la leña, que tanto perjudicaba a los pobres. A los ganaderos también les ocasionaba perjuicios la disminución de la masa arbórea.
En todos los lugares de la Europa de comienzos del siglo XVI los bosques rindieron un servicio más que notable a sus vecinos y moradores, ya que proporcionaban alimento para los hombres y los ganados, remedios medicinales, elementos para la calefacción, combustible natural y materiales de construcción.
Todavía no estamos bien informados del ritmo de las roturaciones en el término de Requena entre los siglos XIII y XV, pero a la altura de 1518 su cubierta forestal todavía era importante a nivel general. El principal impulso labrador aún estaba por venir. Pese a todo, se dio la voz de alarma y se impusieron sisas para impulsar lo que podríamos considerar sin mayores problemas la repoblación forestal.
La constatación de un fracaso.
Las autoridades locales no pudieron ni quisieron aplicarla debidamente. Ya el 11 de abril de 1535 se reiteró el plantío de árboles ante la irrupción de los rebaños ganaderos, tan importantes para nuestra economía local. Mediado el siglo las cosas distaron de haberse mejorado.
Se insistió el 2 de mayo de 1561 en plantar árboles en las tierras de secano. Entre 1562 y 1563 la labranza ganó fuerza y los cultivadores talaron numerosos pinos de las majadas, lo que deshizo varios abrevaderos de los ganaderos.
El 22 de enero de 1562 se alertó de las quemas de pinares y el 10 de noviembre de 1563 las talas amenazaron importantes sectores de la Solana de Hortunas, del carrascal de San Antonio, del de la villa, del de Camporrobles y su granja y el Pinarejo del arrabal de las casillas.
En la tala de árboles no se observó el modo tradicional de dejar horca y pendón para la justicia y las caballerías, lo que quebrantó la cubierta forestal de las principales dehesas boalares como la de Campo Arcís. La tala indiscriminada perjudicaba la viabilidad de la explotación ganadera en Requena, tan importante para sus ingresos municipales.
Un intento de cambiar la tendencia.
Consciente del problema, el concejo dispuso varias medidas compatibles con la expansión agrícola. El 11 de enero de 1565 se propuso plantar en el siguiente mes de febrero de diez a doce mil pies de morera y de cuatro a cinco mil de álamos blancos y chopos en ambos lados de la ribera del río de la Vega.
Asimismo se insistió en la conservación de los pedazos de encinar en lugares como las viñas de los frailes y que Canalejas no debía talarse.
Entre marzo y abril de 1567 se diseñó un verdadero plan de repoblación forestal del término siguiendo las instrucciones reales.
Una instantánea de la tierra de Requena en tiempos de Felipe II.
Para llevarlo a cabo el concejo dividió la tierra, término y jurisdicción en una serie de áreas naturales y económicas, nombrando para su reconocimiento en cada una a dos varones hábiles y suficientes junto con un alguacil y un escribano.
La primera abarcaba, desde el mojón de Utiel arriba, el camino viejo del Pajazo hacia Villargordo, la cañada de Caudete y Jaraguas, Fuenterrobles, Horcajo, Camporrobles, la cañada del Toconar, el Pajazo y Canalejas. Se le encomendó a Marco Pedrón de Martín Pedrón y Miguel Sánchez de Benito Sánchez. Con grandes extensiones de carrascas, pinos y monte bajo, su labranza se estimó muy gravosa por su accidentado terreno. El agua de sus pozos y de sus pequeñas fuentes podía ayudar a que crecieran los árboles frutales.
La segunda (confiada a Alonso Rodríguez y Francisco Ruiz) comprendía el Verçeal, Cañada Honda, Peñahoradada, Campalbo, Realame, Venta del Moro, Sevilluela, las Talayas, Casa Villana, Albosa y su hondonada y la ramba de la Esteruela. Se sostuvo que el pinar y las encinas de la Venta requerían ser taladas. Tanto los pastores como los labradores de sus labores sabían extraer un buen aprovechamiento de sus terrenos.
La tercera, encomendada a Juan Corachán el Viejo y Juan Sánchez de Hortolá, englobaba Campo Arcís, el barranco del agua, los Algodones, la cañada Tolluda, Montalvillo, Hórtola, la hoya de la Carrasca, Hortunas y río arriba hasta Almadeque. Se caracterizaba por ser un área de dehesas, disponiendo de pinares, carrascales y monte bajo.
La cuarta se extendía por el Rebollar, la venta y la sierra del pico del Tejo, los Barrancos, el Riatillo, Villar de Olmos, la sierra de Juan García, las Cañadas y la cuesta de Castejón. Marco Pedrón de Rodrigo Pedrón y Agustín Muñoz en calidad de encargados informaron que sus pinares no deberían talarse por ofrecer abrigo a los ganados, insistiendo en los perjuicios ocasionados por la labranza de la bajada del pico del Tejo.
Salta a la vista la variedad del extenso término requenense. A medida que se aproximaba a la villa la protección de los árboles requería de mayores atenciones y prevenciones.
La quinta área la conformaba la Vega, a cargo de Luis de la Cárcel y Rodrigo de Sigüenza, del camino del Pontón al mojón de Utiel. Aquí se instó a que en heredades pertenecientes a ciento quince particulares se plantaran hasta 1.901 árboles. Se recomendó en cada partida de la Vega una variedad. En San Bartolomé y Regajo Viejo almendros y olivos, en Reinas manzanos, perales, moreras, guindos, cerezos, membrillos e higueras, en la hoya de los Molinos árboles frutales, en el Puente del Catalán y vuelta la acequia olivos y almendros, en Rozaleme arriba de las fuentes olivos e higueras, en el campo debajo de Rozaleme y el Carrizal manzanos, perales, higueras, frutales y olivos, en el Romeral olivos, almendros e higueras, en la Cueva del Portillo olivos, almendros y árboles de fruto, en el Arenal membrillos y frutales, en la Torre del Aceite árboles de fruto, en Jaraiz cerezos, manzanos e higueras y en Piedrahilla almendros.
Hernando de la Cárcel de Pedro Pérez y Juan García Abengamar tomaron a su cargo la sexta área, la de las viñas de la villa, y Alonso Muñoz de Peladebrajo y Cristóbal de la Cárcel la séptima de la puerta de la villa, que no merecieron mayores preocupaciones.
Se pretendió fomentar la arboricultura, un objetivo que por desgracia distaría de cumplirse.
La prosecución de las talas.
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII ya se evidenciaba en Requena la necesidad de dinero para atender a los pagos a la monarquía y de cereales para alimentarse en varios años. La mayor explotación de las dehesas podía rendir sus buenos maravedíes.
Las licencias de tala también fueron otro medio para allegar dinero contante y sonante. El 22 de diciembre de 1600, por ejemplo, se concedió licencia a Francisco de Villanueva para cortar sesenta pinos para su casa en la labor fuera de la redonda, las majadas y los vedados.
Sin embargo, se distó mucho de observar siempre semejantes cautelas. En realidad reinó el descontrol en muchos puntos de nuestro término. El 18 de enero de 1601 se deploró abiertamente en el concejo la escasa custodia de los carrascales y se instó sin mayor éxito a que los alguaciles y los caballeros de la sierra guardaran mejor los montes.
Otro intento de control, el de 1613.
En vista de ello, a instancias del concejo requenense, Felipe III aprobó las ordenanzas para la guarda y conservación de los términos de Requena el 17 de julio de 1613 en Madrid.
Se partió de la exigencia de mayor rigor y cumplimiento por parte de la administración concejil. Los alguaciles de campos, montes, redonda y panes serían escogidos por la justicia de la villa. A muchos que decían ser vecinos para abusar de los recursos del término se les exigiría casa y licencia en regla.
Se reiteró la obligación de los caballeros de la sierra de dar dos veces por semana la vuelta al término so pena de 600 maravedíes y no entrar a suertes. Deberían ser auxiliados por los vecinos sufragáneos y los ganaderos herbajantes, cuya elevado número se deploró.
A fin de preservar los recursos forestales se estableció que del primero de junio a San Miguel se tolerara artigar y abastecerse de leña en menos de veinte carretadas a los vecinos con casas a un cuarto de legua. Debían de cuidarse los carrascales, especialmente los de San Antonio, Campo Arcís y Camporrobles, vedándose la entrada impune de ganados.
Se atendió igualmente a los pinares, tan valiosos para la construcción. El pinar del labrador de la Vega, Berdinales (cercano a la Albosa), los alcores de Cañada Tolluda, el del Rebollar al de la Rada y el de Las Casillas merecieron una atención particular y una especial el muy explotado de la Solana de Hortunas.
No se entraría a cortar en el disputado Pedazo de Encinar, cercano a las viñas de los carmelitas y a la hoya del Romeral, la Serratilla no podía ser labrada por vecinos o forasteros, las majadas no deberían talarse y los abrevaderos gozar de respeto.
Como no podía ser menos se animó a plantar árboles dentro de los espacios de viña y cercados. El espíritu de 1567 aún latía.
La temible realidad.
En 1659 comprobamos que las bienintencionadas ordenanzas de 1613 se habían quedado en papel mojado. El 6 de marzo de aquel año se dolió el concejo del maltrato de los pinares, demasiado artigados en los últimos tiempos. Tampoco las majadas merecieron mayores respetos.
El agobiante endeudamiento y la degradación de la administración municipal resultaron determinantes en el proceso de deforestación. Se tuvo que adehesar la hoya de la Carrasca para satisfacer un donativo de quinientos ducados. La caballería de la sierra no remediaba sus males y ya el 12 de agosto de 1621 se le instó a rondar debidamente ante las pérdidas de leña y de otros bienes. En un siglo de penurias como el XVII los caballeros de la sierra se negaron a asumir los dispendios de la visita de mojones, según sucedió en junio de 1635.
Los caballeros de la sierra eran muy oportunos a la hora de otorgar licencias de tala o explotación agrícola. Su decadencia abrió las puertas a las futuras apropiaciones de grandes extensiones de terrenos, bien estudiadas por Juan Piqueras, y a la merma de nuestros bosques.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Cámara de Castilla, Diversos, 47, 32.
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de acuerdos municipales de 1600-07, (nº. 2894), de julio de 1621 a febrero de 1637 (nº. 4732) y de enero de 1650 a noviembre de 1659 (nº. 2740).
Libro de Mira y otros asuntos, nº. 1381.
Ordenanzas municipales de 1613, E-6112.
