El Carmen, un edificio con una rica Historia.
Uno de los edificios más emblemáticos de la Requena histórica es El Carmen. La que fue la primera fundación carmelita de la Corona de Castilla acoge hoy en día el templo parroquial de San Nicolás, el Museo Municipal y el Ayuntamiento. Entre 1928 y 1965 albergó al Instituto de Bachillerato también. Incluso durante la Desamortización de Mendizábal pensó aprovecharse como cárcel.
Su trayectoria ha sido tan rica como compleja. Allí tuvo su sede la cofradía de la Vera Cruz, cuyos libros de actas nos permiten saber el nombre de quienes la presidieron, los priores carmelitas, en los siglos XVII y XVIII, junto con sus años de ejercicio en la responsabilidad. Podemos fechar con más seguridad gracias a ello algunas de las obras que se emprendieron, que conocemos con un cierto detalle gracias a Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena, obra datada en torno a 1730 y atribuida a Pedro Domínguez de la Coba.
Las actas municipales del XVII también nos dispensan ocasionalmente algunas informaciones de gran interés, pues la financiación de las obras dependió de la puntual llegada de las rentas de la dehesa de Albosa, concedida por el municipio en 1574. Las dificultades de aquel siglo ocasionaron más de un sinsabor a los carmelitas.
Aunque se carece a día de hoy de documentos tan importantes como los libros de contabilidad de la comunidad, de la fábrica conventual, podemos hacernos una idea cabal acerca de sus obras en época del Barroco.
Razones para renovar el antiguo convento.
En Antigüedad, se menciona la primera construcción del convento del Carmen, la de un primer templo, cuyas características artísticas correspondieron al gótico, todavía observable en bóvedas como las del crucero de la iglesia. Con el paso del tiempo se consideró su claustro poco capaz, “más propio de descalzos”, los más rigoristas carmelitas promovidos por San Juan de la Cruz, del círculo de Santa Teresa de Jesús. El interés de la comunidad era disponer de “otro capacísimo y decente”. Hacia 1730, en suma, se pensó que fue determinante habilitar un espacio más adecuado.
En 1890, sin embargo, Enrique Herrero y Moral adujo la influencia de Santa Teresa de Jesús, que pasó por Requena, para explicar las obras emprendidas. En el nuevo templo, la Virgen de la Soterraña perdió protagonismo.
Verdaderamente, no se pueden disociar fácilmente las necesidades físicas de los ideales de renovación impulsados por la Contrarreforma. Los carmelitas de Requena, cuya imagen se había visto comprometida en la primera mitad del siglo XVI, tuvieron que enfrentarse con la competencia de los franciscanos desde 1567 y no vacilaron en promover la cofradía de la Vera Cruz, que requería un espacio ceremonial más adecuado para sus devociones.
Pautas de la arquitectura carmelita.
Aunque no es sencillo hablar de una arquitectura propiamente carmelita para el Barroco, se han distinguido una serie de rasgos propios, bien aplicados generalmente al Carmen requenense.
Se decantó en las iglesias por prolongadas plantas axiales orientadas hacia el altar mayor, a modo de una verdadera vía procesional. Dibujaron una cruz latina de una sola nave con los brazos del crucero muy cortos. En los laterales se dispusieron hornacinas o capillas laterales de poca profundidad y un coro alto a los pies.
Se destacó la fachada como elemento de prestigio público, según la inclinación barroca, y los carmelitas gustaron de los hastiales rectangulares, coronados por frontones triangulares, horadados en el centro con un óculo circular.
Se intentó, con el recurso a tales elementos, compatibilizar la devoción con la discreta ostentación, la de una autoridad religiosa sobria y depurada.
El arranque de las primeras obras barrocas.
No sabemos la fecha exacta de su comienzo, pero en acta municipal del 3 de mayo de 1639 se hizo constar el cumplimiento del ensanche del templo y la realización de capillas nuevas. No se techaron con bóvedas, sino con cubiertas de madera.
La madera fue muy cotizada para la construcción en el siglo XVII por su ahorro de tiempo de trabajo, durabilidad, solidez, capacidad aislante, versatilidad e incluso resistencia al fuego. En las cuentas de 1715 de la edificación del nuevo Hospital de Pobres de Requena, tan cercano al Carmen, se empleó la cara madera de la serranía de Moya para los techos de revoltones cubiertos de losas.
Si el empleo de la madera abrevió dificultades, los añadió el obrar en las paredes y pilares de la estructura gótica. En las obras de la iglesia se utilizó el material de uno de los andadores del claustro.
Las obras se iniciarían, pues, en años anteriores, correspondiendo al menos al mandato entre 1629 y 1634 del prior fray Juan de Vallada, que en 1633 alcanzó un significativo acuerdo con Vicente Ferrer de Plegamans sobre la capilla de la Soterraña.
Un primer balance de costes.
No sabemos lo que pudieron costar las obras anteriores, pero a 30 de mayo de 1645 se dejó constancia, también en acta municipal, de al menos algunas actuaciones posteriores a 1639, de no escaso interés. Se hicieron bajo el prior fray Diego de Agüero, al frente de la comunidad desde 1637.
Mirando hacia la parte exterior de la calle, en el lado derecho de la iglesia, se alzaron por 1.042 reales los calicantos u obras de mampostería sin labrar sobre las capillas de San Alberto y Santa Ana. De paso se realzó la importancia de advocaciones muy estimadas por los carmelitas, la de San Alberto de Jerusalén (redactor de la regla de la orden, confirmada por el Papa Honorio III en 1226) y Santa Ana, la madre de Santa María Virgen.
Paralelamente, por otros 200 reales, en el lado izquierdo se emplearon ladrillos para levantar la altura del tramo de la iglesia que miraba hacia el convento. Las cantidades apuntadas pudieron ser sufragadas por los 3.000 reales procedentes de la Albosa, cuando todavía las dehesas requenenses rendían beneficios aceptables. Tales obras eran asumibles y al espaciarse en el tiempo pudieron llevarse a cabo cadenciosamente con seguridad.
La emblemática fachada.
La comunidad carmelita depositó grandes esperanzas en tal elemento de la iglesia conventual, cuando el espíritu barroco alentó la escenografía pública por medios como la arquitectura efímera, capaces de crear la atmósfera adecuada de la ciudad de Dios, recorrida por procesiones de estudiados itinerarios.
Se concertó la obra con el maestro requenense Diego Martínez Ponce de Urrana, que en 1653 había firmado los capítulos y condiciones para la construcción de la Real Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados. Los carmelitas depositaron inicialmente su confianza en un afamado hijo de la villa. Su hermano Nicolás también trabajaría en el retablo mayor de la iglesia. Con todo, el 29 de mayo de 1659 (bajo el priorato de fray Antonio Flores) se quejaron de él en un memorial al municipio.
El maestro no se acomodó a lo pactado y se le ordenó cumplir la planta y concierto. Los regidores Juan de Manzanares y Juan Domínguez de Andrade fueron los encargados de comunicárselo. De obrar el maestro de otra forma, la obra sería derribada y reedificada a sus expensas según lo dispuesto.
Con notables proyectos entre manos, es probable que el maestro concibiera una fachada más grandiosa que la inicialmente concebida, más acomodada a los medios económicos de la comunidad monástica. A pesar de los pesares, la relación entre ambas partes no se rompería finalmente y la obra pudo avanzar.
La referencia del retablo mayor.
Dentro de la remodelación de la iglesia, tuvo particular importancia el altar mayor. Su retablo se dedicó al Cristo Crucificado, en línea con las ideas impulsadas por la Vera Cruz. Ya hemos comentado que en el mismo laboraría Nicolás Martínez Ponce de Urrana.
En Antigüedad se anota que se hizo su obra bajo el prior Fernando Mislata, de familia requenense, con integrantes como el responsable del pósito en 1679 Francisco Milata. Ejerció de prior entre 1674 y 1678, en particular. En el año 1689 se hizo cargo puntualmente de la responsabilidad.
La obra, pues, se realizaría en la década de 1670 y en el nuevo altar mayor se dispuso la imagen del Cristo que posteriormente se veneraría en el retablo de San Antonio Abad, según se consigna en Antigüedad.
El despliegue del programa devocional.
Si bajo el prior Fernando Mislata se realizó el punto central del programa de una iglesia conventual abierta a las devociones de la cofradía de la Vera Cruz, bajo el prior José Lorenzana, en ejercicio desde 1694 a 1705, se desplegó completamente.
La figura de la Virgen fue revalorizada por la Contrarreforma y su devoción fue ganando protagonismo dentro de la misma Vera Cruz. En el altar mayor se dispuso una imagen de Nuestra Señora, lo que explicaría el traslado de la mencionada del Cristo. A modo de transparente para su efigie, se obró un camarín con cubierta de media naranja, el primero de su género según Antigüedad. Volvemos a encontrar una clara atención por la escenografía.
Tal revalorización de la figura de Santa María determinó una serie de cambios en el itinerario devocional de las capillas de la iglesia. En el escapulario de San Simón, el destacado carmelita del siglo XIII, se puso una pintura de la Virgen, antes en la capilla de Nuestra Señora del Carmen. De esta manera se pretendieron realzar los vínculos especiales entre Santa María y los carmelitas. En consonancia, el patriarca San José ocupó su propia capilla, en el espacio antes destinado a la Virgen del Carmen. La gran familia carmelita se reafirmó así.
Otro de los grandes referentes del Carmelo, San Elías, pudo gozar ahora de un nicho decente. También se reservó una capilla, la anterior de San Juan Bautista, a Santa Teresa de Jesús.
El nuevo claustro y sus contratiempos.
Las variaciones en las capillas se encuadraron dentro de unas obras mucho más amplias bajo el prior Lorenzana. Se tuvo que derribar parte del antiguo templo, pues, y se hizo el nuevo claustro, en cuyo andador alto se dispusieron las celdas de la comunidad.
El sucesor de Lorenzana, el también requenense fray Sancho Londoño (1708-12), prosiguió tales obras tras la ocupación de Requena por las fuerzas de Carlos de Austria, con una situación económica ciertamente difícil. Los escasos recursos escasos se dedicaron al citado andador alto, concluido bajo el prior Gabriel Serrada (1713-14).
El Carmen no padeció durante la guerra de Sucesión los daños y la ocupación de tropas del convento de las agustinas y el de los franciscanos, pero su patrimonio religioso-artístico no se libró de verse perjudicado. El altar de la ermita de San Blas, en su heredad de Almadeque, fue deshecho.
La relevancia del Carmen barroco.
Las obras de remodelación del Carmen requenense tuvieron resonancia social y contribuyeron a acrecentar el prestigio de su comunidad. No es nada extraño que en 1678 lograran calmar los carmelitas un motín contra el corregidor Valcárcel. Por aquella época, los corregidores de Requena estaban obligados a jurar la pureza de Nuestra Señora antes de tomar su vara y eran cofrades de la Vera Cruz.
Después de muchos años de laboriosas obras, el Carmen emergía como uno de los más claros centros de la espiritualidad de la Requena barroca, revalidando el protagonismo que tuvo en épocas anteriores.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Viejo de la Vera Cruz.
Bibliografía.
Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena. Edición de C. Jordá y J. C. Pérez García, Requena, 2008.
Galán, V. M., Requena bajo los Austrias, Requena, 2017.
Herrero, E., Historia de la ciudad real de Requena, Valencia, 1890.
Verdú, L., La arquitectura carmelitana y sus principales ejemplos en Madrid (s. XVII), Madrid, 2002.