La ermita y el arte mudéjar.
La proximidad de la festividad de San Sebastián nos da a pie a recordar una de las pequeñas joyas arquitectónicas que conserva nuestra tierra, la ermita de San Sebastián o simplemente “del Santo”, como la llamaban nuestros mayores. Se trata de una construcción que responde al llamado estilo mudéjar, pero con unas características peculiares que la singularizan y la diferencian de otros edificios de este estilo.
Para introducirnos en el tema diremos que el arte mudéjar se ha venido definiendo como aquel que se realiza durante la Edad Media en los territorios cristianos de la península ibérica, utilizando técnicas constructivas y de carpintería de tradición hispano-musulmana, ejecutadas por manos de alarifes mudéjares (musulmanes que seguían viviendo en el territorio conquistado por los cristianos). Pero ésta es, quizás, una definición demasiado simplista. De hecho su cronología es bastante más amplia, pues se adentra incluso en el siglo XVII; su extensión geográfica desborda la península ibérica, llegando a través de la conquista a las Canarias y a América; sus artífices, aunque en principio fueran mudéjares, con el tiempo pudieron ser también artesanos y albañiles de diverso origen que aprendieron a utilizar las técnicas de trabajo propias del estilo; y, para complicar más la cuestión, esta forma de expresión artística va a tomar distintas características según el territorio donde se desarrolle.
Descripción de la ermita.
Pero toda esta complejidad debemos dejarla a los expertos, para centrarnos en lo que este pequeño artículo nos demanda, que es únicamente acercarnos a un mejor conocimiento de nuestra ermita peñera. Partiremos para ello de una descripción de la misma.
Se trata de una sencilla -y quizás por eso bella- construcción, erigida en lo alto del promontorio de las Peñas, que aprovechó para su cimentación la propia roca que singulariza este antiguo paraje extramuros de la Requena medieval.
Exteriormente su alzado es sencillo, levantado con muros de mampostería enfoscada, visibles solo en su lado norte y en la fachada, en la que destaca una sobria puerta adintelada sobre dos pilastras, a la que se accede por una escalinata de nueva traza. A su derecha se encuentra la torre-campanario, de dos cuerpos y escasa altura, rematada por un tejadillo a cuatro aguas.
Pero lo realmente llamativo a nivel artístico lo encontramos en su interior, donde destaca su cubierta en forma de armadura artesonada de madera, construida con la técnica de par y nudillo. Los faldones de la techumbre se sustentan sobre pares, vigas de madera que descansan en su parte inferior sobre sendos estribos y en la superior se apoyan unas contra otras formando un ángulo. Esta parte superior de la armadura queda cerrada a nuestra vista por un almizate, estructura horizontal constituida por nudillos – vigas de menor tamaño, colocadas en posición horizontal, que unen los pares aproximadamente a 2/3 de su altura- y, sobre ellos, una tablazón, que cierra la parte superior de la armadura y confiere al conjunto la forma característica de artesa invertida, de la que deriva el nombre de artesonado. Para reforzar la estructura de la armadura, limitando los empujes laterales, se disponen cinco parejas de tirantes, es decir, largas vigas que unen los estribos sobre los que descansa el conjunto del artesonado. Bajo cada una de los cabezas de estos tirantes se sitúan canes decorados con modillones, en los que se aúnan la función tectónica y la estética.
La decoración del conjunto es sencilla y responde a las formas de lacería típicas de la estética mudéjar. En este caso se utilizan las estrellas de ocho puntas, que forman tres líneas decorativas paralelas: una central, que recorre el centro del almizate, y dos laterales, que se articulan en el ángulo de encuentro del almizate con cada uno de los faldones del artesonado.
Esta gran estructura descansa en zapatas de madera que transmiten el peso a columnas de sección octogonal, que singularizan el conjunto y que por su esbeltez dan mayor diafanidad al espacio. Las columnas se articulan en dos filas de cinco, marcando de esa forma la separación entre la nave central y las laterales, cubiertas estas últimas con sendos faldones de madera. Hoy en día la nave de la derecha queda desvirtuada de su aspecto original por el añadido de la capilla dieciochesca de San Cayetano.
Paralelos con otras muestras del arte mudéjar.
El carácter mudéjar del conjunto es incuestionable, pero llama la atención que su estructura espacial y constructiva no tenga semejanzas con obras del entorno más cercano. En el ámbito valenciano medieval, los edificios religiosos con techumbres de madera se caracterizan por el uso de arcos diafragmáticos (transversales al eje de la nave) sobre los que descansa la estructura de vigas y tablazón. Son las llamadas “iglesias de reconquista”. Ejemplos de este tipo los podemos encontrar en la iglesia de la Sangre de Liria, en la de Onda del mismo nombre o en la ermita de San Félix de Játiva, entre otras. En el entorno castellano más próximo, al que Requena está unida por su historia, tampoco encontramos estructuras semejantes, aunque la tradición de cubiertas mudéjares debió de ser importante, como corrobora el precioso artesonado de la iglesia de Cardenete (siglo XVI) o el parcialmente desaparecido de Chinchilla. En la propia Requena existen indicios de que el templo de Santa María y la iglesia del Carmen tuvieran cubiertas artesonadas, aunque desconocemos sus características. Sí se ha conservado una sencilla armadura de par e hilera en la pequeña ermita de la Caridad –adosada al cementerio- . Fue descubierta recientemente, tras retirar el falso techo que la cubría, pero actualmente sigue sin restaurar y carece de una datación segura.
Esta falta de paralelismos constructivos hace difícil adscribir “la ermita del Santo” a una tradición mudéjar concreta y dificulta su datación cronológica. Tradicionalmente se ha relacionado la construcción del ermitorio con la presencia en las Peñas de mudéjares expulsados de la villa tras la Reconquista y se ha datado el edificio en el siglo XIV. Sin negar esta posibilidad, hay que valorar el hecho de que no exista ninguna referencia documental que corrobore tal presencia mudéjar. Tampoco se puede obviar que, según se desprende de la documentación municipal, todavía en el siglo XVI la población de las Peñas seguía siendo muy escasa, lo cual no concuerda con la idea de que en el siglo XIV se construyera una ermita de grandes dimensiones para dar servicio religioso a la población de su entorno.
Estas dudas son difíciles de aclarar, aunque van surgiendo algunos datos que permiten plantear otras hipótesis. A nivel artístico sólo hemos podido encontrar hasta ahora semejanzas constructivas con algunas iglesias palentinas datadas en el siglo XVI, tales como las de Santa María de Fuentes de Nava, Santa María de Añoza y San Facundo y San Primitivo de Cisneros. Evidentemente son iglesias de mayor tamaño y con una decoración en sus artesonados mucho más rica, pero es llamativa la coincidencia en la configuración espacial en tres naves, con la central artesonada y las laterales cubiertas con faldones de madera; su separación mediante columnas octogonales (en la de Cisneros se combinan con otras circulares); la utilización de vigas sobre zapatas para recoger el peso del armazón, creando así una solución adintelada para separar la naves; o el uso de dobles tirantes con canes para reforzar el artesonado.
No parece lógico pensar en una relación directa entra esos edificios palentinos y la ermita requenense, pero sus semejanzas sí que nos llevan a plantearnos ciertas cuestiones.
Acerca de su datación.
Cabría preguntarse si es posible una cronología distinta a la hasta ahora propuesta para le ermita. No cabe duda que en ese lugar debió existir un santuario dedicado a San Sebastián ya en la baja Edad Media, pues la antigüedad de su cofradía va más allá del 1517- año del que tenemos las primeras referencias documentales-, y no sería descartable relacionar su erección con las epidemias de peste de los siglos XIV y XV, dado que al santo se le consideró como protector de dicha enfermedad. Pero es posible que el primitivo santuario fuese más pequeño. En 1535 la cofradía llegó a la cifra de 612 cofrades, era posiblemente la más numerosa de Requena y, por lo tanto, formarían parte de ella personas de toda la población, no sólo de lo que entonces sería el escaso caserío de las Peñas. Podría haber sido este el motivo que planteara la necesidad de una ampliación del ermitorio.
Precisamente por esas fechas, recientes investigaciones de Víctor M. Galán han documentado la presencia en Requena de un tal Marquina, cantero de origen vasco que estaba trabajando en la remodelación de la plaza del Arrabal, en concreto tallando las columnas que debían dar forma a lo que debió ser una típica plaza porticada al modo castellano. Esas columnas ya no se conservan in situ, pero al menos en tres casas del entorno han llegado hasta nuestros días columnas de sección octogonal (semejantes en su diseño a las de las Peñas), posiblemente reutilizadas cuando los pórticos de la plaza fueron desmontados. En esos mismos años centrales del siglo XVI se estaban desarrollando también otras importantes obras de cantería en la villa, como por ejemplo la torre de El Salvador. Sabemos que era habitual la presencia de cuadrillas de canteros vascos y cántabros por distintas zonas de España, como es el caso de las iglesias palentinas antes mencionadas. Por ello que no es desdeñable la hipótesis de que la presencia en Requena de alguno de estos grupos fuera aprovechada para llevar a cabo diversas obras, entre ellas esa posible ampliación de la ermita de San Sebastián, respondiendo a unas formas constructivas similares a las utilizadas por canteros cántabros y vascos en el norte de Castilla.
Otro tema sería la realización del trabajo en madera del artesonado, del que tampoco hay referencia documental. En el caso de haberse realizado en el siglo XVI pudo ser obra de moriscos o, simplemente, de carpinteros cristianos de esta zona o venidos de fuera, que seguían la tradición constructiva de los mudéjares.
Todo lo dicho plantea simplemente una nueva línea interpretativa sobre el origen de la ermita de las Peñas, pero sin descartar en ningún caso la hipótesis original. Aunque por encima de todas estas especulaciones históricas, lo realmente importante es que la ermita pudo ser restaurada hace no muchos años devolviéndole su esplendor original y, sobre todo, que su cofradía se mantiene viva después de tantos siglos y actúa con un ímpetu comparable a la de sus predecesores del siglo XVI.


