Alrededor de la fuente de los patos, donde nace el paseo, al inicio de la semana y de la mañana, pequeños protegidos por sus antecesores caminan a la escuela; crecidos entran a por el tabaco para el día o resto de la semana, otros juegan a la lotería o compran el boleto de la Once porque al parecer le ha tocado a alguien de la comarca, aunque nunca se sabe cierto a quién; ya se han formado colas frente a los mostradores de Bankia y Cajamar, más si es el día de la pensión; en invierno las estufas para calentar a los fumadores colorean puntas rojas como cigarros y las esencias del café con leche animan a sentarte… Si sábado, los villanos caminan por el mercado en busca de algo barato, del ambiente de bar cantaba Gabinete combinado con el bullicio de los tenderetes, y si verano de las incontables terrazas hasta el monumento… Si Domingo las bicicletas hacen espera para la marcha conjunta o corredores a pie estiran los gemelos, los no tan deportistas desperezan los dominicales frente al croissant… En cambio, cualquier día o en cualquier estación, a la entrada del hogar de los jubilados, frente a la historia fortaleza, cada día brota una nueva esquela.
No paso todos los días frente a ella, en ocasiones tardo varias semanas, pero siempre ella me recuerda el cuento de Chéjov: El violín de Rothschild. Así comienza:
El pueblo era pequeño, peor que una aldea, y en el vivían apenas unos ancianos que morían tan de tarde en tarde que hasta resultaba enojoso.
Cuando leemos las dos primeras líneas creemos que es Chéjov quien nos obliga a reflexionar: “que haya muertes cada mucho en un pueblo, ¿supone que ese pueblo se muere?” Es discutible, pueden darse diferentes argumentos, o tal vez la respuesta sea sencilla, esa es la verdadera intención del cuentista: la pregunta la pone él, la respuesta debe darla quien lo lea.
Suele haber una esquela, dos en ocasiones y recuerdo muy vagamente, tal vez nunca lo haya visto, tres papeles blancos con sus palabras y cruces negras. He reconocido algunos nombres y entre esos reconocía, sin extrañar, pertenecían en su gran mayoría a personas mayores. ¿Es Requena un pueblo pequeño? Tal vez para un pueblo como Requena una nueva esquela diaria es poco, o tal vez sea mucho….
El cuento de Chéjov prosigue:
En el hospital y en la prisión había muy poca necesidad de ataúdes…
En una palabra, los asuntos marchaban mal. Si Yákov Ivánov fuera fabricante de ataúdes en una ciudad de provincias, probablemente tendría casa propia.
Un genio como el cuentista ruso le da un giro magistral: Yákov Ivánov… Esas primeras líneas las escribía con intención el autor, en realidad, nacen de la mente de un enterrador, de un fabricante de ataúdes. Creo haber escuchado sobre nuevas funerarias inauguradas en Requena y en Utiel, no son necesarios desplazamientos a Valencia para nacer como tampoco es necesario para enterrarse o ser incinerado; con ellas nuevas empresas, trabajo, en definitiva, vida. Tal vez no sea Requena un pueblo pequeño conforme a las palabras de Chéjov, o mejor dicho a las palabras de Yákov el enterrador.
Homero ya narró con maestría la última batalla ante la invencible. La madre que en su último suspiro mira a sus hijos para creer seguirá viviendo se ha escrito en muy diversas formas: ¡Aquí yace la esperanza!, ¡Esta noche cenamos en el infierno!, Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…
Tal vez sea el sentimiento de alargar una miaja la vida entre los villanos, o tan sólo un detalle amable, o una tradición… Esa esquela a la entrada del hogar de los jubilados, como los cuentos de Chéjov, tal vez…