Hace pocos días pasé frente a la esquina de Corona justo cuando la máquina retroexcavadora tiraba de un empujón el último tabique del edificio situado junto a la casa en que nací.
Arquitectónicamente, el bloque no tenía nada de particular. Incluso podríamos decir que era feo o, más bien, insulso.
Pero los recuerdos de infancia y primera juventud vinieron de pronto a mi cabeza como si me fuera a cruzar, de un momento a otro, con el droguero José María López, alias “Corona”, un personaje requenense mucho más singular que su comercio y vivienda allí situados, con su eterna bata gris, su tono de piel gris y su gris establecimiento de droguería y perfumería, en cuya trastienda siempre adivinábamos, que no siempre veíamos, la silueta de su hermana. Ambos eternos solteros y él, según me contaba mi madre sin prueba alguna, antiguo seminarista. De ahí posiblemente lo de “Corona”, por la tonsura[1] que en su juventud debió lucir.
La droguería, situada en la misma esquina, tenía acceso por la hoy Plaza del Portal y por el número 2 de la calle de Norberto Piñango, antigua calle de las Monjas. Entre mi casa, donde estaba el estudio fotográfico de mi padre, y la droguería, se situaba la tienda de mercería y juguetes de José María Torrent (Pepito la Ganga), la paquetería de Enrique Loínes (luego de sus hijas) y la barbería de Esteban y Manolo (que hoy sigue regentando Esteban hijo).
No lo recuerdo, me lo contó mi madre años después, pero al parecer un día, contando yo no más de tres años, me escapé de casa y andando andando fui a pasar por delante de la droguería. José María me vio solo y me preguntó: -Pero hombre, Marcialín, ¿dónde vas tú solo por la calle? A lo que ni corto ni perezoso respondí: -¡A por vino! El droguero, muerto de risa, me llevó a casa donde mi madre, asustada, llevaba ya un rato buscándome tras darse cuenta de que se había dejado la puerta de la escalera abierta. Ahí quedó todo, pero lo cierto es que aquel buen hombre me tuvo siempre en gran estima y cuando muchos años después yo investigaba sobre la vida de Mariano Pérez Sánchez, me entregó un legajo de partituras que había encontrado en el vertedero y que, para mi asombro, resultaron ser manuscritos a lápiz de la zarzuela Cañas y Barro.
Volvamos al edificio y su comercio y dejemos de divagar con batallitas. Tras ver el último muro caer, hice la fotografía que inicia este artículo, conocedor de que mi padre había hecho también, en los años cincuenta y sesenta, fotografías de aquellas fachadas en las que estuvo situado el estudio de Fotos García.
La Villa y las Peñas son muy antiguas, ya lo sabemos, pero el barrio del Arrabal, núcleo comercial de la Requena decimonónica y de la primera mitad del siglo XX, también conserva, cada vez menos, sus casas centenarias. Sin ir más lejos, el edificio de que hablamos.
Iniciando la calle de las Monjas, acera de los números pares, en aquella puerta de madera se anunciaba, en 1899, el famoso químico y enólogo Valentín García Tena:
Es muy posible que en aquellos tiempos los dos edificios que vemos en la fotografía fueran considerados como uno solo, pues hemos sabido, por personas allegadas al derribo, que algunas habitaciones de un edificio entraban dentro del otro y viceversa. Digo esto porque en otro periódico, un año después, también se anunciaba otro comercio, dedicado a los abonos:
Lejos de allí tuvo su, tal vez, primera droguería José María López, padre del antes citado, quien ya por los albores del siglo XX ofrecía, a más de los productos propios de su ramo, perfumería y ortopedia:
No sabemos la fecha exacta, pero debió ser a principios de 1920 cuando el señor López trasladó su negocio de la calle de la botica a la calle de Castelar[2], nº 22, donde su conocido logotipo (Droguería y Perfumería) ha estado visible hasta el momento de la demolición.
(Aviso a malpensados: las drogas a que se refiere el anuncio se refieren a pinturas y productos químicos diversos, en especial los de limpieza y, como indica el anuncio, perfumes. Nada relacionado con estupefacientes).
Como decíamos, el comercio, con sus tarros de barro y cristal, su largo mostrador de obra y madera, sus estantes abarrotados de productos de lo más variopinto, estuvo siempre en esa esquina ya solar, pasando sin solución de continuidad de José María padre a José María hijo, momento que desconocemos, anunciándose con regularidad en la prensa requenense, casi sin variar su mensaje, con productos de los que pocos deben saber hoy para qué se utilizaban:
Incluso hemos localizado su anuncio en la prensa republicana requenense durante la Guerra Civil, con apertura a la Plaza de Canalejas (Portal):
Tras la contienda, volvemos a ver citada por última vez la droguería y su dueño en el primer número de Arrabal, como colaborador en la primera Verbena que organizó el Grupo.
Ninguna otra cita hemos localizado, por el momento, en El Trullo u otras revistas. José María “Corona” era, junto a Victoriano Sáez, el droguero más conocido de Requena en la ubicación más céntrica de la ciudad. No necesitaba publicidad para ofrecer sus productos.
La esquina de “Corona” fue siempre un buen sitio para quedar con los amigos. Con los años, los edificios aledaños situados hacia la calle del Peso fueron derribados y surgieron otros. La pastelería de Redolar, luego Café Reke, la zapatería de Guillermo, luego Druny, etc. etc. Además, su situación estratégica la hacía ideal para ver pasar las procesiones de Semana Santa que bajaban por la calle de Norberto Piñango girando hacia el Carmen o el desfile de la Ofrenda hacia la Avenida de Arrabal, en la Fiesta de la Vendimia.
Como el carro que vemos cruzar a paso tranquilo, aquellas tiendas son como viejas fotografías en blanco y negro que van desapareciendo, absorbidas por la modernidad. Tan solo en la calle del Peso, antes calle de José Antonio, antes calle de Emilio Castelar, antes calle del Peso de la Harina, podemos ver y entrar todavía en algunas de ellas, como las de la Valeriana o la de nuestros amigos, los Jordá, y retroceder a unos tiempos sin prisas, en que por el precio de un paño de tela te daban también un rato de conversación en vivo, sin pantalla y teclado de por medio. No fueron mejores, no fueron peores, fueron lo que daba el tiempo… y el tiempo todo lo cambia.
La esquina de Corona ya no está. Si acaso queréis invitarme a un café, ya me llamáis y quedamos en otro sitio. Un saludo.
[1] Tonsura: círculo rasurado que llevaban algunos clérigos en su coronilla, así como los seminaristas. [2] Desde principios de siglo hasta la Guerra Civil, la calle del Peso llevó el nombre del político republicano y conservador Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899), presidente de la Primera República Española, entre 1873 y 1874. La calle de Castelar iba desde la Plaza de Felipe V (también plaza de la República y hoy Plaza de España) hasta la esquina de Norberto Piñango (por entonces parte de la Plaza de Canalejas, hoy Plaza del Portal).