La femineidad en los años cincuenta, un análisis de Adela Gil Crespo.
Adela Gil Crespo, catedrática de Geografía e Historia en el Instituto de Enseñanza Media de Requena, entre los años 1944 y 1958, hoy es reconocida como una mujer excepcional. No era muy frecuente en su época ser profesora de ciencias sociales y menos todavía aunar una sólida formación, con una constante actividad científica, y con una clara preocupación por la enseñanza de las mismas. Durante los años que permaneció en Requena, y alguno posterior a su marcha, colaboró con las revistas Alberca y El Trullo con una serie de artículos de gran interés[1].
En febrero de 1952 publicó en Alberca un trabajo titulado Las mujeres y el trabajo intelectual, todo un alegato sobre la feminidad frente a la vaciedad imperante en la cultura femenina de la época, propio del más digno y equilibrado feminismo, sin abandonar sus raíces cristianas. Un artículo muy a tener en cuenta pues todavía, pese a los avances en materia educativa, los cambios legislativos, etc., no parece que haya una idea clara sobre que es la feminidad, que es realmente ser mujer.
Cuando llegó a Requena, Adela Gil era una joven docente con larga experiencia profesional y personal. Durante los cursos de 1934-35 y 1935-36 había sido profesora en Sevilla de trabajos manuales, luego estudió Filosofía y letras, ejerció en el Instituto-Escuela de Madrid y en el de Valencia de 1937 a 1938. Pese a ser sancionada en 1939, obtuvo su licenciatura en 1941 y la cátedra de Geografía e Historia en 1945. Ella había vivido los acontecimientos de los años veinte y treinta relativos al papel de la mujer, sus propuestas, sus polémicas, el derecho al voto, etcétera, y no quería retomar, ni abordar temas que, no obstante su inicial atractivo, habían acabado perdiendo lo que de interesante pudieran tener.
“Francamente, hay temas faltos de interés en los que lo sugestivo ya se ha perdido a causa del continuo repetirse, y éste quizás sea uno de los más manoseados, de los que más recuerdan las polémicas de principio del siglo actual o las que siguieron a los años en la primera guerra mundial[2].”
Pero a Adela le preocupaba la situación de la mujer, le preocupaba la muerte en vida que les tocaba vivir a tantas mujeres tras la pérdida de sus primeras, poderosas y creativas ilusiones. Quedaban muchos lugares a los que no había llegado, o se habían truncado bruscamente, y no había ni ideas, ni voces, ni nada que pudiese seguir dándoles aliento.
“No obstante, a pesar de su repetición, a pesar de lo viejo que en el tema hay, tal vez sea necesario volver a él en los rincones apartados, en las ciudades pequeñas, donde la vida de la mujer se desliza en el silencio, en la oscuridad, en languidecer y morir lentamente cuando ésta no vio colmados sus anhelos, sus sueños de temprana juventud[3].”
Las restricciones que la cultura imperante imponía a la feminidad no eran exclusivas del mundo mediterráneo, si bien en los cincuenta y en otras partes del mundo la mujer había ampliado sus perspectivas más allá de la estricta vida hogareña. Adela se refiere a la más inmediata a ella, la de nuestros países mediterráneos, en los que:
“La mujer no tiene otra misión en la vida que la de integrar un hogar. Fuera de este marco la vida se acaba, muere, le falta razón de existir[4].”
Tampoco afectaban a todas las mujeres por igual. Ella va a criticar, sobre todo, la pobre feminidad de ciertas clases sociales, tan mísera, tan superficial, tan aparatosamente formal, tan lejos de lo verdaderamente femenino, que acaba despojando a la mujer de su verdadero ser, convirtiéndola en mero reclamo de su especie, un ser sin valores ni inquietudes:
“La feminidad parece en ciertas clases sociales algo tan frágil, tan sutil, tan epidérmico, que el soplo más leve de aficiones intelectuales, de anhelos de trabajo, de ansias de conocer lo nuevo, de indagar en el campo de la ciencia o del arte, pueden barrerla, dejando en su lugar un híbrido, haciendo desaparecer a la verdadera mujer. La verdad es que, o es muy pobre la feminidad, o muy epidérmica, o muy aparatosa y sin ningún contenido sustancial en ella, o que se tergiversan los valores que la verdadera feminidad encierra. Francamente, si ésta tan solo consiste en valorar la forma, el aparato externo, lo superficial, lo banal, se pierde rápidamente; mejor dicho, pasa a ocupar un segundo o tercer lugar cuando la mujer tiene otras ansias, otros anhelos, otras afirmaciones en la vida. ¿Por qué valorar tanto lo pasajero, lo formal, que no tiene otro valor que ser el aparato más espectacular con el que la hembra se complace en atraer al varón?[5]”
No toda la realidad sociológica, ni geográfica, es la misma. Adela no rechaza ni el matrimonio, ni los hijos, ni el hogar. Hay lugares donde la maternidad es compatible con el trabajo, con la formación de una familia y la educación en valores de los hijos.
“Es curioso como las mujeres del pueblo de Castilla, Galicia, Asturias y otras regiones hacen compatible la rudeza del trabajo del campo con la maternidad y con su rústico hogar. Sienten con fuerza el amor de sus hijos, los llevan en sus entrañas mientras su cuerpo se inclina a la tierra con el peso de la azada. Los amamanta después, mientras se interrumpe el trabajo. Los hace más tarde hombres inclinados al honrado remover las entrañas de la tierra. Los hace fuertes, viriles, serios, cachazudos aventureros de tierras nuevas[6].”
Y no por ello deja de ser una mujer, madre, constructora de hogar, pero también compañera del hombre en esa construcción, en la vida cotidiana, en el trabajo. Es una mujer seria, que sabe de sacrificios y responsabilidades, que transpira feminidad.
“Esta mujer sacrificada, seria, profundamente seria, no olvida jamás su función de mujer. Es la auténtica compañera del hogar que con su esfuerzo ayuda al hombre con su cotidiano vivir, en su continuo trabajar. Con él levanta la casa, mantiene el hogar, cuida por la continuidad de la familia. Esta mujer no sabe de zarandajas femeniles y, sin embargo, todo en ella rezuma la más pura y auténtica feminidad[7].”
La catedrática de Geografía e Historia, que había tenido muchas alumnas en su largo caminar docente, se interrogaba sobre las razones que llevaban a las llamadas señoritas a ser tan estultas. Ella había sido testigo presencial del hecho de que las alumnas, conforme iban creciendo, se volvían menos serias, más superficiales, dejaban de leer y de relacionarse con la cultura, como si lo serio, la lectura, lo culto, fuese solo para los chicos.
“¿Por qué hay esta separación de valores femeninos entre las diferentes mujeres que nuestra tierra estratifican la sociedad? ¿Por qué la que llaman señorita odia lo serio, odia el trabajar en algo que llene su alma y su vida? ¿Por qué piensa que su feminidad se va a perder?
“Francamente, es un problema que jamás he comprendido. Siento alejarse de las aficiones culturales -no digo intelectuales por ser palabra que me suena a vacío- a las muchachitas cuándo empiezan a presumir. Se sienten tanto más femeninas cuanto más superficiales sean. Sienten que el leer, el vivir para algo serio, es misión que solo atañe a los muchachos. Disocian su actividad de la del hombre; no les interesa[8].”
Es más, el concepto de mujer se limitaba a algo meramente biológico, reproductivo, a un hogar sin inquietudes, ni ideales, ni anhelos de superación. La carencia de un pensamiento enriquecedor no solo afectaba a la propia existencia de la mujer, sino que dificultaba el compartir entre ambos aficiones o ideales.
“Empiezan a ser mujeres. Como si el ser mujer fuese tan solo vegetal, traer hijos al mundo, y no pensar que hay que formar su cuerpo y su alma, que hay que crear en el hogar un ambiente de seriedad, de trabajo, de curiosidad, de llenar la vida de ideales, de aficiones, de ansias de superación. No piensan ni un instante que cuanto más se enriquece la vida de ideales nobles, de consagrarse a la ciencia, al arte, al trabajo de otras índoles, tanto más bienestar, paz, sosiego y felicidad se encuentra en ella.
“Y no solo esto. La mujer del campo convive con su marido en el trabajo; la mujer de la ciudad, y digo ciudad por diferenciarla de la otra, no siempre vive en el mismo clima espiritual que su esposo. No siempre comprenden y comparte sus aficiones. No siempre la mujer del hombre de ciencia, del artista, siente los ideales que impulsan la obra de este[9].”
El problema no afectaba solo a la mujer, también al varón. Pero Adela en aquel momento no va a entrar en esa cuestión, lo deja claro. Ella intenta transmitir a las jóvenes ideales, dar sentido a su existencia, no malgastar su vida, ampliar su horizonte más allá de un matrimonio a cualquier precio.
“Y este es un problema serio, crucial para la vida espiritual no solo de la mujer, sino también del hombre. Y este no es asunto que aquí me interese tratar. Era otro mi plan. Era el de hacer llegar hasta lo profundo de estas muchachas que aún no han empezado a vivir y sienten cansancio de la vida, aburrimiento, tedio, ignorancia o desconocimiento de su razón de existir, que van como flechas perdidas en el vacío en busca de una solución casamentera, sea cual fuese, que es triste, y aún hasta responsable, perder, malgastar la vida, llena del más puro ideal que Dios nos dio al traernos a este mundo henchidos de eternos cambiantes, de horizontes siempre nuevos, de diversidad hasta en la luz de cada día[10].”
Adela continuó con los planteamientos de la Institución Libre de Enseñanza en cuanto que el alumnado tenía que aprender a ser crítico, a someter toda la información al filtro de la razón y a ser creativo. Fue una mujer moderna, pero no abandonó sus raíces cristianas. Una dimensión trascendente recorre algunos artículos de su obra. Como hemos leído, la vida estaba llena del más puro ideal otorgado por Dios. La ciencia o el arte eran formas elevadas de vivir. Por qué, pues, planteaba la profesora, las muchachas la malgastaban en la moda y el comadreo, como únicos objetivos del pensamiento.
“¿Por qué no llegar al mundo de la ciencia y del arte, que son formas nobles, superiores de vida? ¿Por qué no pensar que la vida es seria, trágicamente seria, y que hay que hacer, pensar o meditar en algo más que en los variables colores de la moda, algo más que en el maldecir y continuo cotillear? [11].”
La feminidad no estaba reñida ni con la maternidad, ni con la intelectualidad, ni con la política, ni con una profunda religiosidad, si se la llenaba de valores verdaderos. Dos claros ejemplos cita nuestra insigne profesora:
“No me gustan las citas históricas, pero nuestra historia tiene un plantel de mujeres que fueron madres o se consagraron a Dios, y que realizaron una obra seria como María de Molina, Santa Teresa de Jesús, la una como madre y política, la otra como Santa y poetisa, y su feminidad, en lugar de perderse se llenó de valores verdaderos y eternos[12].”
Ejemplos a los que podemos añadir esta mujer de pro que fue Adela Gil Crespo.

[1] Martínez Hernández, M.ª C.: «Adela Gil Crespo, catedrática de Geografía en el Instituto de Requena (1944-1958), una mujer de pro», en Crónicas Históricas de Requena (11 de febrero de 2028).
[2] Gil Crespo, A.: «La mujer y el trabajo intelectual», en Alberca, año II, 4 (enero-febrero de 1952), p. 6.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] Ibid.