Una España en crisis.
Hablar de 1898 es hacerlo del famoso Desastre, hoy en día muy matizado por la historiografía, que ya no observa los tintes apocalípticos de antaño.
No obstante, los grupos populares de Requena (como los de otros puntos de España) distaron de tenerlo fácil. A los problemas agrarios y sanitarios, se unieron los derivados de los imperativos del reclutamiento militar con destino a Ultramar.
Tales dificultades repercutieron en la Vera Cruz, como parte integrante de la comunidad requenense, que igualmente tuvo que encarar las suyas propias. Su línea de actuación fastuosa fue sometida a una dura prueba, mientras nuevas formas de pensamiento y comportamiento iban creciendo en el seno del mundo del liberalismo decimonónico.
El desplome de las finanzas de la Vera Cruz.
La Cofradía padeció una situación económica pésima, cuyo cuadro de ingresos y gastos (expresados en reales) es muy elocuente:
Ejercicio anual | Ingresos | Gastos |
1892 | 2.495 | 2.603 |
1893 | 1.327 | 2.409 |
1894 | 1.555 | 2.389 |
1895 | 704 | 1.143 |
1896 | 685 | 1.176 |
1897 | 544 | 1.360 |
1898 | 751 | 866 |
1899 | 743 | 716 |
1900 | 734 | 759 |
Las euforias de 1892 fueron efímeras, pues ya los gastos sobrepujaron a los ingresos. Aquel mismo año la cera comprada a Josefa Planells ascendió a 596 reales, ya de por sí. Con los años, las deudas se fueron acumulando y terminaron por devorar los menguados ingresos. Las llamadas de atención a las economías, en 1895, no surtieron ningún efecto.
En los años críticos de fines del siglo XIX, la limosna del pueblo se angostó, pasando de 547 reales en 1892 a 248 en 1895. En lo sucesivo, la cosa fue a peor.
Reacciones ante la situación.
Es evidente que los empleados de la Vera Cruz y el resto de hermanos no lograron revertir entonces tan difícil situación. Los problemas económicos eran claros, pero también podían indicar otros, de una aceptación declinante entre el vecindario.
Conocemos las peticiones de veintiséis personas para ser aceptadas en la Cofradía, fechadas entre el 13 de abril de 1879 y el 24 de marzo de 1906. ¿Dominaron las de una fe militante, capaz de encarar cualquier reto, o las de otro tipo?
Los hermanos más militantes.
Los cruzados de la Hermandad se redujeron a cuatro, dentro de tales peticiones, abundando en las primeras décadas de la Restauración. El sostenimiento de la religión o la defensa ante su deplorable estado, atacada por sus adversarios, solamente interesó a Antonio Chiarri (natural de Valencia, que tomó vecindad en Requena) el 27 de marzo de 1880, al casado Vicente Juan el 10 de abril de 1888, al casado José Pardo el 12 de marzo de 1889 y al también casado de la localidad de Caudete Eusebio Iranzo. Se trataba de un grupo minoritario de varones maduros, con las ideas claras.
Las amarguras de los compromisos.
Es relativamente raro el caso de Pedro Juan Roda, que fue empleado de la Vera Cruz, lo que le hizo padecer sucesivos vaivenes. El 10 de marzo de 1883 quiso proseguir en el seno de la Cofradía sin reproches. El 5 de febrero de 1888 tenía 40 años, declarándose casado, y sostuvo que estuvo en la Hermandad por trece años, separándose por deber de conciencia en 1887. Ahora, tras la desaparición de ciertos obstáculos (sin especificar), dijo ver la necesidad de personas trabajadoras para la Vera Cruz y pidió ser reintegrado como empleado. Las filias y las fobias también formaron parte de la vida de la Cofradía.
El atractivo de las celebraciones.
La mayoría de las peticiones, dieciséis, se hicieron para contribuir al mayor esplendor de las fiestas (con los medios personales al alcance), que con tanta pompa se celebraban desde tiempos remotos.
Así lo declaró el 13 de abril de 1879 José Manuel Valle, el 10 de febrero de 1880 Hermenegildo Montés, el 29 de enero de 1882 Antonio Gorbe (de 35 años), el 2 de febrero de 1882 Anselmo Lavara (casado de 31 años), el 10 de abril de 1886 Pedro García Claramunt, el 30 de enero de 1891 José Rodríguez, el 3 de enero de 1892 Juan José López, el 2 de febrero de 1892 Justo Cardete, el 18 de febrero de 1892 el casado Patricio Montés, el 5 de abril de 1892 Ángel Gadea, el 6 de mayo de 1892 Antonio Martínez, el 17 de mayo de 1892 Jacinto Clemente, el 10 de febrero de 1893 Antonio Ibarra, el 9 de febrero de 1896 Pedro Roda Teruel, el 22 de marzo de 1896 Manuel García Monsalve y el 24 de marzo de 1906 Luis García Monsalve.
La estrategia de primar las celebraciones tuvo su recompensa, pero también obligó a acometer importantes gastos, lo que repercutió negativamente en las finanzas de la Vera Cruz, como ya hemos visto.
Otras formas de motivación piadosa.
Solamente cinco personas, a caballo entre los siglos XIX y XX, expresaron su deseo de pertenecer a la Hermandad en atención al bondadoso Corazón de Jesús, cuyo culto se fortaleció por entonces, con escapularios muy populares.
Tal razón fue esgrimida por Jesús Benito Pérez Fernández (hijo legítimo y natural de Agustín y Petra) en febrero de 1899, el 10 de febrero de 1900 por Baltasar Azorín (hijo de Mateo y Remigia), el 18 de febrero de 1900 por Pedro Novella, el 10 de febrero de 1901 por Pedro Martínez Salvador (hijo de Mariano y Concepción) y el 10 de febrero de 1901 por Joaquín Tortajada (hijo de Jerónimo y Pascuala).
Además de ensalzarse en este grupo la condición legal de los progenitores, también se celebraba el carácter sacramental del matrimonio. Un nuevo grupo de creyentes estaba emergiendo y no es una casualidad que el 22 de julio de 1893 se imprimiera en Cuenca el Reglamento de los Asociados Católicos a Nuestra Señora de los Dolores de Requena, promovida por el sacerdote León Ramos, igualmente activo en la Cofradía.
A la entrada del complejo siglo XX, la Vera Cruz aparecía materialmente exhausta y con hermanos más atentos a aspectos formales. Sin embargo, lograría sobrevivir a sus tormentosos años y transmitir la tradición a nuevas generaciones. Pero esa es otra Historia.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Cuaderno de documentos de la Vera Cruz de Requena (1849-1906).
Libro de actas de 1879-1915.