Hace unos cuantos años el gran economista Galbraith apuntó que la más pobre España de 1588, en comparación con la de 1970, fue capaz de construir la Gran Armada. Por aquel entonces el Estado no gastaba en el bienestar de las personas, sino en los compromisos de la monarquía como defensora de la fe y de los intereses dinásticos. Felipe II fue muy consciente que el conflicto de Flandes era un dispendio tan enorme que durante tiempo se negó a acometer la empresa de Inglaterra. No obstante, su política se hizo menos prudente a fines de su reinado, lo que a veces se ha puesto en relación con las importantes llegadas de los caudales americanos. Hoy en día, sin embargo, sabemos que la verdaderas Indias de los Austrias fueron los pecheros o contribuyentes castellanos, los de localidades como Requena, sin las que sería imposible entender la peripecia del imperio español.
Los siglos de los Austrias, precedidos por el empeño de los Trastámara de afirmación real (culminado bajo los Reyes Católicos), resultaron decisivos para la forja de Requena. Entre 1518 y 1700 muchas cosas cambiaron. La labranza hizo retroceder finalmente el bosque y especies como las de los francolines pasaron a la Historia. Las dehesas experimentaron su cénit y el comienzo de su ocaso. Se consolidó el pósito y el sentido de la responsabilidad comunitaria simultáneamente. El ayuntamiento de regidores perpetuos sentó sus reales. Los caballeros de la nómina abdicaron de su condición. La Contrarreforma moldeó la mentalidad y coronó el convento de San Francisco una de sus elevaciones. En el puente entre la vivaz Baja Edad Media y el afanoso siglo XVIII, Requena se afirmó como lugar de tránsito, de paso de arrieros y carreteros, de aquella España en movimiento.
Todo ello lo hicieron personas que no lo tuvieron fácil, forzadas a decidir en situaciones complicadas. Personas como el campesino necesitado de simiente, el carretero que entró raudo en el arrabal causando inquietud, el soldado embarcado enfermo del corazón, el carmelita criticón con los regidores en la Corte, la mujer que tuvo que ser monja porque a su padre no le alcanzaba para dotarla, el regidor que pagó donativos al rey a fondo perdido para mantener su posición y el forastero que terminó afincándose en Requena. En la rica documentación conservada, todos se muestran hospitalarios con el historiador, visitante de otro país del tiempo y de la misma condición humana.
Víctor Manuel Galán Tendero.