Las discordias entre bandos brindaron a los grandes nobles la ocasión de controlar la vida de las ciudades castellanas. Los Mendoza ganaron relevancia en la Cuenca de la primera mitad del XV, y en 1465 don Álvaro de Mendoza obtuvo de Enrique IV la concesión de Requena. De su lado tuvo a linajes como los Zapata, núcleo de los caballeros de la nómina, y en su contra a los Ferrer, los Comas y los Picazo, que dispusieron del auxilio interesado del marqués de Villena. Tras fuertes pugnas, el rey anuló la merced y el marqués designó al alcaide de la fortaleza. Más partidarios del acatamiento a la autoridad real que de las mercedes, doña Isabel y don Fernando hicieron valer sus derechos con energía. En el curso de la guerra civil castellana muchas plazas del marquesado de Villena se alzaron contra su señor, y el alcaide Sancho de Arronis resignó la fortaleza en 1476. Los reyes nombraron corregidor a su aposentador Juan Páez de Sotomayor, prohibieron el canje de prisioneros y ordenaron que los vecinos formaran escuadras parroquiales. En cualquier caso, nunca se mostraron dispuestos a apadrinar una transformación popular de la vida local, y en 1480 perdonaron a los Zapata, de la Cárcel, Ruiz y Muñoz, seguidores de don Álvaro que solo cumplieron con sus deberes de fidelidad. El autoritarismo reposó sobre los pilares de la sociedad requenense, pero su pretensión de dominio y sus requerimientos fiscales y militares provocaron la contestación de diferentes sectores. En el movimiento comunero de 1520-21 confluyeron la incomodidad de los caballeros (don Luis de la Cárcel llegó a tomar la fortaleza en nombre de la Comunidad) ansiosos de mayores cotas de autonomía, y el descontento popular ante el expolio de la riqueza del término y los repartos de impuestos. Las tensiones entre ambas alas se evidenciaron en marzo de 1521, cuando la junta de gente quiso prohibir la comida de ingreso que todos los aspirantes a la caballería de la nómina tenían que ofrecer a sus compañeros para gozar de sus franquicias: forma sutil de impedir la renovación del grupo. Al final el movimiento quedó controlado por las autoridades regias, clausurándose un tiempo de enfrentamientos abierto en 1392.
El monopolio de la violencia por el autoritarismo fue más una pretensión que una realidad social, según se comprueba en los vaivenes de la tenencia y el control de armas, toleradas en casos puntuales como el de Nicolás de la Cárcel en 1490. Se intentó que se entregaran a la autoridad durante la regencia del cardenal Cisneros (1516-7), pero los hechos de las Comunidades acreditan lo poco que se logró. Las obligaciones de defensa vecinal tuvieron su parte de culpa, y en 1539 se permitió a los labradores requenenses portar armas para protegerse en sus labores y haciendas al uso del atribulado Reino de Granada. En 1561, el corregidor Lezcano fue acusado de aprovecharse de ello, tomando armas que podían ser recuperadas pagándole dinero antes del toque de queda. No en vano, en 1565 Requena en su litigio con Mira desplegó una fuerza de infantería y caballería integrada por veinte hombres provistos de lanzas, ballestas y arcabuces, capitaneados por cinco prohombres como Luis Ferrer, cuya mentalidad aún validaba los desafíos, como el que enfrentó a Pedro y Martín Ferrer a mediados del XVI. A la sombra de los poderosos conservaron los labradores sus armas, algunas ya anticuadas, inquietando al justiciero Felipe II, que temió las violencias de los bandos y de los bandoleros más allá de la Corona de Aragón.
La fortaleza de Requena, única en cuarenta leguas a la redonda, simbolizó el poder regio, dotada de prisión y aposento fuerte, pero custodiada por poco más de dos hombres. No era infrecuente que sobre el carcelero llovieran acusaciones de venalidad, dejándose sobornar por los reclusos que querían dormir en sus casas. Más que en su modesta dotación de medios, común a muchos representantes territoriales de la monarquía, la fuerza del corregidor residió en el buen entendimiento con los poderosos, difícil de conseguir cuando se indagó el nombramiento de sus paniaguados para llevar la contabilidad y se les acusó de repartir sin equidad los tributos por porterías en lugar de por haciendas. En 1543 se asesinó al corregidor Amusco, acusándose a individuos como el bachiller Carrascosa, posteriormente asesinado por los Picazo (linaje desplazado del poder local y con lazos con el bandolerismo valenciano). El corregidor Lezcano padeció durante su juicio de residencia en 1561 la inquina de la liga o monipodio de los Pedrón, los Ferrer, los Ruiz (escapados de Portugal), y de comerciantes que escalaron posiciones en la villa como Baltasar de la Serna y Alonso Martínez Godoy. Claro que Lezcano tampoco fue un alma del purgatorio, y en complicidad con el virrey de Valencia se dedicó a traficar ilegalmente con el vital trigo. Medió en los tratos entre uno y otro el criado del virrey y cuñado del corregidor, Sebastián Díaz de la Peña. Al final, parece ser que el severo Felipe II no aplicó todo su rigor, ya que la corrupción tolerada permitió mantener en pie un sistema de dominio con muchos puntos magros.
La corrupción, como la piratería del Mediterráneo evocado por Braudel, se cebó en una localidad en expansión, donde el contrabando fue tentadoramente lucrativo, hasta tal punto que el susodicho Díaz de la Peña confió al pastor Bartolomé García el paso a Valencia de una maleta de ropa y de la cuantiosa suma de 500 ducados en reales. En 1548 se estimó su población en unos 700 vecinos, y en 1563 en 1.033. Tales cifras se prestan a la controversia, máxime cuando las defunciones alcanzaron cotas altas en la parroquia del Salvador en 1554-60. La alta mortalidad dio una tregua entre 1561 y 1580, antes que las epidemias castigaran las Españas a fines del XVI. Los movimientos de población no parecen haber jugado en contra de los requenenses del Siglo de Oro, que participaron muy puntualmente en la gran empresa indiana: el clérigo Diego Díaz solicitó en 1543 el maestrazgo de Santiago en Antigua, y en 1592 Juan de la Cárcel (soltero de 34 años hijo de Juan, fallecido en la Nueva Granada) acompañó como criado a Andrés Rubio de Villamayor para cobrar una herencia en el Perú. A la villa llegaron mercaderes toledanos y valencianos, y cuberos vizcaínos. También afluyó población gitana, como en otros puntos de Castilla la Nueva, contra la que se dictaría órdenes de expulsión en 1595. Su arrabal experimentó una importante mejora a lo largo del Quinientos. Se empedró su plaza, se niveló y ensanchó la cuesta de las carnicerías, y se reparó la fuente de los frailes.
De los 700 vecinos de 1548 se reconocieron como pobres 200. El cultivo de los campos se afirmó paralelamente al aumento desde el XV del protagonismo de los jornaleros, que a veces se mostraron capaces de arrancar una retribución un poco más crecida. En 1528 los cavadores de viñas consiguieron los cuarenta maravedíes diarios. Casi las dos terceras partes de las gentes se concentraron en la Vega, el fértil corazón de una Tierra de 1.336 kilómetros cuadrados. En la villa las actividades artesanas no cejaron de diversificarse: los zapateros y tejedores de 1479 dieron paso en 1535 a los hiladores, peraires, cardadores, tintoreros, y bataneros, coincidiendo con el desarrollo textil conquense.
La Castilla del XVI no se resistió al talento, y los caminos cervantinos de Iglesia, Mar y Casa Real promocionaron a muchos, que no dudaron en cegarlos una vez conseguidas sus metas. A mediados de siglo los eclesiásticos versados en teología y gramática protestaron contra la elección para las mayordomías de la fiesta del Rey Pájaro de rústicos mozos de la labranza, el pastoreo y la arriería, dignas encarnaciones de Peribáñez a excluir en nombre de la cultura elitista, muy potenciada bajo la Contrarreforma. Este exclusivismo también fue alimentado por las guerras imperiales, y en 1545 las regidurías perpetuas sustituyeron a las anuales. A los reyes les resultaba de enorme utilidad disponer de un grupo minoritario de interlocutores locales, una auténtica oligarquía, para hacer cumplir sus mandatos. La España imperial se veía en el espejo del imperio romano, jalonado de municipios elitistas, y la experiencia de los Países Bajos dejó un gusto muy amargo al respecto. En Requena, como en el resto de Castilla, las cosas no siempre fueron como una balsa de aceite, y en 1583 se movió por encumbrados descontentos un tumulto contra los regidores perpetuos, que fueron removidos en 1587. Un grupo de doscientos vecinos nombró regidores a una serie de individuos que habían prosperado en los años anteriores, con la condición de anuales nuevamente. Llegados al poder, los recién llegados se mostraron bien dispuestos a estrechar lazos con los linajes que habían gobernado, y en 1593 se lograron doce títulos de regidores perpetuos de Felipe II.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1520-35 (2741), 1587-93 (2898) y 1593-1600 (2897).
Proceso contra el corregidor Francisco de Lezcano (6157).
Órdenes y provisiones reales nº. 10082, 10088, 11410, 11414 y 11421.
Documentos de caminos nº. 11453 y 6118.
Escrituras particulares nº. 11511 y 10772.
Libro de defunciones del Salvador, 1554-1800, libro de matrimonios de San Nicolás, 1564-1818, y libro de bautizos de San Nicolás, 1532-1800.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Cancillería, Registro del Sello de Corte, Leg. 148012, 200 y 232; 148410, 3; y 149010, 1.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Casa de la Contratación, 5235 (N. 2, R. 42) y 5241 (N. 1, R. 25).