“De hecho, cuando los valencianos –los de lengua catalana- hablamos del País Valenciano, solemos olvidarnos de los “otros” valencianos: nuestras generalizaciones no los tienen en cuenta. No hay en ello ningún menosprecio consciente. Hay, no más, el reflejo automático de una realidad social ineludible (…). Los valenciano-catalanes no encuentran la manera de conciliar en su seno unos elementos –aragoneses, castellanos, murcianos- que le son extraños. Solamente la inercia histórica hace soportable la conjunción de grupos tan disímiles.
“La relación no ha cambiado en tiempos más recientes por lo que concierne a la diferencia de potencial humano, económico y político de las dos zonas. La “subordinación” de la castellana sigue siendo igual. El Estado reforzó esta zona con dos comarcas más potentes. En 1851 una decisión del Gobierno central unía a la provincia de Valencia la altiplanicie de Requena: tierra de viñas, bastante rica, que formaba parte de la provincia y la diócesis de Cuenca. En 1836 había sido unido a la provincia de Alicante el Marquesado de Villena, Mancha pura, también de campo provechoso. Pese a todo, la ecuación permanecía inalterada. Dos trozos de Castilla eran incrustados en el País Valenciano. Cabe decir que estos “valencianos” de última hora venían como castellanos, hasta incluso en el mal sentido de la palabra. Cuando en 1907, los valencianos de siempre –o, por decirlo bien, unos grupos nacionalistas- conmemoraron el segundo centenario de la abolición del régimen autonómico del País Valenciano por Felipe V, fecha y acontecimiento considerados luctuosos, los republicanos de Requena dedicaron una lápida de homenaje al primer rey de la Casa de Borbón: la lápida, naturalmente, era una desafiante afirmación de castellanismo inequívoca, y más proveniente de unos republicanos. Pero unas razones de tipo económico aconsejaron a los viticultores de Requena el acercamiento administrativo a Valencia. La pseudo-literatura comarcal habla de todo ello y emplea la expresión de Castilla valenciana para referirse a ello. Sea como sea, el centro de gravedad del país había de seguir siendo, como es, la zona catalana.
(…)
“El problema es más grave visto desde el otro lado: desde el de la zona “valenciana”. Más o menos satisfactoriamente, la zona castellana tiene a su espalda su cuerpo nacional ya hecho, que no es el valenciano. Sentirse valencianos o no, será para su gente una cuestión secundaria. Pero los otros valencianos –los valencianos estrictos- tienen que completarse como “pueblo”, y cualquier intento que hayan de hacer o hagan en este sentido vendrá obstruido por el lastre que para ellos supone la zona castellana del país. La “unidad” tiene exigencias inevitables: pide excluir o asimilar los elementos radicalmente heterogéneos que subsisten en su área (…). Nos guste o no a unos y a otros, el hecho es que hay dos formas de “valencianos” imposibles de fundir en una sola. Por otra parte, ello obstaculiza a los valencianos de la zona catalana en la dirección que debería de ser y es su único futuro normal: los Países Catalanes, en tanto que comunidad suprarregional donde ha de realizarse su plenitud de “pueblo”.
(…)
“Por mucho tiempo, pues, la “dualidad” que escinde el País Valenciano seguirá insoluble (…) Sea como sea, lo importante es que los “valencianos” no debemos de vernos desviados ni perturbados de nuestra autenticidad de “pueblo”. No sé cómo, pero eso es lo que deberá de enseñarse –y hacer aceptar- a nuestros paisanos “aragoneses”, “castellanos” y “murcianos”.

Traducción del catalán al castellano.
Joan FUSTER, Nosaltres els valencians, Barcelona, 1962, pp. 105-112