La Requena del pasado se muestra todavía esplendorosa a propios y a extraños, pese a todo, gracias a sus monumentos, algunos tan característicos. En sus alrededores también se extiende otro género de monumento, el del paisaje agrario construido pacientemente a lo largo de los siglos. Sus aldeas no son fruto de la improvisación. Los más mayores recuerdan lo mucho que se ha perdido en el casco urbano y en el campo, pero también se ha realizado recientemente un esfuerzo de recuperación considerable a muchos niveles, que de no haberse hecho nos privaría ahora de muchos tesoros.
Hay un tesoro que hoy en día resulta bastante accesible a todas las personas con deseos de conocimiento, el del Archivo Municipal, pleno de contenido que da pie a la reflexión razonada de investigadores, estudiantes u otros particulares. Muchos han buceado en sus fondos buscando a sus familiares de forma más precisa, y otros menos intentando descifrar el sentido de la evolución demográfica de Requena.
En 1798 Thomas Malthus dio a la luz su Ensayo sobre el principio de la población, en el que exponía cómo el crecimiento geométrico de la población humana devoraba el aritmético de sus recursos alimenticios si no se ponían unos frenos. Los historiadores más conscientes lo han tomado como paradigma, formulando también críticas razonadas, para explicar los mecanismos de crecimiento demográfico de las sociedades preindustriales.
A veces un detalle que puede parecer nimio, tomado de la investigación de base, nos obliga a contrastarlo con la teoría. En 1629 la mortalidad infantil resultó especialmente elevada, si atendemos a las cifras de defunciones registradas en los índices de la parroquia de El Salvador. Se registró un 26% de fallecimiento de niños, un 22% de niñas, un 22% de varones adultos y un 30% de mujeres adultas. Los menores eran, en todo caso, el 48% de los difuntos.
A ciencia cierta no tenemos una explicación precisa en lo médico sobre esta tal elevación de la mortalidad infantil, pese a las difíciles condiciones sanitarias de la época. Los partos tampoco eran fáciles, y muchas mujeres entregaban su alma al Señor en aquel momento. Quizá se tratara de una enfermedad vírica, hoy en día de curación asequible, la que matara a tantos inocentes en un 1629 privado de tantos remedios médicos.
Las muertes de los pequeños, terribles en lo familiar, se dejarían sentir en la pirámide demográfica de veinte años después. La animación posterior de los matrimonios y de los nacimientos compensaría tal bache.
Malthus opinaba que la población era capaz de doblarse naturalmente cada veinticinco años siguiendo ciertas observaciones de lo acontecido en Norteamérica, donde la disponibilidad de tierra incitaba a la multiplicación. Los jóvenes Estados Unidos concitaban ya grandes esperanzas. En Requena, evidentemente, nunca se produjo tal crecimiento natural por razones en las que Malthus profundizó poco (las del reparto de la propiedad) o en las que no reparó como las causas más concretas de la mortalidad infantil.
Está fuera de toda duda que Requena acusó las llamadas crisis maltusianas, pero a veces su realidad histórica nos indica que sobrepujó la teoría, que es buena cuando se contrasta con los datos y nos ayuda a meditar.
