Acerca de la Guerra de Sucesión.
Las personas de hoy en día somos muy proclives a conmemorar los grandes hitos del pasado. En julio recordaremos expresamente el inicio de la Gran Guerra, que no fue precisamente la primera mundial de la Historia. En la de la Sucesión Española se combatió más allá de Europa, mereciendo igualmente todo género de actos en su recuerdo.
En aquella guerra se dirimió el destino de la Monarquía hispánica, esencial para mantener el equilibrio de poderes europeo pergeñado en la paz de Westfalia, participando actívamente los diferentes Estados de aquélla. Los proyectos dinásticos de las coronas de Castilla y Aragón colisionaron en unos términos muy diferentes de los del nacionalismo contemporáneo, fundamentado en la voluntad del pueblo y no en la fidelidad al rey. Dentro de la corona castellana, de los reinos de Valencia y Aragón, y del principado de Cataluña también se enfrentaron con furia los borbónicos contra los austracistas, desterrándose toda simplificación interesada en clave de unanimidad patriótica.
Tras el magnífico trabajo de César Jordá Sánchez y Juan Carlos Pérez García sobre el relato de Pedro Domínguez de la Coba, en el que se desgrana pormenorizadamente los primeros momentos de la guerra, el asedio y ocupación austracista de Requena, nos ha parecido de interés exponer con brevedad lo sucedido en esta tierra hasta la finalización de este largo y complejo conflicto.
La pérdida austracista de Requena.
Un tres de mayo de 1707 hicieron su entrada en Requena las tropas de Felipe V de Borbón, que se habían alzado con el triunfo en Almansa el 25 de abril anterior. José Manuel Miñana apuntó con brevedad en su De bello rustico valentino que se tomó sin lucha, capturándose aquí dos compañías de valencianos mandadas por el caballero sanjuanista José Bellvís de Montcada y por José Nicolau, además de unos pocos jinetes del vecino reino, añadiendo que aterrorizados se rindieron sin ofrecer resistencia al ambicioso duque de Orleans, que los envió prisioneros al interior de Castilla. Hasta el 25 de julio de 1707 no se reanudó la consignación escrita de las actas municipales, interrumpidas desde el 28 de mayo de 1706.
Virginia León ha recordado con acierto que el archiduque Carlos de Austria fue Carlos III, el primero de este nombre, para muchos españoles de origen castellano, valenciano y catalán, así llamados en su exilio en tierras del imperio austriaco. El rey don Carlos mantuvo con variantes el sistema polisinodial de los Austrias hispanos, y su círculo más allegado siempre contempló Cataluña como el antemural de su causa en toda España. Se consideró el digno sucesor del César Carlos, y en su corte de Barcelona se empleó con toda naturalidad el castellano como idioma oficial.
En Requena su causa no tuvo seguidores de signo radical, como los campesinos valencianos que combatieron por la abolición de tributos feudales, a los que se ha llamado maulets, ya que en esta tierra realenga predominó el pago de rentas en concepto de explotación de la propiedad particular. Es posible que Carlos III contara con simpatizantes entre los caballeros y gente acaudalada de la villa, sospechándose de la trayectoria del regidor Miguel de Ibarra.
De todos modos se impuso sin mayores problemas la causa felipista, ensalzando los requenenses su fidelidad hacia el primer titular de la casa de Borbón, contraponiéndose de forma interesada y esquemática al carácter rebelde del reino de Valencia. En la contabilidad de los propios y arbitrios el intervalo austracista figuró con la eufónica expresión del tiempo de los enemigos. No en vano durante muchos años la actual Plaza de España llevó el nombre de Felipe V.
La restauración borbónica.
Desde la entrada de las fuerzas borbónicas Requena estuvo bajo la égida del gobernador militar Tomás de Aberna y Cabrera, que el 25 de julio de 1707 autorizó al corregidor Juan Sánchez Escudero al ejercicio anual de la alcaldía y del alguacilazgo así como de la capitanía de guerra. La nueva autoridad no pudo prescindir de la cooperación de los prohombres locales como la del caballero de Montesa José Antonio Enríquez de Navarra en calidad de teniente de corregidor. En el consistorio tomaron asiento como regidores Juan Muñoz, Gregorio de Nuévalos, José Muñoz Ramírez y Martín Ruiz, y Alonso de Carcajona como procurador síndico. Unos meses más tarde también desempeñó la regiduría Miguel de Ibarra.
El asedio y ocupación austracista ocasionó considerables daños materiales, pues se destruyeron hasta trescientas casas en sólo diez meses. Se tuvieron que apuntalar las defensas urgentemente. La imposición por los fieles de Carlos de Austria de 1.500 doblones quebrantó el erario local.
El municipio acordó una serie de compensaciones en septiembre y octubre de 1707, especialmente a sus regidores. A Gregorio de Nuévalos se le concedió la tala de 200 pinos para reconstruir sus casas, y los réditos de sus censos sobre el pósito y los propios y arbitrios se atendieron con puntualidad al igual que los de Miguel de Ibarra. El síndico de San Francisco Juan Ramírez Gallego consiguió los 1.700 reales de 1706-07 sobre la dehesa de Realame para reparar el edificio conventual.
Los fondos de las socorridas dehesas se emplearon en el arreglo de las casas de la justicia, de la cárcel, del pósito y del puente de Jalance, mas no satisfacieron todos los gastos, especialmente los de la reconstitución de los fondos frumentarios y monetarios del pósito, y para ello se encomendó al infatigable don Pedro Domínguez de la Coba la gestión del arrendamiento por diez años de mil fanegas realengas, a respetar por los alcaldes mayores entregadores de mestas y cañadas, escogiéndose a tal efecto el Ardal de Campo Arcís. De momento se mostró clemencia hacia una villa fiel en la frontera castellana, otorgándole la remisión quinquenal de tributos para reconstruir el Hospital de la Reina, a contar desde el primero de enero de 1707.
El tiempo de la gobernación.
Del 6 de agosto de 1708 al 26 de octubre de 1711 el gobernador militar Tomás de Aberna asumió el corregimiento requenense plenamente, encareciendo el temible caballero D´Asfeld que se le asistiera debidamente. Desde finales del reinado de Carlos II se dispusieron gobiernos militares en algunas plazas del reino de Murcia como Lorca o Villena para mejorar la defensa de las Españas mediterráneas. Los triunfos de los borbónicos en la Península, como la toma de Tortosa, en 1708-09 no se correspondieron con sus fracasos en los Países Bajos y el Norte de Francia ante los austracistas, que en 1710 recuperaron fugazmente Zaragoza y plantaron sus reales en Madrid. La resistencia castellana volvió a desalojarlos del centro peninsular, encajando una severa derrota en diciembre de aquel año en Brihuega. En abril de 1711 murió el hermano de Carlos III de Austria, el emperador José I, planteándose una posible restauración de los dominios de Carlos I, algo que ni británicos ni holandeses estuvieron dispuestos a consentir.
La provisión de pan se convirtió en un calvario. Obstaculizó el arrendamiento de terrenos realengos para vigorizar el pósito la proliferación ilegal de rozas. Como en otros puntos de la Península el año agrario de 1708-09 resultó nefasto, y de agosto a noviembre de 1708 la fanega se encabritó de 33 a 42 reales. El corte del suministro desde el reino de Aragón en febrero de 1709 fue calamitoso hasta tal extremo que en abril sólo se consiguieron 120 fanegas a 51 reales cada una. Al mes siguiente Domínguez de la Coba prestó 15.000 reales para comprar un suplemento de 400 faneguetas. Se tuvo que restringir la venta de pan a los forasteros. Para colmo la langosta se abatió en la primavera sobre las tierras requenenses, arrojando un gasto de 3.458 reales, y la abolición de los puertos secos del 25 de enero de 1708 quedó sin efecto hasta el 7 diciembre 1714 al menos.
El alimento era vital para ganar la guerra, y el comandante de la ciudad y del reino de Valencia don Francisco Caetano y Aragón ordenó emplazar un almacén de pan en la villa, que se situaría en las viviendas de don Fernando Dávila en la calle del Carmen. En noviembre y diciembre de 1709 los requenenses transportaron trigo hasta Tortosa, y en mayo de 1710 aportaron con urgencia bagajes de granos junto a los de Almansa, Moya y Jorquera. A la remonta de caballos no pudieron atender en mayo de 1711, pero en todo momento se enfrentaron a los problemas de una retaguardia no muy lejana del campo de batalla.
La descomposición del ejército austracista tras la batalla de Almansa, especialmente de las unidades portuguesas, alimentó el bandidismo en un momento de agudas dificultades económicas e intensísima crisis política, propiciando toda clase de descontentos. El clima de inseguridad se enseñoreó de demasiadas áreas de España, como el Campo de Tarragona en el que surgirían los mozos de escuadra contra el bandolerismo político y social. Los caminos entre Requena y Buñol, entre otros, fueron azotados por una gran inseguridad, y el concejo requenense no tuvo más remedio que hacerle frente con sus recursos. Treinta de sus vecinos escoltaron en noviembre de 1709 el correo hasta Buñol. En enero de 1710 las fuerzas municipales de Requena y Chelva cooperaron contra los miqueletes en el área de Sot de Chera.
El quebranto del gobierno municipal.
En una guerra como la de Sucesión la victoria no se logró sólo con audaces acciones militares, sino también con inmensas dosis de resistencia. La Francia de Luis XIV quedó agotada, y la Gran Bretaña suspiró al final por una paz honrosa tras la muerte del emperador José I. Castilla realizó una contribución más que notable alistando las primeras quintas y sosteniendo a los voraces regimientos de caballería, no exceptuándose Requena de tales deberes.
El reparto de los donativos y de la contribución de utensilios militares se puso en manos de caballeros hidalgos, lo que hizo revivir en agosto de 1710 la disputa de 1703-04 entre el común y un municipio muy controlado por aquéllos. La clara mejora de la suerte de las armas borbónicos auspició el paso a una administración más civilista, capaz de brindar a Requena el anhelado sosiego. El 26 de octubre de 1711 el obispo de Cuenca Miguel del Olmo tomó juramento a José de Valdenebro como corregidor, insistiendo en la honradez a la hora de conceder dádivas y salarios, instrumentos de patronazgo local.
Desgraciadamente el invierno de 1711-12 trajo malas noticias. El frente catalán requirió enormes dispendios, y cada vecino tuvo que costear 50 reales para los reales cuarteles y 10 para la remonta de caballos en un plazo de cinco meses. El primero de enero de 1712 finalizó la remisión quinquenal de impuestos, y el pago de la alcabala se convirtió en un quebradero de cabeza que exigió nuevos arbitrios, máxime cuando el pósito yacía quebrantado y la limitada cosecha había alentado la venta libre de pan.
El procurador síndico expuso a las autoridades reales la enorme pobreza de los vecinos, y el municipio intentó que el duque de Vendôme (el triunfador de Brihuega) reconsiderara la carga de los alojamientos. Sin embargo, no hubo clemencia en esta ocasión. La superintendencia general de justicia, guerra y hacienda de Murcia se encargó del reparto de los donativos entre octubre de 1712 y febrero de 1713. Ante lo que se consideraron negligencias de varios regidores propietarios, que no siempre atendieron a las consultas reales, el corregidor revisó y autentificó sus títulos con atención en noviembre del 12. Sintomáticamente en diciembre de 1713 José de Valdenebro resignó el corregimiento acuciado por el preocupante estado del pósito, rigiéndolo de manera interina hasta diciembre del año siguiente su propio teniente, el regidor decano Alonso de Carcajona, que representó el desquite de la oligarquía local con el absolutismo en guerra.
Las dificultades de la reconstrucción.
El final de la guerra no mitigó del todo los padecimientos de los requenenses y del resto de los españoles, ya que el despliegue de las fuerzas de guarnición se mostró caro. En enero de 1715 Requena atendió al tránsito desde Cataluña de dos batallones de guardias valonas, proporcionando las necesarias raciones de libra y media de pan, bagajes y alojamientos.
La paz produjo las muy lógicas alegrías, consignándose en mayo de 1715 con gran alivio la suscrita con Portugal. Se despejó el empeño de la reconstrucción entre 1715 y 1718, entendiéndose también como una oportunidad de mejora.
La restitución de los documentos del archivo municipal, saqueado en 1706, apuntalaria la fibra moral de la maltrecha república requenense, de la que emanaria el buen comportamiento de sus servidores bajo la supervisión del rey, interviniendo a través de sus representantes en la designación de su alférez, hasta el momento en manos de los capitanes de milicias del reino.
Se quiso establecer más allá de la guerra un nuevo ejército que desterrara los problemas de alistamiento, abasto e indisciplina que tantos problemas provocaron en el siglo anterior. En marzo de 1714 se regularizó la sujeción de las tropas a la superintendencia. También cobraron carta de naturaleza los sorteos de los mozos quintados, evitándose en teoría la leva de los denostados vagabundos, que fueron perseguidos junto a los desertores a filas por una unidad de doce hombres, señalados por los cabos de escuadras, en las Derrubiadas en enero de 1718.
Una vez más se alzó un ejército real con los recursos de las haciendas municipales, a las que regularmente se dirigieron circulares para fomentar la economía. En Requena se atendió a la limpieza de las acequias para mejorar los cercanos caminos y evitar el deterioro del molino concejil. Se quiso animar la cría de caballos y la repoblación forestal al atribuirse la despoblación de muchas partes de España a la empobrecederora carencia de leña. El arrendamiento de los arbitrios no cedió en importancia, acrecentando los precios de los bienes raíces en un tres por ciento. Se volvió a recurrir a un veterano remedio, el de solicitar al rey el 18 de mayo de 1716 una feria franca a celebrar a partir del 8 de septiembre según práctica antigua, cuya autoridad era tan respetable como la del mismo monarca.
Las Españas de aquella hora histórica.
Hemos visto como esta contienda global se libró con recursos locales, lo que expuso también a los castellanos a excesos de autoridad y abusos fiscales por parte de un absolutismo que poco tuvo de racionalizador. Tanto Felipe V como Carlos III se propusieron ganar la guerra con todos los medios a su alcance. El primero nunca pensó en forjar una España como la muy posteriormente imaginada por los liberales de Cádiz, pues tal cosa nunca entró en su horizonte histórico de pensamiento. No tuvo empacho en preservar las instituciones forales de Navarra y de las provincias vascas. Tampoco homologó el régimen de gobierno de los Estados de la corona aragonesa con el castellano, ya que en aquéllos se impuso una autoridad militar muy distinta de la civilista de Castilla, donde no se consiguió instaurar la única contribución en el XVIII.
Entre 1703 y 1715 se fueron abatiendo los desastres de la guerra por las tierras españolas, que reaccionaron en numerosas ocasiones exaltando su orgullo patrio local, el de su república, dada la ingente movilización de sus recursos y de sus gentes. Su recuerdo ha alimentado reivindicaciones nacionalistas cuyo origen real nada tiene que ver con aquella guerra en la que todos tuvieron mucho que deplorar.
Fuentes.
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1706 a 1722, nº. 3265.
Libro de cuentas de propios y arbitrios de 1648 a 1722, nº. 2904/1-37.
Expediente 10.134.
Bibliografía.
DOMÍNGUEZ DE LA COBA, P. (atribuido a), Antigüedad i cosas memorables de la villa de Requena; escritas y recogidas por un vecino apassionado y amante de ella. Edición y estudio de C. Jordá Sánchez y J. C. Pérez García.
KAMEN, H., La Guerra de Sucesión en España, 1700-1715, Barcelona, 1974.
LEÓN, V., Entre Austrias y Borbones. El Archiduque Carlos y la monarquía de España (1700-1714), Madrid, 1993.
MIÑANA, J. M., La Guerra de Sucesión en Valencia. Edición de F. J. Pérez y J. Mª. Estellés, Valencia, 1985.
VOLTES, P., Felipe V. Fundador de la España contemporánea, Madrid, 2005.
