Mantener limpia una localidad siempre ha sido una tarea complicada, por muchas protestas y declaraciones de higiene, proclamadas a los cuatro vientos con toda solemnidad.
Las ordenanzas antiguas de Requena habían insistido al respecto, máxime en un tiempo en el que la peste y otras enfermedades no menos nocivas hacían acto de presencia, pero en las de 1622 se tuvo que insistir sobre el particular, por desgracia.
El vaciado de los servicios, frecuentemente encomendado a la sufrida servidumbre, ocasionaba no pocos contratiempos. Por ello, ningún criado podía vaciar su contenido en las acequias y muladares de cualquier forma. De mayo a agosto, se podría hacer entre el toque de la campana de queda y las cinco de la mañana, ampliándose a las seis los meses siguientes.
Se dejaba claro que debían vaciarse en las acequias que corrían dentro de la villa y en los muladares extramuros, bajo pena de 300 maravedíes, que debían pagar los mismos criados de sus soldadas, de no haber sido mandados por sus amos. Asomaba en las ordenanzas la sospecha de su negligencia e incumplimiento.
Debían de conseguirse unas calles limpias, sin la pesadumbre que algunas personas las mojaran y ensuciaran tirando aguas fecales por las ventanas de sus casas. Tal actividad solamente se autorizaría durante la queda nocturna. Todo incumplidor sería sancionado con seis reales, a beneficio del juez y del denunciante.
En la tarea de lograr una vía pública más limpia fue esencial que permaneciera sin lodos y en el invierno sin hielos, en la medida de lo posible, por lo que nadie (con independencia de su posición social) podía abocar albañales y desaguaderos de sus casas y pozos, con la excepción de servidumbres antiguas. De todos modos, debía cerrarlos bajo pena de seiscientos maravedíes.
Curiosamente en una localidad que se preciaba de cristianos viejos como Requena se cargó contra los lechones, animales sucios e inmundos según sus mismas ordenanzas. Muchos criados en casas particulares circulaban sueltos por calles y plazas, ocasionando no pocos daños, que se trataron de limitar con la imposición de seis reales a los amos contraventores.
Todo lo apuntado fue en muchas ocasiones la aspiración de una comunidad humana, a veces demasiado humana.
Fuentes.
COLECCIÓN HERRERO Y MORAL, I.
