En la segunda mitad del siglo XIX hubo algunos intentos de crear un asilo en Requena. El primero en 1867 de mano de don José Trinidad Herrero, que quiso fundar una casa asilo para los pobres, pero el proyecto no se llevó a efecto. En 1887, el arcipreste don José García Martínez llegó a expresar al pueblo su deseo de fundar en Requena un asilo de beneficencia, algo con lo que el pueblo estaba de acuerdo. No obstante, tampoco se llevó a cabo este intento. El verano de 1888 el nuevo arcipreste don Salvador Marín Merino asume la idea de su predecesor y solicita al Gobierno de la Nación la instalación en Requena de un asilo para pobres.
El expediente de solicitud fue tramitado por el alcalde don Ramón Verdú Diana, obteniendo de la Corona la facultad de que la Congregación de Ancianos Desamparados fundase en Requena un asilo. Proyecto apoyado por las autoridades civiles y eclesiásticas, pese a lo cual tampoco se iniciaba el proyecto, enfriándose la iniciativa a la muerte de uno de los prohombres requenenses que habían formado una junta para llevar a término el proyectado asilo.
Estaba de coadjutor en el arciprestazgo el sacerdote don León Ramos y Cárcel, el cual tomó la iniciativa de alquilar una casa en la calle de la Plata. Con el contrato de alquiler y una carta del arcipreste bajó a Valencia a tratar con la madre superiora de la Congregación de Ancianos Desamparados, por aquel entonces la mismísima fundadora Teresa Jornet e Ibars, sobre el envío de monjas a Requena. El resultado fue que la superiora –y futura santa- comisionó a dos hermanas, Sor Nieves y Sor Leonarda, para comenzar a habilitar el asilo de Requena.
Por fin, el 28 de enero de 1890 se inauguraba la casa asilo de Requena, con presencia del alcalde don Nicolás Bolós y del párroco don Salvador Merino. El Asilo contaba, en sus comienzos, con una asociación de ciento dieciocho señores que aportaban una limosna de 121,50 pesetas mensuales.
En pocos años el aumento de ancianos acogidos hizo que aquella primera residencia en la calle de la Plata resultase insuficiente y viesen la necesidad imperiosa de buscar otros espacios. El 21 de enero de 1897 se adquirió una casa en la calle del Carmen 57, interviniendo en el proceso la madre fundadora Teresa de Jesús Jornet e Ibars superiora de la congregación, representada en el acto por Sor Aurora del Corazón de María ante el notario Luis Pardo y Gil. En agosto del mismo año se compraba otra casa, adjunta a la primera, la número 55 de la calle del Carmen, que constaba de 4 pisos, corral y un huerto. Ambas casas se acondicionaron para acoger el Asilo.
Tras escasos veinte años, el Asilo vuelve a resultar insuficiente ante el creciente número de ancianos y en 1917 se compra una casa en el número 65 de la actual calle de Verdú Diana, entonces todavía denominada del Carmen, y meses después, en julio de 1918, la casa del número 63. Eran bastante amplias y se consideraron aptas para albergar el número de ancianos y de monjas que había entonces. Se comenzó a habilitar el edificio y se fueron instalando en él entre 1918 y 1920.
De 1936 a 1939, los años de la guerra civil, en Requena los ancianos fueron enviados al Hospital de San Julián en la Loma y la casa ocupada como sede de colegios para niños.
A partir de 1939 el edificio volvió a ser asilo de ancianos, pero aquellas casas, adquiridas a principios del siglo XX, ya eran viejas y en la década de los cincuenta habían llegado a un estado tan ruinoso que realmente impedía el normal desenvolvimiento de la vida de los ancianos acogidos y de las monjas que los cuidaban. Estas se situaron en la tesitura de abandonar Requena, pero Miguel García Cárcel (el Cabildero) las convenció de que no se fueran, les ayudó a ver que era posible alzar un nuevo edificio, que era mejor tirar las casas viejas, comprar terreno y comenzar a construir un nuevo edificio, y eso que las Hermanitas no tenían nada. El alcalde, Heliodoro Collado, les facilitó la tramitación y evitó gastos de papeleo. La Casa Madre de las Hermanitas de los Desamparados decidió llevar adelante la obra.
Eladio García González (Cabildero hijo), fue testigo de aquella reunión entre su padre y la superiora, y encargado de formar una Comisión Pro-Asilo, que parece se fundó finalizando 1960. Ya, a principios de 1959, se habían iniciado las gestiones para la construcción del nuevo Asilo o Residencia de Ancianos Desamparados. En el verano se derribaron las primeras casas viejas y en noviembre comenzaban las obras. El proyecto se había encargado al arquitecto don José Jiménez Cusí. No obstante entre la experiencia y visión, de lo que tenía que ser el asilo del futuro, de Sor Manuela Gil y el apoyo del constructor requenense don Antonio Monzó, se realizaron considerables modificaciones al proyecto inicial. Estaba concebido para cien acogidos de ambos sexos y quince religiosas, con habitaciones amplias y soleadas.
El presupuesto inicial ascendía a 3.742.000 pesetas. Para financiar este proyecto las hermanitas contaban con muy poco dinero en relación con el que hacía falta para llevar a cabo semejante obra. En aquellos momentos el asilo más bien parecía una quimera, algo que no podría realizarse antes de 10 o 20 años, sin embargo las personas de la Comisión se lo plantearon para un quinquenio. A tal objeto trabajaron sin descanso y dinamizaron la colaboración a la obra de modo que todo requenense pudiese colaborar. La respuesta fue magnífica. En marzo de 1961 El Trullo publicaba un artículo que sintetizaba la historia del asilo de ancianos de Requena y presentaba los nuevos proyectos, animando a todos los requenenses a colaborar en un hogar digno y con capacidad suficiente para albergar a los ancianos y las hermanitas. No hacían falta muchos razonamientos para apoyar el proyecto, la Comisión Pro-Asilo anunciaba que solicitaría a todos los vecinos una generosa aportación y buscaría los medios para llevarlo a buen término. Y lo prometido lo cumplieron. Lenta, pero tenaz y eficazmente se fueron recogiendo donativos, obteniendo préstamos
El 27 de junio de 1962 se inauguraba la primera fase cuyo coste había ascendido a 1.276.272,53 pesetas. Lo que se había visto como un mero sueño, en noviembre de 1963 era una gozosa realidad. La segunda fase se tenía previsto inaugurar el 28 de enero de 1965, con motivo del 75 aniversario de la fundación en Requena de la Casa Asilo, pero tuvo lugar el 26 de febrero. En esta segunda fase se construyó el cuerpo central del edificio, donde se instalaría la capilla con un impresionante mural en el frontal del altar.
En 1973 la Comisión Pro-Asilo, cuyo presidente era Francisco Martínez Bermell y el secretario, Eladio García, con el visto bueno de la superiora, Madre Pilar González, agradecía públicamente a todos los requenenses la desinteresada ayuda prestada en la realización de tan espléndida obra. Obra que se había iniciado el 13 de noviembre de 1959 y poco a poco había ido cambiando de aspecto hasta convertirse en una espléndida residencia que generaba un merecido orgullo en la ciudad como “broche de gloria y satisfacción”. Finalizadas las obras, también cesaba la Comisión Pro-Asilo, no obstante se seguía necesitando ayuda para terminar de pagar y para el mantenimiento de los ancianos acogidos, que si en los años cincuenta eran una veintena, iniciada la década de los setenta eran más de 200.
Si la colaboración de autoridades, personalidades y el pueblo de Requena fue importante en la historia de una institución, como la Residencia de Ancianos, para Requena, es incuestionable que no podría haberse desarrollado sus objetivos, tras la erección de cada una de las casas adquiridas y transformadas en asilo a lo largo de casi un siglo, sin la obra personal de las Hermanitas de los Pobres Desamparados, cuya vida se fundamenta en dos pilares: la caridad hacia el prójimo y la conciencia de la providencia divina.
El mantenimiento de un centro benéfico privado que vive de la caridad nunca resulta fácil. La autofinanciación supuso, y todavía supone, un enorme y permanente esfuerzo. A primeros de cada mes las monjas salían a pedir por casas, comercios, cantinas, fincas etc. También los domingos que eran día de mercado, y en la época de la vendimia las monjas recorrían la comarca, salían a pedir por aldeas y caseríos donde les daban uva que luego ellas cambiaban por vino para los ancianos. Los ancianos que podían trenzaban con esparto esteras, espuertas y otros productos que luego vendían a la gente de las aldeas. Hasta 1963 el Ayuntamiento les dio una subvención de doscientas pesetas. En la actualidad muchos de los ancianos aportan sus pensiones, pero no todos la tienen. Es una asociación de carácter privado sin ánimo de lucro dedicada a la asistencia de ancianos y enfermos, carente de subvenciones o conciertos económicos.
Pero hay algo que va más allá de lo material, y es el trato y la dedicación que reciben los acogidos de mano de las hijas de Santa Teresa Jornet, quien en junio de 1872 había encontrado su vocación cuando el Señor había descorrido el velo de lo que sería la misión de aquella religiosa: cuidar de los ancianos pobres y desamparados. El 27 de enero de 1873 Teresa y un grupo de once jóvenes, vistieron sus hábitos, tres días después fue elegida superiora y directora de aquel grupo con el que iniciaba su obra. El 22 de agosto de 1897 fueron aprobadas las Constituciones de la Congregación, cuatro días antes de la muerte de la fundadora de las Hermanitas. En escasos 25 años, la Congregación había levantado más de 103 casas de acogidos por España y algunos países sudamericanos.
Los hechos, las fundaciones, son el resultado de un esfuerzo humano, pero este lo es de una profunda fe y una nítida espiritualidad que anima la vida de la Congregación de las Hermanitas. Espiritualidad que Santa Teresa resumen en las siguientes palabras: “Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza, el mundo bajo los pies”. Carisma que nace de la sobreabundancia del amor misericordioso de la Trinidad y por el cual cada hermanita transforma su vida y quiere colaborar con la misión salvífica de Jesús en el servicio a los ancianos desamparados.
La oración personal y comunitaria, junto a la frecuencia sacramental, hacen que las buenas obras de la Hermanitas no sean una mera praxis humanitaria, sino el resultado de una incuestionable abnegación, de su entrega, de su generosidad en el cuidado temporal y espiritual del anciano desamparado.
Con “los ojos en el cielo y los pies en el suelo” como decía Santa Teresa Jornet, las Hermanitas alaban y dan gloria a Dios cumpliendo su voluntad de cuidar de “aquellos que han perdido valor a los ojos del mundo, los ancianos desechados por la cultura del descarte”. Ellos son el Siervo sufriente de Yahvé, los que desfigurados por la vejez y la enfermedad van perdiendo su aspecto anterior, y en ellos, en cada uno de los rostros que sufre por su vejez, por su enfermedad, por su soledad, por su incapacidad para moverse y comunicarse, ellas ven ese rostro sufriente de Cristo. En el ejercicio de su suprema libertad ellas entienden y asumen la sabiduría de la cruz para servir a Dios en los pobres.
Fuentes.
Jordá Moltó, César. Historia de la Residencia-Asilo de Ancianos de Requena, 1993.
“El nuevo asilo”, El Trullo, marzo de 1961.
Comisión Pro-Asilo Ancianos Desamparados, Los sueños pueden ser realidad, noviembre de 1963.
Comisión Pro-Asilo Ancianos Desamparados, “Resumen de la Comisión Pro- Asilo de 1960 a 1966”, El Trullo.
Comisión Pro-Asilo Ancianos Desamparados, “Agradece…” 1973.