Agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura, agricultura y más agricultura. Y mucha más agricultura. Y ganadería, tan importante en Chera, en la Serranía valenciana, en los payeses de los territorios de la Corona de Aragón y en toda Castilla. Y la pesca, tan importante para gallegos, gaditanos, malagueños y valencianos. Y la apicultura, más antigua que el mundo mismo y parte indivisa de la cultura íbera y de las surgidas en el Mediterráneo, no en vano es en la localidad valenciana de Bicorp y en sus famosas Cuevas de la Araña donde aparecen los primeros vestigios de prácticas de esta actividad.
Ayer, Valencia presentó un panorama inmejorable como nunca antes en su historia se había visto, quizá desde aquellos tiempos en los que era la capital del Mediterráneo y brillaba con esplendor cultural a mediados-finales del siglo XV. Mil tractores venidos de todos los puntos de la Comunidad Valenciana y encabezados por un señor de Los Pedrones desfilaron a paso marcial, decidido y reivindicativo por el centro de Valencia, empezando en el nº 10 de la Calle San Agustín y terminando en el Monasterio del Temple donde se leyó un manifiesto para poner todos los puntos sobre las íes a esa castuza política despreciativa y engañadora.
Ayer, la agricultura fue más que nunca la disidencia contra el mundo contemporáneo, ayer fueron los callos de nuestras manos los que portaron los estandartes de la honradez y el trabajo duro contra todo un conglomerado sociopolítico que nos abandona, que nos ofende y que nos humilla. Habría algún mentecato que se mofaría diciendo que fue una “cabalgata de tractores” y a ese zafio deshonesto le responderemos con más trabajo duro y acallado, y por supuesto, con paz y nuestras buenas voluntades.
La reclamación de dignidad agrícola no se quedaba únicamente en protestas contra quiénes se hacen ricos a nuestra costa, esta reclamación era pedir el respeto necesario a un mundo vetusto que configuró la Nación y la Patria, un mundo vetusto como el nuestro que no está muerto. Y se demostró que está más vivo que nunca.
Otro tema importante a tratar es el de la despoblación de las zonas rurales, especialmente de las aldeas de Requena, municipio con veintinueve pedanías y el que más de España. Si antaño núcleos poblaciones como San Antonio – que tiene el estatus de pedanía pero sus 2.100 habitantes y servicios básicos que aparecen en el artículo 25 de la LBRL como Policía local, comercio ambulante, cementerios, instalaciones deportivas, CEIP y hasta parques públicos, reservados estos a municipios con más de 5.000 habitantes acreditan que no es aldea – llegaron a encabezar intentonas de independencia municipal como la famosa Vega Libre (y su extensión en mi paterna Vega del Magro, conocida como Vega Roja) durante nuestro cainita conflicto de los años 30 y previamente fueron municipio independiente a finales del siglo XIX, ahora la despoblación azota a nuestras aldeas y las languidece. Recuerdo a mi abuela Luz hablarme de como solo la Calle Nueva de San Juan tenía a cientos de personas habitando en ella y las verbenas que allí se realizaban, por no contar con la hospitalidad con la que mis abuelos y mi padre fueron recibidos cuando a principios de los 70 se mudaron de Calderón – otra aldea que lentamente agoniza en la despoblación – a la aldea vecina. Hoy, San Juan, aldea que llegó a competir por la capitalidad de una hipotética Vega del Magro independiente con San Antonio, también sufre las consecuencias del deterioro poblacional y de un relevo generacional que no llega. Ni la sombra de lo que fue, a gran desgracia. Por no hablar de que la sempiterna sequedad del Río Magro – llamado así por la poca cantidad de agua que traía – se ha transformado en suciedad y vivero de contaminación. Estos temas del abandono pedáneo y de todo su entorno son temas que se abordarían también ante una hipotética revolución agraria. Entiendo los movimientos migratorios, pero no tanto el que se vendan las necesidades básicas de un hombre que busca el sustento como algo romántico o a promocionar, porque eso es lo que busca el globalismo, que se abandonen pequeñas poblaciones desincentivando la producción. Saben que arrancando al individuo de lo rural y de la naturaleza lo arrancan de aquello que puede hacerle libre y sabio en su agrícola sencillez.
Desfilarán los tractores a paso marcial pero pacífico, a los insultos y las malintencionadas chuflas responderemos con trabajo y enseñándoles orgullosos los callos de nuestras manos. A los malcriados que poco cogen la azada y nos irrespetan les conminaremos a que doblen el lomo y se presten a que en sus manos surjan callos, duricias y sabañones, que aguanten tábanos mordiendo y espinas de cardos en los tobillos.
Recordad que da igual lo que hagamos o lo que seamos, los niñatos y los políticos corruptos jamás nos tomarán en serio, pero la Providencia y la Historia están de nuestra parte, de la parte de los que nos levantamos a horas tempranas para trabajar la naturaleza, a los que empalmamos si es menester el trabajo duro con jornadas de estudio y a los que de sol a sol hemos aguantado todo.
Por mi abuelo Ramón que desde niño hasta el último de sus días estuvo trabajando en el campo, con una salud de jabato y al que los achaques propios de la vejez no le menguaron en nada su espíritu y su resiliencia.
A todos los que nos esforzamos en el campo, que trabajamos y tenemos que ver como nuestro trabajo, tan importante, no es que no sea reconocido, es que es despreciado, vapuleado y ninguneado de mil formas posibles.
Pero la revolución agrícola comienza ya. Por el iusnaturalismo ciceroniano, por la Escuela de Salamanca que demostró que el trabajar tus propiedades y ser utilitario no estaba reñido con la justicia social.
¡VIVA LA AGRICULTURA Y VIVA LA DIOSA DEMETER/CERES!
