Hay años en los que la Semana Santa toca quedarse en casa por las mil lluvias que suelen caer y no permiten que salgan las procesiones. En esta primavera de 2020 no son precisamente las lluvias las que nos retiene en casa, ni podemos ir a las iglesias a ver los pasos, ni mucho menos subir al viejo Hospital, hoy Museo de Semana Santa y recrearnos en la contemplación de los pasos.
Pero sí podemos dar un paseo por las letras impresas de otro tiempo y empaparnos de los cuadros procesionales que describen, de las cosas que cuentan, del gozo con que lo vivieron. Por ejemplo por Alberca[1], una revista publicada en los primeros años de la década de los cincuenta, que era el órgano de expresión del Círculo Requenense, pues en sus páginas del número cinco correspondiente a marzo abril de 1952, insertó dos textos independientes, sin firma, pero ambos relativos a la Semana Santa requenense. Entre los textos insertó espléndidas fotografías de los pasos, alguna firmada por Francisco Pérez Aparisi, colaborador de Alberca
Un primer paseo nos sitúa en la Requena de la recién estrenada década de los cincuenta, en la que se hace un repaso a la Semana Santa de los años de posguerra. Para quien escribió el texto, tal vez alguno de los colaboradores habituales, la Semana Santa requenense era ya una realidad.
En la guerra civil habían quedado completamente destruidos los pasos que salían en las procesiones de Semana Santa, y en la posguerra las dificultades fueron muchas. No obstante la vetusta y venerable Hermandad de la Vera-Cruz, cuyo origen se remontaba al siglo XVI, ya el primer año celebró los Santos Oficios y procesiones de Jueves y Viernes Santo, a pesar de que no eran más que cuatro los hermanos que quedaban y algún otro que ese mismo año se inscribió. Aquel año “se celebraron las procesiones únicamente con la Santísima Virgen de los Dolores, nuestra excelsa Patrona, que milagrosamente había sido salvada durante el período de guerra, y un Cristo pequeñito”.
En el año 1944 la Hermandad de la Vera-Cruz adquirió el Cristo que en la actualidad posee, obra del artista valenciano don Carmelo Vicent, acondicionando y decorando la capilla en que se veneraba.
En el año 1947 el Grupo Artístico Arrabal quiso también adherirse al mayor esplendor de la Semana Santa requenense adquiriendo una preciosa talla sobre La Tercera Caída de Jesús Nazareno, obra del imaginero Marco Pérez, posteriormente conocida por el Nazareno del Arrabal. Esta cofradía se caracterizó por su férrea disciplina, seriedad y austeridad en todas las procesiones, expresada en la nueva procesión, la del Silencio que viene celebrándose, desde aquel año, el Miércoles Santo, por la noche.
En 1948 un grupo de jóvenes, bajo los auspicios de la Hermandad de la Vera-Cruz, dieron a luz una nueva cofradía: la del Santo Sepulcro, aprovechando la imagen del Cristo yacente que existía en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, obra del escultor don José Diez, y adaptándola a un Sepulcro que adquirieron en 1949.
Así fueron celebrándose las festividades de Semana Santa con tres cofradías y cuatro imágenes, hasta que al finalizar la procesión de Viernes Santo de 1949 un grupo de jóvenes, en su mayoría infantes y archicofrades del Corazón de María, decidieron la creación de una nueva cofradía que representara a Nuestro Señor Jesucristo en la Oración del Huerto. Con un esfuerzo verdaderamente asombroso consiguieron en el espacio de un año la adquisición de un admirable paso, copia del de Salcillo existente en Murcia, del artista murciano señor Lozano Roca, y la completa uniformación de todos sus cofrades. Participaron por vez primera en la Semana Santa el Martes Santo de 1950, en que se celebra la procesión titular de la cofradía con representación de cada una de las demás.
A partir de este año ya pudieron, como reza el texto literal “ya podemos decir que comenzamos a tener una gran Semana Santa”, a ello habían contribuido el Muy Ilustre Ayuntamiento, el esfuerzo y buena voluntad de todas las cofradías y el pueblo entero, que en estos días se desbordó en calles y balcones para presenciar las procesiones, “que en Requena se celebraban con esa austeridad castellana que aún nos caracteriza”.
Estas fueron las vicisitudes, a grandes pinceladas, por las que pasó la Semana Santa requenense de la postguerra hasta llegar al año 1952.

[1] Alberca, año II, 5 (marzo abril 1952), p. 7.