¿Un tiempo revolucionario?
En 1793 Luis XVI fue guillotinado y la soberanía nacional quedó expuesta con total contundencia ante todos. La hora de los reyes había pasado y se iniciaba la de los pueblos, la de las naciones. La antigua sociedad estamental era desmantelada por la Revolución. A diferencia de Francia, España parecía mantenerse al margen de todo aquel vendaval. El miedo de Floridablanca daba nuevos alientos a la Inquisición, se declaraba la guerra a los revolucionarios franceses y varios viajeros extranjeros consideraron que nuestro país conservaba mejor que otros la antigua sociedad, la que ellos conocieron de jóvenes.
Hoy en día vemos las cosas de manera más matizada. Ni la Revolución barrió todo de un plumazo en Francia, como atestiguaría la sociedad napoleónica, ni España permaneció al margen del cambio. En la Requena de 1793 el sistema de gobierno municipal de dieciséis regidores perpetuos cambió por otro de siete anuales y un alguacil. Lo antiguo y lo nuevo se amalgamaron para formar una sociedad de notables, entre la de los históricos caballeros y los burgueses por venir, en la que el deseo de aparentar se alió con la fuerza del dinero. De formas de pensamiento tradicionales, acusó una clara pasión por los negocios, en la práctica muy en la línea del liberalismo económico. La documentación de la Vera Cruz nos abre una ventana para contemplar este momento de cambio.
La sagrada familia.
La tradición familiar había orientado más de una devoción particular de los hermanos de la Vera Cruz. Elemento básico de socialización y de introducción en la vida social, la familia tuvo un gran peso en la sociedad de la época.
En 1797 presentaron un memorial Manuel Celda, Manuel Montés Sánchez (hijo político de Francisco Celda) y Francisco Gadea y Celda en el que reclamaron su derecho a llevar la vara del Cristo con la Cruz a cuestas y de la Caja del Entierro de Nuestro Señor el Jueves y el Viernes Santo. Ese mismo año, Miguel Martínez Zorrilla no pudo llevar el anda de la Soledad y la cedió a su hermano Vicente. En nuestro caso, no encontramos linajes extensos, sino núcleos familiares bien consolidados.
El prurito de la honorabilidad.
La sociedad del Antiguo Régimen reservó al honor, al prurito del qué dirán, un papel muy relevante, hasta tal punto que sus comportamientos han sido tildados de verdadera cascada del menosprecio, de los más honorables a los menos, que también reclamaron su derecho al respeto honorable, por inferior que fuera su ubicación en la jerarquía.
Josefa Poblador, viuda de Antolín Torres, solicitó en 1799 que siguiera la carrera de alférez su hijo de doce años Leandro Torres, con la salvedad que su tío Jerónimo Gómez pudiera vestirse de alférez en las procesiones y llevar el pendón en nombre del menor. Cuando no pudiera el sobrino, el tío también ejercería de alférez. El mecanismo se asemejaba al de los oficios de regidor vinculados a un mayorazgo y acredita la aceptación por ciertos grupos mesocráticos de tendencias aristocráticas a fines del Antiguo Régimen.
Sin embargo, Jerónimo fue preterido en 1802, aprovechando que su hermana Josefa y su sobrino Leandro se encontraban en Cádiz. Francisco Ibáñez ofreció mil reales para ser alférez al año siguiente, reservándose el oficio de clavario en caso de no ser aceptada su oferta. Aquél finalmente se impuso.
La notabilidad.
En la Francia napoleónica se impuso a nivel local el gobierno de los notables, aquellos que por su riqueza y posición regían la comunidad e imponían su influencia en muchos aspectos. El equivalente en España, con claros antecedentes en España, fueron los poderosos, que se fortalecieron a la sombra de los gobiernos municipales. La Vera Cruz no dejó de ser una réplica de la comunidad requenense, con independencia de las diferencias entre sus instituciones y las del municipio, y los notables también se hicieron presentes aquí, especialmente por las razones de prestigio y posibles materiales apuntadas en capítulos anteriores.
La junta de la cofradía resolvió sintomáticamente a favor del mencionado Francisco Ibáñez. Tal junta se había formado en 1801 con una diputación de hermanos al lado de los oficiales, con el encargo de regir la Vera Cruz. Dispuso de los caudales, que se estimaron con optimismo, para ofrecer una misa cantada con responso y seis velas o luces, valorada en doce reales, por todos los hermanos difuntos a cargo de la comunidad del Carmen, una forma de lograr popularidad y aceptación entre los demás cofrades.
La aparición pública de los militares.
La figura del soldado, la del romano, no ha sido precisamente infrecuente en las ceremonias de la Semana Santa, pero su aparición en las procesiones de la Vera Cruz ha sido tardía. De 1795 tenemos constancia de cuatro soldados para acompañar al Santo Sepulcro por 16 reales. En 1796 volvieron a figurar por la misma cantidad, que ascendió a 30 reales en 1798. Es probable que el creciente peso de las exigencias militares en el reinado de Carlos IV lo auspiciara, máxime cuando en el hospital de pobres de Requena se atendieron a soldados de tránsito por aquellos años. Fue toda una anunciación del protagonismo que los militares adquirirían en la vida pública del siglo XIX.
El poder del dinero.
Por mucho que se guardara pleitesía a las formas de la sociedad de honor, el poderoso caballero don Dinero hizo valer su fuerza, ejemplo de un tiempo de viva evolución económica.
En 1798 se pujó por llevar el Cristo Enarbolado. José Martínez Valverde, que partió ofreciendo 100 reales, disputó porfiadamente con Matías Rubio. Aquél consiguió su propósito tras comprometerse a pagar 200 reales. Asimismo, en 1801 José Alarte y cuatro compañeros más costearon la encarnación de las imágenes del paso de las Angustias, San Juan y La Magdalena por 300 reales.
La posibilidad de hacer negocios.
Al fin y al cabo, estas sumas dimanaban de la posibilidad de emprender negocios con éxito. La cofradía también negoció, en su caso con el ganado porcino, cuya carne cada vez era más gravada por las sisas y los arbitrios municipales.
En 1793 compró dos cerdos por 148 reales y 17 maravedíes. Se vendió en 1794 una cerda por 270 reales (mientras las túnicas y los pasos rindieron 826), que había costado 95 reales. La ganancia era evidente. En 1795 se vendió otra cerda por 225 reales y en 1796 dos cerdos para engordar por 165 reales. En esta época, el hospital de pobres se interesó por la adquisición de terrenos agrícolas, más allá de los tradicionales censos como forma de ingreso. El impulso agropecuario alcanzaba a las distintas instituciones religiosas de Requena.
La fuerza del escrito.
El creciente uso de los memoriales se ha ido viendo a lo largo de las líneas anteriores y de capítulos precedentes, una práctica que afirmó el apego a la cultura letrada, de expresión escrita, visible en Requena desde la Baja Edad Media.
En 1804 renunció a la escribanía de la Vera Cruz Francisco Díaz Flor y al año siguiente se encargó Pedro Clemente de Mena. En verdad, el documento ha sido uno de los mayores protagonistas de la Historia de la Vera Cruz, su gran embajador a lo largo del tiempo.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.