Hubo un tiempo en el que la voz de la comunidad correspondió a las campanas, algunas bautizadas con timbrados nombres. Pautaban el discurrir del tiempo con parsimonia cadenciosa, como si un día fuera casi igual que otro. Sin embargo, su voz a veces se encabritaba.
Antes de firmar la atribulada monarquía española con la francesa la paz de Nimega (10 de agosto de 1678), tocaron las campanas a toque de a rebato en Requena. Un peligro se cernía sobre la población, y la vecindad debía correr a atajarlo.
Aunque la hueste municipal había decaído mucho desde el siglo XVI, todavía los vecinos conservaban el sentido de la autodefensa. Según se informó oficialmente con posterioridad a los hechos, la “plebe” salió al escuchar el repicar.
Esta vez el enemigo no venía armado desde otro lugar, sino que emanaba de sus mismas autoridades. En nombre del rey se había exigido la contribución de milicias, que se añadía pesadamente a otros gravosos impuestos de las rentas provinciales de Castilla. Desde hacía mucho, la presión tributaria perjudicaba a los vecinos.
Algunos fueron incapaces de pagar lo exigido, y terminaron en la cárcel municipal. Allí se dirigieron los amotinados, entre los que seguramente habría familiares y amigos, para liberarlos.
Cuando el corregidor Francisco Valcárcel intentó serenar los ánimos y acabar con la protesta, fue apuñalado. Herido, pudo refugiarse en una casa particular de alguien partidario. Ni cortos ni perezosos, los amotinados acudieron con la intención de incendiarla.
Las llamas de la rebelión amenazaban el orden establecido en Requena, y desde el convento del Carmen se tuvo que sacar la artillería pesada: la salida del Santísimo Sacramento, del cuerpo de Cristo, para calmar tales ímpetus.
Al final, las aguas volvieron a sus cauces habituales. Hasta finales del reinado del desgraciado Carlos II, las autoridades locales tomaron buena nota de lo sucedido, y encarecieron prudencia a sus superiores a la hora de pedir, pues era su cuello el que estaba verdaderamente en juego.
En los inicios de aquel tumulto o motín, tan propio del Antiguo Régimen, estuvieron las campanas tañidas sin temor de Dios y del rey, desgarrada voz de la protesta de los humildes de Requena.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1686-1695, 3269.
