La vida de la fama del Cid ha sido, es, tan intensa como su propia vida histórica en la compleja Hispania del siglo XI, que asistió al cambio del equilibrio del poder entre la Cristiandad y el Islam, verdadera antesala de las Cruzadas.
Los historiadores del presente han estudiado a conciencia obras como la Historia Roderici o Gesta Roderici Campidocti, escrita en latín en la segunda mitad del siglo XII, tiempo también marcado por la pugna de los reinos hispano-cristianos entre sí y con los poderosos almohades. Sabemos por la misma que don Rodrigo sentó sus reales en la Requena en estos términos:
“Después el Campeador se marchó de allí (de Murviedro) y subió a las montañas de Alpuente, venció y saqueó su tierra. Permaneció allí no pocos días. Luego se marchó de allí y plantó su campo en Requena, donde estuvo bastante tiempo.”
Ambrosio Huici Miranda situó tal estancia en el 1088-89, antes del asedio de Aledo, fortaleza en manos de los fieles de Alfonso VI, que al final no llegó a ser auxiliada por las fuerzas de don Rodrigo. Más allá de ciertas cuestiones, como la de la naturaleza exacta de la ocupación cidiana de la Requena musulmana de entonces, es incuestionable su presencia histórica en nuestra localidad.
Sin embargo, otra cosa muy distinta fue su conocimiento y asunción por parte de la comunidad surgida a partir de la Repoblación. Es bien sabido que el Cid Campeador fue una figura popular entre la nobleza castellana de la Baja Edad Media, pues más de uno se comparó con él o se consideró su descendiente (o al menos de uno de sus capitanes). La personalidad arrolladora del Cid del Romancero Viejo debió bastante al vivaz temperamento de muchos nobles que midieron sus fuerzas con las de los reyes. A pesar de ello, ningún caballero de la nómina de Requena se vanaglorió de ello (por mucho que se identificara posteriormente la casa de los Pedrón con el Palacio del Cid), en vivo contraste con los de la Soria de los Doce Linajes. Tampoco la cofradía requenense de la Vera Cruz lo consideró el iniciador de su movimiento, que se hacía arrancar de la sepultura y exequias de los caballeros caídos en el asedio del Toledo islámico, según recogió Hilario Santos Alonso en su Historia verdadera y famosa del Cid Campeador de 1767.
En las primeras muestras de la historiografía requenense, don Rodrigo brilla por su ausencia como destacado protagonista. En Antigüedad y cosas memorables de la villa de Requena (hacia 1730), que solemos atribuir a don Pedro Domínguez de la Coba, el avanzado de la conquista cristiana no es otro que el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada, a pesar del fracaso de su empeño, y los honores de ser el gran organizador de la Requena ganada al Islam corresponden a Alfonso X el Sabio. Esta visión histórica y escueta, carente de referencias literarias, fue tomada en la entrada que sobre la Historia de Requena se hizo en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz (1845-50).
La visión histórica de Requena sobre sí misma, su canon histórico, se mostró muy distante del Cid, y se complació con otros episodios legendarios de su pasado, como la aparición de San Julián contra las fuerzas de don Álvaro de Mendoza. De todas formas, las cosas irían cambiando.
El gran introductor del Campeador en nuestro relato histórico o de gusto histórico fue Enrique Herrero y Moral en su Historia de la tres veces Muy Leal, dos veces Muy Noble y Fidelísima ciudad real de Requena, de 1891, cuando aquél ya se ha entronizado como una figura consagrada del imaginario histórico de la España liberal y nacionalista, entonces en vísperas del Desastre del 98. Tomó elementos del Cantar de Mío Cid, y situó en la ermita de Santa Cruz y de la Caridad las bodas de las hijas del Campeador con los condes de Carrión. También emplazó en el Pinarejo y Carrascal de San Antonio los hechos de la afrenta de Corpes. Convirtió, igualmente, Campo Arcís en Campo del Cid, donde se entabló una gran batalla entre las fuerzas de don Rodrigo (de camino a Valencia) y las musulmanas, defensoras de la ciudad de Braila, tras los combates destruida. En este episodio bélico, las fuentes de Herrero y Moral no son nada claras, precisamente. En verdad, el autor trazó una geografía cidiana sobre las tierras requenenses. Sus identificaciones, a nivel nacional, carecieron de las mieles del reconocimiento.
Tras semejantes alardes, llegaron estudios más ponderados, ajustados a la realidad histórica que se iba desvelando. En su Historia crítica y documentada de la ciudad de Requena (editada por primera vez en 1947), Rafael Bernabeu recopila lo apuntado por Herrero y Moral, pero sin darle valor, reconociendo el deseo de muchos lugares de Soria a Buñol de formar parte de los paisajes cidianos. Su labor de crítica historiográfica fue culminada por Feliciano Antonio Yeves en El Cid y Requena (1999), modelo de concisa precisión, en el que se realiza un magnífico estado de la cuestión.
Paralelamente, el Campeador ganó popularidad internacional gracias a películas como El Cid (1961), protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren. En el monumental barrio de la Villa, los callejones cercanos al Palacio del Cid recibieron los nombres de doña Jimena, Elvira y Sol, y algunos mesones evocaron el paso de don Rodrigo por la fortificada Requena. Personalidades como Jaime Lamo de Espinosa han apuntado recientemente la conveniencia de promover el turismo cultural en Requena por medio de la figura del Campeador, ciertamente atractiva a muchas personas.
La novela histórica, que tanto ha florecido recientemente, tampoco se ha olvidado del mismo. Precisamente, José Carlos de la Cueva (uno de los últimos adalides cidianos) termina de escribir El Cid. Más que un rey. El infanzón que llegó a reinar, obra que presenta este próximo viernes 29 de abril en el espacio de San Nicolás. Su paso por Requena tiene un enorme peso en esta entretenida obra, una cualidad que escritores de la talla de Mario Vargas Llosa han ponderado con gran justicia como esencial para disfrutar del placer de la lectura con todo el gusto del mundo. El don Rodrigo de esta novela es un tipo vital, con la humana pretensión de no dejar escapar cualquier oportunidad de la existencia. Escrito con el acierto de un homenaje a algunos de los elementos más entrañables de nuestra literatura, que el inteligente lector descubrirá, podría dar pie a toda una entrega de Juego de tronos, en todo su esplendor. De momento, que no es poco, contribuye a que el Cid Campeador cabalgue de nuevo por estas tierras, por este yunque de la Historia que llamamos Requena.
