La escasez temporal de aguas, la sequía, es un fenómeno habitual de la Europa mediterránea, que a día de hoy está castigándonos con severidad. De los padecimientos que ocasionaba a las gentes anteriores a la Era Industrial, nos podemos hacer una idea en este cálido verano de 2022, en el que la situación de agricultores y ganaderos se agrava todavía más. El consiguiente encarecimiento del precio de sus productos repercute negativamente en toda la actividad económica, y hace la vida de los humildes más difícil.
Los documentos de la Edad Moderna ya nos permiten conocer mejor su impacto que en épocas anteriores, tanto por su mayor regularidad como por su claridad expositiva. En las actas municipales de Requena se recogen no pocas de las angustias ocasionadas por la sequía. Entonces, unos desesperados regidores acordaban pedir el favor de los cielos, cuando el mundo parecía derrumbarse. En las actas de la cofradía de la Vera Cruz también se consignó puntualmente alguna rogativa.
A finales del siglo XVI, la falta de agua castigó a las gentes de Requena, a la sazón atribuladas por otras cuestiones políticas y tributarias. El regimiento municipal solicitó al cabildo eclesiástico el 4 de mayo de 1591 que hiciera procesiones para aliviarla. A 22 de abril de 1594 la gravedad fue tal que se deseó sacar en procesión la imagen de la Virgen de la Soterraña.
La temporada de escasez hídrica terminó notándose, hasta el punto que en 1609-10 se instó a que se limpiara la balsa del concejo por no disponer del agua habitual.
De 1622 a 1637, la sequía no alcanzó en los términos de Requena la virulencia posterior. El arrendamiento del molino del concejo pasó de los 660 reales de 1622 a los 4.400 de 1637. Sin embargo, en el año agrícola de 1638-9 solo se descendió a los 3.400 reales. Se iniciaba un tiempo de mayores carencias hídricas.
A 24 de abril de 1638 se tuvieron que hacer rogativas, pero el otoño de aquel año fue bendecido por buenas lluvias. Desgraciadamente se tuvo que volver a implorar la piedad celestial el 10 de junio de 1639.
Del estudio de casi 1.100 cartas de los jesuitas de la Corona de Castilla se desprende que los años de 1640-2 y 1645-47 fueron terribles al respecto. Por supuesto, Requena no se libró de tal padecimiento.
El 17 de abril de 1640 la cofradía de la Vera Cruz decidió unirse a las rogativas, llegándose a invocar a la Soterraña el 22 de junio. Del 10 de mayo al 27 de junio de 1641 la falta de agua se hizo angustiosa. También se ordenó en mayo de aquel año a los funcionarios de la Villa y Corte que se sumaran a la familia real en la procesión que seguía al cuerpo de San Isidro Labrador.
En Requena, el estío de 1643 resultó una vez más severo, e igualmente acuciante la sequía a 10 de junio de 1644. El pósito tuvo que hacer un importante esfuerzo para proporcionar cereal al vecindario, logrando 4.229 fanegas para repartir 3.885 de 1643 a 1646.
El invierno de 1646-7 trajo fortísimas lluvias a una buena parte de España, que fueron comparadas con el diluvio de Noé. Muchos caminos se anegaron y los alimentos no pudieron llegar con regularidad a los mercados. Entre nosotros, aquella temporada también resultó mala.
La mala racha no se detuvo ahí, pues el 20 de abril de 1651 se hizo angustiosa la falta de agua, el 25 de abril de 1652 se invocó una vez más la ayuda de la Soterraña, y el 18 de abril de 1653 la sequía volvía a ser tiránica. Con razón se habló en el ayuntamiento del 10 de enero de 1654 de “temporada de falta de agua”. El azote se extendió a buena parte de España, menudeando las rogativas en Mérida de 1640 a 1650.
El pósito consiguió de 1647 a 1652 unas 5.183 fanegas de cereal para distribuir 5.165. El rigor de la sequía cedería en 1655-7, cuando aquella institución solo se tuvo que desprender de 2.877 fanegas, casi las mismas que había ingresado.
En la complicada década de 1680, la sequía volvió a perturbar la vida de Requena. En 1683 castigó al Este de la península, y los requenenses tuvieron que soportar entonces el agravante de dos fuertes pedriscos. Más tarde, volvió con ímpetu, y en noviembre de 1687 se agradeció a la Virgen de Gracia que le pusiera temporalmente fin. En noviembre de 1700, cuando murió Carlos II de Austria, la sequía hacía de las suyas por aquí.
La “esterilidad de frutos” era el deplorable resultado de la falta de agua, que imposibilitaba la cobranza de impuestos y deudas. Como sucedió en 1647, se impuso una moratoria si no se quería desencadenar una terrible alteración social.
El rigor de la sequía del siglo XVII se ha explicado, a nivel general, por las erupciones volcánicas de 1636-44 (en áreas como Islandia), seguidas por la ausencia de manchas solares. La energía solar se redujo, estimándose que la temperatura media descendió en Europa cerca de cinco grados. Los episodios extremos, como la falta de lluvias, se hicieron más abundantes, pues el enfriamiento impulsó el movimiento de las masas cálidas de agua del Pacífico tropical, lo que conocemos como el fenómeno de El Niño, gran responsable de los años secos de 1640, 1641, 1647, 1650 y 1652. Europa la padeció, coincidiendo con un periodo de guerras y de luchas sociales, pues las amarguras de las personas de Requena fueron comunes a las gentes de otros lugares. Una vez más, la historia local abre una ventana de la general.
Fuentes.
GALÁN, Víctor Manuel, Requena bajo los Austrias, Requena, 2017.
