
Comprender el cambio
La antesala de nuestro tiempo vivió transformaciones mayúsculas que hoy estamos en condiciones de valorar adecuadamente. De esta forma, la palabra modernización comporta una imagen de tecnología renovada, que, además, se prolonga en términos sociales en unos perfiles de mejora del bienestar y la igualdad entre las personas. Abundando en el tema, los fenómenos actuales han introducido a nuestra sociedad en la post-modernidad e impulsado el vuelo de algunos elementos desestabilizadores en las tradicionales definiciones de modernización. Sin embargo todo esto sonará a chino a los no iniciados, pero, aunque dudemos hoy de la mieles de la modernidad, quedémonos con la idea de que las transformaciones tecnológicas atravesaron una auténtica Siberia congelada entre los años cincuenta y sesenta, un tierra repleta de obstáculos, incongruencias y problemas de adaptación.
Nunca ha de olvidarse que durante aquellos años vivimos un tiempo de dictadura, pero de un régimen salido de una guerra civil; en consecuencia, protagonista de un cruel desgarro humano, social y económico que garantizó durante décadas la miseria, pobreza y hambre de grandes masas de población. El empeño, en particular, por mantener el sistema de autarquía fue una losa sobre la agricultura española, que no pudo modernizarse adecuadamente y retrocedió décadas por efecto de la guerra. Teniendo en cuenta esto se comprende que se partiera de un inicio de bastante atraso con respecto a Europa y que comprar un tractor fuera una aventura de años, pues se solicitaba a las autoridades y el momento de la solicitud y la recepción de la máquina podían estar separados entre sí por dos, tres o más años.
El planteamiento de esta cuestión sobre lo que denominamos “transición tecnológica” tiene una relevancia central en la comprensión del cambio que tiene lugar en nuestra comarca. Es un tema sobresaliente porque nos enfrenta a un estudio de nuestra historia reciente con unas miras mucho más amplias: debemos analizar el conflicto que el cambio tecnológico produjo en una sociedad agraria todavía muy atrasada; y debemos adentrarnos en los fracasos que el giro tecnológico dejó por el camino.
Nuestra propia experiencia actual, trufada por cambios en la maquinaria, la digitalización global y las comunicaciones deben servir para analizar el pasado reciente. Repárese en cómo determinados agricultores iniciaron la mecanización de las tareas de vendimia. El paso de recoger la uva a mano a introducir una máquina no fue inmediato, de una año para otro. Para empezar requirió transformaciones profundas en el sistema de poda de las cepas: del tipo vaso al tipo emparrado. No sólo esto. También la máquina inicialmente introducida fue la desechada en otros lugares, aunque pronto se introdujeran las más modernas.
Esto es lo que deseo mostrar en unas breves páginas. El cambio tecnológico no introdujo a las familias agrarias en las mieles del bienestar. Por el contrario, suscitó controversias, conflictos e hizo emerger agudas contradicciones que requirieron adaptaciones a posteriori. Lo que está claro es que el camino de la mecanización se abrió para describir un cambio profundo con el pasado y repercutir en un proceso del que todavía estamos presenciando sus ondas.

La convivencia del macho con el tractor
El tío Vicente Viana, que había heredado una cuantiosa propiedad de tierras en Los Ruices, fue el primer en tener un moderno tractor en las aldeas. Mientras el resto de sus vecinos poseían sus machos y mulas, empezó a funcionar el Zetor del tío Vicente. Era una máquina de origen checoslovaco. La empresa produjo después de la Segunda Guerra Mundial varios modelos: desde el menos potente, el Zetor 25 hasta los modelos que aumentaron sus caballos a partir de 1952.
El Zetor plantea el cuestionamiento de las relaciones de la dictadura de Franco con un régimen comunista. Pues hay que recordar que el golpe de 1948 condujo a la dictadura del Partido Comunista, después de practicar un deporte praguense: el asesinato del primer ministro. Así que, ahora un tractor de factura comunista se paseaba por la aldea de un país fascista. En plena Guerra Fría, estas relaciones comerciales no dejan de llamar la atención.

El Zetor desarrollaba cierta fuerza. Equipó durante bastante tiempo unos cinco o seis arados construidos por el herrero de Casas de Eufemia Paulino, un auténtico herrero de los de martillo y yunque que comenzaba, junto a sus hijos, a transformar el negocio tradicional hacia la producción de aperos para estos primeros tractores.
Pero el tío Vicente no se desprendió de sus machos. Siguió, por el contrario, trabajando con ellos durante algunos años más, un período de transición que resulta muy curioso desde nuestra perspectiva. Estamos casi totalmente imbuidos de la superioridad de la máquina sobre la tracción de sangre; en consecuencia, lo primero que nos produce esta convivencia es cierta sorpresa.

Hubo un período de transición. El reino absoluto de la modernidad tecnológica no llegó de inmediato. El período de adaptación pudo ocupar entre 5 y 10 años. El problema principal con el que se enfretaron los primeros agricultores en tener tractor era la ausencia de aperos adecuados, adaptables, a la nueva maquinaria. Era un problema muy grande: ¿cómo era posible tener un tractor y no poder utilizarlo en una de las tareas más importantes que ocupa a los agricultores, esto es, el labrado de las tierras? Rafael Ochando, de Casas de Eufemia, veía y vivía el problema de manera aguda. Confiesa él mismo Serían los Indalecios de San Antonio unos de los primeros herreros en comenzar el proceso de innovación tecnológica, suponemos que fijando su atención en otras zonas de vino. Desarrollaron unos “Getafes” pero con una cama más baja; ya llegarían los cultivadores tipo “rabo de gorrino”.
Estos primitivos arados eran bastante ineficaces, especialmente en las tierras fuertes, porque acababan por pegarse a la tierra y en realidad no labraban, no removían la tierra. Hasta llegar a los actuales arados, potentes y extraordinariamente flexibles, faltaban décadas.
El Risco también dispuso de tractor. Pero labraba con los mulos y el tractor lo utilizaba para transportar el yeso, que era una de sus principales fuentes de riqueza. Los cabilderos tuvieron dos o tres tractores, que utilizaban en el labrado de “piazos”, porque las viñas las reservaban para los mulos.
En efecto, los mulos seguían teniendo el monopolio de la viña. Y así fue durante años. José Pardo, vecino de Los Ruices, originario de Casas de Pradas, y casado con María, hermana del tío Vicente, compró también un tractor. Era un Land, probablemente similar al de la fotografía y que recuerdo vagamente haberlo visto en mi infancia.

Pero J.Pardo ya disponía de arados. Había comprado unos arados de barbecho de Zaragoza. La viña, sin embargo, aunque labraba con su Land, remataba las labores con el macho.
Esto era una realidad asombrosa. Mentalidades arraigados de cierto tono anti-tecnológico trabajaban contra la máquina, pero también la misma necesidad. Es decir, se temían posibles destrozos de las máquinas a las viñas. Y en esto no iban descaminados, porque al introducir el tractor el sistema de floreado tuvo que adaptarse; en tanto aquí había demostrado su plasticidad absoluta la fuerza de los animales. Que no hubiera aperos era un serio obstáculo al nuevo salto adelante que representaba el tractor, pero los herreros estaban en ello.
Un ejemplo estupendo de convivencia de la tecnología tradicional con la moderna la proporciona lo que realizaban los trabajadores de la finca del marqués de Caro. Era, de entrada, una de las casas más importantes de la Meseta, por su riqueza y sus hectáreas de tierra. Había adquirido dos Massey de 55 cv; eran unos de los tractores más potentes de la zona. Consiguieron estrecharlos para introducirlos en las viñas y poder labrar. Pero con una salvedad: labraban el interior de los bancos, pero sin arrimarse a las cepas. ¿Temor ancestral a romperlas? Quizás sí, porque engancharon un arado a cada lado con una cadena, de modo que dos operarios iban a pie introduciendo en tierra el arado mientras el tractor tirada hacia adelante. Es decir, hacían la misma labor de los machos, rematando el labrado con este arado móvil. Era un sistema ingenioso y flexible para arrimarse lo máximo posible a las cepas y acabar con la tirilla, que siempre ha traído de cabeza a los agricultores más escrupulosos.
El salto adelante

De su mano se impuso la transformación tecnológica. Eran más potentes y capaces y disponían de aperos más o menos efectivos, aunque el tema aperos también exigió de numerosas experiencias a los herreros. John Deere 515 y Massey Ferguson 134.
Que no se asuste nadie. Esto no tiene nada que ver con el maoísmo chino y la crueldad de Zedong con sus compatriotas hasta matar millones. Tiene que ver con dos marcas y dos modelos que operaron una pequeña revolución: 515 y 135. Eran tractores más potentes y capaces, con más de 30 caballos. El 515 tenía 38 caballos. Ambos modelos equipaban un motor notablemente eficiente de gasóleo: el Perkins, fabricado en Madrid.

Pero también llegaron otros. Uno de ellos de fabricación nacional: el Barreiros. Otros extranjeros, como el Fordson Dexta. Para entonces estaba encarrilado el cambio tecnológico en las viñas de nuestra tierra. El salto siguiente vendría con la vendimia mecanizada; otra pequeña revolución que no debe pasar inadvertida.
En Los Ruices, a 2 de junio de 2017.