El mecanismo de la visita episcopal.
Los protestantes, especialmente Lutero, habían denunciado a la Iglesia católica en términos ciertamente enérgicos. Era la Ramera babilónica que se había apartado del prístino espíritu cristiano, cuyos abusos merecían ser convenientemente depurados. La Contrarreforma, consciente del problema, recogió el guante y en la diócesis de Cuenca ya vemos consignada en sus constituciones sinodales de 1531 la obligación de la visita, la inspección de los distintos institutos religiosos por un procurador episcopal cada dos años. Se trataba, al fin y al cabo, de un derecho comprendido en la administración de la justicia eclesiástica en la diócesis.
Los visitadores de la Contrarreforma se acogieron a la disposición de 1399 que establecía el cese de toda visita en tiempos de pobreza, pues eran los visitados los que tenían que sufragar los diferentes gastos derivados, como los honorarios del encargado. Gracias a la documentación de cuenta y razón del hospital de pobres de Requena, sabemos que se giró visita en 1704, 1708, 1712, 1715, 1719, 1721, 1723, 1727, 1733, 1736, 1741 y 1749, la última a cargo del vicario perpetuo de Iniesta Juan de Albarracín. En el Libro Viejo de la Vera Cruz no tenemos reflejo de las mismas, pero tal situación cambió en 1750.
Un prelado emprendedor.
El 7 de noviembre de 1750 Juan de Albarracín volvió a actuar como visitador general del obispo de Cuenca José Antonio Flórez-Osorio y Velasco, prelado próximo a Felipe V y a su sucesor Fernando VI.
Procedente de la nobleza de León, antes de ocupar la sede conquense fue obispo de Orihuela entre 1728 y 1738. Ya en Cuenca, promovió importantes obras arquitectónicas como la capilla nueva de San Julián y el altar mayor de la catedral. Ordenó levantar el nuevo edificio del seminario, también dedicado a San Julián, terminado en 1749.
En su testamento expresó su devoción por las capuchinas de Alicante, a las que destinó una limosna de mil libras valencianas, muestra de su compromiso espiritual más allá de sus deberes episcopales. Su temperamento se avino con el momento reformista de la Monarquía, en el que se alumbraron proyectos como el de la única contribución para Castilla, que dio pie al celebérrimo catastro del marqués de la Ensenada. Una España bien administrada podía ser más poderosa y una Iglesia mejor regida más eficaz en su misión.
La situación de la cofradía a ojos de las autoridades episcopales.
El visitador, que se encontraba en Requena, tuvo noticia que la cofradía de la Vera Cruz llevaba años sin ser visitada, concretamente desde 1733. Además, se habían introducido algunos desórdenes en la misma.
Se mandó comparecer al clavario Miguel Leonardo con los oportunos libros y papeles. Mostró un Libro de cuentas y visitas en el que figuraba la fecha indicada. Tales documentos no han llegado a nosotros. El mismo clavario sostuvo no tener noticia de otro libro ni de haber visto dar y formar cuenta alguna durante el tiempo del que podía dar noticia. De hecho, todo lo presentado se reducía al gobierno de la hermandad, consignado en actas como las del Domingo de Ramos.
Un problema sangrante.
Se puso el dedo en la llaga cuando Miguel Leonardo denunció que era público y notorio que los clavarios tenían que poner caudales de su propio dinero, origen de la omisión de las cuentas al no cobrarse los gastos o alcances.
El mismo clavario había llevado sus propias cuentas, según constaba en el asiento de las limosnas y de la contribución de hermanos, dos de las más importantes partidas de ingresos de la Vera Cruz. Lo cierto es que ambas sumaban los 511 reales, mientras a 623 ascendían lo suplido y pagado hasta la fecha de la visita.
Soluciones a una situación difícil.
Se ordenó inquirir por el paradero de los demás libros, algo que nos aleja del compacto volumen del Libro Viejo que a día de hoy podemos consultar. Solo se pudo aportar un cuaderno, en manos de José Ferrer y Comas, en el que figuraban las ordenanzas, datadas en 1607.
En vista de tal dispersión documental y de las carencias observadas, el visitador ordenó a formar anualmente la contabilidad, algo que permite al historiador a partir de esta fecha aportar valiosas precisiones acerca de la vida interna de la Vera Cruz de Requena.
Para evitar la multiplicación de documentos, se estableció que se formara un Libro con la contabilidad y los acuerdos del cabildo. El rigor de la administración borbónica se hacía patente, coincidiendo con la declinación del 13 de enero de 1751 del turno anual de oficios por los nobles, como vimos en el capítulo anterior.
Los clavarios y las nuevas cuentas.
La consignación de las partidas de contabilidad se dividían en el apartado de cargo (el dinero ingresado o a ingresar) y de data o de pagos, al modo de otras instituciones de la época. Gracias a ello, conocemos en lo relativo al cargo los puntos de cuotas de los hermanos, la limosna de los plateros o la hilaza general, así como los cuantiosos pagos de cera, retribuciones a los sacerdotes o atrasos en la de data. Todo ello nos permitirá apreciar en los sucesivos capítulos el estado interno de la Vera Cruz a finales del Antiguo Régimen de forma más precisa y detallada.
Comenzaron a formar una contabilidad más diáfana, al menos tal se pretendía, los clavarios Miguel Marzo y Manuel Alarte en 1753-4. No obstante, el 30 de enero de 1757 se encargó expresamente a los clavarios Pedro Moral de la Torre y Pedro Montés Penén que pusieran en claro las cuentas de la forma prevista, sin olvidar la tarea de la recuperación de las túnicas. Como veremos en el siguiente capítulo, los remedios de la trascendental visita de 1750 tardaron en surtir efecto.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Viejo de la Vera Cruz.
Bibliografía.
Barrio Moya, José Luis, “El leonés don José Flórez Osorio, Obispo de Cuenca durante los reinados de Felipe V y Fernando VI”, Tierras de León: Revista de la Diputación Provincial, volumen 29, nº 75, 1989, pp. 27-38.