Termina la guerra.
El 11 de diciembre de 1813 se firmaba el tratado de Valençay, que ponía fin a la Guerra de la Independencia y permitía el retorno del rey legítimo, Fernando VII, para muchos “el Deseado”. El tiempo le otorgaría otros calificativos.
Los franceses abandonaron Requena en junio de ese mismo año y el general Mijares proclamaba a Fernando VII como rey constitucional en un acto público celebrado en la plaza de la Villa. Pero el júbilo de la celebración no pudo enmascarar la situación de miseria en la que había quedado la población.
La actividad religiosa también quedó afectada por la guerra. Pero si en las iglesias se pudo continuar la labor doctrinal, ahora sin la censura napoleónica, los conventos, que habían sido exclaustrados por los franceses, quedaron en una situación de incertidumbre, a la espera de poder volver al estado previo al conflicto.
Pero ese retorno no fue sencillo. En su Capricho VII (No así la distingue), el gran Francisco de Goya trató con sutileza la falta de entendimiento entre el hombre y la mujer, la que podía haber sido también una fabulosa alegoría relativa a la incomprensión del restaurado absolutismo de Fernando VII con la verdadera situación de España, algo que tuvo graves consecuencias para el catolicismo español.
El gobierno regente, salido de las Cortes de Cádiz, dejó a los conventos de los territorios que iban siendo liberados en una situación de impasse, sin que en la mayoría de los casos se produjese la deseada vuelta a los claustros. Es lo que sucedió en el monasterio del Carmen de Requena, donde tenía su sede la cofradía de la Vera Cruz.
El 3 de abril de 1814, Domingo de Ramos, la Vera Cruz celebraba de nuevo la reglamentaria junta general de Domingo de Ramos en la sacristía del Carmen, después de dos años de suspensión. La reunión no estuvo presidida por el padre prior, como desde tiempo inmemorial había ocurrido, pues la comunidad aún no había sido restituida a su convento. Pese a ello, la cofradía -después de haber aclarado con el arcipreste del Salvador el tema prioritario de la devolución de la imagen de la Virgen de los Dolores- volvía a sus rutinas ancestrales.
Ese año, en el que fue alférez José Alarte, Rufino Alpuente cedía a beneficio de la hermandad su derecho sobre dos varas, “una de la Cruz a Cuestas el Jueves Santo y el Viernes la del Señor en la cama” (curiosa forma de referirse al paso del Sepulcro). A lo obtenido por la generosidad del hermano Rufino, 60 reales, se sumaron las limosnas de las pujas por los pasos de la Oración del Huerto (80 reales), el Santísimo Cristo Enarbolado (100 reales) y Nuestra Señora de las Angustias (300 reales).
La Restauración fernandina.
Fernando VII volvía a España el 22 de marzo de 1814 como rey constitucional, pero de forma casi inmediata reinstauró el absolutismo. España, después de la ilusión revolucionaria, retornaba al Antiguo Régimen. En este nuevo contexto pronto declaró el monarca su interés por devolver a la Iglesia a su situación anterior. La derogación de la Constitución de 1812 y de las leyes liberales nacidas en las Cortes de Cádiz, afectó también a toda la normativa aprobada en materia eclesiástica. El 20 de mayo de 1814 el monarca ordenó la devolución a las órdenes religiosas “de todos los conventos, con sus propiedades y cuanto les corresponda”. Los carmelitas requenenses volverían así a tomar posesión de su cenobio.
Los años de posguerra fueron difíciles para Requena. La vuelta al absolutismo exacerbó las tensiones políticas en una población donde ya había sido sembrada la semilla del liberalismo. La represión intentó frenar a los partidarios de las nuevas ideas. En ese sentido fue de enorme simbolismo la retirada de la lápida que se había dedicado a la Constitución.
Para complicar todavía más las cosas Requena se convertía en cabeza de un Cantón Militar, estableciéndose en ella el regimiento de Voluntarios de Madrid, lo cual exigía nuevos esfuerzos económicos a una población absolutamente exhausta, parte de cuyo vecindario vivía en la miseria. Suministrar a principios de 1815 la etapa a regimientos acantonados se hizo problemático, tirándose mano de los productos de la cobranza de los repartimientos. Por si fuera poco, las tercias reales fueron requeridas por el comandante general de la provincia, como si de los tiempos de la guerra contra Napoleón se tratara. Soldados y paisanos rasos compartieron la común escasez.
Carmelitas y franciscanos requenenses también se las tuvieron que ver con la adversidad económica. En aquella hora histórica, un 3 de febrero de 1816, Francisco Antonio Herrero, síndico de San Francisco, fue nombrado síndico general procurador y ecónomo de los conventos de la orden en España en punto a limosnas y mandas.
De todo ello, no pudo escapar la Vera Cruz tras la prueba de fuerza de la pasada guerra, cuyas limosnas del lugar o del pueblo, en reales, experimentaron un claro decrecimiento:
1816 | 442 |
1817 | 510 |
1818 | 227 |
Las nuevas exigencias a los hermanos.
En la junta del Domingo de Ramos de 1815 se acordó que los hermanos deberían pagar una cuota –o limosna- de dos reales. No está claro, al no constar ningún acuerdo al respecto, si previamente se había aumentado de un real a un real y medio, como parece indicar un asiento contable del año 1801, que se refiere al cobro de la deuda de tres reales que tenían dos hermanos con la cofradía. Aunque se quisieron aumentar los ingresos por los “muchos gastos que ocurren”, aquéllos disminuyeron de los 200 reales de 1816 a los 98 de 1824. Todo un claro síntoma de crisis, que nos habla de una disminución del número de hermanos durante tal período:
1815 | 103 |
1816 | 100 |
1817 | 104 |
1818 | 114 |
1821 | 85 |
1822 | 80 |
1823 | 56 |
1824 | 49 |
La bajada es clara y evidente. Sobre el mismo volveremos en próximos capítulos. La misma tendencia se observa en los reales conseguidos por la particular limosna del platillo:
1816 | 304 |
1817 | 212 |
1818 | 173 |
El deseo de enderezar la situación.
Condicionada por esta difícil situación la cofradía siguió con su actividad. En 1815 la reunión del Domingo de Ramos fue de nuevo presidida por el prior del Carmen. En este caso fray Benito Martínez Paños, que sustituyó a fray Pedro Mansilla, a quien había correspondido el cargo en los difíciles tiempos de la guerra. El alférez fue Nicolás Monsalve Segura.
El tema económico adquirió, efectivamente, importancia durante estos años. En 1816 se aprobó que la junta general eligiera “contadores o revisores de cuentas para los años venideros”. En 1818 se planteó el problema del cobro de las deudas provenientes de las limosnas que se debían haber pagado por las túnicas durante los años de la guerra. El alegato que se hizo a favor de su perdón refleja el daño que causó el conflicto a muchos hermanos y la prolongación de sus secuelas en la posguerra. El escribano de la hermandad dejó escrito, con el mayor realismo, que “con motivo de que la mayor parte de los que llevaban las túnicas tuvieron que marchar al exército y no haberse podido cobrarlas, ni en el día se puede hacer, unos por haber muertos y otros por ser miserables o cortos de medios, tuvo a bien dicha Junta el que no sumen en dichas cuentas tales deudas, y sí que se las perdonen a quienes las deban”. La cofradía exhibía de esa forma su compromiso social, acorde a sus principios religiosos, en unos tiempos difíciles.
Ese mismo año de 1818 se hacía un nuevo esfuerzo económico en el mantenimiento de las imágenes de la cofradía. Se restauraba la Oración del Huerto y se hacía un nicho para su colocación dentro de las dependencias del convento.
Tirantez entre la cofradía y el cabildo eclesiástico.
Surgió en la reunión un controvertido tema con trasfondo económico que hizo aflorar ciertas desavenencias entre el cabildo eclesiástico y la hermandad, quizás latentes desde tiempos más lejanos. El problema nació de la obligación que tenían los mayordomos elegidos por el cabildo eclesiástico de costear los trajes de ángeles que dos niños vestían en la procesión del Viernes Santo, acompañando el paso del Santo Sepulcro. Uno de estos mayordomos consideró que el gasto era excesivo y que quedaba fuera de sus obligaciones. Se acordó como solución que la cofradía haría esos vestidos y se guardarían tras las procesiones en una caja, hasta que por su deterioro fuera necesario hacer unos nuevos.
Pero el tema no se zanjó aquí, pues al año siguiente, por un nuevo acuerdo tomado en la junta general, se decide “que los mayordomos del cabildo sean de la obligación de vestir los ángeles, siguiéndose como antiguamente”.
El asunto coleó varios años, tensando las relaciones entre el estado laico y el eclesiástico, hasta que en 1820 se llegó a una solución definitiva, tras la firma de una nueva concordia entre el cabildo eclesiástico y la hermandad. Junto a otros aspectos que regulaban la relación entre las dos corporaciones –que posteriormente trataremos- se acordó que los mayordomos del cabildo dejarían de tener la obligación de “vestir los ángeles”. En el mismo artículo se estableció también la renuncia por parte de los miembros del cabildo al privilegio de portar el pendón cuando les correspondía ejercer el cargo de alférez. Posiblemente esta cesión fue la moneda de cambio que exigió la cofradía para aceptar lo que los clérigos pedían.
¿Un asomo de crisis de fe?
La reacción absolutista de Fernando VII se ha considerado de las más extremas de la Europa de la Restauración, que excedió con mucho a la más sosegada de Francia, restableciéndose instituciones y elementos de la religiosidad del Antiguo Régimen como la Inquisición.
Las disputas con el cabildo y el descenso del número de cofrades pueden hacernos sospechar que tras los indiscutibles condicionantes económicos se ocultaba una crisis de fe, de confianza en una religiosidad tradicional que se asociaba con los imperativos del Trono. No disponemos de datos fehacientes sobre los compromisos políticos de los distintos hermanos, aunque el primer liberalismo español se declaró confesional y católico, pero algunas cifras pueden arrojar cierta luz sobre el grado de implicación social en la Vera Cruz.
Los reales de las limosnas de los Pasos, claro exponente del deseo de prestigio de más de uno antes de 1808, también decayeron:
1816 | 625 |
1817 | 580 |
1818 | 320 |
Una primera hipótesis sostendría que los malos tiempos para la bolsa se conjugarían con un desapego creciente. Sin embargo, los ingresos por el alquiler de las túnicas matizan tal apreciación:
1816 | 789 |
1817 | 920 |
1818 | 820 |
Era más asequible acudir a la procesión como simple cofrade de luz que portando un paso, algo que permitía guardar las apariencias en aquellos tiempos absolutistas. Tras la dura prueba de la Guerra de la Independencia, pues, se acusaron las diferencias entre los hermanos, entre un núcleo más comprometido cada vez más reducido y el resto de los cofrades, más laxos. La persistencia de las dificultades materiales a lo largo del reinado de Fernando VII y las luchas políticas las agrandarían, perjudicando severamente la capacidad de resistencia de la Vera Cruz.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1813-16, nº 2732.
Bibliografía.
BERNABÉU LÓPEZ, Rafael, Historia de Requena, Requena, Edición de 1982.
GALÁN TENDERO, Víctor Manuel, “¿Vino joven en odres añejos? El fin del Antiguo Régimen en Requena (1780-1833)”, OLEANA, 28, Requena, 2014, pp. 57-76.
REVUELTA GONZÁLEZ, Manuel, La Iglesia española ante la crisis del Antiguo Régimen (1803-33), Historia de la Iglesia en España.Tomo V de La iglesia en la España Contemporánea de la Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1974.