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LA VERA CRUZ EN EL MUNDO DEL LIBERALISMO DECIMONÓNICO

  • Por Víctor Manuel Galán Tendero
  • 23/08/2020
  • Época Contemporánea
  • Religiosidad, Vera Cruz

¿Una nueva forma de regalismo?

El 18 de agosto de 1792 la Convención revolucionaria suprimió las cofradías en Francia y sus soldados ganaron fama de debeladores de la Iglesia católica. En el catecismo patriótico español, Napoleón fue considerado una criatura infernal. El cambio político y el catolicismo chocaron vehementemente a principios de la Edad Contemporánea.

La España ilustrada ya había puesto en tela de juicio las cofradías, al considerarlas alejadas de sus propósitos piadosos iniciales. Se criticaba que solo sirvieran para festejos profanos de discutible gusto. Las medidas desamortizadoras decretadas el 25 de septiembre de 1798, las de la imprecisamente llamada desamortización de Godoy, las tuvieron presentes junto a los hospitales, hospicios, casas de misericordia, reclusión y expósitos, memorias, obras pías y patronatos de legos. La derogación de los gremios por los liberales supondría un golpe irreversible para la supervivencia de muchas.

Con todo, la Constitución de 1812 declaraba al catolicismo “la religión de la Nación española”. Es más, la protegía “por leyes sabias y justas” y prohibía “el ejercicio de cualquiera otra”. Dentro del clero español, el liberalismo tuvo seguidores destacados. El obispo de Murcia Antonio de Posada fue uno de ellos, junto a otros eclesiásticos formados en el Seminario de San Fulgencio, contrario a los jesuitas.

La abolición del diezmo y las desamortizaciones no abrieron vía libre a la tolerancia de cultos, tímida y fugazmente reconocida por primera vez en la Constitución de 1856 y recogida en la de 1869. Los liberales españoles tomaron importantes medidas sobre la propiedad eclesiástica y combatieron a los eclesiásticos partidarios del Antiguo Régimen, pero no invalidaron los dogmas católicos. Fueron mucho más audaces en lo económico que en lo estrictamente religioso. En sus testamentos, prosiguieron manteniendo lo dispuesto por la Iglesia católica hasta la Gloriosa.

Las apelaciones a la providencia del Progreso en muchos de sus discursos, con claro signo teleológico, expresan sus creencias religiosas, lo que combinado con su crítica de la Iglesia católica como institución ha llevado a pensar en un cierto protestantismo. Sin embargo, los liberales españoles nunca se propusieron enunciar nuevos dogmas religiosos ni fundar una nueva iglesia cristiana separada de la obediencia del Papa.  

Eran partidarios, en el fondo, de una política de control de la Iglesia por el Estado, de un regalismo, heredero del reformismo ilustrado y que había sido aplicado con energía por el emperador austriaco José II en la década de 1780.

La aplicación del regalismo liberal en Requena.

En el pasado, el municipio de Requena había contado con importantes atribuciones en la vida religiosa local. Autodefinido como católico y defensor de dogmas como el de la Inmaculada Concepción, auxilió a carmelitas, franciscanos y agustinas, promovió la predicación de Cuaresma, llamó la atención por el comportamiento de algunos sacerdotes o tomó parte en pleitos con las autoridades eclesiásticas. Sus regidores tenían a hermanos, sobrinos y tíos en el sacerdocio, lo que no impidió que defendieran la esfera de sus privilegios en el mundo del Antiguo Régimen frente a otras jurisdicciones.

Los prohombres del liberalismo se beneficiaron de la desamortización de Mendizábal y pugnaron por mantener su autonomía local tras el absolutismo de Fernando VII. Los apuros de la hacienda municipal, ciertamente comprometida durante la I Guerra Carlista. Indujeron a tomar posturas regalistas.

El pago de los diezmos acarreó muchos sinsabores, especialmente cuando todavía no se había llegado a un compromiso sobre el mantenimiento de los sacerdotes seculares que oficiaban misa y atendían a la feligresía. El ayuntamiento requenense pensó repartir entre el vecindario el pago de 20.000 reales como anticipo del medio diezmo y primicia. A 20 de diciembre de 1839 la junta diocesana no accedió a ello, alegando falta de atribuciones. En la contribución de culto y clero también fue determinante el poder municipal, especialmente a efectos recaudatorios. El 4 de agosto de 1843 no la exigió al vecindario a la espera de lo dispuesto por las autoridades superiores.

La voluntad de proseguir alentando la predicación de Cuaresma se vio torpedeada por la falta de fondos suficientes. El 27 de febrero de 1840 el municipio notificó al cura del Salvador que no podía pagarle para tal efecto por no autorizarlo la diputación provincial de Cuenca, controladora de las cuentas requenenses por aquel entonces.

El entendimiento con el clero local y la Vera Cruz.

Tras la supresión de los regulares, el clero secular ganó protagonismo en la vida social y el municipio tuvo muy presentes los nombramientos episcopales para las distintas parroquias de Requena, en punto a capacidad y vínculos con el vecindario de los designados. Figuras como José Castro Otáñez, párroco de San Nicolás, o Toribio Mislata brillaron con luz propia en la vida requenense de la época.

Ambos tuvieron especial relevancia en el gobierno de la Vera Cruz, cuyas actividades no resultaron menoscabadas por el poder municipal. Si don José presidió su junta en 1842 y 1843, don Toribio lo hizo en 1844, además de dirigir las acostumbradas pláticas de Cuaresma. La cofradía no pasaba por sus mejores momentos a comienzos de la década de 1840. Paradójicamente, su falta de bienes de consideración le salvaría de fenecer, al modo de otras instituciones por las desamortizaciones, y bien puede sostenerse que a medio plazo fue como un ave fénix.

Los inciertos resultados económicos.

Con el desplazamiento de los liberales progresistas por los moderados, las medidas contra la propiedad y las prebendas eclesiásticas se fueron suavizando. El 26 de julio de 1844, el gobierno del general Narváez suspendió la venta de los bienes desamortizados que no se hubieran hecho entonces para acercar posiciones con la Santa Sede. Ajena a estas medidas, la Vera Cruz fue rehaciendo sus cuentas (expresadas en reales) con dificultad tras el fuerte bajón de 1843-45.

Ejercicio anualIngresosGastos
18421.0021.002
1843348334
1844473367
1845373493
18461.2221.222
1847877827

La carencia de la limosna del pueblo se dejó sentir penosamente durante aquel trienio de abatimiento. Si en 1842 se consiguieron por tal concepto unos 558 reales, se lograron 499 en 1846. Una buena parte de la sociedad requenense dio la espalda a la cofradía por razones morales o de falta de medios.

El círculo de compromiso.

Durante aquellos años de verdadera travesía del desierto, el número de hermanos no excedería de unos cuarenta en una Requena de unos 10.404 habitantes en 1842. En la junta de gobierno de la cofradía, además de los eclesiásticos, figuraron con frecuencia  José María Gómez, Mariano Pérez, Benito y Nicolás Sáez, Víctor López, Juan José y Nicolás Ponce, José María y Cándido Justo, Vicente Teruel o Dámaso Cavanes. La importancia de los lazos familiares se muestra a las claras.

A diferencia de lo sucedido en la primera mitad del siglo XVII, tales responsables no formaban parte de la oligarquía requenense. Años más tarde, algunos de los poderosos locales se acercarían a la Vera Cruz, con unas finanzas más saneadas y un ambiente oficial más proclive a la Iglesia. En verdad, el compromiso con la cofradía no siempre resultó fácil. El alférez José María Gómez propuso infructuosamente en 1847 correr su turno por un año, pero al final tuvo que cambiarlo con el de José María Justo de 1856. En caso de fallecimiento, la obligación pasaría a la familia inexorablemente.

La espiritualidad de la cofradía.

En este círculo reducido, muy influido por el cabildo eclesiástico, se mantuvo la espiritualidad de fines del Antiguo Régimen, en la que la Virgen de las Angustias tenía un elevado aprecio, además de la imagen del Cristo Enarbolado. Las pláticas de Cuaresma servían también para mantener cohesionado el grupo de hermanos.

Se trataba de un círculo motivado, pero nada innovador. Toda renovación no provendría de tales cofrades, sino de eclesiásticos ilustrados como José Antonio Díaz de Martínez, capaces de aprovechar la nueva situación política, más favorable a los intereses de la Iglesia.

Fuentes.

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Libro de actas municipales de 1840 a 1843, nº 2728.

FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.

Libro Nuevo de la Vera Cruz.

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