Por César Jordá Sánchez, hermano de la Vera Cruz.
El año 1807 no hubo procesiones de Semana Santa en Requena, “la mucha lluvia en aquellos días y además de ella la crecida nieve que también cayó” lo hicieron imposible. Quizás fue un augurio de lo que iba a suceder durante los años siguientes.
En mayo de 1808, tras los sucesos acaecidos en Madrid, comenzaba la Guerra de la Independencia contra los franceses, que durante seis largos años desangró el país y dio pie al estallido de una revolución liberal.
Requena sufrió la guerra y atisbó los cambios políticos del momento. Nada más comenzar el conflicto se formó en la villa una Junta Gubernativa de Defensa, al calor de lo que sucedía en otras zonas de España. El 30 de mayo de 1808 se convertiría temporalmente en la capital de las poblaciones de Castilla la Nueva que se habían levantado contra los franceses.
Tras la derrota de las tropas nacionales en la batalla del Pajazo, junto al río Cabriel, los franceses entraron por primera vez en esta villa el 23 de junio de 1808. A partir de ese momento la población cambiaría varias veces de manos y tendría que sufrir reiteradamente las exacciones económicas de ambos bandos y los saqueos protagonizados por los franceses.
En las actas del Libro Nuevo de la Vera Cruz correspondientes a los años 1808-1811 no se detectan cambios importantes en el funcionamiento de la cofradía. Las reuniones están presididas por el prior del monasterio del Carmen fray Pedro Mansilla, y en el cargo de alférez se suceden, con aparente normalidad, Antonio Pérez Ballesteros, Francisco Ibáñez Ramos, Jorge Montés Díaz y Carlos Moral Díaz, respetándose el turno entre laicos y eclesiásticos. Eso sí, el contenido de las actas es lacónico, sin hacer referencia alguna a la situación que se está viviendo, posiblemente como consecuencia de la incertidumbre del momento.
En 1810 se acuerda “que las túnicas y hachas se lleven como antiguamente”. Parece como si se quisiera hacer un simbólico llamamiento a la tradición, ante los convulsos tiempos que se vislumbraban.
En 1811, en la Junta del Domingo de Ramos, se realiza la tradicional subasta de varas de los pasos. Por las de la Oración del Huerto se obtuvieron 100 reales de limosna, 150 por las del Cristo Enarbolado y 280 por las del paso de las Angustias. Este último paso procesional, el más moderno y quizás el de mayor monumentalidad, será el que atraiga mayores limosnas en los años venideros.
Esta junta fue la última que se realizó en los años de la guerra, pues en 1812 y 1813 las procesiones se suspendieron “por estar en esta villa las tropas imperiales de Francia”, según deja constancia en las actas de la cofradía el secretario Pedro Clemente de Mena.
La ocupación.
En enero de 1812 los franceses habían convertido a Requena en capital del 83 Distrito Militar, reforzando de esta manera su presencia en la villa. Pero las acciones de los patriotas en la comarca frente a las tropas invasoras no cesaron. Por un lado distintas partidas guerrilleras, como la del castellano Juan Martín “El Empecinado”, golpeaban constantemente los intereses galos; por otro, las tropas nacionales, bajo el mando del general Villacampa, derrotaron a los franceses en la batalla del Tollo, cerca de Utiel (agosto de 1812). Aun así, los franceses mantuvieron su control de forma casi ininterrumpida hasta finales de junio de 1813.
Durante el periodo de ocupación Requena estuvo sometida a las leyes que emanaban del gobierno de José I Bonaparte (monarca que pernoctó en la villa en octubre de 1812). La nueva normativa, aunque de corta aplicación, llegó a tener efecto sobre el monasterio del Carmen, donde radicaba la cofradía de la Vera Cruz.
El 19 de agosto de 1809 se había aprobado un decreto por el que se suprimían las órdenes religiosas masculinas, obligando a los frailes a dejar sus conventos y a pasar a formar parte del clero secular. Se quería con ello limitar la influencia del clero regular, que se había mostrado combativo frente a la ocupación, pero, sobre todo, el objetivo era acceder a sus bienes, que según el decreto quedarían “aplicados a la nación”. Es decir, se pretendía poner en marcha un doble proceso de exclaustración y desamortización, que sería un anticipo de lo que ocurriría con los gobiernos liberales españoles durante las décadas siguientes.
En el caso de Requena, los frailes de San Francisco fueron exclaustrados y el edificio conventual se fortificó con fines militares y posteriormente fue utilizado como “hospital de sangre”. El monasterio del Carmen también sufrió la exclaustración entre 1812 y 1814. No sabemos con seguridad qué hicieron los frailes, aunque probablemente serían adscritos al clero secular, teniendo que abandonar el cenobio. El edificio fue utilizado temporalmente para alojar a las tropas imperiales, aunque la iglesia siguió abierta al culto.
El 27 de septiembre de 1809 se aprobó otro decreto por el que se suprimían las hermandades y congregaciones anejas a las órdenes religiosas. No tenemos constancia documental de que este decreto se aplicara a la Vera Cruz. El hecho de que en los años 1812 y 1813 no se celebraran procesiones de Semana Santa en Requena, parece estar más relacionado con la exclaustración de los carmelitas o con el propio estado de ocupación militar que vivió la población durante esos dos años que con la aplicación de esta ley.
Pero lo que está claro es que el convento y la iglesia quedaron fuera del control de los frailes, existiendo un alto riesgo de que los bienes que allí existían fueran expoliados o sometidos a acciones sacrílegas. Ante tal situación los responsables de la Vera Cruz decidieron trasladar a la parroquia del Salvador la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, donde quedaría bajo la protección del arcipreste de la villa. Dicha imagen debía ser ya en esa época la más venerada de la cofradía.
Los años de guerra no solo condicionaron el desarrollo de las actividades religiosas propias de la hermandad, sino que marcaron también su economía. Si entre 1799 y 1808 la media de ingresos anuales estuvo por encima de los 3350 reales, entre 1808 y 1811 estos cayeron a 2580 reales. Pese a todo, esta tendencia descendente de los ingresos -que a primera vista podría relacionarse con el empobrecimiento de la población motivado por la guerra- quedaría matizada si observamos las distintas partidas. Así comprobamos que tanto la limosna que tradicionalmente se recogía por la población como la llamada del “platillo” -recolectada los mismos días de Semana Santa-, se mantuvo e incluso se elevó en años críticos como el de 1811. Además, las cuotas de los hermanos y las limosnas que estos daban por llevar los pasos, se sostuvieron en niveles similares a los años previos a la guerra, demostrando así un claro compromiso con la cofradía. La principal diferencia la vemos en lo ingresado por las túnicas. Era habitual en la Vera Cruz que muchos hermanos pagaran una limosna antes de las procesiones por vestir dichas túnicas, que eran propiedad de la cofradía. Por este concepto se ingresaban en los primeros años del siglo XIX cantidades que, como media, excedían los 1000 reales. Esta cifra se rebajó en 1809 a 600 reales, en 1810 a 670 y, de forma llamativa, en 1811 quedó en la exigua cantidad de 225 reales. La explicación a esta caída la encontraríamos en que “la mayor parte de los que llevaban las túnicas tuvieron que marchar al exército”, según se recoge en el acta del Domingo de Ramos de 1818.
La situación se hizo todavía más crítica en 1812 y 1813, cuando, como ya hemos dicho, se suprimieron las procesiones y la actividad de la cofradía, quedando paralizados sus ingresos. Aunque, eso sí, no se llegó a producir ninguna enajenación de los escasos caudales de la hermandad.
Después de la guerra.
Tras la expulsión de los franceses del territorio español, la Vera Cruz se pone de nuevo en marcha. El 17 de enero de 1814 se realizaba una junta extraordinaria, todavía sin la presencia del prior del Carmen. A ella acuden don José de la Cárcel, presbítero y hermano de la cofradía (como representante del abad del cabildo eclesiástico) junto con el alférez José Alarte y otros miembros del gobierno de la hermandad.
En ella se expuso que debido a la ocupación francesa no se habían “recogido túnicas, hachas ni limosna”, por lo que “se decretó que se sacasen listas y se entregasen a los andadores para su recolección”. Era necesario que la cofradía retomase su normal funcionamiento.
Pero el tema principal de la reunión fue el de la recuperación de la imagen de la Virgen de los Dolores. Se acordó que “se pasase recado político” al arcipreste para que la devolviese. Con tal fin fue nombrada una comisión formada por el alférez, por el hermano don Joaquín Ferrer y por el escribano de la cofradía don Pedro Clemente.
Los comisionados actuaron con diligencia, pues al día siguiente se presentaron en casa del arcipreste con su solicitud. Éste dijo que “estaba presto a entregar dicha imagen, siempre que hubiese comunidad en el convento del Carmen, donde tiene su capilla, sin excusa ni demora alguna”.
El 3 de abril de ese año se volvió a celebrar la preceptiva junta general del Domingo de Ramos en la sacristía del Carmen, sin la presidencia del prior carmelita–como secularmente había ocurrido-, lo que nos indica que los frailes, pese a la marcha de los franceses, todavía no habían vuelto al convento. Estuvieron presentes en esa reunión el abad del cabildo eclesiástico don José de la Cárcel, junto al alférez José Alarte, el resto de cargos de gobierno y demás hermanos. En ella se refleja una vuelta a la necesaria normalidad tras unos años convulsos, con la rutinaria subasta de varas, en la que el paso de las Angustias volvía a acaparar la más crecida limosna: 300 reales. Pero esa normalidad era solo aparente, la cofradía iba a entrar pronto en una de sus etapas más difíciles.

Los defensores de Zaragoza. Por Maurice Orange
Fotografía de José Luis Cintora.
Fuentes
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.
BIBLIOGRAFÍA.
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