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LA VIVIENDA COMO REFLEJO DE LA SOCIEDAD REQUENENSE DEL SIGLO XVIII

  • Por Crónicas
  • 11/03/2018
  • Época Moderna

LA VIVIENDA COMO REFLEJO DE LA SOCIEDAD REQUENENSE DEL SIGLO XVIII

Por Javier A. López, Pablo Martínez, Jorge Moreno, Agustín Pérez y Adrián Orive

Introducción

La arquitectura doméstica en un lugar determinado depende fundamentalmente de tres factores: las características del medio natural que lo rodea, las tradiciones constructivas y la estructura social de sus habitantes.

El entorno físico es determinante en la arquitectura tradicional, pues del mismo se debían obtener la mayoría de los materiales utilizados. En el caso de Requena ese entorno proporcionaría fundamentalmente tierra arcillosa, cal, guijarros y piedra de escasa calidad, todo ello utilizado para hacer tejas y ladrillos, levantar muros de tapial y de mampostería o tallar sillares; además, también se usaban pinos de nuestros bosques para las vigas de los tejados, las balconadas de madera y la trabazón de algunos muros, o cañas para cerrar las cubiertas. En las casas más ricas las vigas maestras se realizaron con grandes pinos traídos de la serranía de Cuenca.

Las tradiciones constructivas en la Tierra de Requena posiblemente se remonten a época ibérica, de la que procederían las técnicas más antiguas, como el uso del tapial o la mampostería. Los romanos aportarían el trabajo de los sillares y los árabes quizás mejoraron la elaboración del tapial y generalizaron el uso del ladrillo. La reconquista cristiana mantendría estas técnicas, introduciendo influencias procedentes de los lugares de origen de los conquistadores. Quizás el uso del entramado de madera y tapial para cerrar los exteriores de las viviendas, que aún se ve en algunas casas, empezara a utilizarse a partir de esta época, al igual que las solanas de madera que todavía podemos observar en varias casas del perímetro de la Villa. Ambos elementos son habituales en la arquitectura serrana que se extiende por el Sistema Ibérico, tanto en su parte castellana como en la aragonesa. La arquitectura tradicional, heredera de todas estas influencias, debió mantenerse en buena medida hasta la época de nuestro estudio, mediados del siglo XVIII. Aunque por entonces comenzaran a llegar nuevas modas constructivas, que se irán aplicando en un primer momento en las casas de la élites políticas y económicas.

La estructura social es uno de los elementos esenciales para entender las distintas tipologías de vivienda. La explicación es lógica, pues el poder económico y la búsqueda de prestigio social de la persona determinarían el tamaño de la casa, la calidad de la construcción, la distribución de sus espacios y los detalles estéticos que pudiera tener el edificio.

Nuestro trabajo va a enfocarse en este sentido. Intentaremos relacionar la estructura social requenense de mediados del siglo XVIII con las características de la vivienda. Para ello utilizaremos una fuente esencial, las respuestas particulares del Catastro del Marqués de la Ensenada, donde aparecen detalladas las posesiones de todos los vecinos de Requena en 1752. Dicho Catastro se realizó en toda Castilla con el objetivo de llevar a cabo una reforma fiscal que debía obligar a todos los contribuyentes (incluyendo a los grupos privilegiados) a pagar a la Hacienda Real según su nivel de renta. Aunque la reforma no llegó a aplicarse, la recogida de datos sí que se hizo y hoy constituye una inagotable fuente de información para los historiadores. De ella hemos obtenido las descripciones de las viviendas que vamos a utilizar en este trabajo.  Eso sí, el desarrollo del mismo lo hemos hecho a partir de una pequeña muestra de datos escogidos entre los distintos grupos sociales y profesionales.

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Empezaremos nuestro estudio analizando las viviendas del reducido número de personas que constituían la élite política y económica de la Requena de mediados del siglo XVIII. Son aquellos que en el catastro se agrupan bajo el epígrafe de “regidores e hidalgos”. Dentro de ellos se incluirían los descendientes de aquellos caballeros que configuraron la minoría privilegiada durante la Edad Media y la Moderna, y que mantenían su estatus gracias a la posesión de tierras y ganados y a su influencia en la vida política local. Junto a ellos estaría la nueva élite económica, en general relacionada con la actividad sedera, que habían ido ascendiendo en el contexto social y político.

Este grupo minoritario demostraba su estatus a través de sus viviendas, en algunos casos heredadas de sus antepasados y ubicadas en zonas muy concretas de la Villa, y en otros levantadas ya en el Arrabal, que se había convertido a estas alturas del siglo en la zona más vital de la población.

En general la superficie de estas casas duplicaba o triplicaba las de las clases populares. En los casos que hemos estudiado las fachadas oscilaban entre las 16 y 23 varas (una vara castellana equivalía a 0´835 m.) y su profundidad entre 12 y 18. Su estructura más habitual era la siguiente: una planta baja, con zaguán, caballerizas, pajar, cocina baja y algunos cuartos, en los que posiblemente se guardaban arreos para animales u otros utensilios, además de disponer de corral donde en determinados casos podía haber árboles frutales. Del zaguán salía una escalera hasta el  entresuelo, donde se distribuían varias estancias. En la planta alta o principal se situaban una o varias salas con alcobas, algún otro cuarto y la llamada cocina alta. Por último, la cámara (aquí llamada terrado) se configuraba en un espacio diáfano donde se ubicaban los “atrojes” en los que se guardaba el grano. Las casas situadas en la Villa contaban también con bodega.

Las fachadas de los edificios no son descritas en el Catastro de Ensenada, pero podemos deducir su composición observando algunas de las que se han conservado hasta nuestros días con escasas transformaciones. La fachada de una casa es su escaparate hacia el exterior, por eso la élite quería dejar constancia en ellas de su posición social. En primer lugar observamos el uso de sillares, bien ocupando gran parte de la planta baja o simplemente reforzando las esquinas o los límites del edificio. Las portadas también utilizan la piedra; algunas, las que tienen un origen más antiguo, se rematan con arco de medio punto; otras, las correspondientes a casas levantadas en el siglo XVIII o que sufrieron una remodelación en ese siglo, cuentan con cierres adintelados. Sobre la portada, en el caso de las casas hidalgas, aparece el escudo familiar, signo indiscutible de la alcurnia de sus moradores. A la altura de la planta baja y del entresuelo suelen abrirse una o varias ventanas (sin olvidar el habitual orificio de ventilación de la bodega, que siempre apreciamos a ras de suelo). En la zona correspondiente a la planta principal en el siglo XVIII es ya habitual el uso de balcones dispuestos de forma simétrica. El terrado se abre a la calle con pequeños ventanucos, sobre los que recae el alero, que deja visible el remate de las vigas de madera (con el tiempo en las casas principales estos aleros también quedaron recubiertos con molduras de yeso).

Este tipo de viviendas son reflejo de la forma de vida de una minoría económicamente privilegiada, cuyos gustos y necesidades se habían ido acercando a los de las elites urbanas. Así, las viviendas dejan de ser un mero espacio de protección y supervivencia, como en la Edad Media, y pasan a ser un lugar de convivencia social, donde empiezan a existir ciertas comodidades y se crean espacios con un uso específico.

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En segundo lugar hablaremos de las casas de las clases populares, las que conformaban la inmensa mayoría del caserío, adosadas unas a otras formando calles y manzanas. Eran edificaciones de una estructura sencilla, carente de preocupaciones estéticas y cuyos interiores se adaptaban a las necesidades básicas de las familias y a sus actividades económicas.

Comenzaremos hablando del grupo que el catastro denomina como “labradores del lugar”, es decir, residentes en Requena, para distinguirlos de los de “las caserías”. Sus casas responden a esa tipología popular, que podríamos calificar como modesta.

Se caracterizan por una planta generalmente estrecha (5 a 8 varas de frente) y alargada (14 a 16 varas de profundidad). En la mayoría de los casos que hemos estudiado constan de planta baja y terrado, aunque en ocasiones también disponen de una primera planta. En el primero grupo, la planta baja suele tener una sala, uno o dos cuartos, cocina y caballeriza, además de la escalera para acceder al terrado. En la parte trasera puede haber un pequeño corral. Si la casa cuenta con un primer piso, en él habría alguna habitación con alcoba. Las viviendas de este tipo que hemos podido analizar se encontraban en la Villa y, por lo tanto, solían tener una pequeña bodega.

Las fachadas eran muy sencillas y austeras, con una tipología y técnicas constructivas que no debían diferir mucho de las casas medievales. La puerta estaba en un lateral y solía ser sencilla, con un dintel de madera. Al otro lado de la fachada, también en la planta baja, se abría una ventana no de gran tamaño. En el primer piso sería frecuente todavía la presencia de algún vano vertical, protegido por una baranda de madera, junto a algún ventanuco más pequeño. Los balcones de barrotes de hierro se generalizarían en estas casas populares ya entrado el siglo XIX. En el terrado, como siempre, se abrirían ventanas de reducidas dimensiones.

Este tipo de casas reflejan una forma de vida sumamente austera, sin ningún tipo de comodidades. La vida familiar se desarrollaría en torno al fuego de la chimenea, con la cercanía de los animales, que contribuirían al calor del hogar.

Los grupos con actividades propiamente urbanas poseían casas que respondían también a esa tipología popular, aunque se pueden establecer algunas diferencias. Los tejedores de seda, uno de los grupos profesionales más numeroso en ese periodo (cerca de 400 en 1752), vivían en casas muy similares a las de los labradores. En ellas predomina la habitual planta estrecha y alargada, aunque también hay algunos ejemplos de planta cuadrada. Las casas solían tener planta baja, un piso y  terrado (aunque no son infrecuentes las que carecen de primer piso). No solían tener caballeriza y podemos deducir que la planta baja se utilizaría como obrador. Los casos que hemos consultado eran de residentes en el barrio de la Villa.

En el Arrabal se concentraban la mayor parte de las actividades profesionales relacionadas con el comercio, el transporte o la artesanía. Sus casas también estaban construidas en parcelas estrechas y alargadas, con escasa superficie (6 por 10, 4 por 12, 5 por 15 varas). Se disponían, como en el resto de barrios, adosadas unas a otras formando calles y manzanas. La mayoría se organizaban en planta baja con un pequeño corral, primer piso y terrado, dedicando la planta baja a espacio comercial o artesanal, a lo que se sumaba una pequeña cocina. La primera planta estaba dividida en varios cuartos y alcobas, y contaban con un terrado al que posiblemente se le daría uso de almacén.

Como ejemplo citaremos el caso de un zapatero cuya vivienda estaba situada “en la salida del Portal de Madrid, de diez varas y media de largo y seis de ancho, un cuarto bajo, una bodeguilla, una sala alta con alcoba, cámara y caballeriza”, poseía además “un corral pequeño contiguo a la casa, de cuatro varas cuadradas” y “una mitad de casa para curtir las pieles en la Loma de San Francisco”.

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Por último veremos la situación en que vivían los sectores más míseros de la sociedad, y para ello hemos analizado el tipo de vivienda que poseían varios jornaleros. Los tres casos que utilizamos coinciden en tener su casa en el barrio de Las Peñas y en las pequeñas dimensiones de las mismas. Uno ellos vivía en una casa de siete por seis varas, “con un cuarto a teja vana”, es decir, con el tejado cubriendo directamente a sus moradores. Los otros dos habitaban sendas cuevas, la más pequeña de las cuales se componía de un espacio único con cocina.

Las condiciones de pobreza y miseria que se derivan de este tipo de vivienda son llamativas, más si tenemos en cuenta que según los datos del catastro habría en Requena cerca de doscientos jornaleros con sus respectivas familias.

Conclusión

A través de este trabajo hemos podido observar cómo la vivienda es fiel reflejo de la sociedad de una época. Las diferencias sociales se aprecian claramente a través del tamaño de las casas, el uso de sus espacios y la preocupación por su estética.

La vivienda fue y sigue siendo un elemento fundamental en la vida de las personas. Hemos visto cómo para las clases humildes servía como un mero espacio de supervivencia carente de comodidades, y cómo en el otro extremo de la sociedad se llegaba a convertir en un escaparate del estatus social, donde los aspectos estéticos y la diferenciación de los espacios cobraban importancia.

Pero en cualquier caso, tanto la casa más modesta como el caserón más pretencioso no dejaban de ser el hogar de una familia, con toda la dignidad que eso implica.

Fuentes documentales y bibliografía:

Respuestas particulares de Requena para el Catastro del marqués de la Ensenada, 1752. Archivo Municipal de Requena.

Lluch Rodrigo, E., Jordá Sánchez, C. La arquitectura medieval en las tierras de Requena y Utiel. Materiales didácticos sobre Historia de la Comarca. CEFIRE de Utiel. 2007.

Franco Rubio, G. La vivienda en el Antiguo Régimen: de espacio habitable a espacio social. Chronica Nova, 35, p.p. 63-103, 2009.

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