Todo andaba con normalidad excepto un suceso, peculiar desde el primer momento y con final en una tercera boda; vino poco a poco a llamar la atención de la casa: Justiniano, el padre de los Corceles, con extrañas excusas rondaba la casa de padres y trataba de ganarse la amistad de la familia. No andábamos sobrados de amigos, fue recibido con aprecio aquel detalle de una familia antigua del pueblo para con nosotros, los Extranjeros.
La ocupación de Justiniano habitaba en las carboneras; era rico, pero no de muchas monedas de plata ni de tierras de labranza, sino de madera. En los montes transcurrían su vida y la de los varones de la familia; con el corte de, principalmente, pinos y carrascas ganaban su sustento. En las umbrías, lo más arriba posible de las cumbres, cuanto más virgen era el terreno y más fueran los años desde la última tala, más gruesos y sanos los palos para crear el carbón a bajar para la venta al Levante. Por todo esto, Justiniano con sus siete hijos (creo recordar eran cuantos le sobrevivían por aquella época, pero podría equivocarme) pasaba la mayor parte del tiempo fuera del pueblo. Además de los siete varones, tenía cuatro hijas, las tres mayores vivían en ciudades y pueblos mucho más grandes como sirvientas en buenas casas. Las carboneras no eran lugar para las mujeres, no aportaban pan para la casa, de esta guisa las colocaba fuera del pueblo una vez tuvieran edad para servir. Tal que así, no tener más bocas de las necesarias para alimentar; en consecuencia gastar menos perras y hacer crecer los ahorros más rápido.

https://www.bubok.es/libros/248670/Ripias-El-Nacimiento-de-una-aldela-Parte-I