La Guerra Civil impuso una dura prueba a la economía española. El territorio nacional se fracturó, se acometieron importantes cambios y se dedicaron demasiados recursos al conflicto. Requena, relativamente alejada de los principales frentes, no pudo escapar de los delicados problemas de abastecimiento y de distribución de recursos, con independencia de las actuaciones revolucionarias.
La escasez, en cierto modo, ya se experimenta cuando se consultan documentos en soportes precarios e incluso reutilizados. El papel de una carta, por ejemplo, era el reverso de un periódico. La carencia de papel dificultó los actos oficiales, las comunicaciones y los esfuerzos de movilización y propaganda de las autoridades republicanas de Requena. Instituciones, particulares e impresores requirieron mayores cantidades de papel, incluso del procedente de libros.
La atención a la infancia, una causa muy humana en un tiempo dramático, implicó una gran cantidad de cuestiones, especialmente por la afluencia de refugiados y por los cambios de residencia familiares forzados por la guerra, como se observa en la dotación de becas para estudiar en el Instituto de Bachillerato, el actual IES UNO. Las comisiones de abastecimiento consideraron la leche e incluso el azúcar no como simples alimentos, sino como medicinas. La residencia infantil El Cerrito acogió niños sobrepasando sus posibilidades.
La puesta en marcha de una nueva sociedad colectivista, con gran protagonismo de los anarquistas y de los socialistas afines, no evitó el problema del paro, que se había agudizado en los años treinta a causa de la Gran Depresión. Ni la movilización bélica ni las necesidades militares acabaron con el mismo, en vivo contraste con sociedades como la alemana o la estadounidense que libraron la II Guerra Mundial. Se intentó combatir por medio de la contratación de trabajadores en fincas incautadas. Las mujeres no fueron excluidas. Sin embargo, los problemas de exportación para una comarca como la nuestra tan orientada hacia la viticultura fueron notables, y se tuvieron que distribuir los bienes de los puestos de trabajo entre las familias. Un jornalero se quejó a las autoridades municipales de no ser contratado por haberlo sido ya su padre. El hambre fue mucho más que un fantasma que merodeaba por el día a día de demasiadas personas, carentes de medios de subsistencia suficientes.
Los revolucionarios soñaron con una sociedad más justa, en la que los bienes urbanos y rústicos serían redistribuidos a favor de los grupos trabajadores, aunque ciertas ventajas salariales de los técnicos y empleados más calificados se mantuvieron. La escasez alimentó la inflación, una terrible enemiga del bienestar popular, y se hizo un esfuerzo por parte de la administración municipal de entonces por subir en la medida de sus posibilidades los salarios de sus funcionarios, no más allá de tres pesetas mensuales.
Los fondos municipales y del resto de las administraciones de lo que quedaba del Estado republicano, a la sazón muy quebrantado, yacían bajo mínimos. Ya de por sí el ayuntamiento de Requena arrastraba una deuda considerable. Se recurrió, en consecuencia, a la buena voluntad de las personas y a todo tipo de donaciones, más sinceras unas que otras. El gesto de la donación tenía un gran valor social para la comunidad revolucionaria que se pretendía erigir al denotar los valores de entrega y altruismo.
A medida que fueron pasando los meses de la Guerra, los problemas de abastecimiento se recrudecieron y no pocas personas se vieron forzadas a comprar y vender alimentos como las socorridas patatas en el mercado negro. La intervención en ello de algún que otro responsable político alimentó la discordia que dividía al bando republicano. Por encima de todo, la guerra enfrentó a las gentes de Requena con el hambre y la miseria.