Un gran cambio económico no acompañado de otro de pensamiento.
Al finalizar la década de 1720, el sistema económico de la Requena de varios siglos, el de las dehesas municipales y el de la agricultura cerealista, daba muestras de agotamiento. Los réditos de las dehesas se estancaron, según se puede ver en este cuadro:
Dehesa | 1724 | 1734 |
Ortunas | 250 | 200 |
Campo Arcís | 2.050 | 2.600 |
Ardal de Campo Arcís | 680 | 680 |
Cañada Tolluda | 300 | 300 |
Almadeque | 40 | 40 |
Ardal de Camporrobles | 160 | 100 |
Carrascal de San Antonio | 100 | 100 |
El Carrascal de San Antonio se arrendó a los moradores y más tarde a los vecinos ganaderos de la Vega que moraban a la parte de la ermita del Santo. En 1736 sabemos que la dehesa del Realame rindió 1.210 reales; la del Toconar, 500; Albosa, 1020; Saladar, 300; Cañada de Caudete, 600; Sevilluela, 670; Quinchón, 190; y la de la Hoya de la Carrasca, 1.000.
Paralelamente, la roturación progresó. En 1730 se recordó a los labradores que no debían arrizalar pedazos de la dehesa de Campo Arcís. Sin embargo, si el remate de las tierras de las Cañadas de 1722 a 1728 fue de 120 reales anuales, ascendió a 200 en 1734. El de las tierras de la Serratilla pasó de 80 reales de 1722-28 a los 160 en 1734. Sintomáticamente, el 11 de enero de 1731 el arrendador de la dehesa del Saladar Francisco Solana se quejó que su ganado no podía pastar porque distintos vecinos habían labrado tierras con vacas y bueyes que se comían la hierba.
La plena irrupción de la sedería supuso una novedad si cabe más destacada. Si en 1725 se presentaron las ordenanzas de mercaderes y tejidos de seda, en 1737 se aprobaron definitivamente, cuando se registraron en Requena unos 244 maestros que enviaban sus tejidos a Madrid, Salamanca, Sevilla o Cádiz. En el sorteo de 1730 de tres plazas de soldados, los tejedores de seda estaban exentos, requiriéndose al mayoral del arte de la seda la presentación de listas. Tintoreros como Antonio Andújar alcanzaron gran riqueza. Dentro del estado general, mercaderes como Pedro Montés Lorente ganaron un claro protagonismo a impulsos del gran movimiento sedero. Asimismo, nobles como Juan Enríquez de Navarra impulsaron el movimiento roturador.
Con todo, la mentalidad dominante todavía era la de la Contrarreforma en aquella Requena y figurar al frente de la Vera Cruz era un honor que no pasaba precisamente desapercibido en un mundo tan pundonoroso como aquél.
La atención a las normas y a las formas.
La sociedad del Antiguo Régimen observó un escrupuloso respeto a la costumbre desde el punto de vista teórico, aunque luego la realidad fuera más compleja. Con el paso del tiempo, las constituciones de la Vera Cruz parecieron perder validez a ojos de parte de sus hermanos y el 2 de abril de 1730 se expuso que las elecciones de clavarios, plateros, alférez y cerero se hacían sin el debido ejemplar, por lo que debían revalidarse según la Constitución Cuarta. También concernió a los mayordomos la ordenanza, según se recordó el 14 de septiembre.
Ciertas disputas nos pueden parecer de poca entidad a nuestros ojos, aunque tuvieron una gran relevancia entonces. El 9 de abril de 1730 el mayordomo Pedro López denunció que el alférez Miguel Jiménez y cuatro de sus convidados se sentaron en el banco de los clavarios con toda la malicia en el sermón de la Soledad del Viernes Santo, privando de su sitito al cabildo. El responsable tuvo que hacer penitencia tras ser amonestado por el prior del Carmen y pagar una libra de cera.
Tal formalismo también se hizo presente en el boato de las procesiones, pues desde 1731 los integrantes del cabildo eclesiástico debían llevar sobrepellices en la del Viernes Santo.
La interiorización de las creencias.
Más allá de las formas, en esta época se insistió en que el compromiso con los valores de la cofradía fuera lo más íntimo y firme posible. El 11 de marzo de 1731 se acordó que los Viernes de Cuaresma, después del Miserere, se hiciera plática por el prior del Carmen, con la retribución de sesenta reales según la costumbre de predicadores. Juan Enríquez, el licenciado Pedro López junto al licenciado Jerónimo Belda, José Zanón, el presbítero Sebastián Luján junto al presbítero José Montés, Juan Sigüenza junto a Lorenzo Zanón y Lorenzo Cantero ofrecieron sendos diez reales.
Significativa fue la donación de Francisca Monteserín del 3 de abril de 1735, que hizo entrega de un paño de terciopelo negro para la imagen de la Soledad. Dispuso doce reales de renta al cabildo eclesiástico para que llevaran el palio el Jueves y el Viernes Santo, encareciendo que los hermanos de la cofradía rogaran por ella.
La exigencia, con todo, de mayor rigor administrativo.
El registro de hermanos y los presupuestos de la cofradía distaron de funcionar satisfactoriamente, lo que ocasionó más de un aprieto a lo largo del tiempo. En la década de 1730 se consideró innecesaria la permisividad pasada, forzada por circunstancias críticas. Por ello, en 1731 se insistió en que los clavarios debían dar cuenta al prior del Carmen y a los mayordomos de toda incorporación de nuevos hermanos. La admisión de José Nieves en 1733 se llevó a cabo de forma más formal, votándose secretamente, con anotación en el correspondiente libro. En 1738 se decidió que no se admitiría en la hermandad a quien no diera memorial a la junta.
Lo cierto es que no todos se tomaron en serio sus deberes. A 29 de marzo de 1733 los clavarios requerían a algunos hermanos hasta cuatro veces, una carga que se añadía a la de llevar memoria de productos y gastos, lo que no siempre se cumplió debidamente. La cobranza de la limosna también ocasionaba problemas a los clavarios, según se denunció el 14 de abril de 1737, cuando Agustín Leonardo y Benito Herrero debieron de recibir los libretes de cobro.
Los clavarios debieron hacer frente al absentismo de no pocos hermanos. El 2 de abril de 1736 se denunció la escasa concurrencia de cofrades, que luego alegaban ignorancia. Se nombraron para convocarlos cuatro encargados de listas: el de la villa, José Rodríguez; el del Arrabal, Santiago la Calle; el de las Caserías, Julián Carrasco; y el de la Vega, Nicolás Muñoz Duque. En un libro in folio en pergamino, encabezado por las ordenanzas, se inscribirían los hermanos del 3 de abril de aquel año en adelante.
Ya en 1738 se abordó la expulsión de los morosos, formándose una comisión de cobro formada por Juan Enríquez de Navarra, Francisco Carcajona Ruiz, José Ibarra y Manuel Argilés, junto a los clavarios Juan Marín y José Zanón.
Las paradójicas túnicas.
Quizá las túnicas procesionales simbolizaran mejor que nada este deseo de figurar desmentido por las circunstancias. Las decisiones de 1733 obligaban a los mayordomos y al alférez a entregar su túnica al cumplir su ejercicio en bien de la cofradía, pero en 1734 se insistió nuevamente sobre ello, requiriéndose a personas como el alférez de 1729 José Montés.
La consolidación de los sacerdotes en el gobierno de la Vera Cruz.
El clero conservaba un gran ascendiente y Requena participó plenamente de las tendencias de la Contrarreforma. Desde 1683 alternaron religiosos y seglares en los oficios de la Vera Cruz. El 14 de septiembre de 1733, por ejemplo, se nombró mayordomos al cura de San Nicolás Juan Martínez Cros y al de Santa María Alonso Díez. La dignidad de alférez recayó en el arcipreste y cura del Salvador José Baltanás. Sin embargo, varios problemas alrededor del gobierno de la Vera Cruz salieron a la luz en los años siguientes.
Los problemas de elección de los oficios.
Las elecciones de oficios de la Vera Cruz nunca habían sido especialmente disputadas, más bien habían estado presididas por la tranquilidad y un cierto consenso. Sin embargo, la cambiante Requena de la década de 1730 trajo la novedad de la controversia al respecto, a despecho de la falta de cumplimiento denunciada a veces.
El 14 de abril de 1737 se expresaron las inquietudes en la elección de oficios por la diversidad de dictámenes y se optó por escoger una comisión formada por doce hermanos de edad, versados en la observancia de las constituciones. La integraron los presbíteros Nicolás López Alarcón, José Ibarra y Manuel Argilés, los caballeros Francisco Carcajona, Vicente Ferrer y Juan Enríquez de Navarra y los mercaderes José Lorente, Pedro Montés Lorente y Nicolás García Cepeda. El equilibrio social estamental se guardó con escrupulosidad, pero el corregidor Vicente Antonio de Burgos también quiso decir la suya y el 30 de marzo de 1738 propuso para la mayordomía a José Lorente y Ginés Herrero, conformándose el resto.
Para evitar altercados, se inició el 3 de mayo de 1738 el procedimiento del voto secreto de las gallobas blancas y negras. Para ejercer de alférez, Vicente Ferrer obtuvo tres votos afirmativos y veinte negativos, Juan Enríquez de Navarra catorce afirmativos y nueve negativos, Francisco Carcajona Ruiz once afirmativos y trece negativos y Francisco Carcajona Valero dos afirmativos y diecisiete negativos. Se acordó, asimismo, que se pudiera ser alférez sin haber sido platero, así como la alternativa anual de un eclesiástico, un hidalgo y uno del estado general.
Con todo, los problemas no cesaron. El 22 de marzo de 1750 se reconoció la discordia en la elección del alférez entre el estado noble y el general. Tras largas conferencias, se acordó que en 1751 correspondiera al estado noble, en 1752 al general y en 1753 al eclesiástico. En 1754 el estado noble cedió al general y ocupó el del general en 1755.
Tales propósitos no llegaron a cumplirse, curiosamente por voluntad de la propia nobleza. El 13 de enero de 1751 Juan Enríquez de Navarra, Miguel Ramírez Iranzo y Juan Ramírez Picazo sostuvieron que su deseo era conservar la hermandad, por lo que visto lo sucedido con la elección del alférez y de la clavería decidieron apartarse. Al renunciar a la alternancia, la elección quedó entre el estado general y el eclesiástico. No obstante, el 7 de abril de 1754 Juan Enríquez de Navarra figuró en el cabildo como teniente del corregidor, una responsabilidad ciertamente influyente.
Semejante determinación de apartarse de la primera línea pudo estar dictada, entre otras razones, por el deseo de evitar la fiscalización, pues el 7 de noviembre de 1750 había dado comienzo la visita episcopal, con gran interés por las cuestiones económicas, según veremos en el siguiente capítulo. No hemos de olvidar que el 2 de diciembre de 1747 distintos prohombres locales, entre los que se encontraban Juan Enríquez de Navarra y Juan Ramírez Picazo, fueron condenados a pagar dos mil maravedíes por no presentar debidamente las cuentas del pósito. La exposición pública no siempre era conveniente, por mucho que fuera al frente de la Vera Cruz.

Fuentes.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Viejo de la Vera Cruz.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1743 a 1748, nº 3261.
Libro de actas municipales de 1749 a 1753, nº 3259.
Libro de cuentas del pósito de 1735 a 1748, nº 3552.