El clima, en el punto de atención de la historia.
El estudio de la Historia del clima ha ido ganando fuerza con el paso de los años, a medida que la preocupación por el calentamiento global ha ido aumentando. La historiografía ha venido reconociendo usualmente el peso de los factores climáticos en la vida de las sociedades humanas. A veces, por ejemplo, se ha imputado la conquista de un imperio por nómadas guerreros a los efectos contundentes de una sequía. Generalmente, los análisis son mucho más elaborados y menos simplistas, pero todo el mundo reconoce la importancia del clima en el devenir humano. Sin los períodos de sequía y de lluvias abundantes no podríamos explicar satisfactoriamente la economía europea del Antiguo Régimen, tan ligada a la producción de cereales.
Recientemente, el mismo clima se ha convertido en objeto de estudio, junto a otros como las relaciones internacionales o las ideas. Los especialistas han distinguido una etapa anterior a la nuestra de elevación general de las temperaturas, conocida como la Pequeña Edad de Hielo. Abarcaría desde el siglo XIV hasta bien entrado el XIX, caracterizándose por unas condiciones térmicas más frías, que conocemos bien en líneas generales para Europa. Sobre sus causas se ha debatido y todavía se debate, atribuyéndose desde las oscilaciones de la actividad solar a los efectos de grandes erupciones volcánicas. A esta etapa glacial se ha responsabilizado, en ocasiones, de crisis tan graves como la del siglo XVII, aunque lo cierto es que también entonces se experimentaron importantes transformaciones económicas y se consiguieron a veces excelentes resultados económicos.
Es bien cierto que la Pequeña Edad de Hielo resultó generalmente gélida, pero también experimentó variaciones anuales de gran interés: los años con inviernos secos y fríos y veranos con tormentas en Europa alternaron en el XVIII con inviernos más suaves y húmedos y veranos más cálidos. Podemos conocerlas acudiendo a fuentes de información locales, que nos permiten elaborar un mosaico cada vez más completo.
La helada Requena.
Todavía en el siglo XX, autoridades y personas de Requena tuvieron que recordar a más de una institución y a algún que otro despistado que sus severos inviernos nada tenían que ver con los más benévolos del litoral valenciano. Hubo quien pensó encontrar naranjos aquí y halló nieve en abundancia.
En las respuestas generales del catastro del marqués de la Ensenada, se hizo una clara referencia a los hielos requenenses. La fama de fría la tiene Requena desde hace bastante tiempo, sin duda.
Cómo saber si hacía mucho frío.
Aunque carezcamos de registros de temperatura para la época del Antiguo Régimen, al modo actual, disponemos de medios para conocer sus incidencias.
En Requena, contamos con la información dispensada por las actas municipales, en las que se consignan no pocos episodios extremos. Los permisos municipales de tala de madera, también registrados en las mismas, deben de ser utilizados con toda la prudencia y la mayor de las reservas, pues se concedían generalmente para alzar una vivienda o realizar alguna obra. Los vecinos recurrían, con todo, a los recursos forestales del término para lograr la leña necesaria, y en las ordenanzas municipales se encarecía habitualmente a ser respetuosos con el patrimonio forestal. Las talas del XVIII, asimismo, estuvieron más motivadas por la expansión agraria que por la necesidad de combustible contra el frío.
Las actas de la Junta del Real Pósito de Requena también proporcionan de tanto en tanto alguna noticia acerca de la frialdad de los inviernos, especialmente a fines del XVIII e inicios del XIX.
En menor medida, las actas de la cofradía de la Vera Cruz también son de utilidad, pues a veces se tuvieron que suspender las procesiones de Semana Santa por culpa del mal tiempo.
La serie del arrendamiento del pozo de nieve, dentro de los propios y arbitrios municipales, también es de gran interés. Sin embargo, su utilización debe de ser complementaria, ya que algunos indicadores deben ser interpretados con la mayor precisión.
El indicador del arrendamiento del pozo de nieve, un termómetro delicado.
No todos los años consignamos las sumas de su arrendamiento, cuyos valores en reales fueron:
Año | Valor | Arrendador |
1686 | 1.650 | Francisco Peralta Andaluz |
1729 | 1.350 | Francisco Gómez |
1784 | 500 | Bernardo López |
1785 | 500 | Bernardo López |
1786 | 500 | Bernardo López |
1787 | 500 | Pascual y Vicente Valls |
1788 | 500 | Vicente Valls de Foyos |
1789 | 1.750 | Vicente Valls |
1790 | 900 | Vicente Valls |
1791 | 700 | Manuel Jiménez |
1792 | 500 | Manuel Jiménez |
1793 | 850 | Manuel Jiménez |
1794 | 500 | Manuel Jiménez |
1795 | 500 | Manuel Jiménez |
1796 | 500 | Manuel Jiménez |
1797 | 500 | Manuel Jiménez |
1800 | 500 | Manuel Jiménez |
1812 | 700 | José Valiente |
No siempre arrendarlo supuso un buen negocio y se optó por adjudicarlo con las mismas condiciones al menos por un trienio. El arrendador cargó con los pagos asignados a la Real Hacienda, además.
Entre 1686 y 1812, los beneficios disminuyeron a nivel general. No siempre los vecinos se abastecieron del agua de nieve del pozo municipal y pudieron conseguirla por medios particulares. Si helaba o nevaba más, el negocio resultaría lógicamente menor, máxime si se tenía que asumir cargas hacendísticas como las apuntadas o de mantenimiento de la infraestructura misma.
Sabemos que en enero de 1729 nevó bastante en Requena y en el pozo pudo haber agua de nieve suficiente. Sin embargo, el invierno del 1803, año del que no tenemos constancia del arrendamiento, fue de nieve y lluvia en abundancia. En mayo se sufrieron intensas heladas. Asimismo, el exceso de lluvia y nieve obligó a suspender en 1807, otro año vacío, las procesiones de Semana Santa.
Al parecer, el final del Antiguo Régimen estuvo marcado por unos inviernos más fríos, aunque en los siglos XVII y XVIII se dieron varias oscilaciones.
Los distintos inviernos.
Durante la Pequeña Edad de Hielo, no todos los inviernos fueron igualmente rigurosos, al igual que sucede en nuestros tiempos. Algunos, con todo, destacaron por su crudeza.
El de 1654 dejó bastante nieve en los árboles, especialmente en el pinar de la Serratilla, lo que amenazó el refugio de los ganados.
Los meses de enero y febrero de 1695 fueron de grandes nieves, así como de hielos.
Si el final del XVII resultó duro, también lo fue el principio del siglo siguiente. Noviembre de 1703 estuvo marcado por notables tormentas en las islas Británicas. En la Península, el invierno de 1708-09 resultó particularmente severo, en plena guerra de Sucesión. La misma Inglaterra padeció un enero muy frío en 1716.
En toda Europa, las frías temperaturas de 1725 fueron memorables. En enero de 1729, la nevada fue muy destacada en Requena.
En el continente europeo, se registró un intervalo más benigno en 1730-38, si bien los fríos de 1739-42 fueron mayores. En la Requena de 1747, se tuvo que acarrear nieve de Aliaguilla, cuando el Pósito tuvo que comprar grandes cantidades de trigo en Valencia y Aragón.
En el último tercio del XVIII, parece ser que las condiciones invernales se hicieron más gélidas. El hundimiento de la torre del Salvador de Requena fue ocasionado en última instancia por un temporal de lluvia, nieve y viento en enero de 1779. Aunque se encontró en 1783 poca nieve en el pozo, necesitado de habilitación, el invierno de aquel año resultó ser muy riguroso y no se pudo encontrar leña seca en la medida de lo deseable.
Ya hemos indicado el destacado frío de los inviernos de 1803 y 1807.
¿Derrumbó el frío imperios y formas de vida centenarias?
El frío de la Pequeña Edad de Hielo pudo complicar la vida de las gentes de Requena, aunque las nieves también aportaron sus buenos recursos a una agricultura asediada por los zarpazos de la sequía. El frío invernal también evitaba la acción de las fiebres de los meses más cálidos.
Los rigores de la Pequeña Edad de Hielo no impidieron los cambios de la economía requenense en el tránsito del XVII al XVIII, cuando la población, la labranza y la sedería despegaron. Los duros inviernos del reinado de Carlos IV no fueron tan letales para el Antiguo Régimen como las exigencias tributarias impuestas por las guerras y los problemas de organización pública.
El rigor invernal solamente resultó ser un factor más en la dura vida del vecindario requenense, no compartido en igual medida por todas las personas, pues los más pobres carecieron de las comodidades de los poderosos, con mejores casas, ajuares mucho más completos y provisiones de leña más sostenidas, lejos de la pobreza energética de los jornaleros que se afanaban en buscarla en el término, muy lejos de las apreturas de los que se acogieron al Hospital de Pobres de Requena. El frío no congeló a todos por igual.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA FUNDACIÓN DEL HOSPITAL DE POBRES DE REQUENA.
Libro de cuenta y razón de 1770-1801.
Libro de cuenta y razón de 1802/03-1838.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de propios y arbitrios de 1594-1639, 2470.
Libro de propios y arbitrios de 1650-1720, 2904.
Libro de propios y arbitrios de 1783-1801, 3532.
Libro de propios y arbitrios de 1801-1824, 2415.
FONDO HISTÓRICO DE LA VERA CRUZ DE REQUENA.
Libro Viejo de la Vera Cruz.
Libro Nuevo de la Vera Cruz.
Bibliografía.
Sobre el Real Pósito de Requena, puede consultarse:
Sobre el Hospital de Pobres de Requena, puede consultarse:
FAGAN, Brian, La Pequeña Edad de Hielo. Cómo el clima afectó a la Historia de Europa (1300-1850), Barcelona, 2008.
GALÁN, Víctor Manuel, Requena bajo los Austrias, Requena, 2017.
HORTELANO, José Luis, “Un siglo de catástrofes y epidemias”, Oleana, 24, pp. 499-524.
