Tras la I Guerra Carlista las nuevas normas de juego del liberalismo económico se impusieron plenamente. Los prohombres redondearon sus propiedades gracias a la desamortización de los bienes eclesiásticos. Como grandes cosecheros reclamaron en 1842 la libertad de comercio, y en 1849 pudieron comprar y vender sin cortapisas las aguas de las tierras, antes indisolublemente unidas, siguiendo modelos levantinos. La posibilidad de hacer negocios fue firme, y la gestión de las remozadas acequias atrajo a hombres como Andrés Ramos. Los grandes contribuyentes Joaquín Zanón, Alonso María Sánchez, Nicolás Claramunt, Pedro Juan Moral y Estanislao Montés combinaron los bienes agrarios con la fabricación de tejidos.
El declive de la sedería requenense ensombreció el panorama de la localidad, ya que el paro golpeó a muchas familias. Los impuestos de los consumos, especialmente lesivos para las capas más humildes, resultaron empobrecedores y ahondaron más los problemas sociales. En 1865 tales tributos aumentaron incluso en un 45%. Las diferencias entre clases se dibujaron con mayor firmeza: las familias especialmente pobres supusieron el 34´5% del vecindario en 1868, las pobres el 19%, las de fortuna muy mediocre el 27´7%, las de riqueza media el 9´4%, las de cierto bienestar el 8´3% y las ricas el 1% si atendemos a los pagos de la contribución rústica, urbana y pecuaria. El mismo municipio enfatizó dos años antes que de 2.600 contribuyentes eran pobres 2.000, resaltando el sacrificio de las sufridas y adelgazadas clases medias en una localidad con muy poco rico.
La enfermedad se cebó sobre una población depauperada, y el cólera morbo asiático se mostró implacable en 1854, 1865 y 1885. En la primera de las fechas afectó al 31% del vecindario del casco urbano, falleciendo el 31% de los enfermos. En 1865 el miedo al contagio hizo huir a los más acomodados, paralizando los trabajos agrícolas e industriales. Se vinculó correctamente la enfermedad con la miseria, y la municipalidad repartió limosnas y contrató a las personas de no pocas familias en la construcción de caminos. Al principio se admitió que los niños de 10 a 16 años llevaran las espuertas de tierra como las mujeres, pero al final sólo se contrató a los varones adultos a cinco reales diarios (y no a los habituales seis) ante la magnitud del desempleo y la falta de fondos. En tales circunstancias no todos estuvieron a la altura de su misión. Gran parte del consistorio huyó en 1865, y antes los sacerdotes recibieron duros reproches en 1854. El anticlericalismo decimonónico encontró una tentadora diana para lanzar sus dardos. La falta de trabajo y la pobreza ocasionaron protestas como la del 1 de enero del 55 contra los consumos y la emigración de muchos a Valencia y Madrid. El crecimiento demográfico no terminó de despegar del todo hasta mediados de siglo.
¿Fue todo negativo en la Era del Liberalismo? No. En Requena se alzó la voz para mejorar la condición social, se llevó a buen puerto el cultivo de las viñas y la población aumentó sin titubeos. De la abogacía y el comercio surgió un grupo identificado con los ideales democráticos entre 1854 y 1873, del que fueron heraldos Norberto Piñango y José Jordá. Partidario de un liberalismo abierto a la laboriosidad de los humildes, defendió un reglamento de regadíos menos complaciente con las alienaciones de agua favorables a los prohombres, la instauración de impuestos personales que desterraran los aborrecidos consumos y la educación gratuita para los pobres. Detractor de la conservación de privilegios eclesiásticos, se mostró a veces defensor de la atacada propiedad comunitaria de los Montes Blancos, tarea difícil en una época que compensó el declive sedero con el florecimiento viticultor, fomentado por la complantatio que brindó a muchas familias la posibilidad de cultivar un pedazo de tierra. En 1854 la población de los caseríos requenenses ya supuso el 34´5% del total, y entre aquel año y 1875 creció en un 67%. De 1857 a 1920 Requena saltó de 12.029 habitantes a 18.818 a un ritmo pausado y constante.
Las ilusiones del Sexenio Revolucionario desembocaron finalmente en los sinsabores de la III Guerra Carlista, cuando Requena se erigió e identificó plenamente como un baluarte del liberalismo frente a las bandas latrofacciosas amenazadoras de su comarca. Se suministró todo género de víveres y grandes cantidades de efectivo a numerosas unidades militares, que si en 1873 consumieron 1.404 pesetas, al año siguiente requirieron 173.414. La identificación de los prohombres locales con el liberalismo alentó las deferencias hacia los grandes jefes militares. En 1875 el ayuntamiento gratificó al general Manuel Salamanca con 280 pesetas en un giro social hacia un liberalismo más conservador, el del mundo de la Restauración.
Se mantuvo vivo el recuerdo de la última guerra hasta los albores del siglo XX por variopintas vías. En 1891 aún se le debían a Claudio Monsalve sus puertas, empleadas en la fortificación de la localidad. Las luchas del Sexenio recomendaron la integración de figuras señeras del pensamiento democrático, como Norberto Piñango, entre los prohombres, fatigados de las cargas de la regiduría bajo la atenta batuta del gobierno civil. Las principales figuras locales, tentadas por la vida en las grandes capitales, delegaron su influencia en testaferros de los sectores medios, supervisados por el omnipresente secretario municipal Antonio Zanón y Penén. Se pensó en dar cierta voz a los contribuyentes medios mientras los consumos prosiguieron castigando a los más humildes, que protestaron sonoramente en 1881. Los negocios inconfesables se realizaron en medio de las disputas partidistas. Con gran polémica Salvador Pardo de la Casta quiso prorrogar en 1891 el arrendamiento del alicaído pósito sin abonar los alquileres desde 1884. En esta Requena se forjó un grupo de amantes de las letras y de las artes que no dejaron de expresar el malestar finisecular. El historiador Herrero y Moral se dolió en 1891 de la extinción de la ciudad de los caballeros y de la sedería dentro de la provincia de Valencia, y el polifacético Serrano Clavero denunció con gracia en su zarzuela Requena por dentro (1894) los problemas de infraestructuras y de justicia impositiva. En 1898 la guerra de Ultramar reclamó su tributo de sangre a los requenenses, haciéndose célebre el caso de la maestra que perdió a sus dos hijos en Cuba, a la par que la crisis y la amenaza de enfermedad atenazaron a las gentes una vez más.
Entre tales zozobras la vid resultó la tabla de salvación, perfilándose una jerarquía que abarcó partiendo desde la cúspide a los cosecheros dueños de lagares, los propietarios y arrendatarios de éstos, los simples cosecheros, los aparceros y los jornaleros. Los felices años de ganancias sirvieron entre otras cosas de circunstancial narcótico de la dolorosa conciencia de las contradicciones sociales. El parlamentario canalejista Fidel García Berlanga, promotor de la reforma de la Ley de Alcoholes en 1908, simbolizó esta inclinación populista. Cuando el negocio se mostró esquivo, los caudillos de la viticultura española fomentaron la construcción de carreteras y caminos como fuente de empleo y clientelismo. En 1903 se adoptó un nuevo reglamento caminero para combatir la crisis. La acumulación de riqueza en manos de pocos contribuyentes condujo en tiempos de imperiosa necesidad a reclamar la contribución voluntaria de los más ricos, dado el más que penoso estado de una hacienda municipal presidida por la mala gestión. Entre 1876 y 1917 la construcción del ferrocarril no escapó de semejante tónica. En el segundo año 93 grandes contribuyentes, como el marqués de Caro y los hermanos Oria, sufragaron parte de los gastos de la línea directa Madrid-Valencia para que “la ciudad querida de Requena no pueda quedar sin comunicación”. Un Estado con dificultades de representatividad y eficiencia endosó la carga al municipio, enfrentado a la espinosa mejora del bienestar social.
Fuentes.
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas de la Junta de Riegos, 1838-65 (1281).
Actas municipales de 1850-53 (2780), 1854-55 (2778), 1865-68 (2775), 1875-76 (2771), 1897 (2796 y 2797) y 1898 (2795).
Correspondencia del gobernador militar, 1863-68 (1283).
Cuentas del pósito (1301/10).
Elecciones provinciales a diputados de 1888 (10235).
Expediente de elección de concejales de 1891 (6076).
Expediente de elección de diputados de 1898 (6079).
Libro de suministros al Ejército, 1868-78 (1817/2).
Repartimiento gremial de 1841-42 (1776).
De gran elocuencia del ambiente finisecular es la zarzuela de Venancio Serrano Clavero Requena por dentro o el sueño de un desdichado, cuyo libreto se publicó en Valencia en 1894.