Los contratos de plantación de viñedos “a medias” han sido uno de las fórmulas más trascendentales y que más han condicionado la sociedad, paisaje e historia de nuestra comarca. Sin embargo, su desconocimiento es muy grande. Aunque parece que la sociedad y la tierra que vemos actualmente es la de siempre, en realidad cuenta con menos de 200 años. Si viajáramos al pasado, pocos reconoceríamos el paisaje que nos rodearía. El motor del cambio fueron las plantaciones “a medias” y supusieron un antes y un después en nuestra territorio.
Aunque de origen romano, en la Edad Media habían aparecido figuras contractuales de aparcería, y entre ellas destacaban la fascenatio, complantatio, presura o accensión. Todas ellas consistían en entregar una parcela a un colono y si este lograba convertirla en un viñedo productivo, entonces el colono pasaba a ser propietario de la mitad de dicha parcela. Sin embargo, este tipo de acuerdo bajo el nombre de contrato de plantación “a medias” no tendrá una presencia importante en Utiel hasta el siglo XVIII, alcanzando notable desarrollo durante la segunda mitad del XIX y primera del XX. Es decir, durante la Edad de Oro Utielana y que también es denominada como la “edad dorada de la viticultura en la comarca” por otros autores como Juan Piqueras, el cual ha estudiado con gran acierto el tema tratado.

Tras las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz, la desigualdad en el reparto de la propiedad aún era más acuciante entre un campesinado local con muy escasos medios (situación empeorada al no poder utilizar los antiguos recursos concejiles ahora subastados) y una aristocracia afincada en Utiel, Requena, Valencia y Madrid. Este era un mal que afectaba a toda la mitad sur de la península, resultando un motor constante de tensión y conflictividad social.
Estas grandes fincas eran en su mayoría tierras incultas (sin explotar) o dedicadas a cultivos de poca rentabilidad trabajados por renteros, familias labradoras que alquilaban al terrateniente parte de sus tierras, pagando el rento. Los terratenientes de esta manera se despreocupaban de la producción de sus tierras viviendo por medio de rentas.
Sin embargo, ocurrió un hecho histórico que marcaría una diferenciación insólita a nivel nacional. La crisis del viñedo francés supuso un aumento de los precios del vino que incitó a muchos terratenientes a producir vino para venderlo al mercado europeo. Pero una parte de esos grandes y medianos hacendados no podían o no estaban dispuestos a sufragar los gastos requeridos en la inversión inicial de la plantación debido al subido precio de los jornales.
La solución al problema serían los contratos de plantación “a medias”. Se trataba de unos contratos habitualmente verbales estipulados por el terrateniente y un grupo de jornaleros (en algunas ocasiones llamados “la comunidad”, por los cuales los obreros sin tierras se encargaban de roturar la tierra y plantar las viñas de toda la finca, repartiendo finalmente la propiedad a mitad entre ambas partes, y ya posteriormente las labradores su parte. Se trató de un efectivo método para que los jornaleros sin tierra alcanzasen el estatus de propietario ya muy ensalzado por los contemporáneos a los hechos. Nuestro historiador Ballesteros Viana así lo calificaba:
“De esta manera, centenares de braceros se convirtieron en propietarios más o menos acaudalados. El jornalero dio así prueba de sensatez y laboriosidad; y el hacendado, se mostró previsor inteligente y amante de la emancipación y bienestar del obrero del campo, a quien proporcionó facilidades para elevarse a un nivel superior del que sus fuerzas les señalaban. De los beneficios de las dos clases resultó el de las poblaciones vecinas; y especialmente Utiel, que en breve llegó a ser como hemos dicho, el país de Cresos.”
La roturación de las tierras fue un proceso largo y costoso. En primer lugar los futuros propietarios tenían que rozar o “hacer rochos”, eliminando la vegetación salvaje típica del bosque mediterráneo. Se talaban los árboles (carrascas, encinas o pinos) y luego el monte bajo, los matorrales, con hachas, podones, hachuelas y azuelos, vendiéndolo posteriormente como madera, leña, fornilla (gavillas de monte bajo) o carbón vegetal. Después se araba el terreno con el arado giratorio (el “forcate”) y se extraía la grama (malas hierbas difíciles de erradicar) y las piedras del suelo. Comenzaba ahora el proceso más dificultoso, hacer los hoyos con unas dimensiones estipuladas de antemano que el propietario medía con un instrumento de medida cúbica diseñado para este único cometido, el “arpa”. Se plantaban las cepas, siendo costeados por los labradores los gastos durante los 3 o 4 años que tardaba la planta en crecer y comenzar a dar una cosecha normal.
Acabado, todo el proceso de plantación requerido se acababa el acuerdo y se estipulaba el reparto de la propiedad plantada. Se dividía en dos partes iguales, escogiendo la de mejor calidad para el hacendado, aunque en caso de que los terrenos fueran de excelente calidad también se dividía al 60% para el propietario y el 40% para colono. En el caso que la plantación la hubieran hecho varios labradores, su parte se repartiría luego, intentando crear largas “hilas”, es decir, parcelas muy largas y estrechas. Esto se debe a la comodidad para el nuevo propietario de este tipo de parcela, ya que al labrar podía hacerlo más rápidamente y sin complicaciones sin voltear en muchas ocasiones. Posteriormente el colono hacia la escritura de la propiedad ante notario, costeándose sus servicios, lo que llegaba a tardar varios años por la falta de dinero del nuevo dueño.
Utiel fue la población pionera en la Comarca respecto a las plantaciones “a medias”, su incipiente producción vinícola destinada a la exportación ya en el siglo XVIII permitió un adelantó en los modelos sociales y agrícolas que más tarde se extenderían por el resto de la meseta. Sin duda, es destacable la menor concentración de la tierra que existía en el municipio utielano respecto a otros como Requena o Venta del Moro. Esa diferencia seguramente motivaría la singularidad demográfica de la mitad norte de la comarca respecto a la sur de la misma. Al norte la población se concentra en núcleos ya importantes con anterioridad mientras al sur se realizó una verdadera colonización de territorio escasamente tocado por el hombre, dispersándose la población en numerosas aldeas y caseríos.
Los contratos de plantación a medias fueron cruciales para la Comarca. Por una parte, redujo las desigualdades sociales en el reparto de la tierra y maximizó su producción acabando con las tierras incultas. Esto fue esencial, porque a nivel local se pudo solucionar dos de los mayores problemas que tuvo España en lo siglos XIX y XX y en parte causantes de la Guerra Civil. Más allá de la importancia histórica, supuso un cambio paisajístico, pasando de una panorámica donde predominaba el cereal y el bosque mediterráneo al actual mar de viñedos característico de la Meseta Utielana. Pocas veces podemos apreciar un impacto tan grande en un territorio como el que ocurrió gracias a contratos de plantación “a medias”.