En la primera mitad del siglo XVIII aumentó en Requena la producción artesanal de tejidos hasta tal punto que la podemos considerar como el primer paso hacia la industrialización, que se frustró cien años después, dando paso a una localidad más centrada en la agricultura comercial. Para entender tanto su despegue como su ocaso es muy recomendable tener en cuenta los dilemas que ya se presentaron al sector textil en la década de 1730.
El 15 de agosto de 1732 se aprobaron las ordenanzas de los tintoreros, muestra del buen momento en Requena de la artesanía a punto de convertirse en industria. Anteriormente los tintoreros Ignacio Cucarella y Tomás Ostau, procedentes de Valencia, abrieron aquí una tintorería de seda. Al retornar allí, el maestro tintorero Juan Cros se hizo cargo de la tintorería por medio de sus oficiales. Juan se había examinado para la maestría en Cuenca y comenzó por el tinte de lanas antes de pasar al de las sedas. No desdeñó los negocios agrícolas y contratando mozos de soldada se labraron sus tierras. A través de este caso vemos como en Requena se dio cita el saber sedero valenciano y el lanero conquense.
Su hijo José prosiguió su dedicación, ya que la familia constituyó un elemento fundamental a la hora de transmitir el conocimiento técnico, aportar capitales y emplear mano de obra cualificada, muy necesarios para el despegue y la continuidad de un negocio como el de la tintorería.
Los maestros tintoreros padecieron la competencia desleal de aquellos no acogidos a las ordenanzas y el 4 de marzo de 1733 se denunció al mercader Pedro Montés, de una familia que despuntaría en nuestro panorama económico, por elaborar tinte de seda en su casa sin licencia. En parte era consecuencia de encontrarse sin medios económicos el maestro examinador de los tintoreros. La resolución de esta diferencia entrañaba un importante dilema.
La necesidad de caudales, por una parte, recomendaba ser tolerante con los comerciantes capaces de crear beneficios, pero el respeto a la normativa favorecía la elaboración de productos de calidad reconocida, más atractivos para los comerciantes. La respuesta distaba de ser baladí o anecdótica, pues se reconoció a 24 de julio de 1733 que los treinta telares en los que trabajaban los tejedores de lino, cáñamo y lana estaban regentados por individuos no examinados.
A corto plazo esta circunstancia fue más motivo de fortaleza que de debilidad. En muchas localidades europeas los comienzos de la industrialización o la protoindustrialización se asociaron con la postergación social de las ordenanzas gremiales, en teoría respetadas. Se presumió el 10 de enero de 1734 del crecido aumento en Requena de la fábrica, sintomática palabra, de tejidos de seda, paños y tintes, así como de sus tornos, batanes, prensas y cardadores. La carretería de la Cabaña Real les brindaba muy buenas oportunidades de comercialización.
El incremento del sector textil repercutió en el resto de los sectores económicos, aunque no desbancó a la agricultura, pues como hemos visto los mismos maestros artesanos la consideraron una utilísima fuente de beneficios. Algunos hacendados se quejaron que muchos mozos abandonaban la labranza por el tejido para no entrar en quintas. A su modo, despuntaba el dilema de la mano de obra, que conduciría a otros como el del aprovisionamiento de una población creciente en las siguientes décadas. En las circunstancias de 1733-34 nadie hubiera podido diagnosticar el agotamiento sedero del XIX, fruto de una coyuntura tan adversa como compleja y de unos problemas de capitalización dignos de atención.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1731 a 1734, nº. 3263.
