«EL NACIMIENTO DE UNA ALDEA»
LOS EXTRANJEROS.
—Una duda le pediría me solucionara, sin ninguna acritud, pero mucho trabajo me cuesta comprender el motivo los feligreses de su parroquia llaman a esta buena gente Extranjeros. Vienen de unas tierras a un día de camino, ¿no vivimos todos bajo la misma patria y rezamos bajo los techos de la misma Santa Madre Iglesia?
—Les llamamos Extranjeros porque ni sus antepasados ni ellos mismos nunca han sudado por este pueblo: no cavaron nunca arreglos para ninguno de nuestros caminos, no levantaron ninguno de nuestros puentes, no apagaron ningún fuego de nuestros bosques, no compartieron comida en años de necesidad, no cargaron tinajas de agua en sus mulos para paliar la sequía, no han limpiado de olores nuestras calles, no han pringado de cal las paredes del Ayuntamiento, no han arreglado las goteras de nuestra iglesia en épocas de lluvias. Son migrantes venidos de fuera a robar el pan de nuestras tierras y robar el jornal a nuestros pueblerinos. Por eso les llamamos Extranjeros. —Don Francisco levantó la voz y dejó sacar su rabia por verse obligado a llegar a un acuerdo por orden de un superior, bajo la opresión de unas influencias favorables a una familia enemiga.
—Culpa usted a esta pobre familia de trabajos no hechos por sus antepasados. Los juzga sin ni siquiera conocerlos, sin dar la oportunidad de sentarse a comer con ellos. Son familia cristiana sin margen de duda, doy buena fe de ello pues los conozco por sus obras, de muchos años atrás. Si ustedes le dan la oportunidad en esta su nueva tierra, harán todas esa faenas para beneficio del pueblo acaba de enumerar. «No juzguéis para que no seáis juzgados…»

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