Legitimidad ciudadana y sentido de comunidad.

Los procesos a través de los cuales se legitima una determinada política, incluso un régimen político concreto, son y han sido históricamente muy diversos. En nuestro tiempo, en el que el poder ha conseguido refinar unas metodologías y canales de propaganda sumamente eficaces a la hora de transmitir una visión adecuada de las cosas (por supuesto, con el objetivo de conseguir su perpetuación en el poder), tenemos que plantearnos igualmente a través de qué canales se produjo esta consecución de la legitimidad en el pasado.
Con esta intención quiero realizar esta diminuta contribución al conocimiento de un tema complejo y polisémico. Como al menos de momento, el pensamiento y los sentimientos de la gente corriente nos están vedados, he tomado el manuscrito Domínguez de la Coba y un asunto famoso y complejo: la pugna entre Requena y el conde de Castrojeriz. De creer a Domínguez de la Coba, esta guerra y su favorable resultado para la villa eran parte ineludible en la memoria de los requenenses; en otras palabras, “era fama”.
Capítulo de un manuscrito más amplio.
El indudable interés del trabajo atribuido a don Pedro Domínguez de la Coba está fuera de duda. Gracias a la recopilación de información allegada por las manos componedoras del manuscrito, tenemos en la actualidad noticia de multitud de acontecimientos y procesos históricos que de otro modo hoy serían absolutamente desconocidos. El cronista Rafael Bernabéu ya bebió abundantemente en este manantial informativo.
El pasaje que nos interesa ocupa poco más de una decena de páginas. En concreto se extiende desde la página 147 a la 158 y lleva por título “Guerra de Requena contra don Álvaro de Mendoza, conde de Castro”. Desde mi punto de vista se trata de uno de los pasajes de la obra más interesantes, más enigmáticos y también de los más confusos.
Interesa su visión sobre la situación al borde del abismo en la que se sitúa la Requena del siglo XV. Era un realengo surgido de la fase expansiva de Castilla en el siglo XIII; durante décadas la corona se ocupó de reforzar su poder y estimular la capacidad repobladora y de generación de recursos económicos de un concejo fronterizo. En el reinado de Enrique IV pareció todo jugarse en los instantes de fragilidad del poder real. Álvaro de Mendoza no pudo adueñarse de Requena, pero sí lo hizo el marqués de Villena.
Sin embargo, el manuscrito es confuso sobre el asunto y a veces hasta enigmático. Este aspecto lo trataremos en un trabajo posterior, porque también tiene mucha importancia. En principio, pienso que la confusión es fruto de las dificultades que el escritor tuvo para leer ciertos “instrumentos”, es decir, la documentación que entonces estaba archivada. Esta es una faceta bastante interesante, porque si el autor es el mismo arcipreste Domínguez de la Coba, no parece que fuera incapaz de transcribir la letra de la segunda mitad del XV; a menos que los documentos sufrieran cierto deterioro. Una incógnita más de las muchas que el manuscrito presenta.
Esta confusión es la que, junto a la pérdida de documentos, ha alimentado los enigmas y ha contribuido a perfilar la idea del realengo inexpugnable, un artilugio romántico cuyos componentes son hoy bastante dudosos. Pero esta idea de realengo fuerte, como si la resistencia al señor fuera un gen que se lleva en la sangre, hay que reconocer que persiste hoy en ciertos círculos formados.
Hay que partir también de la propia situación de este capítulo en el conjunto de la obra. La pugna de Requena con el conde de Castro, don Álvaro de Mendoza, es un asunto que está colocado entre la sección dedicada a la obra conformadora y consolidadora del rey Alfonso X y otros privilegios concedidos ya en el siglo XVI. Es decir, se trata de un paréntesis dentro de lo que sería (de acuerdo con la visión del autor) un flujo casi constante de privilegios que la corona va concediendo a Requena. Un paréntesis negativo: entre los favores regios, la voluntad tambaleante, frágil e influenciable del rey Enrique IV.
Modelos.
Los hechos son conocidos. Pero vale la pena que los actualicemos de modo somero. En 1465 el rey Enrique IV entrega la villa de Requena al conde de Castrojeriz, un miembro de la poderosa familia de los Mendoza, don Álvaro de Mendoza. Los Mendoza, un clan aristocrático de poder inmenso, han extendido su tentáculo hacia la Castilla oriental, hasta el punto de estar mediatizando con su influencia la política de la ciudad de Cuenca. Precisamente los Mendoza ven acrecentado su poder a partir del ascenso de don Beltrán de la Cueva a partir de la crisis de 1464, lo que supone el desplazamiento del valimiento del gran personaje de aquellos años, don Juan Pacheco. Este último había sido el hombre fuerte en Castilla desde la eliminación don Álvaro de Luna, con el que comparte tantos puntos en común.
Cuenca y Requena son dos ciudades realengas. Don Pedro Domínguez de la Coba, en el manuscrito que estamos analizando, tiene muy claro el concepto de realengo: es la parte constitutiva del reino que es propia del rey; por esta razón el monarca otorga la gracia, esto es, la misma Requena, que le pertenece (p. 147, párrafo 2).
¿Por qué una villa realenga, la ribereña del Magro, puede ser gracia real para un aristócrata? Sólo “por la concordia que con él se ajustó” (p. 147), nos dice don Pedro: es el acuerdo de los hermanos, el rey Enrique, y Alonso, el rey nombrado por el sector rebelde de la nobleza en lo que la historiografía tradicional llama la farsa de Ávila. Por tanto, es un acuerdo entre dos poderes. El rey era consciente de que para consolidar su victoria debía tener de su lado a la nobleza. La nobleza, empeñada en conseguir nuevas riquezas, se había dedicado a asaltar el realengo y las rentas que procedían de determinadas prerrogativas regias. La dádiva real era un mecanismo para buscar el respaldo de los principales linajes aristocráticos.
No está completamente claro que Requena estuviera en la nómina de peticiones de los Mendoza al rey, pero no resulta nada descabellado pensarlo. Primero por lo apetecible de los negocios que rodeaban la villa dotada de aduana. Pero además porque era un peón más en la expansión de la familia; una familia que había encontrado en Cuenca un hueso duro de roer, siempre dispuesto a imponer su autoridad sobre su alfoz, cuantas veces fuese necesario. Pero insisto, en este pequeño trabajo no nos interesan tanto los móviles de la acción como los estratos de información que van apareciendo a lo largo del relato cronístico.
El relato de Domínguez viene a contraponer dos modelos de acción: por una parte, se encuentra un modelo caballeresco, nobiliario, que tiene sus propios mecanismos de actuación. Por otra, el modelo concejil o comunitario, en el que predominan otros tipos de nociones especialmente lo que es la movilización comunitaria. En tiempos remotos, como la Alta Edad Media, la realeza era un polo más dentro del estamento aristocrático, y de hecho sus poderes y capacidades de acción eran limitados. Con el tiempo, la realeza fue adquiriendo un tono diferente; no cabe duda que el siglo XIII fue un jalón importantísimo en el proceso, pues adquirió bases jurídicas nuevas y el paulatino crecimiento urbano proporcionó un nuevo componente a las relaciones sociales y políticas: la burguesía, que creció en las ciudades hasta convertirse en un verdadero poder oligárquico.
Esto significa que la aristocracia tenía asignados unos roles y unos modelos de comportamiento atribuidos por el conjunto de la sociedad. Pero la corona disponía de otros patrones. El modelo regio, en este contexto, se va dotando de una creciente singularidad
El modelo caballeresco se identifica inmediatamente con unos modos de actuar que el autor identifica con “artificios”, “falsas provisiones” (cuando se refiere a documentos emanados de la voluntad del rey), “relaciones siniestras” (sinónimo de intrigas oscuras). Cuando la única salida para la villa es acudir al socorro del marqués de Villena, quien le impondrá onerosísimos deberes, y no únicamente económicos, el marqués llega a un acuerdo con la villa: la concordia de Chinchilla. El cronista olvida, desconoce o simplemente desea pasar por alto que la sujeción al señor de Villena fue mucho más grave quizá. Salir de Málaga para recalar en Malagón.
Pero no hay desprecio; no carga contra este modelo para desacreditarlo en sí mismo; es como si ya se devaluase y auto-neutralizara mediante su derrota contra la comunidad. Cabría esperar por parte del escritor que se describiera la posición del señor como un elemento negativo, en razón de que los poderes feudales de los señores y los señoríos no tenían buena prensa. Pero nada de eso: está la humillación ante la intervención divina y la persistencia de los requenenses hasta el momento en que se hallaron “sin socorro en lo humano” (p. 152).
El pulso bélico Mendoza/Requena parece saldarse con la victoria del polo urbano, en tanto el ansia de riqueza y poder, de imponer el yugo del señor, hunde moralmente la opción del Mendoza. Victoria pírrica del realengo: al desangrarse y pauperizarse en el enfrentamiento, Requena llegó rendida a los pies del señor de Chinchilla.
El modelo comunitario se coloca desde el inicio como el agraviado, atacado por las pretensiones del señor feudal. No cabe duda desde el principio, que la república requenense está dispuesta a defender con uñas y dientes sus ventajas y prerrogativas. Pero hay una instancia superior que debe respetar: su señor es el mismísimo rey y Requena es un realengo, esto es, pertenece directamente al monarca.
Mientras el señor utiliza la fuerza desde el primer instante para posesionarse de la fortaleza, con su armamento, la villa opera por otros caminos. La respuesta de la republica ciudadana es otra bien diferente. No sólo por estar “sujeta a Su Majestad”, como se dice en reiteradas veces en la crónica, sino porque sus modos y hábitos de operar no son los de la violencia sin más, los de la imposición de la fuerza porque sí. Esto es, por lo menos, lo que el cronista desea transmitir, para crear una distancia entre los dos modelos de acción que hemos distinguido. En la terminología empleada en la descripción de cómo actúa la villa existen términos como estos que siguen: la villa debe esperar la “ocasión oportuna”; sacudirse el “yugo”; se ve obligada “dispendios de vidas y haciendas”. Parece que se nos quiere decir que la libertad –la de entonces, que nada tenía que ver con la actual- resulta finamente un esfuerzo mayúsculo.
Este modelo ciudadano posee un componente más significativo: la unanimidad, ya que el hecho de sacudir el yugo del señor es una obra del levantamiento de los vecinos frente a la guarnición. Pero no de unos pocos vecinos, sino del conjunto de la población. En la crónica, por tanto, Requena es un bloque social sin fisuras. Es evidente que esto no debió de responder a la realidad. Pero para el cronista resulta inconcebible y, en todo caso, inaudito, que algunos no defendiese la libertad realenga. Porque la villa lucha por el bien común, que es el que se identifica con la corona; para afirmar el egoísmo de las individualidades ya están señores como don Álvaro de Mendoza.
Los puntos de conexión de los dos modelos son: el recelo ante el monarca por el tema de la enajenación y la guerra misma, que se realiza desde Mira.
El caso de la emancipación de Mira le permite al autor saldar cuentas con el reinado de Carlos I. La etapa nuclear de la rebelión de las Comunidades, con toda su complejidad, la polvareda que levantó y las dudas que se entablaron entonces sobre la fidelidad de los requenenses al poder real constituido, son una cuestión que es digna de ser un capítulo más en el conjunto. La disensión dentro de la escalada de fidelidad de los requenenses a su monarquía no se contempla, es un asunto paria.
Por el contrario, el reinado de Carlos I sirve para presentar la independencia de la antigua aldea de Mira casi como una traición a los esfuerzos de Requena, mientras que liga Mira con el Mendoza:
“Y debiera Mira tener presente que el sacar su villa y castillo del dominio de don Álvaro de Mendoza, conde de Castro, le costó a Requena largos caudales y muchas vidas …” (p. 161).
La fragilidad del poder real de Enrique IV es un factor decisivo que permite la conexión entre el espíritu comunitario de la villa y el egoísmo señorial de don Álvaro de Mendoza. Esta debilidad era una realidad, y no es algo que el cronista esté dispuesto a pasar por alto. Por el contrario, se subraya en varias ocasiones como el desencadenante de los propios acontecimientos.
En el párrafo 2º de la página 156, el cronista carga contra la figura del monarca. Se hace referencia a la debilidad sexual del monarca de una manera algo encubierta, pues se explica, recurriendo a la obra de Juan de Ferreras, que la reina misma fue obligada a jurar que la heredera, su hija Juana, era auténticamente hija del rey. La excusa es mencionar los nuevos enfrentamientos de los bandos nobiliarios y concluir en la posesión del marqués de Villena sobre Requena.
Mediante este método, lo que viene a suceder es que la fragilidad política está directamente relacionada con la sexual. Para la villa, es vital asegurarse de que la corona desea mantener Requena en el realengo, porque de lo contrario está perdida en la lucha con el Mendoza. El cronista no acaba nunca de creerse que Requena estuviera entonces firmemente asentada en el realengo. Esto aparece en varias ocasiones, por ejemplo cuando trata del Privilegio 14º (pp. 156 y 157), y cita nuevamente la obra de Ferreras para apoyar la idea de falta de firmeza de la palabra regia. Ante el canje de las villas, como se ha señalado, se recurre a sugerir el embrollo propagandístico de la ilegitimidad de Juana, pero se aprovecha para subrayar que ante la falta de virilidad de su rey, el realengo de Requena sí sabe defenderse (p. 158, párrafo 2º).
La villa actúa presionando, intentando defenderse jurídicamente con nuevas misivas del rey, pero finalmente el resultado es la guerra misma de la villa en contra del marqués. El modo de relación entre la villa y el conde es la guerra. Y esta guerra merece ser contemplada desde la óptica del manuscrito.
– Para empezar, es una guerra que tiene dos polos. El primero es la fortaleza, que constituía un núcleo clave a dominar, porque daba la llave del control casi completo de la villa y sus recursos. El otro es la villa de Mira, desde la que parece actuar el conde. La jugada del autor del manuscrito es ligar la independencia de Mira, acaecida en el reinado de Carlos I, en la primera mitad del siglo XVI, con la figura del conde de Castro, creando una relación causa-efecto a todas luces distorsionadora de la realidad.
– La guerra implica a otros actores además de los dos directamente concernidos. Está Cuenca, que según el autor prestó cierta ayuda a la villa. Finalmente implica al marqués de Villena. Pero, en todo caso, no parece destacarse en ningún instante la ayuda externa como un factor decisivo. Sí que se menciona la relevancia del abastecimiento de la guarnición del señor en la fortaleza, es de suponer que por los agentes del conde. Pero la villa apenas parece contar con nadie. Una lucha desigual, pues. Un punto más en el heroísmo y tenacidad del requenense.
– Llama la atención cómo el papel de la religión se recluye al final de esta historia. Intervienen varios religiosos en las negociaciones con la guarnición de Mendoza en el castillo, pero el golpe de la aparición de Julián queda para el final. Es un broche de oro que coloca el recurso a la oración como último recurso: “no pudiendo ya resistir los vecinos por hallarse sin socorro en lo humano, recurrieron a Dios en el mismo ardor de la pelea, y vino en su socorro san Julián Mártir…” (p. 152, párrafo 3º).
Capas discursivas.
La cuestión es que las palabras, el lenguaje en definitiva constituye un testigo claro de una serie de conceptos que el autor maneja. Es así de sencillo, pero también muy complejo, porque un problema adosado es el de saber qué son conceptos heredados del tiempo pasado (en este caso, estaríamos hablando de los que son conceptos propios de aquella etapa final de la Edad Media, del siglo XV) con respecto a lo que son construcciones y elementos propios del tiempo en el que está escribiendo el autor (o autores) del manuscrito.
El juego del autor, que trata de transmitir lo que entiende como verdad, es el del tejemaneje diplomático-militar entre la villa realenga y el aristócrata. Pero en este juego existe un estrato de componentes que son coetáneos a los hechos descritos. Se trata de los datos, nombres y cronología. Esto forma parte de la parte heredada.
Sin embargo, los componentes proporcionados por el tiempo del propio escritor son muchos. Recordemos que el tiempo del autor es el último cuarto del XVII y las primeras décadas del siglo XVIII:
– Los historiadores a los que menciona. Aunque al inicio del capítulo, menciona a Castillo y Garibay, parece beber abundantemente, por supuesto para los datos globales, de la obra de Ferreras.
– Es de aquel tiempo la atenuación relativa del rechazo al señorío. La señorialización ya no se contempla de manera manifiestamente negativa. ¿Podría desprenderse de esto un cierto distanciamiento del autor con respecto a los hechos? ¿Estaríamos a las puertas de la introducción de un principio de pseudo-objetividad? Si esto fuera así, nos encontraríamos ante un texto notabilísimo por su propia modernidad. Pero para llegar a afirmar en estos interrogantes necesitamos más pruebas y análisis más profundos.
– Un elemento contemporáneo es el tema de san Julián, del que se nos transcriben documentos del siglo XVII. Indudablemente es una construcción a posteriori, adecuada a una villa que se fragmentaba socialmente en un siglo teñido de tenebrosidad para sus recursos económicos y con guerras muy onerosas.
– Finalmente hay una notoriedad de la capacidad de los requenenses para defenderse, ante un señor ambicioso y belicoso y un rey frágil y de actitudes algo ambiguas contra lo que es el realengo. Así, la villa trata siempre de mantener el elemento legal, es decir, la voluntad del rey, pero con una permanente duda sobre la persona del monarca; son “los recelos de la enajenación”.
Por cierto, existe un punto de encuentro entre pasado y casi presente al final. En las página 160, los agravios cometidos por Mira a los habitantes de la aldea requenense de Camporrobles, tachados de “injusticia”, se encuentran con la concesión realizada por Alfonso X de esta aldea. Lo que refleja la colocación de los comentarios acerca de Mira no es sino una profunda herida presente en la Requena de los siglos XVI-XVIII. Un recurso necesario para explicar los orígenes de la aldea y su salida del realengo requenense. Pero en el fondo un reflejo del arduo pleito con este nuevo realengo de Mira, extendido en el tiempo, y al mismo tiempo una manera de recordar el sentido comunitario subyacente en el manuscrito: Requena, defensora de sus prerrogativas y derechos, tanto como fiel servidora de la corona.
Los dos pilares del manuscrito Domínguez de la Coba son: por una parte, el conjunto de privilegios fundacionales que se van confirmando y reforzando con otros nuevos; esto proporciona una clave del sentimiento monárquico recio de Requena, tal como se transmite en las hojas manuscritas; por otra parte, están las demostraciones de fidelidad, que son dos. La primera es el basamento sobre el que se va edificando la genética monárquica de la villa: la resistencia al señor en la segunda mitad del siglo XV. La segunda es la resistencia al austracismo durante la Guerra de Sucesión a la Corona de España a principios del siglo XVIII. Un edificio casi sin fisuras, incólume y uniforme. Pero sólo en apariencia, porque por los resquicios de las hojas del manuscrito también se deslizan las disonancias, los cuarteamientos de la fidelidad. En estos fogones se cocinó la memoria colectiva de los requenenses.
Habría que investigar bien qué necesidad tenían las gentes de la meseta de crónicas como esta. Recopilar información era el objetivo inmediato. Hay una moda en el siglo XVII que entra en el XVIII para componer este tipo de escritos. Diríase que hay una necesidad de reafirmar y releer el pasado local. Algo así como asegurar unos asideros firmes ante los terremotos a los que las exigencias del Estado voraz del Seiscientos estaba sometiendo a las sociedades locales. Y la conclusión deducida era nítida: es nuestro esfuerzo, el de las sociedades locales, lo que sostiene la monarquía; tanto en el siglo XV como en el XVIII. Así de claro.
En Los Ruices, a 5 de marzo de 2015.