Los tiempos del Cisma de Occidente.
En 1305 accedió al Pontificado Clemente V, el que fuera arzobispo de Burdeos. Escogido con la ayuda de Felipe IV de Francia, trasladó la corte papal a Aviñón, donde permanecería la sede de la Iglesia hasta 1378 sin mayores controversias. Durante aquella época la administración y las finanzas pontificias se desarrollaron y se fortalecieron de forma apreciable. Sin embargo, el deseo de retornar a Roma y los enfrentamientos dentro de la propia Iglesia y de la Cristiandad condujeron al Cisma. Los cristianos católicos dividieron su obediencia entre los pontífices de Roma y Aviñón siguiendo a veces inclinaciones poco espirituales. El aragonés Benedicto XIII, el famoso Papa Luna, no accedió a renunciar a su dignidad pontificia entre 1394 y 1423, lo que le llevaría a abandonar Aviñón y refugiarse finalmente en Peñíscola, abandonado por todos.
La Castilla de los Trastámara, dada su alianza con la monarquía francesa, se había inclinado por Aviñón en 1380 tras la asamblea de clérigos de Medina del Campo, pero al final se sumaría a los intentos de resolución del concilio de Pisa al de Constanza (1409-1417), que pasaría por la dimisión de los pontífices en ejercicio para nombrar un Papa consensuado. El clero secular de Requena vivió en este mundo desgarrado sin renunciar a perseguir sus intereses más terrenales, concretados en la obtención de beneficios eclesiásticos, lo que ya provocó las censuras de los creyentes más espirituales en otros puntos de la Cristiandad. En ocasiones los más exigentes consigo mismos o los sancionados iban en romería a la perdonança del señor Santiago Apóstol.
La Requena coetánea.
Entre 1410 y 1417 las actas capitulares de la catedral de Cuenca brindan a los historiadores una buena muestra de la organización de la monarquía pontificia alentada desde la sede de Aviñón, encontrándose algunas referencias a la vida eclesiástica de la Requena de aquella época, en la que ya se había establecido el sistema parroquial alrededor del Salvador, Santa María y San Nicolás, cuyos detalles todavía se encuentran pendientes de conocimiento.
Requena se encontraba bajo la autoridad real de Juan II, un niño nacido en 1405. Hasta su mayoría de edad en 1419, ejercieron en su nombre la regencia su madre Catalina de Lancaster y su tío Fernando de Antequera, que en 1412 accedería al trono aragonés. En previsión de desórdenes por la minoría de edad del monarca, Requena concertó en 1407 una hermandad con Iniesta. La monarquía castellana ya había desplegado con carácter ocasional sus representantes en los municipios o corregidores para afirmar su poder y en 1415 al frente del corregimiento requenense, fronterizo con la inquieta Valencia, se encontró el doctor en leyes Martín Sánchez de Castrojeriz, secundado por el bachiller en decretos Pedro Ruiz de Valladolid, lo que le confería a esta institución un perfil más legista (o de toga como más tarde se diría) que caballeresco o de espada, servido precisamente por hombres procedentes del norte de los montes de Toledo, si atendemos a sus apellidos. Precisamente en Valladolid arraigaría la primera Real Chancillería desde 1371.
Las conocidas dificultades de la Baja Edad Media no impidieron el desarrollo de los negocios en nuestra villa, especialmente alrededor de la ganadería y del comercio de lana. En 1402 se delimitaron oficialmente las dehesas de sus términos. El 10 de septiembre de 1417 el capellán de Requena y notario Martín Sánchez de Tormos representó como procurador al grupo de vecinos requenenses formado por el escribano real Alonso Sánchez de Requena, su esposa, el también escribano real Fernando Sánchez de Requena y Rodrigo Álvarez ante el vicario general Juan Alfonso, comprometiéndose a pagar 290 florines del cuño de Aragón (de curso frecuente en esta área) por Carnaval y la Pascua de Mayo a los conquenses Lope Sánchez de Teruel y sus hermanos, herederos de Fernando Sánchez de Teruel, por ciertas arrobas de lana mercadera.
La inserción en la vida legal castellana y familiar requenense.
En una villa de estas características los eclesiásticos supieron utilizar sus recursos legales (preparación, exenciones y tribunales privativos) en sus negocios particulares, comportándose de hecho como los caballeros y los vecinos más acaudalados, los del grupo de los hombres buenos, en idénticos tratos. Muchas veces procedían aquéllos familiarmente de tales grupos sociales.
El 23 de mayo de 1415 el clérigo y capellán Fernando Sánchez de Requena, perteneciente al linaje que representaría en 1417 Martín Sánchez de Tormos, concedió poderes a Gil Fernández de Nuévalos (mayordomo del obispo de Cuenca y vicario de Iniesta), que igualmente sería el procurador del también capellán requenense Fernando Sánchez de Medina el 17 de agosto del 1415. Dentro del estamento eclesiástico no dejaron de establecerse relaciones de amistad y patronazgo, que en el peor de los casos pudo derivar en banderías por cualquier motivo aparentemente banal.
La fundación de capellanías era uno de los medios más habituales de vinculación de la vida espiritual con la familiar, pues muchas veces sus promotores disponían en sus testamentos que fueran servidas por personas de su linaje. El 26 de octubre de 1415 tenemos constancia de la fundación de la capellanía perpetua de San Salvador de Requena por Álvaro Sánchez de Cañete y su esposa María Fernández.
Nuestra organización eclesiástica.
Las parroquias de nuestra villa se englobaron en el arciprestazgo de Requena, uno de los ocho del obispado conquense junto al de la propia Cuenca, Huete, Alarcón, Moya, El Castillo de Garcimuñoz, Uclés y Pareja. Nuestro arciprestazgo recayó en la iglesia del Salvador, ejerciéndolo Juan Esteban, el tío del ya citado Gil Fernández de Nuévalos.
Los arciprestes dirimieron distintos pleitos y cuestiones eclesiásticas siguiendo las indicaciones de los vicarios generales de la diócesis, como Juan Alfonso. Es muy probable que a comienzos del siglo XV el cabildo o capítulo de los eclesiásticos de la villa ya tuviera una primera forma. En la vecina Utiel recayó uno de los seis vicariatos particulares del obispado de Cuenca, servido en el tiempo que nos ocupa por Pedro González, que logró el 11 de Julio de 1415 (gracias a los oficios del inevitable Gil Fernández de Nuévalos) que Mateo Sánchez de Requena desembargara en su provecho las casas de la capellanía en la villa de Requena, de Álvaro Sánchez de Cañete.
La organización territorial de la diócesis culminaba en la figura del obispo, dotado de los poderes de orden, magisterio y jurisdicción según recuerda Jorge Díaz. Sus relaciones con el capítulo catedralicio pasaron por muchos altibajos. Entre 1407 y 1418 don Diego de Anaya Maldonado ocupó la sede conquense. Procedente de la nobleza salmantina, fue un hombre de gran cultura. Convocó sínodos diocesanos de carácter reformista en 1409, 1411, 1413 y 1414. En 1417 encabezó la delegación castellana en el concilio de Constanza.
La mercantilización de las asignaciones eclesiásticas.
Uno de los rasgos más reprochados de la llamada cautividad babilónica de la Iglesia de los tiempos de Aviñón fue precisamente la creciente comercialización de la atención espiritual, en la que un modesto cura de almas asociado a una parroquia disfrutaba de un salario modesto mientras que otros eclesiásticos muchos menos implicados en tales menesteres pastorales percibían los principales emolumentos.
Los diezmos sufragaban junto a los beneficios servideros, que llevaban aledaña la residencia parroquial del interesado, las raciones prestameras que prescindían de tal requerimiento, lo que dio pie a todo género de situaciones.
En noviembre de 1413 el clérigo de Requena García Martínez Dónez disponía de una ración prestamera en San Clemente, por la que recibía 45 florines anuales tras arrendarla a Gil Fernández Verdejo, que prorrogó su ejercicio entre 1414 y 1416.
La permuta de beneficios eclesiásticos, como la llevada a cabo el 28 de mayo de 1414 entre el arcipreste de Requena y su sobrino Gil Fernández de Nuévalos, da una cumplida idea de la referida mercantilización.
A veces aspiraron a tales beneficios menores como Juan García de Salamanca, con apenas catorce años. En septiembre de 1415 confió su representación al grupo formado por el arcipreste de Requena, Juan Fernández de Nuévalos (de su círculo familiar) y Pedro Sánchez de Requena para tomar posesión de la ración prestamera del Salvador, vacante tras el fallecimiento de Juan Fernández de Revenga. Al final la consiguió el camarero Juan González al ofrecer a cambio la suya en Villar de Olalla a Juan Fernández de Nuévalos, hijo del varón del mismo nombre antes citado.
Los préstamos.
En la Baja Edad Media el negocio del préstamo con interés más o menos disimulado y acrecido floreció en toda la Cristiandad, más allá de los manidos tópicos de la usura de las comunidades judías. Por supuesto, los eclesiásticos no prescindieron de ellos.
Así por ejemplo, el 22 de junio de 1413 el cardenal de Tolosa don Pedro disponía de un préstamo de 200 florines de cuño aragonés en Requena. Su procurador no era otro que el prestamista de Cuenca Gil Fernández de Verdejo, muy vinculado a ambientes de la Iglesia.
Las asignaciones fuera de la diócesis.
La mesa episcopal o conjunto de fondos asignado al obispo se nutrió en la diócesis de Cuenca de los diezmos procedentes de Requena. Los mayordomos se encargaron de su recepción y gestión.
Hombre de letras y de gran talla intelectual, el obispo don Diego de Anaya honró sus preferencias culturales y a su tierra natal salmantina. En 1413 el Colegio de San Bartolomé de Salamanca ya recibía asignaciones de granos procedentes de la diócesis de Cuenca.
Otros salmantinos también recalaron en nuestra diócesis, caso del arcediano de Salamanca y canónigo de Cuenca Ruy Bernal, que el 8 de enero de 1417 arrendó durante un lustro el beneficio servidero de San Nicolás a Gil Fernández de Nuévalos por 60 florines anuales.
Algunos protagonistas.
Entre las personas que se movieron por los recovecos de la vida diocesana, con especial incidencia en Requena, encontramos a un prestamista y a dos clérigos.
Gil Fernández de Verdejo era un afamado prestamista, capaz de negociar distintos tratos. Representó al cardenal de San Eustaquio don Alfonso en el préstamo de 120 florines a García Martínez Dónez, al que le arrendaba su ración, que los reembolsó pagando entre 1414 y 1416 unos 40 reales anuales.
Entre los eclesiásticos requenenses sobresalió su arcipreste Juan Esteban. Contaba con el beneficio curado y la vicaría de Iniesta, además del beneficio de la iglesia de San Juan de Moya, que permutaría con su sobrino Gil Fernández por otros beneficios, acordándose que en caso de querer recuperar Iniesta del mencionado debería entregarle el beneficio y arciprestazgo de Requena, aunque conservando la sinecura del Salvador.
Gil Fernández de Nuévalos es el otro gran protagonista. Sus orígenes familiares es muy posible que se vinculen con la localidad aragonesa de Nuévalos, cercana a Calatayud. Antes de la permuta de beneficios con su tío el arcipreste, disponía de una ración prestamera en Cervera y del beneficio de Montalbo. Precisamente su beneficio servidero en San Nicolás lo arrendó en 1417, pues otras ambiciones y obligaciones lo determinaban. Considerado familiar del obispo don Diego, ejerció como su mayordomo.
Otros requenenses menos destacados, como el capellán de la catedral de Cuenca Mateo Sánchez de Requena, dan cumplida idea de los lazos entre nuestra villa y el obispado de Cuenca en los tiempos del Cisma de Occidente.

Fuentes y bibliografía.
DÍAZ IBÁÑEZ, Jorge, “La iglesia conquense en la Edad Media: estructura institucional y relaciones de poder”, ANUARIO DE ESTUDIOS MEDIEVALES, nº 30, 1, 2000, pp. 277-318.
LIBROS DE ACTAS CAPITULARES DE LA CATEDRAL DE CUENCA. I. (1410-1418). Edición a cargo de Francisco Antonio Chacón Gómez-Monedero, María Teresa Carrasco Lazareno y Manuel Salamanca López, Cuenca, Alfonsípolis, C. B., 2007.