La Vega de Requena y el patrimonio forestal.
La Vega ha sido tradicionalmente uno de los espacios agrarios más importantes de Requena. Carecemos de noticias sobre su repartimiento tras la conquista castellana del siglo XIII, pero disponemos de una interesante referencia para 1567, año en el que Felipe II ordenó plantar árboles en varios de sus dominios peninsulares, aptos al crecimiento forestal y comunicados con el litoral. La guerra contra el imperio otomano, cuya soberbia armada aún no había sido batida, exigió un considerable esfuerzo de organización y de dotación naval a la Monarquía hispana.
Más allá del duelo entre los imperios español y turco en el Mediterráneo, la preocupación por la carencia y el encarecimiento de la madera para los grupos menos favorecidos ya había saltado a los medios oficiales del reino. El 21 de mayo de 1518 un primerizo gobierno de Carlos I, antes del estallido comunero, se hizo eco de la madera de cara al bien común. En las ordenanzas requenenses del 11 de abril de 1535 también se llamó la atención sobre el particular. Sin embargo, sus disposiciones fueron poco aplicadas, según testimonio de las mismas autoridades municipales. El impulso agrario de las décadas centrales del siglo XVI en los términos requenenses fue muy claro y hacia 1562 se dejaron sentir los resultados de las cortas de madera, una suculenta fuente de beneficios económicos.
Para enderezar, en lo posible, esta situación se dictó una serie de disposiciones de repoblación forestal, fundamentadas en la información reportada por las autoridades locales, algo que nos da idea de la maquinaria burocrática castellana de tiempos de Felipe II, capaz de acometer tareas de este tipo. A los prohombres Juan de la Cárcel y Rodrigo Sigüenza se les encomendó el reconocimiento de la Vega a tal efecto. Concluyeron que una serie de heredados podían plantar según la extensión de sus tierras o heredades un número determinado de árboles frutales, a razón de seis árboles por cada tahúlla. En este documento no se empleó la expresión taula, de tanta importancia en las huertas requenenses.
Los distintos heredados.
En la minuciosa relación que reportaron los encargados, registraron una escala de heredados de fortuna dispar, que apuntamos de mayor a menor. A efectos de su estudio, los hemos dividido en tres grupos: el de los que podían plantar en sus tierras más de veinte árboles, los que podían plantar de veinte a diez, y los que podían plantar menos de diez.
Solo un heredado podía plantar ochenta árboles y otro sesenta. Hasta ocho heredados (como Cristóbal Pérez Calahorrano, Alonso Atienza, Juan de Atienza o Hernán Pérez de Alisén) podían plantar hasta 400 árboles, a cincuenta por cada uno. En este último grupo encontramos las heredades de Nuestra Señora de Tejeda y de Santa Catalina. Seis heredados como Rafaela Álvaro podían plantar hasta cuarenta, ocho como Juan de Comas, Francisco García Lázaro o el bachiller Montero hasta treinta, y dos hasta veinticinco.
Podían plantar hasta veinte árboles doce heredados como Hernán Pérez de Juan de Gadea, hasta quince tres como Juan Muñoz, hasta doce cinco como Miguel García de Sieteaguas, hasta once tres como Marco Pedrón de Rodrigo Pedrón o la viuda Ana Gil, y hasta diez quince heredados.
Siete heredados como Francisco Ramos podían plantar hasta ocho árboles cada uno, diecinueve (como Miguel Preciado o Juan Navarro) hasta seis, catorce como Teresa López o Domingo Ferrer hasta cuatro, cinco como los herederos de Sancho Navarro hasta tres, y dos como Martín Gil y Sebastián de Enguídanos hasta dos.
Las desigualdades sociales.
Contando a todos, nos encontramos con unos 111 heredados, algunos forasteros, que a lo sumo representarían entre la quinta y la sexta parte de la población de Requena. Se les exigió, guardando las formas, que plantaran un total de 1.843 árboles, sin especificar términos ni posibles sanciones ante los incumplimientos.
Dentro de tales heredados, también se observa una clara diferenciación. Los que podían plantar más de veinte eran veintiséis (el 23´4% del total), deberían plantar 1.070 árboles (el 58%) en unas 19´8 hectáreas, teniendo en cuenta que cada tahúlla podía acoger hasta seis árboles.
Aquellos que podían plantar entre veinte y diez eran treinta y ocho (el 34´3%), con la posibilidad de hacer crecer 528 árboles (el 28´7%) en 9´8 hectáreas.
Los que podían plantar menos de diez eran cuarenta y siete (el 42´3%), que deberían plantar 245 árboles (el 13´3%) en 4´5 hectáreas.
Estas medidas afectaron a unas 34´1 hectáreas, a un sector reducido del espacio de la Vega. Carecemos de noticias sobre el cumplimiento de lo encomendado. Una parte de los heredados, como los forasteros o los que disponían de más tahúllas, recurrirían a la contratación de jornaleros, de los que disponemos de abundantes noticias para los siglos XVI y XVII. A la altura de 1567, el principal posesor de tierras en los términos de Requena era el municipio, aunque una minoría de caballeros, hidalgos y pecheros enriquecidos contaban con más tierras que el resto del vecindario, especialmente en los espacios más cotizados como las huertas cercanas a la villa y en la Vega. Era el resultado de una evolución que se remontaba a la Baja Edad Media, en la que los lazos familiares (vía herencia y matrimonio) y el ejercicio del poder municipal fueron determinantes en la consecución de tierras. En el siglo XVI este grupo tendió a amortizar o vincular parte de sus bienes.
Las características de la Vega.
La Repoblación del siglo XIII de los territorios ganados a Al-Ándalus distinguió entre la vega y la huerta. Se trataba en ambos casos de suelos de aluvión irrigados, pero la vega no constituía un espacio tan continuo ni homogéneo como el de la huerta. En el Murviedro (el Sagunto de hoy en día) bajomedieval la vega del Palancia se diferenció de las huertas irrigadas por medio de canales.
En Requena también se distinguieron las huertas, como la de los Regidores a la salida del portal de Castilla, de la Vega del río Magro. Las primeras permitieron una intensa actividad agrícola en la vertiente mediterránea de la península Ibérica. La Huerta de Alicante de 1598 se la repartieron 140 heredados de 0 a 10 tahúllas (aquí de extensión menor que en Requena), 145 de 11 a 20, 166 de 21 a 40, 136 de 41 a 80, treinta de 81 a 125, quince de 126 a 150, once de 151 a 200 y siete de más de 200, una parcelación más extensa que la de la Vega requenense, abierta a un aprovechamiento ganadero más intenso y con otras condiciones naturales de temperatura y precipitación.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS, Cámara de Castilla, Div., 47, 32.
Bibliografía.
GALÁN, Víctor Manuel, Requena bajo los Austrias, Requena, 2017.
GLICK, Thomas F., Paisajes de conquista. Cambio cultural y geográfico en la España medieval, Valencia, 2007.