Las epidemias han sometido a dura prueba a las sociedades a lo largo de la Historia. Su origen y sus remedios han sido buscados afanosamente por las personas de distintas épocas, con respuestas ciertamente dispares, desde la más ponderada observación de las circunstancias al bulo más exagerado. La peste llegó a atribuirse en el siglo XIV al maligno envenenamiento de las aguas por los judíos y en el XVI a ponzoñas urdidas en Argel. A veces no cambiamos tanto y el cólera morbo que castigó Madrid en julio de 1834 fue atribuido a los frailes, que como los judíos fueron acusados ignominiosamente de envenenar las aguas. Sufrieron matanza igualmente por prejuicio. La Ilustración y la eclosión del pensamiento científico parecían no haber existido.
De los lóbregos tiempos de la peste bubónica nos han llegado testimonios de personas que abandonaron llenos de terror a sus familiares. El elocuentísimo Diario de la peste del gran Daniel Defoe, a veces más conocido por su Robinson Crusoe, así nos lo transmite, en una atmósfera saturada de pánico como la del Londres de 1665-6.
¿Se quebraron habitualmente los lazos familiares en tiempos de epidemia? La Requena del colérico 1834 demuestra que no. Es más, ayudaron a sobreponerse a la situación, ciertamente complicada. La enfermedad se difundió por una España, por una Requena, que estaba librando los primeros combates de la I Guerra Carlista, con unas reservas económicas a la sazón muy castigadas por años pasados de enfrentamientos y políticas desacertadas. La sedería requenense, floreciente en el siglo XVIII, padecía una aguda crisis y en el horizonte no se oteaban soluciones fáciles. De hecho, el retorno a la inversión segura de la tierra fue inevitable, al compás de las desamortizaciones que se irían ejecutando a partir de 1836.
El joven tejedor de sedas José García Leonardo vivía y trabajaba junto con su madre, que falleció por culpa del cólera. José era soltero y aquella célula familiar quedó deshecha. La epidemia no perdonaba a nadie por su condición social, en una verdadera danza de la muerte decimonónica. Acabaría con la vida del alcaide de las reales cárceles, de condiciones harto precarias, y del médico titular José Mojarco.
No se arredró el tejedor y supo aprovechar la nueva legislación liberalizadora en su favor. Al abolirse los gremios de artes como el de la sedería, solicitó de las autoridades municipales casa abierta o establecimiento propio, con fábricas y telares. La mecanización iba abriéndose paso entre nosotros.
Su petición le fue aceptada el 12 de septiembre de 1834 y se le anotó en la lista de contribuyentes del ramo. En sus gestiones, José se valió del destino de su hermano Enrique, de guarnición en Madrid, como granadero del Regimiento Provincial de Chinchilla, asignado a la Guardia Real. Así reivindicaba su fidelidad a la causa de Isabel II frente al absolutismo carlista.
En una Requena con fama de liberal, los lazos familiares transmitieron herencias y valores, como los políticos. Por ello, todo enfoque para afrontar y salir de una crisis pasó por sus caminos.

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Actas municipales de 1831-9, nº. 2729.