Precisiones sobre una conocida palabra.
Los historiadores han convenido en llamar mudéjares a los musulmanes que a lo largo de la Edad Media hispana aceptaron el dominio de los monarcas cristianos. Esta denominación deriva del árabe mudayyan o persona que prefirió permanecer en su tierra, aunque sometida a los cristianos que le impusieron ciertas obligaciones y tributos. El arte mudéjar sería el realizado por artífices musulmanes en territorio cristiano adoptando elementos decorativos y constructivos islámicos, como los Reales Alcázares de Sevilla o las celebérrimas torres turolenses. El fenómeno mudéjar también se produjo en la Sicilia normanda y en los Estados cruzados de Tierra Santa. Los intelectuales islamitas recomendaron mayoritariamente la marcha a áreas musulmanas de todos aquellos que conocieran tal circunstancia para evitar humillaciones. En cambio la documentación coetánea empleó con naturalidad los términos de moro y sarraceno para referirse a ellos.
Causas del mudejarismo.
No todos los islamitas dispusieron de los medios, las amistades y las ganas de trocar su tierra por otra, aprovechándose de ello los potentados cristianos para contar con trabajadores y tributarios. Según Ibn al-Kardabus, Alfonso VI ofreció a los musulmanes de Zaragoza un trato fiscal más benévolo que el de sus gobernantes a cambio de su rendición. La conquista cristiana de Al-Andalus fue facilitada por el intenso descontento de importantes capas de su población ante los elevados tributos impuestos por las taifas y los imperios almorávide y almohade, tachados de contrarios a la legalidad coránica.
La frontera no siempre atrajo el número suficiente de pobladores capaz de asegurar las tierras recién conquistadas. Caballeros y peones a la búsqueda de botín y concesiones de bienes inmuebles, que no siempre resultaron de su satisfacción, formaron compañías para ganar fortuna, emprendiendo frecuentemente una nueva singladura que dejó desamparado al flamante concejo de turno. En tales circunstancias los mudéjares a explotar eran un aliciente para formalizar los otorgamientos, y un medio para evitar la caída de las rentas reales. No en vano los mudéjares fueron declarados patrimonio del rey, que encarnó la superioridad del cristianismo sobre el islam y que a veces tuvo a bien cederlos a uno de sus magnates.
Los altibajos de la vida mudéjar.
Más que el modelo islámico de la protección dispensada a cristianos y judíos, la más pragmática necesidad puso en pie el mudejarismo. Los moros no fueron otra cosa que un mal menor, tolerable a regañadientes mientras proporcionaron lo deseado. La pretensión de finalizar las campañas con las menores pérdidas militares posibles auspiciaron las negociaciones de rendición y los acuerdos de pleitesía, que permitieron a muchas comunidades musulmanas conservar sus usos y costumbres. La tolerancia y la liberalidad de la España de las Tres Culturas son una idealización de los historiadores que deploraron el carácter fratricida de nuestro sangriento siglo XX.
Cuando se presentó la oportunidad no se dudó en alterar los términos del acuerdo o en expulsar a los musulmanes. Es falso oponer la intransigencia castellana a la tolerancia aragonesa, máxime si se tiene presente la cruel conquista de Menorca por Alfonso el Franco. El menosprecio hacia los islamitas fue compartido por todos los cristianos coetáneos, distinguiéndose más bien grados de intolerancia. Evidentemente los potentados sin vasallos mudéjares o los concejos carentes de morería vecinos a localidades sarracenas se mostraron más intransigentes, suavizándola todos aquellos que compartieron un interés común. La intensa crisis bajomedieval tuvo efectos contradictorios sobre el mudejarismo hispánico, haciéndolo puntualmente apetecible y removiendo los odios a la par. La tímida imbricación entre moros y cristianos careció de fuerza para evitar que al desarrollarse plenamente la sociedad de los primeros en los siglos XV y XVI contemplara como una anomalia la presencia islamita, erradicada en suelo peninsular a raíz de las expulsiones de 1609-11.
¿Cómo se conquistó Requena al moro?
A diferencia de lo que sucede con otras localidades españolas, no sabemos a ciencia cierta el año exacto en que se tomó Requena. En el otorgamiento alfonsí de 1268 se sostiene que Alfonso VIII la dio y la otorgó Fernando III, que quizá signifique que la donación del primero se hizo efectiva bajo el segundo, en cuyo reinado Requena pasó a dominio castellano en fecha insegura.
Ya posteriormente, el 4 de agosto de 1257, Alfonso X concedió la Carta Puebla (no considerada de tal naturaleza por Franquisco Piqueras Mas), que estableció en el alcázar requenense un contingente de caballeros y peones. Se les autorizó expresamente a comprar heredamientos a los moros que desearan vender sin forzarlos ni apremiarlos, lo que supone que los musulmanes se habían rendido por acuerdo de pleitesía, ya que de otra manera no hubieran dispuesto de semejantes bienes inmuebles.
Hemos de suponer que entre la conquista y el 1257 los musulmanes contaron con autoridades propias, de las que no nos ha llegado ninguna noticia por el momento. Si seguimos lo estipulado en el convenio de Alcaraz (1243) entre Castilla y los huditas de Murcia, los islamitas deberían de acatar la autoridad superior del monarca castellano, entregar las principales fortalezas y pagar la mitad de las rentas, lo que supondría sustraer la alcaidía de manos musulmanas y de confiar la recaudación al alamín bajo la supervisión de los varones de mayor prestigio. En tal supuesto existiría en los primeros años de la dominación cristiana una aljama similar a la que documentamos posteriormente en puntos como el Valle de Ayora o Buñol.
El cortocircuito de la Requena mudéjar.
En 1257 Alfonso X el Sabio manifestó con claridad su deseo de impulsar la repoblación y la cristianización del Reino de Murcia. En premio de la ayuda en la toma del castillo norteafricano de Tagunt, el concejo de Alicante obtuvo privilegios comerciales. Obligó al rey vasallo murciano Muhammad ibn Hud a aprobar el repartimiento de Las Condominas por caballerías y peonías entre los cristianos del concejo de Murcia la Nueva. Ubicada en las rutas que enlazaban Toledo con Murcia, Cartagena y Alicante, Requena también mereció su atención.
El hecho de repartir inmuebles alrededor del alcázar no tuvo otra consecuencia que desarticular el núcleo de la Requena islámica, de la que todavía no conocemos realmente su área periurbana y zonas aledañas. A primera vista su estructura parece muy diferente de la del Valle de Ayora, que se organizó en diferentes comunidades como las de Ayora, Cofrentes, Jarafuel, Zarra o Teresa-Palaciolos.
Ante las muestras de arte mudéjar de la ermita de San Sebastián en el barrio de las Peñas, se ha supuesto que allí ubicaron su morería los musulmanes desplazados. Lo cierto es que este planteamiento tan sugerente carece de momento de base documental, pues en la Castilla de fines del siglo XIII y de todo el XIV no se menciona ninguna aljama ni morería en Requena. A nuestro entender la gran insurrección mudéjar de 1264-6, finalmente fracasada, remató el proceso de expulsión iniciado con cierta benignidad en 1257. En 1268 los pobladores cristianos ya pudieron disponer sin trabas de las tierras del término, alentando Alfonso X el fortalecimiento del grupo caballeresco, operación que quiso repetir en la vecina Ayora en 1271. Evidentemente la ausencia de una aljama mudéjar no impidió la llegada puntual de moros a Requena para realizar ciertas tareas o cumplir determinadas misiones.
La caza del hombre.
En 1276 Al-Andalus se reducía al Emirato de Granada, teórico vasallo de Castilla, pero el espíritu de la guerra santa aún ardía entre los musulmanes y los cristianos hispánicos. Los granadinos y las comunidades mudéjares de la Corona de Aragón ansiaron liberarse de su sumisión, y los cristianos de la Frontera trataron de capear los sinsabores de los años de la colonización con nuevos botines, remozadores de su arrojado estilo de vida, bien plasmado en el Fuero de Cuenca. Tras el hundimiento de los almohades, los benimerines se aprestaron a empuñar su cetro en el Norte de África, cruzando el Estrecho y convirtiendo Granada en cabeza de puente de una nueva gran irrupción islámica.
Pronto el vecino Reino de Valencia se vio desgarrado por la lucha, que determinó a un anciano Jaime I a acudir al campo de batalla del Mediodía poco antes de fallecer. En 1276 su hijo y sucesor don Pedro comunicó el estado de tregua de los moros valencianos a una Requena con vivos deseos de entrar en combate.
Las circunstancias hicieron que la advertencia cayera en saco roto, y las huestes requenenses atacaron a los moros de Chulilla. Alfonso X les obligó a devolver personas capturadas y objetos tomados, pero el 10 de abril de 1277 Pedro III de Aragón todavía los apremió a que resolvieran las querellas derivadas con sus súbditos.
El derecho de guerra de la época diferenció entre el moro de paz y el de guerra, susceptible de apresamiento y cautiverio el segundo por haber roto (o no haber suscrito) los acuerdos y las treguas con un monarca cristiano, que facultaría a sus súbditos a proceder contra el rebelde, percibiendo el quinto de los beneficios de su venta.
Los cautivos en la vida requenense.
La sociedad feudal no le hizo ascos precisamente a la esclavitud, pese a que no fuera como en época del Alto Imperio romano el fundamento social de su estructura económica. El desarrollo de la vida urbana y el creciente gusto por los lujos aumentó el número de esclavos en la Cristiandad del siglo XIII, especialmente en la mercantil Italia y en la conquistadora Hispania, fortaleciéndose con la crisis de la Baja Edad Media y ganando prodigiosamente en extensión territorial de la mano de la expansión ultramarina de portugueses y castellanos.
Guerrera y comerciante, la entonces villa de Requena no se mantuvo ajena al tráfico esclavista de moros declarados de buena guerra o de cautiverio lícito. No conocemos la cifra exacta de esclavos musulmanes en Requena, aunque no parece a priori muy abultada, formando parte del servicio doméstico de hombres de fortuna. A diferencia de los portugueses del 1500, los requenenses del 1280 no capturaron a sus presas en lejanas tierras de geografía no bien conocida, sino en las cercanas aljamas de la Corona de Aragón, origen de no pocos problemas.
En 1281 el justicia de Daroca desposeyó a Domingo López de Requena de su sarraceno a instancias de la aljama de aquella localidad aragonesa. Los musulmanes muchas veces se mostraron dispuestos a ayudar a sus correligionarios cautivos, esgrimiendo que habían sido víctimas de un apresamiento injusto al ser considerados torticeramente de guerra. Estos pleitos incentivaron la venta de los esclavos más allá de nuestra villa, así como la preferencia de los castellanos y de los valencianos coetáneos por los cautivos granadinos y norteafricanos.
Las tiranteces con las aljamas cercanas.
Las relaciones entre Requena y las comunidades mudéjares del Reino de Valencia, pese a puntuales momentos de cooperación, estuvieron marcadas por la desconfianza en los siglos XIV y XV por razones religiosas y de pertenencia política (Castilla y Aragón sostuvieron guerras formidables en aquella época). Los litigios vecinales por aprovechamiento de bienes terminiegos añadieron acritud a esta frontera.
En noviembre de 1306 los requenenses no tuvieron empacho en atacar las colmenas y el ganado paciente en su término de los musulmanes de Montserrat de don Pedro Jiménez de Tierga, pese a las garantías de protección otorgadas. En represalia los moros de Dos Aguas dañaron en diciembre los bienes del requenense Pedro Martínez el Abad, uno de los implicados en el ataque anterior.
La apicultura mudéjar originó espinosos pleitos más de una vez, y en marzo de 1313 el requenense Sancho de Mizlata atacó las colmenas de los sarracenos de Buñol en nuestro término. Por aquel año la Buñol mudéjar pasó por una situación difícil, mereciendo la protección expresa del rey de Aragón, que advirtió a Requena, Sot y Chiva al respecto, así como al baile general del Reino de Valencia (el gran administrador del patrimonio real) de que no permitiera en su castillo taberna y panadería para no perjudicar a los atribulados musulmanes. Ciertamente las medidas se mostraron eficaces, ya que en 1348 tanto Chiva como Buñol fueron bien capaces de aprestar compañías sarracenas, poco tranquilizadoras para los requenenses.
Una cuña cristiana.
Hacia 1350 la extensa tierra de Requena careció de auténtica vida mudéjar, mas se encontró rodeada de mudejarismo por lo tramos de Ayora y Cortes, los Serranos y la Hoya de Buñol, lo que moderó y tensionó a la par sus complejas relaciones con la ciudad de Valencia. El último gran acto de colaboración contra el Islam entre Requena y Valencia tuvo lugar durante la Guerra de Cortes, finalizada con dificultad en 1611 y consignada de forma escueta por Pedro Domínguez de la Coba más tarde.
Pese a que el Fuero de Cuenca dispensó a los moros un trato más humano que otras legislaciones locales en materia fiscal y penal, los musulmanes prefirieron vivir al resguardo de su Sunna y de su Sharia, en una aljama capaz de preservar sus señas de identidad según los parámetros de las sociedades medievales. Tras el cortocircuito del mudejarismo local hacia 1264-66, la recreación de una aljama en Requena se mostró tarea en exceso titánica, reduciendo a los sarracenos a mero latiguillo de nuestra nomenclatura fiscal (los pechos de moros e judíos) y a gentes de paso, capaces de prendar nuestra imaginación y de inspirar preguntas inteligentes como la de nuestro buen amigo César Jordá Sánchez, origen de este artículo.
Fuentes documentales.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Real Cancillería. Reg. 39 (ff. 162v y 184v), Reg. 49 (f. 77r), Reg. 139 (ff. 86v-87r y 95r), y Reg. 152 (ff. 281v-282r).
ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA.
Pergaminos I. Carta Puebla.
Libro de Privilegios de la Ciudad de Requena de 1790. Privilegio nº. 7 (6143/7).
Bibliografía selecta.
GONZÁLEZ JIMÉNEZ, M., Alfonso X el Sabio, Barcelona, 2004.
SALINAS, S.-MORAGA, S., “El fenómeno mudéjar. Una aproximación a la pervivencia del Islam en la Requena cristiana”, OLEANA, Nº. 22, 2008, pp. 153-170.
